Mark Zuckerberg, nacido
en 1982, fundador de Faceboock, se
encontraba en Davos participando en el Foro Internacional de Economía, cuando
se le acercó uno de los responsables de las más poderosas empresas de
comunicación del mundo, rogándole que le dijera cuál es su secreto. El joven,
de apenas 22 años, que es un geek
(persona fascinada por la tecnología) de pocas palabras, le respondió al
empresario: “No puedes”. Agregó que “no se pueden empezar comunidades, puesto
que ellas ya existen. La pregunta que deberías hacerte es cómo puedes ayudarlas
para hacer eso mejor”.
Quiso decir este joven
multimillonario: organización eficaz. Esto fue lo que aportó a la muy
prestigiosa universidad de Harvard, luego a otras universidades y después al
resto del mundo con su plataforma social. “La comunidad de Harvard ha hecho lo
que quería hacer durante tres siglos antes de que Zuckerberg pasara por allí”,
dice enfático Jeff Jarvis, autor del libro: Y Google ¿cómo lo haría? (Planeta,
2010). “Lo que él hizo fue simplemente ayudar a que lo hicieran mejor”.
Zuckerberg contó su
historia de su curso en arte en Harvard: no tenía tiempo para ir a clases ni
para estudiar, pues al fin y al cabo estaba muy ocupado fundando una empresa de quince billones de
dólares. El examen final iba a ser en una semana y le entró pánico. El joven
hizo lo que es natural a cualquier nativo de la web. Se metió en internet y
descargó las imágenes de todas las obras de arte que sabía entraban en el
examen. Las puso en una página web y añadió una caja de texto en blanco debajo
de cada una de ellas. Escribió un e-mail a todos sus compañeros con la
dirección de la página diciéndoles que había construido una guía de estudio. La
clase obedientemente se conectó y fue rellenando las cajas de texto con los
datos esenciales de cada obra de arte, colaborando para que todo fuera
correcto. Dado que eran de Harvard -dice Jarvis-, hicieron un buen trabajo.
El resultado no se hizo
esperar: Zurkerberg aprobó. Pero lo mejor de todo es que el profesor dijo que
la clase globalmente había sacado mejor nota de lo habitual. Ellos consiguieron
capturar la sabiduría de la multitud y ayudarse mutuamente. El joven geek había
creado el camino para que la clase colaborara entre sí. Les proporcionó una
organización eficaz. (pág. 70-73)
Ahora bien, ¿sería
legítimo ser optimistas ante este hecho simplificador de la alta cultura, como
diría Mario Vargas Llosa? ¿No será acaso síntoma de decadencia de Harvard, como
sostiene Morris Berman, quien al abordar las instituciones educativas de
Estados Unidos afirma que el 45 por ciento de los universitarios “no han
aprendido nada” después de 4 años de cursos. Y agrega esta astilla encajada en
esa imagen de grandeza y autocomplacencia que profesa la mayoría de sus
compatriotas: “El propósito de la mayoría de los universitarios en Estados
Unidos ahora es tener una experiencia
social, no intelectual.”
Berman sostiene en su
libro titulado La edad oscura Americana, que existe un serio desprecio por las
humanidades en su país. El 60 por ciento apenas lee un libro al año, libros de
novelas románticas baratas y de autoayuda. Este feroz crítico de la cultura
estadounidense dice que internet encarna una gran paradoja, pues cualquiera
puede publicar sus producciones literarias, pero la mayoría de lo que se
publica no es más que basura. Por otro
lado, afirma Morris, leer en internet corremos el riesgo de perder la
profundidad que tenemos al leer en texto impreso.”
Jarvis, refiriéndose al libro impreso se
atreve a decir que “las cosas físicas apestan. