Edgar Rivero Castillo |
Trino Orozco |
Fue
Edgar mi compañero de estudios de sexto grado cuando el profesor Hernán Prieto
nos animaba a dibujar en las aulas del Grupo Escolar Ramón Pompilio Oropeza, allá
en 1963. Se considera discípulo e hijo del Maestro Orozco, que hasta pernoctaba
en su casa de Barquisimeto. “Es un hijo más de la familia”, decía su esposa
Luz. Expresa que Ramón Chirinos y Orozco le han influido, afirma este pintor
que deja la gerencia de un banco para irse detrás de los pinceles y las
paletas. Algo de Paul Gauguin hay en esta decisión suya. Una determinación que
le quita el sueño por allá, en 1989.
Con
vanagloria me dice que el humanista caroreño Luis Beltrán Guerrero le dedica
una de sus Candideces, su afamada columna
de crítica literaria en el diario El
Universal de Caracas en 1987. Otro tanto hizo el crítico de arte caroreño
Rafael Montes de Oca Martínez en las páginas de El Impulso. En el Círculo Militar de la capital, Guerrero le
presenta al filósofo y docente de la UCV, Ludovico Silva, quien le escribe una
reseña en el diario fundado por Andrés Mata. Morirá Silva intempestivamente
cinco meses después de estar en Carora en los actos del Centenario del
nacimiento de Chío Zubillaga y la entrega del premio literario que en su memoria organizaba la Sociedad Amigos de la Cultura,
presidida por Gerardo Pérez González.
Forma parte Edgar del llamado “Grupo de los
ocho” junto a Ramón Chirinos, Armando Villalón, Wladimir Chumasko, Eduardo Correa,
que son puros paisajistas. “Me adjudicaron, adiciona Edgar, un número impar: el
nueve.”
Muy
sonreído comenta me dice que le hizo una caricatura a un abogado y profesor de
historia en el Liceo Egidio Montesinos de Carora apellidado Sánchez, con lo
cual se gana una expulsión de sus aulas. “Tiempo después hicimos amistad y me
pidió disculpas cuando yo era gerente bancario del Metropolitano”, me dice. En
otro lugar me informa que ha sufrido robos de sus obras, una de ellas en una
exposición en el estado Portuguesa, y que otro de sus oleos pillados se
encuentra en Parque Central.
“Yo
no pinto para competir”, dice pensativo. “Pinto para alimentar la retina y el
corazón”, afirma este pintor caroreño que tiene su atelier en la calle
Carabobo, esquina de la calle José Luis Andrade y quien ha expuesto en Puerto
Rico, España, Italia, Alemania, Estados Unidos, donde el huracán Andrew arruina
uno de sus viajes a Miami, un diciembre. “Me inspiro los sábados y domingos”,
razona este artista a tiempo completo que es Edgar. Su mejor momento para su
labor es la tarde y “no la noche porque fuerza la vista”.
“El
mejor crítica que tengo es el público”, dice con emoción. Agrega que el
profesor boliviano Gustavo Riveros Tejada “fue una bendición para Carora y el
estado Lara y Venezuela. Él fue mi primer estímulo para navegar la pintura”,
sentencia.
Considera
que su obra ha transitado por cuatro periodos: el paisaje, los bodegones, la
amazonía de bosques lluviosos, y por último el expresionismo. Ludovico escribió
que “tu alma cromática nos impregne a todos como una música de Juan Sebastián Bach
y que tus líneas rayen el infinito”. Y el guitarrista universal Alirio Díaz
dijo: “lleva al lienzo eternos asuntos de la vida del hombre y de la Naturaleza
con magistral pincel e inspiración”.
Entre
sus proyectos se encuentran los de seguir con los lienzos y oleos “hasta que
termine mi existencia”, dice este admirador del pintor impresionista español Joaquín
Sorolla. “Los cuadros con motivos caroreños y andinos son los que me encargan más
a menudo”, expresa Edgar en el taller de reparación de teléfonos celulares de
su hijo, adjunto a su atelier de pintor.
“Cambio
de estilo cuando me siento que ha agotado el anterior”, agrega este artista que
ha expuesto en el Centro de Historia Larense, Universidad Centroccidental
Lisandro Alvarado, Galería del diario El
Impulso, Colegio de Abogados del Zulia, Galería Jade, Círculo Militar de
Caracas y Barquisimeto, entre otros escenarios para sus coloridas telas.
“La
primera caja de óleos la compre con mi trabajo”, adiciona Edgar, artista que yo
visito con regularidad en su taller ubicado en la casa que fue de Don Raúl
Adrianza, en compañía de mi hijo José Manuel, quien boquiabierto y ensimismado
otea aquellos impresionantes lienzos con bailarinas de mi amigo, quien al final
de la entrevista y con voz queda me dice que me tiene como obsequio una de sus magníficas
producciones.