A la memoria de Aristides Bastidas
Un
lujoso yate recorre las costas del continente americano. Recoge el Sorcerer II muestras de vida cual
Charles Darwin del siglo XXI. Su propietario es el estadounidense Craig Venter,
nacido en Salt Lake City en 1946, quien se ha convertido en la estrella más
rutilante de esa ciencia tan asombrosa como enigmática: la genética.Digamos que
esta disciplina, creada por un humilde y desconocido monje, Gregorio Mendel,en
el monasterio agustino St. Thomas de Brünn, Moravia, en 1856, ha dado uno de
sus pasos más resonantes y espectaculares en la alborada del siglo XXI.
Este
hombre se parece en extremo a otro líder de la ciencia y de los negocios por su
audacia sin límites: Bill Gates, dueño y señor de Microsoft.De manera parecida
a Gates, Venter abandonó los laboratorios financiados por el Estado, el
Proyecto Genoma Humano, para crear su propia compañía privada, para de tal
manera hacer allí con libertad sus extraordinarios experimentos basados en una estrategia que llamó shotgunsequencing:trocear el genoma y
recomponerlo con ayuda de un programa informático, proceso que lo llevó a crear en 2007 la primera forma artificial de
vida.
Su
“Frankestein” ha recibido el nombre de Synthia:
partiendo de cero ha creado un virus denominado Phi-X174. Su genoma sin embargo
estará animado por otra forma de vida, pues el genoma artificial deberá ser trasplantado
en la estructura de otra bacteria similar. Venter demostró que esta tipo de
trasplante es posible al trasferir el genoma de una bacteria Myclopasma a otra bacteria estrechamente
relacionada con ella.
Las
consecuencias de tamaño descubrimiento son descomunales y de un grandísimo y
fantástico valor económico y estratégico. Venter ya ha firmado con la poderosa
empresa British Petroleum un contrato para eliminar los restos del gigantesco
derrame de crudo en el Golfo de México. Pero ello es poca cosa si se comparado
con el muy audaz proyecto de Venter: convertir el abundantísimo hidrógeno en
una fuente segura y limpia de energía, creando para ello microorganismos
sintéticos que lo elaboren. Uno no puede menos que pensar en una era
postpetrolera en ciernes.
Toda
esta prodigiosa novedad no está lejos del riesgo y el error. Uno de los
colaboradores de Venter, Hamilton Smith,
ha afirmado que están en la capacidad de reavivar el genoma del virus de
la viruela, un germen extremadamente patógeno que se haya congelado en laboratorios
estatales de Estados Unidos y Rusia.
Tales microorganismos, virulentos en extremo, podrían caer en manos de
terroristas y de gobiernos enemigos que colocarían en peligro la seguridad
del planeta.
También
es posible un “bioerror”, la creación accidental de unos microorganismos de
infectividad desconocida. Se ha propuesto, en consecuencia, una moratoria de
tales experimentos hasta que se creen los protocolos de seguridad más estrictos
y eficaces.
El
enfant terrible de la genética, sin
embargo, continúa en su frenética y delirante búsqueda del éxito científico y
económico. Nos coloca Venter en
situaciones que ni la ciencia ficción pudo atisbar, tales como los derechos de
autor o la patente sobre un organismo viviente.¡Ese organismo puede ser un
humano! Se abre pues un acalorado debate moral y religioso en torno al ADN sintético,
un extraordinario avance científico como lo fue en su oportunidad el
protagonizado por Francis Crick y James Watson, cuando en 1953 dejaron
perplejos a la humanidad al descubrir la
doble hélice del ADN.
Entre
sus planes a futuro más ambiciosos de
Venter y sus empresasdestaca el de recolectar ADN marciano con el concurso otro
notable genetista, Jonathan Rothberg,
nacido en 1963. Se llama proyecto SET-G o la “búsqueda de genomas
extraterrestres”. Enviaran al planeta rojo máquinas secuenciadoras
de ADN,que buscan encontrar vida alienígena en la fría superficie de Marte,
propuesta tan insólita y audaz que ha debido asombrar a los mismísimos Isaac
Asimov y Arthur Clarke.
En
el ámbito cultural hispanoamericano no podemos menos que quedar maravillados y atónitos ante el
portentoso avance de la ciencia natural en el orbe anglosajón, blanco y
protestante. ¿Qué hacer ante tan descomunal y fabulosa osadía del espíritu
humano? Es una pregunta que de modo recurrente y hasta desesperada debemos
hacernos los hablantes de la cultura en
lengua castellana y, en consecuencia, darle una respuesta eficaz y a corto
plazo.