RAFAEL BOLÍVAR CORONADO |
El
19 de septiembre de 1914 fue estrenada en el Teatro Caracas la canción
folklórica venezolana Alma Llanera: zarzuela en un cuadro. Esta memorable composición, nuestro segundo himno nacional,
fue escrita por Rafael Bolívar Coronado (1884-1924), y la música se la debemos
a Pedro Elías Gutiérrez (1870-1954). Desde un principio se convirtió en un
rotundo éxito que sorprendió incluso a sus autores.
PEDRO ELÍAS GUTIÉRREZ |
Me
he puesto a estudiar este fenómeno de nuestra cultura nacional y he encontrado
cosas y situaciones sorprendentes en esta zarzuela, que es en realidad un drama
con dos canciones.
La
primera de ellas es que es una forma de música
teatral o género musical escénico surgido en España: la zarzuela, cuyo
primer dramaturgo en emplear la expresión fue Calderón de la Barca en 1657. El
término zarzuela se debe al Palacio de la Zarzuela, en las proximidades de
Madrid, lugar donde se pusieron en escena por primera vez estas piezas, que no
deben confundirse con la opereta francesa, puesto que es muy posterior.
TEATRO CARACAS |
Lo segundo es que la interpretación de aquella noche corrió
a cargo de la compañía española de Manolo Puertolas. Entre los actores encontramos
a Rafael Guinan, Jesús Izquierdo, Matilde Rueda, Lola Arellano, una señora
Argüelles y un negrito joropeador llamado Mamerto.
Lo
otro, que resulta insólito, fue que a pesar de lo favorable de la crítica, al
propio Bolívar Coronado, no le gustó su propia obra. Así expresa que “De todos
mis adefesios es la letra de Alma Llanera del que más me arrepiento. Es ésta mi
página dolorosa; el hijo enclenque, la cana al aire, la metida de pata. Mis
amigos, por consolarme, dicen que su mediano estreno en el Caracas y su
pavoroso reprise en el Municipal, fueron culpa de los cómicos, que eran muy
malos, pero el libreto era “más peor”. La música fue la que salvó la situación con
su mezcla de risas y quejumbres del predio. ¡El maestro Gutiérrez me hizo el
quite muy a tiempo!”
OSCAR SAMBRANO URDANETA |
Lo
que coincide con el comentario de Oscar Sambrano Urdaneta, quien dice: “por
cierto ocurrió algo muy curioso la noche del estreno de Alma Llanera. Cuando ya
la representación llegaba a su fin, Bolívar Coronado, que se hallaba disimulado
entre el público asistente, salió apresuradamente del teatro. Concluida la
zarzuela el público pidió que su autor saliera a las tablas. Naturalmente aquel
no se presentó, puesto que se hallaba ausente desde hacía unos momentos. Al día
siguiente, cuando sus amistades le reclamaron aquella sorpresiva huida, por
toda explicación respondió--Me fui porque imaginé que el público me iba a
silbar”.
ORLANDO ALVAREZ CRESPO |
Más
insólito resulta aún es que cada vez que suena el Alma Llanera en cualquier
parte del mundo, los derechos de autor los cobra una empresa norteamericana,
dueña de los derechos musicales, cuestión que me la había comunicado el
politólogo Orlando Álvarez Crespo en la peña literaria y ciber de su propiedad
en la avenida Miranda de Carora. El autor de “Los Pergaminos de Melquíades” me
mostró un recorte de prensa que sorprendido leí. Me dijo que tan insólita e
inaudita situación se la comunicó a mi otro exalumno, el
diputado Ing. Julio Chávez, quien anda en las diligencias pertinentes para
devolverle al pueblo venezolano lo que de hecho y de derecho le pertenece.
JULIO CHAVEZ MELENDEZ |
JUAN VICENTE GOMEZ |
Pero
la cosa no se queda ahí. El gobierno del general Gómez le otorga una beca a
Bolívar Coronado quien va a España en 1916. Sus originalidades y
arbitrariedades lo llevaron a usar más de 600 seudónimos. Trabajó con el
escritor venezolano Rufino Blanco Fombona, quien dirigía en Madrid la Editorial
América, a quien embaucó presentándole obras como El Llanero, escrita por él,
pero que atribuyó a Daniel Mendoza. Otro libro suyo, Letras Españolas, se lo vendió asegurándole que era de Rafael
María Baralt; y Obras Científicas la presentó como de Agustín Codazzi.
RAFAEL MARIA BARALT |
RUFINO BLANCO FOMBONA |
En Barcelona colaboró
con diversos periódicos, dice Vinicio Romero Martínez, escribía hasta quince
artículos diarios, la mayoría destinados a combatir a Juan Vicente Gómez,
siempre con los más inverosímiles seudónimos. Murió en la Península Ibérica el
31 de enero de 1924, ¡antes de cumplir los cuarenta años de edad!