Luis
Eduardo Cortés Riera.
RESUMEN.
La llamada modernidad líquida, metáfora empleada por el
sociólogo polaco Zygmunt Bauman para referirse al fin de la modernidad sólida,
ha tenido una gran aceptación. Sostiene que vivimos en una época de cambios, de
caos y de incertidumbres. Ajustándose a tales premisas, ha nacido una pedagogía
líquida, la cual no intenta cambiar la sociedad, sino que debe formar un educando para que se
ajuste a una sociedad mutable permanentemente. Pero ello es sólo posible en el
mundo noratlántico que vive en el capitalismo tardío. En tal sentido sostenemos
con Bolívar Echeverría que nuestra modernidad latinoamericana es de signo
distinto, es una modernidad barroca, sujeta a las permanencias y que mantiene
un diálogo con el pasado. Así, proponemos una pedagogía neobarroca para
rencontrarnos con nuestras tradiciones históricas particulares, tales como el
sentido universalista de lengua y religión, las humanidades, los grandes
relatos, respetuosa del sentido de nación y del estado de bienestar, lo que
supone construir un modelo alterno al capitalismo para formar un individuo
comprometido con sus semejantes de forma durable, cuestiones que son distintas y hasta antagónicas a las del mundo blanco,
anglosajón y protestante.
Palabras claves: Modernidad líquida, pedagogía líquida, modernidad
barroca, pedagogía neobarroca. Caos, incertidumbre, tradición, historia.
DESARROLLO
El sociólogo polaco Zygmunt Bauman (1925) ha creado una
categoría de análisis que ha tenido una gran resonancia universal, la
modernidad liquida 1, la cual antepone a la llamada modernidad sólida, la cual,
según su criterio, ha llegado a su fin en los días que corren. ¿Por qué emplea
este investigador las metáforas de sólido y líquido? Lo líquido es lo mutable, lo cambiante, en
tanto que lo sólido es lo permanente, lo que está allí resistiendo el paso del
inexorable tiempo. Ello nos recuerda una categoría fundamental en el análisis
histórico: la duración. Este concepto ha sido ampliamente usado por los
integrantes de la Escuela de los Anales francesa, escuela a la que me adscribo,
tales como Fernand Braudel y Pierre Vilar 2. Estos historiadores nos recuerdan
que una de las misiones de todo investigads el de captar la duración de los
hechos y fenómenos históricos. Así, han creado tres duraciones: la larga duración,
la duración intermedia, y finalmente la duración efímera del acontecimiento.
Entre los fenómenos de la larga duración se encuentran
las creeencias religiosas, procesos psicológicos que se han constituido en
verdaderas cárceles mentales y que resisten el efecto desestructurante del
tiempo con notable éxito, nos dice Braudel. En la mediana duración podemos
colocar a los sistemas económicos, tales como el capitalismo, el cual se inició
a fines de la Edad Media europea, el cual, por consiguiente es una estructura
que tiene cinco siglos de vida. Y finalmente la brevedad del acontecimiento, se
ha colocado a los sucesos del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York.
Pareciera ser que el criterio de Bauman apunta a que la
modernidad se está convirtiendo de forma acelerada en una modernidad del puro
acontecimiento, que vive para lo transitorio, lo breve y lo fugaz. Nada es
estable o tiene un vínculo arraigado con el pasado. Vivimos tiempos de
reacomodos permanentes que suceden a una gran velocidad. No hay espacio para lo
perdurable y lo perenne. Todo lo contrario, es el caos y el desconcierto lo que
ocupa el psiquismo de la humanidad. Bauman se atreve a afirmar que cinco
conceptos de la humanidad moderna están en trance de perecer: el individuo, la
libertad, el trabajo, nuestra idea del tiempo y del espacio, la comunidad. Es
el capitalismo tardío, que ha llegado a su madurez, quien nos coloca ante el dilema de urgencia capital, que no es
otro que reencontrarnos y volver a vincularnos con lo que hace posible el fenómeno
humano: la armonía con el pasado. No renunciar a la memoria, sino que debemos
entender que ella ha hecho posible una inmensa comunidad de destino que es el
Occidente moderno europeo y americano. La otra alternativa sería una ruptura
radical con el pasado y asumir como única realidad el presente y una excesiva
valoración del futuro, tal como sucede en los Estados Unidos.
