El diario USA Today publica una entrevista a una bruja que dice: “Los cristianos no lo saben, pero están celebrando con nosotros nuestra fiesta, y nos encanta.” Ello revela la enorme cobertura, apoyada por los “mass media”, de esta fiesta que se celebra cada 31 de octubre, sobre todo en los Estados Unidos y Canadá. Básicamente el objetivo de tal celebración es contactar con los espíritus, muchos de los cuales se dedican a intimidar o a asustar.
Las
costumbres y símbolos de esta fiesta pagana nos inundan: vampiros, hombres
lobo, zombis, criaturas relacionadas con los malos espíritus, disfraces con
máscaras horribles que tienen su inspiración en los antiguos pueblos celtas,
así como también pedir dulces de casa en casa, usanza de los pueblos célticos
que buscaban de tal forma apaciguar a los espíritus, calabazas y nabos ahuecados con una vela dentro, que representa
a un alma atrapada en el Purgatorio.
Poco
a poco la Iglesia Católica mezcló las costumbres paganas (vocablo que significa
habitante el campo, rústico) con la celebración del Día de los Muertos y el Día
de Todos los Santos. Más tarde la gente empezó a ir de casa en casa vestida de
santos, ángeles y demonios.
Hallowen
nos retrotrae a estadios del psiquismo humano muy antiguos, como nos enseña la
psicología de Carl Gustav Jung. Por ello la fiesta tiene sus similares en todo
el planeta: el baile de los Egungun en Africa, en Asia el festival de Obon, la
Kawsasqanchis en los Andes suramericanos, el Día de los Muertos en Europa y
Norteamérica.
En
el tiempo debemos remontarnos a la Antigüedad para encontrar sus nebulosos
orígenes. En el siglo V a.C. los celtas celebran anualmente la fiesta del Sanhaim
a finales de octubre; los romanos conquistan a los celtas en el siglo I a.C. y
adoptan las costumbres espiritistas de la noche de Samhaim; el papa Bonifacio
IV en el siglo VII d. C. instituye el
Día de Todos los Santos para honrar a los mártires; a comienzos de la Edad
Media se establece el 2 de noviembre para celebrar el Día de los Muertos; en el
siglo XVIII o de Las Luces, la palabra Halloween aparece impresa por primera
vez; en el siglo XIX centenares de miles de irlandeses inmigrantes por la gran
hambruna, introducen la fiesta a los Estados Unidos, donde se mezclan con las
de africanos, ingleses, alemanes; Halloween triunfa en todos los Estados Unidos
en el siglo pasado; en el tercer milenio asistimos a la conversión de Halloween
en una fiesta comercial que genera miles de millones de dólares a escala
planetaria.
Dice
Max Weber que el judaísmo fue la primera religión del mundo que se separó de la
magia. Por esta razón los cristianos consideran a Halloween una celebración
antibíblica. La propia Biblia lo advierte así: “Nadie entre los tuyos deberá
practicar adivinación, brujería o hechicería; ni hacer conjuros, servir de
médium espiritista o consultar a los muertos.” (Deuteronomio 18:10, Levítico
19:31; Gálatas 5: 19-21).
Lo cierto es que hogaño
la celebración ha perdido su aureola de misterio y satanismo que le han
adjudicado los adoradores del maligno, tales como Anton La Vey, fundador de la
Iglesia de Satán en los Estados Unidos en 1966. Asistimos a la transformación
de la fiesta en un gigantesco y propicio momento para las ventas tan importante
como la navidad o el día de las madres. En algunos colegios privados de
Barquisimeto los docentes estimulan la fiesta de la “Víspera de Todos los
Santos”, cual es el significado de la antigua palabra escocesa Halloween, lo cual nos indica que la
adoración de las calabazas -que son después de todo nuestras humildes auyamas- ha
permeado a las capas medias y altas de nuestra sociedad. Jack-o-linterna parece
que llegó para quedarse. Así que, señores papás y mamás, preparen su chácara
para adquirir los costosos trajes y disfraces de Drácula, zombies, duendes o
brujas que deben de costar un realero en nuestra abigarrada y barroca Avenida
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