En
1965, un tal Gabriel García Márquez firmó con esta ambiciosa agente literaria un contrato para
que ella lo representara en todos los idiomas y a ambos lados del atlántico durante 150 años.
El Gabo había encontrado su Mamá Grande en la vida real. A finales de la década
de los años 60 esta barcelonesa iba ya en camino de convertirse en una de las
agentes de mayor peso no sólo de España sino de toda Europa. Barcelona, a pesar
de Franco, se hallaba en el centro del apogeo editorial que vivió la ficción
latinoamericana en esa magnifica y rutilante década. Detrás de todo ello estaba
el renaciente nacionalismo catalán, aunque mudo por fuerza. La materia prima
que alimentaba el auge editorial fue sin duda el estallido creativo de la
novela latinoamericana, del cual el Gabo era la estrella que brillaba con más
intensidad.
Estaba
naciendo el Boon de la literatura latinoamericana, un periodo estético de
extraordinaria fertilidad, que toma como sus ejes el mito de la identidad de
América Latina, su formación histórica, los futuros posibles, sean buenos o
malos. En 1963 apareció Rayuela de
julio Cortázar, y en 1967 Cien años de soledad, la novela por excelencia de ese
momento histórico. Era el Quijote de
este lado del Atlántico.
Carmen,
junto a Carlos Barral eran los dos contactos de más peso que había en
Barcelona. Barral cometió un error descomunal al negarse a publicar Cien años de soledad. Ella era la mujer
más importante en la vida del novelista colombiano tras su madre Luisa Santiaga
Márquez Iguarán y Mercedes Barcha, su esposa. Cuenta que cuando empezó no sabía
nada de nada. El esnobismo estaba a la orden del día y estaba llena de chicas
guapas. En comparación ella se sentía como una campesina. “Aunque al final lo
conseguí, claro. Mis primeros “clientes” fueron Mario Vargas Llosa y
Luis
Goytisolo, pero fue el Gabo quien me sacó las castañas del fuego.”, reveló
tiempo después.
Daba
fiestas memorables a los escritores. Dice José Donoso que “Carmen parecía tener
en sus manos las cuerdas que hacían bailar a todos como marionetas, y nos
contemplaba”. En una ocasión el Gabo le
preguntó: “¿Me quieres Carmen?” Ella contestó: “No puedo responderte a eso.
Eres el 36.2 por ciento de nuestros ingresos.”
Estuvo
en varias ocasiones en Caracas. En 1972 acompañó al Gabo a recibir el Premio
Rómulo Gallegos. Para sorpresa del mundo, el galardonado donó los 100 mil
bolívares al recientemente fundado partido disidente Movimiento Al Socialismo.
Ella adquirió una enorme importancia en su vida. Se convirtió en su agente en
muchos más sentidos de los que implica el mero hecho de negociar sus contratos
con las editoriales. Lo ayudó, sin dudas, a llegar a ser el dueño de todo su
poder.
Una
de las fiestas de Carmen en Barcelona en 1974 se ha tomado como el fin del Boom
en todo su esplendor europeo. Varios novelistas latinoamericanos estaban allí.
Era una despedida a Vargas Llosa que regresaba a Perú, mientras que el Gabo
hacía otro tanto. Cuando apareció la novela El
otoño de patriarca hizo ella un viaje inesperado de Barcelona a La Habana
con cinco ejemplares, los cuales su autor firmó y entregó a los líderes de la Revolución
cubana.
Cuando
la historia espiritual de América Latina se escriba, esta extraordinaria mujer
aparecerá allí con letras doradas. Y ello lo digo como una suerte de desagravio
a su memoria, pues el Diccionario
Enciclopédico de las Letras de América Latina olvidó colocar allí su
augusto nombre. Que no era nacida en
estas tierras no es el problema. El problema radica en obviar a la mujer que
tantísimo hizo por dar a conocer en el planeta a nuestros escritores
latinoamericanos.
Carmen
acaba de dejar la vida terrena hace pocos días, pero se le reconocerá como la
persona que le dio dignidad al oficio de los escritores. Las letras y la
cultura en habla castellana no son las mismas desde que apareciera ella para
darle carta de ciudadanía universal a nuestra novela. Paz a su alma
esclarecida.