Esta horrorosa perspectiva de un futuro tenebroso y
oscuro, para emplear las palabras que
usa Eric Hobsbawm, nos ha hecho reflexionar sobre los orígenes de esta
encrucijada en que se ha colocado la humanidad, luego de haber permanecido en
la estabilidad sólida que nos brindó la Ilustración del siglo XVIII europeo. Es
mi opinión de que no han sido
precisamente los científicos sociales, los sociólogos, historiadores o
antropólogos los que dieron las primeras claves para entender este ominoso y funesto proceso. Las pistas
inicialmente vienen de la literatura, la poesía y la novela modernas. Pienso en
los norteamericanos Erza Pound, T. S. Eliot y
el irlandés James Joyce, renovadores profundos de la literatura moderna
y quienes atisbaron antes que otros el abismo de la existencia en el siglo XX.
Thomas Stearns Eliot escribió en 1922 un poema capital
del siglo XX: La tierra Baldía, portentoso
y singular poema donde describe el helado mundo moderno. El mundo moderno ha
perdido sentido y el testimonio más crudo de esa ausencia de dirección, dice
Octavio Paz, es el automatismo de la asociación de ideas, que no está regido
por ningún ritmo cósmico o espiritual, sino por el azar. El psiquismo moderno
no obedece a ninguna pauta que esté anclada en el pasado, sean las religiones o
los grandes sistemas filosóficos. Muy por el contrario, todo está sujeto al
caos y al desconcierto. Vivimos y entendemos la realidad de acuerdo al momento,
al cómo interpretamos las cosas según ellas van apareciendo. Es decir que
nuestra interpretación no está condicionada por esquemas mentales que hacen
posible que las cosas sean lo que son. Ellas son independientes de nuestro
razonar y escapan a nuestra comprensión. No estamos preparados para sus
eventuales aparecimientos en el escenario de nuestra vida, sino que aparecen y
desaparecen con una velocidad tal, que apenas dejan algún rastro o huella
permanente en nosotros. De ello se han encargado de manera principal, nos dice
Habermas, los medios de comunicación, los que han hecho de la instantaneidad y
de lo fugaz su signo más distintivo y eficaz.
De modo pues que estamos ante una fascinante perspectiva
de interpretación de la modernidad que nos presentan Bauman y sus seguidores.
Pero debemos recordar que la modernidad
no es una sola y uniforme. No es una categoría de análisis que puede emplearse
indiscriminadamente en todo momento y lugar. En primer lugar porque Europa es
una realidad multiforme y de distintas facetas. Recordemos el concepto de
Europa de dos velocidades de la cual nos habló Braudel: la Europa rápida
noratlántica, anglosajona y protestante, la que hoy se muestra arrogante y
triunfadora. Domina al planeta. Ellos son la modernidad. Y por el otro lado la
Europa lenta, latina, católica y mediterránea, la Europa mucho menos afortunada
en lo material. Es una vieja relación amor-odio la que por siglos se ha
establecido entre estas dos europas.
Ahora bien, a cuál de estas dos tradiciones nos hallamos
atados los latinoamericanos. Sin lugar a dudas que a la Europa del sur y
mediterránea. Por esta razón me parece más pertinente emplear una categoría
menos conocida, pero no por ello menos eficaz y constructiva, para comprender
nuestra realidad de este lado del Atlántico: La modernidad barroca. Esta fértil idea, que nos acerca mucho más a
nuestra condición mestiza y americana, fue creada por el filósofo ecuatoriano Bolívar
Echeverría (1941-2010) 4, pero de la cual han hecho aportaciones muy
importantes los escritores Alejo Carpentier, Octavio Paz, Mariano Picón Salas,
entre otros.
