Educador
y taxista, jubilado en ambos oficios, me visita Aníbal en la Oficina del
Cronista un lunes bien temprano. Con voz pausada me relata que conoció el juego
ciencia del ajedrez en la recién fundada Casa de la Cultura de Carora de la
mano de un suizo llamado Hurs Krucker,
quien fue invitado a enseñarlo por el
Dr. Juan Martínez Herrera. Allí se dieron cita Ramón reyes, “El Primitivo”, Pedro
Pereira, Asdrúbal Morón, Arévalo Pérez, Lenin Pérez, Rito Ramón Rodríguez. No
había ninguna mujer, le recuerdo.
La
propaganda para las inscripciones en la escuela de ajedrez se hacia por medio
de volantes, uno de los cuales atesora Rito Ramón en su riquísimo archivo
personal. Los resultados y avances de la escuela se publicaban por El Diario de
Carora, gracias al periodista Hermann Pernalete Madrid. En un principio no se
anotaban los partidos y jugaban sin reloj, pues nunca tuvieron ayuda de nadie, solo
de la Casa de la Cultura, dice Aníbal sentencioso.
Cuando
Juan Martínez gana una concejalía por la unidad de la izquierda torrense, le
dijo a Aníbal que se encargara del ajedrez y que comprara 12 tableros y un
reloj en la Tienda Chiquinquirá de la calle Bolívar. “Cuando le mostré los
tableros, agrega Aníbal con una gran sonrisa, me dijo Juan: Caramba, no te robastes
la plata” Así era el odontólogo caraqueño. Hablaba claro y raspao.
En
1980 se estructura de manera formal la Escuela de Ajedrez. Los ensayos de la
orquesta infantil y juvenil fundada por Juan Martínez no los dejaba trabajar,
adiciona Aníbal, por ello se mudan a la vieja Casa Amarilla de la calle Lara,
frente a la Plaza Bolívar, en busca de la serenidad y el silencio que requiere
la concentración mental del juego ciencia.
Durante doce años dirigió Aníbal la Escuela
sin cobrar un céntimo. Dice que el ajedrez siempre se le asoció malsanamente al
comunismo soviético, por lo cual su cultivo en la difunta Unión Soviética era
un asunto de prioridad nacional. Por esa razón, piensa Aníbal, la URSS le sacó
100 años de ventaja ajedrecística a resto del mundo.
A
la Escuela ajedrecista, que nunca tuvo presupuesto, iban con frecuencia los
hijos de la médico oftalmóloga peruana Clelia Bedoya, el profesor de pintura
boliviano Gustavo Riveros Tejada, la
familia del camarada Pablo Ávila, los hijos de Pedro Domingo Oropeza, la
familia Pereira, Martín Rodríguez, Roy Meléndez, los hijos de Nelson Pérez, entre otros.
“Es
un juego que no acepta drogas ni ningún aliciente”, dice rotundamente Aníbal,
quien admira a Bobby Fischer, el estadounidense que venció al soviético Boris
Spassky en 1972 en Reikiavik, Islandia, en lo que se llamó “el match del siglo”.
Apesadumbrado me dice que en la pelea de boxeo Muhammad Alí contra Frazier en 1971 estaban en juego un millón de dólares,
en tanto que en el encuentro Fischer contra Spassky apenas 100 mil dólares.
Dice Aníbal que ha jugado simultáneas contra diez
contendientes, ganándoles a todos. El ahora docente jubilado de la UCLA, Dr.
Roy Meléndez jugó contra 20. Primitivo Reyes, agrega con entusiasmo, llegó a
ser campeón nacional universitario. Este caroreño, incluso, compraba revistas
rusas de ajedrez y las traducía al
castellano. Todo un prodigio.
La
comento que una supercomputadora jugó contra un ser humano, a lo que responde
Aníbal que ningún Deep Blue o computadora, sustituirá al hombre a pesar que la
máquina construida por la IBM venció al campeón mundial, el soviético Gary
Kaspárov en 1996. Luego me comenta que varios países se abrogan el nacimiento
del juego: India, Egipto, Persia o Irán.
El sueño de Aníbal es que en cada escuela o
liceo del Municipio Torres haya una escuela de ajedrez, como la que ya existe
en San Francisco, parroquia Montesdeoca. “Son muy fuertes y han ganado varios
torneos femeninos”, adiciona.
El
ajedrez desarrolla, dice mi entrevistado, la inteligencia, la memoria, la
viveza positiva, la agilidad mental, la astucia, el análisis de estrategia. Su
hijo Aníbal, profesor en el Liceo Egidio Montesinos, ha continuado con su labor
de enseñar el ajedrez. “Es mi mano derecha”, afirma entusiasmado. “Tengo muchos
diplomas y trofeos”, adiciona. “El Libertador vio la importancia del juego y
Miranda, el Precursor, lo jugaba con soltura”, comenta.
Para
despedirnos, Aníbal se pone filosófico y dice que después de la jugada número
diez el ajedrez es infinito. Me mira a los ojos y dice este docente jubilado
con una gran convicción: “Lo más cercano a Dios es el ajedrez”.