martes, 2 de agosto de 2016

ALIRIO DIAZ Y EL GENIO DE LOS PUEBLOS DEL SEMIARIDO VENEZOLANO

En 1529 fueron desembarcadas en Cubagua 15 vihuelas. Por aquel entonces nadie podía prever que estas tierras del Nuevo Mundo iban a ser territorio privilegiado de la guitarra española. Y esta nación, la más excéntrica de Europa, nos legó  la lengua castellana, el catolicismo del Concilio de Trento y la Contrarreforma, el barroco literario y arquitectónico y la música armónica, un gran triunfo renacentista. Es esta nuestra tradición cultural y no otra, dijo Octavio Paz.
Europa queda dividida en dos inclinaciones musicales: la del Norte lo hizo en torno al piano, que según  Max Weber es el instrumento burgués por excelencia, en tanto que la Europa mediterránea lo hizo con los instrumentos de cuerda: la guitarra, la vihuela, el laúd, artefactos populares, de la calle y la plaza pública. Un contraste notorio.
Debieron pasar varios siglos de maduración para que en un lugar del occidente de Venezuela, en el semiárido larense, cálido y seco, se produjera la más espectacular eclosión musical en torno a los instrumentos de cuerdas y de dos personajes legendarios: Rodrigo Riera y Alirio Díaz.
¿Que hizo posible tan afortunada circunstancia musical? Para comprender tal fenómeno he creado una categoría de análisis a la cual he  llamado El genio de los pueblos del semiárido venezolano. Comienzo diciendo que el estado Lara es el asiento de tres ciudades de rancia estirpe colonial: El Tocuyo, Barquisimeto y Carora. Es el  triángulo  colonial y barroco, donde  la lengua latina se enseñaba conventualmente, lugares donde daban sus lecciones  maestros de órganos y de canto coral religioso, la imprenta se estableció tempranamente. Pero también la cultura popular hace sus acá portentos con el tamunangue, la danza más completa del continente, y en Barrio Nuevo de Carora nacerán El Negro Tino Carrasco y Rodrigo Riera, Juancho Querales, los hermanos Gómez, músicos de extracción eminentemente popular.
En la mítica Otra Banda, entre los caseríos de La Candelaria y Muñoz, se produce un prodigioso fenómeno cultural. Son villorios  musicales donde en ninguna casa falta una mandolina, un cuatro o una guitarra, se consultan provectos manuales de música, como el del napolitano Ferdinando Carrulli, el primer maestro que crea escuela guitarrística , titulado Armonía aplicada a la guitarra, editado en 1825, a lo que debemos agregar la existencia de músicos populares como Tita verde, tío del joven Alirio Díaz Leal. Este muchacho tocaba de fantasía y era hijo de Pompilio, el bodeguero, que también era músico. Es, a no dudar, legitima cultura popular, cultura menospreciada secularmente y que ahora se le reconoce como tal.
Ese muchacho intuye que debe irse de su aldea. Piensa ser filósofo o historiador, pero  en Carora el Maestro Chío Zubillaga, después de oírle tocar de oído, le persuade ir tras la música, su verdadera vocación.  Lo remite con carta a Trujillo para estudiar teoría y solfeo con el Maestro Laudelino Mejías. Acá hace radio y se inicia  como impresor.   Luego vendrá Caracas.  Allí lo recibe el hombre que funda una de las primeras cátedras de guitarra de Hispanoamérica, Raúl Borges. Con otra misiva de Zubillaga se presenta ante el Maestro Sojo, quien dudaba en un principio de las capacidades de Alirio y de Rodrigo Riera. Ambos  se presentan, en prodigioso momento, en la Escuela Superior de Música el mismo día y a la misma maravillosa  hora.
Ya es un artista consolidado cuando decide ir a Europa, en un movimiento que se asemeja al del poeta Darío, es decir emprender desde América una agitación cultural en dirección contraria a la habitual: el viejo mundo  no producirá sino que recibe  del otro lado del océano una corriente estético musical extraordinaria en las manos de sumo virtuosismo de Alirio y Rodrigo.
En la Península recibe Alirio lecciones de Sainz de la Maza, para luego seguir tras la pista del máximo exponente de la guitarrística de entonces, y quien reside en Italia: el Maestro Andrés Segovia, padre del movimiento contemporáneo de la guitarra clásica. Triunfa desde entonces Alirio en Europa y el mundo.
Pero su vocación de lo popular venezolano no le abandona jamás. Al lado de Paganini, Bach, Tárrega o Haydn, estará siempre el sentido de lo patrio e hispanoamericano con Barrios Mangoré, Villa Lobos, Laudelino Mejías, el Indio Figueredo,  Lauro, el Maestro Sojo, Heraclio Fernández.
Así, y desde esta minúscula parte del territorio, el semiárido occidental venezolano, pero inmensa en creaciones del espíritu, la literatura y por sobre todo la música, el Maestro Alirio universaliza piezas como Los Caujaritos, El Diablo suelto, Casta paloma, Quirpa guatireña, Dale que dale, entre otras. Un aliento telúrico y  del solar patrio que ha sido quizás el mayor logro del hijo sublime y exquisito de la Otra Banda.
Pareciera que la idea de la Raza Cósmica de  José Vasconcelos tiene firme realidad y consistencia en esta maravillosa oportunidad: estamos, dice el mexicano, en un estadio espiritual o estético en trance de ser alcanzado solamente por la mentalidad mestiza Iberoamericana. Y Alirio ha sido un adelantado de primer orden en este a priori estético.

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