Dice Carpentier que la Caracas que conoció en 1945 era
una ciudad barroca, y que sigue siendo barroca por lo demencial de su
arquitectura; el merideño Picón Salas sostiene que: “A pesar de dos siglos de
enciclopedismo y de crítica moderna, los hispanoamericanos no nos evadimos aun
del laberinto barroco. Pesa en nuestra sensibilidad estética y en muchas formas
complicadas de psicología colectiva.” A estas ideas de Carpentier y de Picón
Salas agreguemos las de Octavio Paz cuando habla de nuestras supervivencias
coloniales y barrocas: “Habría que añadir que también está en nuestra vida
política: el nepotismo y demás supervivencias del patrimonialismo español, en la vida familiar, y en las
relaciones sexuales, dominadas por las figuras alternativamente antagónicas y
complementarias del Patriarca, el Parrandero y la Madre; y otros rasgos de
nuestra vida moral e intelectual, como el amor a las generalizaciones y el
desprecio a los hechos particulares, nuestra antipatía por toda explicación
pluralista y nuestro nihilismo más bien cínico.” 5
Estos son unos rasgos de nuestra modernidad que no es una modernidad anglosajona y
protestante; es más bien una modernidad
barroca la nuestra. Una modernidad distinta a la modernidad noratlántica,
pues la nuestra es de signo hispano, la que entronca en los modelos griegos y latinos, la del
catolicismo de la Contrarreforma, proceso complejo que marcó hondamente nuestras
universidades, orientándolas a la especulación metafísica, de espalda a los
hechos y a la experimentación de la ciencia moderna. Nuestra sociabilidad no ha
conocido ese rasgo anglosajón del individualismo, pues durante un milenio y
más, nuestra idea de la comunidad ha estado marcada por las hermandades y
cofradías, estructuras de sociabilidad de base religiosa, así definidas por
Michel Vovelle. Tenemos una idea de la vida y de la muerte que sorprendía a los
viajeros franceses o ingleses que nos visitaban en los siglos XVII y XVIII: la
vida como una preparación para la verdadera vida, la que viene después de la
muerte: la vida de Ultratumba. Otro elemento clave de nuestro ethos es el de nuestra devoción por la virgen, la madre de
Dios. Todo un complejísimo cuadro de creencias y de ideas que permanecen en
nuestro psiquismo en los días que corren. Sufrimos aún los efectos del Concilio
de Trento, dice Picón Salas.
Es por todo ello que me atrevo a disentir de aquellos que
proponen para nuestra realidad cultural de habla castellana una pedagogía
líquida, la que se deriva y está en concordancia inequívoca y directa con los
postulados de la modernidad líquida propuesta por Bauman. No corresponde a
nuestras tradiciones tal modelo pedagógico, que ha encandilado y cegado a nuestras más egregias
personalidades de nuestro quehacer educativo, y que se puede enunciar diciendo
que el proceso educativo no tiene la misión de cambiar a la sociedad, sino que
ella debe crear un educando capaz de amoldarse a una realidad siempre
cambiante, proteica. Es por ello-repetimos-que nos parecen más pertinentes y
ajustadas a nuestra América mestiza la propuesta del filósofo Bolívar
Echeverría, quien ha realizado importantes investigaciones para darnos a
conocer ese laberinto barroco que ocupa nuestra mentalidad latinoamericana.
Veamos.
Bolívar
Echeverría, filósofo ecuatoriano recién
fallecido en 2010, afirma que
“Decir que lo barroco es
decorativo no es decir todo. Lo barroco es messinscena
assoluta; como si ésta se hubiese emancipado de todo servicio a una
finalidad teatral (la imitación del mundo) y hubiese creado un mundo autónomo.
Ya no pone en escena algo (esa imitación), sino que es escenificación y nada
más.” Sigue diciendo Echeverría que entre nosotros existe un ethos barroco como forma de resistencia
cultural en América Latina, para una posible y deseable modernidad alternativa,
una modernidad no-capitalista.” 6 Es decir que nuestra modernidad es barroca.
Una modernidad que es anterior a la modernidad ilustrada y que comenzó a
formarse en el siglo XVI. Es teatral, es vivir en un mundo imaginario dentro
del mundo real para manejar las sociedades que se rebelan al sistema occidental
del capitalismo, nos dice el ecuatoriano.
Pedagogía Líquida y Pedagogía Neobarroca.
De
inmediato presentamos nuestra proposición alterna a la pedagogía líquida7 a la
cual hemos llamado pedagogía barroca,
o en todo caso neobarroca, para
distinguirla de esta manera de la pedagogía de los siglos XVII y XVIII que se
empleó en Hispanoamérica y que tuvo sus eminencias en Amos Comenio y su obra
cumbre Didacta Magna, publicada en
1630, Baltasar Gracián o Juan Luis Vives, así como los venezolanos Baltazar de
los Reyes Marrero y Juan Agustín de la Torre, mi paisano caroreño.
