martes, 20 de septiembre de 2016

EL RETORNO DE LOS BRUJOS

Fue tal el título de un libro que impacta desmesuradamente la década de 1960, editado originalmente por Gallimard en Francia, y que se vendió por millones de ejemplares en todo el orbe este grueso libro. Sus autores eran Luis Pauwles y Jaques Bergier, quienes disfrutaron de una rutilante popularidad entonces.
 Es curioso que un libro tan subjetivo y metafísico se haya escrito en el país de la duda metódica y el escepticismo cartesiano. Será, acaso, por ello mismo, es decir debido al cansancio por el pensamiento metódico y racional de la Ilustración francesa que estos dos hombres, que se encontraron de forma fortuita, escribieron a cuatro manos este libro que sostiene la posibilidad de vida extraterrestre, su eventual encuentro con ella, la comunicación telepática, la parapsicología, que ensalza el poder manipulatorio de la materia de la antigua alquimia y de una eventual explosión atómica antes del siglo XX gracias a ella, la existencia de civilizaciones desaparecidas hace diez mil años, que el sabio Poincaré estuvo muy cerca de ser el Einstein del siglo XIX, que en los mapas medievales turcos aparecía América, el entronque de la ideología nazi con mitologías nórdicas y del oriente y cosmogonías mágicas, la Sociedad Vril en la Alemania de Hitler, que los libros sagrados del cristianismo recogen la existencia de gigantes, ocultismo, entre otras increíbles especulaciones.
En 1969 era mi libro predilecto, junto a las novelas Papillón de Henry Chariere, y De la Tierra a la Luna, de julio Verne. Por meses enteros, debo confesar, me atrapa aquella lectura que me brindaba la oportunidad de entrar en relación con una ciencia natural distinta a la muy acartonada que se enseñaba en el Liceo Egidio Montesinos de Carora. Debe de existir Otra tabla de los elementos, pensaba. El vidrio flexible del medievo y las baterías eléctricas petrificadas encontradas en no recuerdo cuál desierto de Asia eran mis cavilaciones. Puro pensamiento lateral e intuitivo diríamos hoy.
En sus páginas leí por vez primera los nombres de Arthur Clarke, autor de 2001 Odisea del espacio, el del paleontólogo jesuita Teilhard de Chardin o del  literato argentino Jorge Luis Borges. Es un libro ameno, bien escrito y refiere a ciertos autores que denotan cierta preparación intelectual de sus autores: Rimbaud, Paul Eluard, Oppenheimer, Fermi, Donoso Cortés, Gurdjieff.  Después de todo son franceses, hijos de una refinada y antiquísima cultura, sin duda. Acuñaron un término muy usado hasta el presente: “realismo fantástico” que abrió camino a otros libros como el de Daniken Recuerdos del futuro, la redición de El misterio de las catedrales, de Fulcanelli, la serie de J. J. Benitez Caballo de Troya. “Jesuscristo es el gran extraterrestre”, decía este español.
 Alabado y combatido con la misma fuerza, el Retorno de los brujos tarda un tiempo en diluirse en el olvido. Uno de los ataques más furibundos contra este género de literatura procede del astrónomo estadounidense Carl Sagan, quien en su libro El mundo y sus demonios,  subtitulado La ciencia como una luz en la oscuridad escribe que  cada campo de la ciencia tiene su propio complemento de pseudociencia. Los geofísicos tienen que enfrentarse a Tierras planas, Tierras huecas, los botánicos tienen plantas con vidas emocionales, los antropólogos tienen monos hombres supervivientes, los zoólogos dinosaurios vivos, los biólogos evolutivos tienen a los literalistas bíblicos, los arqueólogos tienen antiguos astronautas, runas falsificadas y estatuas espurias, los físicos tienen máquinas de movimiento perpetuo como el que atormentó a Leonardo Da Vinci, un ejército de aficionados a refutar la relatividad einsteniana,  y quizá la fusión fría, los químicos aún tienen la alquimia, los psicólogos tienen mucho de psicoanálisis y de parapsicología, los economistas tienen previsiones económicas a largo plazo, la astronomía tiene como equivalente principal la astrología. A veces las pseudociencias, dice Sagan, se entrecruzan y aumenta la confusión, como en las búsquedas telepáticas de tesoros enterrados de la Atlántida o en las previsiones económicas astrológicas.
Con todo, El retorno de los brujos sirvió para aumentar nuestra juvenil curiosidad, calibrar lo fantástico delimitándolo de lo real, advertir de la anticiencia, distinguir entre visiones verdaderas y falsas, alucinaciones y toda una legión de falacias lógicas y retóricas con lo cual se reafirmó nuestra cultura científica basada en el escepticismo moderno, una cualidad a preservar a toda costa, máxime ahora cuando la mentira se disfraza de verdad en los medios de comunicación y más señaladamente en internet.

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