viernes, 16 de junio de 2023

VACACIONES CON GASTOS PAGOS

 

Ya es anecdótico en sí mismo, que el entonces Director de mi escuela; el profesor Expedito Cortés, fuere, tal vez, el único educador en el país, que tardaba menos tiempo en llegar de su casa a su oficina. Ni siquiera tenía que salir por la puerta principal de su hogar para desplazarse hasta su escritorio. Cual bunker o pirámide, contaba con una puerta trasera; como secreta que le permitía, con solo girar una manilla, poner en marcha su calma en el andar, para que su humanidad entera, pisara de inmediato el pasillo de la escuela donde entonces, siendo yo un imberbe, como muchos otros, colonizamos ese lado del Grupo Escolar Ramón Pompilio Oropeza, en que se impartían los programas del quinto grado escolar.

Digamos que, en mis primeros cinco años de formación escolar, y particularmente mientras cursé el tercer, el cuarto y el quinto grado, fue cuando tuve más visitas y encuentros en la Dirección de la escuela, con el profesor Expedito Cortés. Quiso el azar y tal vez un poco también de mi temperamento, que de chico yo fuera muy brollero, como dicen en Carora y que todos esos contactos con el profe, tuviesen el lugar común de haber sido precedidos por unas trompadas que recién me habían dado a mi o yo, felizmente, le dí a un compañero de escuela, de tal manera que, sin excusas ni escapatorias posibles, ¡siempre, pero siempre! Terminaba yo, viéndole la cara el paciente Director, para que con toda esa parsimonia que lo recuerdo, me impartiera su justiciero castigo.

Fue así como sin habérmelo propuesto, cual reincidente de delitos menores, como es la riña y el tumulto, un buen día califiqué para una máxima sanción en el código penal de la escuela, que no es otro que la expulsión de la institución. Lo requirió así un profesor de deporte que, sin pruebas, vociferaba y aseguraba que los cauchos espichados de su carro, eran obra y saña de este servidor. Citaron a mi representante. De un día para otro, experimenté por vez primera, el auténtico deseo de que me tragara la tierra.

La citación fue prevista para las dos de la tarde en la Dirección. MI abuela llegó más temprano. Mientras el reloj hacía lo propio, yo no dejaba de mirar esa puerta secreta por donde sabía que saldría más temprano que tarde el Director. Puedo decir que ese día, en esos últimos minutos para las dos de la tarde se me agitó el alma de tal modo, que cuando vi al profe abrir la puerta secreta y cerrar la puerta, me quedé por largo rato sin aliento y fue también, la primera vez, que añoré tener poderes especiales para detener el tiempo. Lo que sigue, es de suyo; una anécdota del profesor Expedito Cortes, que dios lo tenga en su Santa Gloria.

Pongámoslo así: el profesor que me acusó de pendenciero y mala conducta y pidió mi cabeza. Esa tarde me veía expulsado y sin retorno posible. Mi abuela, que era mi representante, nada más me dijo que había dejado el mecedor y la manguera (dos instrumentos infalibles de tortura) en la sala de la casa y que, con uno o con el otro; de por lo menos una paliza, no me escapaba. El veredicto final lo cantaba el profesor Expedito. Esto dijo a los presentes, sin ni siquiera sentarse en su silla fastuosa de Director: “Miren, yo sé que estamos reunidos aquí para tratar el asunto de este muchacho y el problema ese de los cauchos que le espicharon al carro del profesor aquí presente (y lo señaló con la mano extendida), pero como yo también estuve averiguando con otros muchachos y algunos maestros y nadie me asegura que haya sido Denis  y puso su mano en mi hombro) el que hizo esta travesura, yo, no lo pienso expulsar. Yo, lo conozco. Sé perfectamente de cual pata es que este muchacho cojea. Es buen estudiante. Le gusta declamar y tiene buena voz para eso. De vez en cuando, lo pongo a recoger vidrios en el patio cuando se pelea con sus compañeros y es muy responsable cumpliendo con su falta. Vamos a dejar esto de este tamaño…”.

Seguidamente, el profesor Expedito le pidió a mi abuela que lo acompañara al despacho de la secretaria que era una oficina ubicada justamente en frente de la suya.  “Mire, señora yo más bien voy aprovechar que usted ya está por aquí, para decirle que el gobierno ha pedido que cada escuela seleccione un estudiante para que disfrute de un plan vacacional durante una semana con todos los gastos pagos. A su muchacho le vendría muy bien, un viaje como este y a nosotros que él nos representara. Solamente hace falta que usted esté de acuerdo y firme la autorización. Tal vez, lo manden para el Amazonas o para el Llano, ya veremos”.

Para sorpresa mía, Gacha, mi abuela y representante, consintió en autorizar que me fuera de viaje en el plan vacacional que explicó el profe. Estampó su media firma en varios papeles que la secretaria de la escuela puso a su alcance. A mí, me volvió el alma al cuerpo y ya me estaba imaginando con mi morral encaramado por primera vez en un avión con destino a la selva, cuando el profesor me bajó de esa nube de la siguiente manera, que me parece una anécdota digna de contar y he querido hacerlo, de la mejor manera posible: Me llamó aparte, para que mi abuela no escuchara (supongo) y espetó lo siguiente: “Te portás bien, carajito. Nada de estar peleando ni espichando cauchos, en agosto. ¡Mosca, pues! ¡Carpe Diem!!


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