En 1529 fueron desembarcadas en
Cubagua 15 vihuelas. Por aquel entonces nadie podía prever que estas tierras
del Nuevo Mundo iban a ser territorio privilegiado de la guitarra española. Y
esta nación, la más excéntrica de Europa, nos legó la lengua castellana, el catolicismo del Concilio
de Trento y la Contrarreforma, el barroco literario y arquitectónico y la
música armónica, un gran triunfo renacentista. Es esta nuestra tradición
cultural y no otra, dijo Octavio Paz.
Europa queda dividida en dos inclinaciones
musicales: la del Norte lo hizo en torno al piano, que según Max Weber es el instrumento burgués por
excelencia, en tanto que la Europa mediterránea lo hizo con los instrumentos de
cuerda: la guitarra, la vihuela, el laúd, artefactos populares, de la calle y
la plaza pública. Un contraste notorio.
Debieron pasar varios siglos de
maduración para que en un lugar del occidente de Venezuela, en el semiárido
larense, cálido y seco, se produjera la más espectacular eclosión musical en
torno a los instrumentos de cuerdas y de dos personajes legendarios: Rodrigo
Riera y Alirio Díaz.
¿Que hizo posible tan afortunada
circunstancia musical? Para comprender tal fenómeno he creado una categoría de
análisis a la cual he llamado El genio de los pueblos del semiárido
venezolano. Comienzo diciendo que el estado Lara es el asiento de tres
ciudades de rancia estirpe colonial: El Tocuyo, Barquisimeto y Carora. Es el triángulo colonial y barroco, donde la lengua latina se enseñaba conventualmente,
lugares donde daban sus lecciones maestros de órganos y de canto coral
religioso, la imprenta se estableció tempranamente. Pero también la cultura
popular hace sus acá portentos con el tamunangue, la danza más completa del
continente, y en Barrio Nuevo de Carora nacerán El Negro Tino Carrasco y
Rodrigo Riera, Juancho Querales, los hermanos Gómez, músicos de extracción
eminentemente popular.
En la mítica Otra Banda, entre los caseríos
de La Candelaria y Muñoz, se produce un prodigioso fenómeno cultural. Son
villorios musicales donde en ninguna casa falta una
mandolina, un cuatro o una guitarra, se consultan provectos manuales de música,
como el del napolitano Ferdinando Carrulli, el primer maestro que crea escuela
guitarrística , titulado Armonía aplicada
a la guitarra, editado en 1825,
a lo que debemos agregar la existencia de músicos populares
como Tita verde, tío del joven Alirio Díaz Leal. Este muchacho tocaba de
fantasía y era hijo de Pompilio, el bodeguero, que también era músico. Es, a no
dudar, legitima cultura popular, cultura menospreciada secularmente y que ahora
se le reconoce como tal.
Ese muchacho intuye que debe irse de
su aldea. Piensa ser filósofo o historiador, pero en Carora el Maestro Chío Zubillaga, después
de oírle tocar de oído, le persuade ir tras la música, su verdadera
vocación. Lo remite con carta a Trujillo
para estudiar teoría y solfeo con el Maestro Laudelino Mejías. Acá hace radio y
se inicia como impresor. Luego vendrá Caracas. Allí lo recibe el hombre que funda una de las
primeras cátedras de guitarra de Hispanoamérica, Raúl Borges. Con otra misiva
de Zubillaga se presenta ante el Maestro Sojo, quien dudaba en un principio de
las capacidades de Alirio y de Rodrigo Riera. Ambos se presentan, en prodigioso momento, en la
Escuela Superior de Música el mismo día y a la misma maravillosa hora.
Ya es un artista consolidado cuando
decide ir a Europa, en un movimiento que se asemeja al del poeta Darío, es
decir emprender desde América una agitación cultural en dirección contraria a
la habitual: el viejo mundo no producirá
sino que recibe del otro lado del océano
una corriente estético musical extraordinaria en las manos de sumo virtuosismo de
Alirio y Rodrigo.
En la Península recibe Alirio lecciones
de Sainz de la Maza, para luego seguir tras la pista del máximo exponente de la
guitarrística de entonces, y quien reside en Italia: el Maestro Andrés Segovia,
padre del movimiento contemporáneo de la guitarra clásica. Triunfa desde
entonces Alirio en Europa y el mundo.
Pero su vocación de lo popular
venezolano no le abandona jamás. Al lado de Paganini, Bach, Tárrega o Haydn,
estará siempre el sentido de lo patrio e hispanoamericano con Barrios Mangoré,
Villa Lobos, Laudelino Mejías, el Indio Figueredo, Lauro, el Maestro Sojo, Heraclio Fernández.
Así, y desde esta minúscula parte del
territorio, el semiárido occidental venezolano, pero inmensa en creaciones del
espíritu, la literatura y por sobre todo la música, el Maestro Alirio
universaliza piezas como Los Caujaritos, El Diablo suelto, Casta paloma, Quirpa
guatireña, Dale que dale, entre otras. Un aliento telúrico y del solar patrio que ha sido quizás el mayor
logro del hijo sublime y exquisito de la Otra Banda.
Pareciera que la idea de la Raza Cósmica
de José Vasconcelos tiene firme realidad
y consistencia en esta maravillosa oportunidad: estamos, dice el mexicano, en
un estadio espiritual o estético en trance de ser alcanzado solamente por la
mentalidad mestiza Iberoamericana. Y Alirio ha sido un adelantado de primer
orden en este a priori estético.