Desde que yo me conozco
sé de la existencia de Heriberto José Torrealba, mejor conocido con el amigablemente de El Meco. Nació, me dice en muy baja voz en entrevista que le hago en mi
Oficina de Cronista, en la vieja maternidad de la calle Lara de Carora, hijo de
Demetria, de quien dice se deriva aquel apelativo de madre e hijo: La Meca y El
Meco. Es de aclarar que entre los caroreños decir tal palabra no significa el
nombre de la más sagrada ciudad de El Corán, capital de Arabia Saudita. No. Meco
o meca se refiere a un animalito, preferentemente un caprino, que ha sido
abandonado por su madre y amamantado por una mamá sustituta.
Todo el mundo lo conoce
por una sin igual destreza para la natación, el deporte de las piscinas. Pero,
por una paradoja de la vida, aprendió a bracear en un pozo que existió en el
viejo y ya desaparecido Hotel Bologna de la avenida Miranda con calle Curarigua
de Carora. En esa improvisada alberca lo enseñó Yoel Millán, un oriental de
paso por estos lares y quien era docente en el Colegio Cristo rey de los padres
escolapios españoles. Pero también le da lecciones en el Parque de Recreación Dirigida
Dr. Ricardo Álvarez cuando era su director el profesor Gerardo Armao.
Pero el aspecto más
sorprendente de este hombre de caminar lento y de piel bastante oscura, es el
inapreciable servicio que hace a la comunidad al rescatar cadáveres de personas
que mueren por inmersión. El primer cuerpo sin vida que descubre, pero no lo
saca, me aclara, fue en el barrio Torrellas en una laguna que quedó allí tras
la construcción del dique que protege a la ciudad de las arremetidas del “arroyo
aprendiz de río”, el Morere.
Cuando sucede una
tragedia por inmersión lo buscan en la
casa de Telmo Mendoza, en la calle Lara. Nunca ha sacado de las aguas a un
cadáver femenino. Tampoco cobra nada por hacerlo. Lo que me quieran dar, dice
enfático. Cobrar sería irrespetar el cadáver, agrega. En su trabajo no se ayuda
de nadie. No toma aguardiente para darse valor este simpático caballero que es
completamente vegetariano. Mira, Luis, me dice, a veces duro hasta cinco
minutos debajo del agua. Hago mi labor muy lentamente. Nunca trabajo de noche.
Esperen a que amanezca, le digo a los familiares, sentencia. Yo respeto el
agua, repite de vez en cuando.
La mayoría se ahoga
porque no saben nadar, los calambres hacen el resto. Ha sacado ocho cuerpos sin
vida de los pozos dejados por la compañía Vinccler. Sueña
de continuo que se está ahogando, aunque nunca ha estado en peligro de morir
por inmersión. “Nunca sueño con los ahogados que he sacado”.
Cosa curiosa: solo ha
sacado un niño en peligro de morir, y
sucedió en el balneario de Las Veritas. Su salvataje más riesgoso fue en la
hacienda Puricaure donde sacó a un cristiano de entre las aguas de una laguna
infectada de bosta de vaca y orines con una visibilidad muy pobre. En Pozo de
Piedra se ahogó Naudy Zambrano, rememora, pero lo sacó Carlos El Sospechoso.
Yo saco los muertos
agarrándolos por la mandíbula, así me enseñó el profesor Charles Sombart en el
Polideportivo, dice casi pensando en voz alta. Otra cosa, agrega, yo no llevo
cuenta de los muertos que he sacado, pero son más de diez. Tampoco voy a los
velorios de los muertos que yo rescato. Pero si es un chamito sí.
Me comenta que de los tres
niños ahogados en la piscina del Centro de Profesionales, apenas sacó uno. En
el Parque del Consejo Venezolano del Niño y en el Círculo Militar no se ha
ahogado nadie, dice haciéndose la señal de la cruz. Del río Morere sacó uno
cuando estaba empozado, que es mucho más peligroso, advierte. A veces debe
esperar hasta tres días para que floten los cuerpos, lo que sucede cuando le
revientan los pulmones, comenta este insigne nadador que jamás ha hecho su
trabajo en aguas de mar. Se persigna constantemente.
El alcalde ing. Julito
Chávez lo premió con un diploma y botón. Dicta clases de natación y de
salvamento en el Polideportivo y la Alcaldía de Torres le paga. Allí está
formando al continuador de su extraordinario oficio, pues se siente ya pesado
por efecto de su edad, 66 años. Luis, me dice mi amigo desde la infancia en el
barrio Trasandino, voy a retirar mis cestas tiques. Se levanta y se retira con
pasos acompasados este sencillo hombre que se vanagloria de no haber robado
nunca y de no tener enemigos.