En
primer lugar debemos destacar que, a diferencia de la pedagogía líquida, la
pedagogía barroca está sujeta a referentes universales absolutos, esto es, el
cristianismo y la filosofía griega, las humanitas
ciceronianas. Conceptos sólidos que nos han hecho resistir las incertidumbres y
a los cambios permanentes que vive el mundo noratlántico. El cristianismo y la
latinidad son unas ideas-fuerza que han moldeado de forma profunda la
civilización occidental. Sin este cuerpo de creencias Occidente carecería de
sentido. Espíritus y pensadores noratlánticos de gran significación han
propuesto consumar la fusión de lo germánico y lo latino, entre los cuales
destacaremos a Goethe, al poeta Novalis, al filósofo Nietzsche y a Karl Marx.7
El llamado desencantamiento del mundo
propuesto por Max Weber para la Europa ilustrada y positivista es extraño para
nosotros en Latinoamérica, pues nuestro firmamento espiritual esta poblado de
espíritus y ánimas, milagros y presencias fantasmales de todo tipo.
Se
trata de asumir los grandes metarrelatos
absolutos y omniabarcadores que nos definen y dan corporeidad a nuestro ethos, rechazando la pretensión de la
pedagogía líquida y posmoderna de
coexistir con múltiples referentes y pequeños relatos. Es la Deconstrucción o
Destrucción de la historia. En Hispanoamérica debemos encontrarnos aún en el
presente con un metarrelato esencial y que le da sentido a la modernidad, la
Ilustración, pues es conocido que nuestro pensamiento pasó de la Escolástica al
Positivismo sin pasar por el iluminismo dieciochesco. Lo mismo cabe decir con
el marxismo, cuerpo de ideas que tiene ante sí un escenario de posibilidades
interpretativas enorme, cuando ha quedado ya en el olvido el simplificante,
determinista y dogmático marxismo soviético del siglo pasado que reinó entre
los intelectuales latinoamericanos de la segunda mitad del siglo pasado.
Uno
de los peores males que se ha hecho al conocimiento es el de su desmembramiento
en parcelas separadas y hasta antagónicas. Se trata de las dos culturas de las cuales se refirió Charles Percy Snow en una
célebre conferencia de 1959.8. La ominosa y esterilizante ruptura de la
comunicación entre las ciencias y las humanidades. Una pedagogía integral y que
se precie de serlo debe avanzar en lo posible hacia la restitución de la
perdida unidad de las ciencias naturales y las humanidades-ciencias sociales.
Los hechos y procesos deben ser enfocados desde diversas perspectivas, como ha
propuesto el filósofo Edgar Morin (1921) en su conocida epistemología de la
complejidad. El científico Ilya
Prigogine (1917-2003), Premio Nobel de química, ha propuesto lo que ha llamado La nueva alianza: ciencias y humanidades.
Se trata de una enorme y gigantesca tarea, sobre todo en nuestro mundo de habla
castellana, en donde ya Miguel Unamuno (1864-1936) advertía de esta funesta
dicotomía, una partición que consideraba perversa y abominable.
Esta
pedagogía neobarroca está reñida con lo efímero y provisional, reinvindica el
papel del educador con conocimientos de validez universalista, sólidamente
cimentados y que han hecho un magisterio de carácter permanente, durable y
consistente, tales como lo ejercieron sin pausa durante decenios Andrés Bello,
Arturo Uslar Pietri, Pedro Grases, Luis Beltrán Prieto Figueroa, para solo
mencionar algunos maestros venezolanos que dejaron profunda huella en los
medios docentes. Un esfuerzo y dedicación admirables portando para ello un
sentido permanente de lo histórico, un reconocimiento de la intimidad de
nuestra cultura de habla castellana, y en este sentido, su carácter universal.
Proponemos
el rescate y la preservación de nuestro ancestral sentido comunitario que nos
viene de tiempos precolombinos y que se refuerzan con la llegada del
catolicismo hispano, el cual tiene un arraigado comunitarismo que deviene de
esas estructuras de solidaridad de base religiosa que son las hermandades y
cofradías 9, las que aun existen entre nosotros en el siglo en desarrollo. Ello
no quiere decir que rechacemos la individualidad, pues ella es una conquista de
la modernidad al disolverse los antiguos vínculos medievales. Pero el
individualismo anglosajón y protestante ha devenido en tragedia: los seres
humanos se encuentran en cualquier sitio pero se desconocen, son unos extraños
los unos para los otros.
Asumimos
que en América Latina estamos vinculados al amor cortés, idea del amor y de la
mujer que nos viene de la Provenza francesa de la Edad Media. Es una
reivindicación de lo femenino y que la Iglesia combatió con ferocidad y saña.
El amor es un sentimiento para lo durable y lo permanente, así como se muestra
en lo mejor de nuestra literatura, desde el Cid Campeador, El Quijote de la
Mancha, Rubén Darío, Pablo Neruda o García Lorca. El amor va más allá y se
prolonga después de la muerte, un sentimiento que va de retroceso indetenible en
el mundo de habla inglesa donde domina la brevedad y lo fugaz. No hay
compromiso duradero y permanente. Es nuestro deber pactar con ese sentimiento
que es el origen de todo, el amor. Sociedad, familia, poesía, orden y Destino
descansan en esta irrenunciable condición de lo humano.
Y
no solo el amor entre personas debe ser potenciado por la educación, pues el
amor a lo patrio es urgente y necesario en esta etapa de desmembramiento que
vive la idea de nación en la llamada posmodernidad. El patriotismo, hoy tan
condenado, es un plebiscito de las almas, como solía decir Renan. La disolvente
modernidad ataca lo nacional desde la globalización, la instantaneidad de la
comunicación que a la velocidad de la luz destruye viejos y añejos compromisos.
Se debe propiciar la construcción de identidades para afincar el sentido de
arraigo y de pertenencia a un espacio, una tradición y a una cultura, que es el
rasgo distintivo de la modernidad sólida.
La
pedagogía que proponemos tiene un basamento en el llamado “estado de
bienestar”, una conquista lograda después de decenios de luchas y sacrificios y
que el neoliberalismo y sus pontífices han tratado a toda costa desmantelar. De
lograrse este perverso propósito serían los recortes en educación y salud los
primeros en producirse. La lección de Chile y España es muy reciente al
respecto. Tenemos una larga tradición en Venezuela en lo que al Estado Docente
se refiere, así como sus paladines más destacados en las personas de Simón Bolívar, José María Vargas, Antonio
Guzmán Blanco, José Gil Fortoul, Luis Beltrán Prieto Figueroa, para solo
mencionar unos pocos.10
Intentamos
mostrar que una sociedad atrapada por la incertidumbre y el miedo, como lo
plantea Bauman, no tiene sosiego para educar. Cada día son más frecuentes los
asesinatos que se cometen en los recintos educativos de Estados Unidos y de
Europa, una violencia sin sentido, ciega y paralizante que haría palidecer a
Ionesco o a Beckett. La armonía y la paz en el aula, en la biblioteca
silenciosa y meditante, en el idílico campus universitario, son los escenarios
ideales que secularmente han educado a las sociedades más cultas del orbe,
según lo plantea el educador catalán y venezolano Pedro Grases.
Para
finalizar volvamos al terrible hecho que supone que la asociación de ideas en
el mundo moderno está regida por el azar, una aterradora realidad que sufre el
mundo moderno y que sorprendería a Aristóteles, Locke y Hume. Al no existir en
la posmodernidad los Grandes Relatos religiosos o filosóficos, tal mecanismo
psíquico está regido por el caos y el desconcierto: una inmensa Torre de Babel
contemporánea se erige frente a nosotros sin que tengamos una idea cierta y
precisa de sus desastrosas consecuencias. Internet, facebook, el sexo frío, la
impersonalidad y la brevedad de la
comunicación humana y otros efectos de la tecnología, son apenas algunos signos
y señales de esta amenazante y en apariencia irreversible escenario de la
posmodernidad.
Ante
esta lamentable realidad, un contexto tan sombrío como lo describió George
Orwell en su novela 1984, donde un
estado policial se ha apropiado por completo del individuo, vale el esfuerzo
por restablecer la legítima comunicación entre los seres humanos, lejos de la
inmensa y eficaz, pero perversa influencia de los media, como plantea Jürgen Habermas.
Creo que la llamada pedagogía líquida
posmoderna y anglosajona carece de un fundamento que le dé legitimidad en estas
tierras al sur del Río Grande, en Nuestra América como la llamó José Martí.
Tenemos, para enfrentar tan descomunal amenaza y desafío, nuestras ideas y
nuestros pensadores, los que habrán de colocar murallas defensivas para evitar
que la modernidad líquida se abalance sobre nosotros: Simón Bolívar, Andrés
Bello, José Enrique Rodó, Miguel de Unamuno, Ortega y Gasset, Pedro Henríquez Ureña, José Vasconcelos, José
Carlos Mariátegui, Paulo Freire, Leonardo
Boff, Gustavo Rodríguez, Octavio Paz.
Recientemente acaba de publicar Mario Vargas
Llosa un libro tan deslumbrante como polémico, La civilización del espectáculo
11, donde advierte que se está consolidando
una “civilización light”, un eclipse del intelectual en la sociedad actual, una
banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad, triunfo de la
cultura de oropel, que lleva a olvidar que la vida no sólo es diversión,
también drama, dolor, misterio y frustración. Este valiente ensayo del peruano
y Premio Nobel en 2010, residente ahora en Europa, no hace sino afirmar y darle fundamento a las
ideas que hemos venido exponiendo a lo largo de este trabajo de reflexión y de
pensamiento.
Para
terminar rememoro de Simón Rodríguez (1769-1854) uno de sus más lúcidos
pensamientos, que en los albores del siglo que nace tiene una frescura y
validez impresionante: “la sabiduría de
la Europa y la prosperidad de los Estados Unidos son, en América, dos enemigos de la libertad de pensar”.
Tomemos estas palabras para avanzar en la creación de una pedagogía alterna a
la anglosajona, blanca y protestante. Es nuestro reto del milenio.
Consideraciones finales.
Hemos
propuesto unas breves ideas acerca de una pedagogía de Nuestra América, la cual
hemos llamado Pedagogía Neobarroca, lo cual supone un esfuerzo de
reconocimiento de nuestros valores latinoamericanos ignorados y enterrados por
las modas intelectuales que avasallantemente nos llegan de otras latitudes y
culturas distintas a la nuestra. La mayoría de las veces los latinoamericanos
estamos rezagados frente al mundo europeo y norteamericano, pero no es menos
cierto que de vez en cuando surcan nuestro firmamento intelectual verdaderos
innovadores del pensamiento que intentan ponernos al día con el universo. Sirva
este breve ensayo para reconocer el trabajo de comprensión de nuestro ethos barroco latinoamericano hecho por
el filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría, muerto en mala hora en 2010. De sus
fértiles y a veces exuberantes planteamientos nos hemos atrevido a proponer una
Pedagogía Neobarroca, la cual dejo a la benevolente crítica de mis lectores.
REFERENCIAS
1.
Bauman,
Zygmunt. La modernidad líquida.
Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires. 1999.
2.
Vilar,
Pierre. Iniciación al análisis del
vocabulario del saber histórico.
Editorial Crítica. Barcelona. 1987.
3.
Paz,
Octavio. El arco y la lira. Fondo de
Cultura Económica. México.1972. P. 76-80.
4.
Bolívar
Echeverría. Modernidad y blanquitud.
Ediciones Era, S.A. de C.V. México. 2010. Pp. 183-208.
5.
Paz,
Octavio. Sor Juana Inés de la Cruz o las
trampas de la fe. Editorial Seix Barral. Barcelona, España. 1983. P. 345.
6.
Bolívar
Echeverría. Ibid.
7.
Laudo Castillo, Xavier. La pedagogía líquida. Fuentes
contextuales y doctrinales. 2010. Disponible en internet.
8.
Paz,
Octavio. El arco y la lira. P. 75
10.
Vovelle,
Michel. Ideologías y mentalidades.
Editorial Ariel, S.A. 1985.
11.
Fernández
Heres, Rafael. Referencias para el
estudio de las ideas educativas en Venezuela. Nº 104. Biblioteca de la
Academia Nacional de la Historia. Caracas.1988.
12.
Vargas
Llosa, Mario La civilización del
espectáculo. Alfaguara. Madrid, España.2011.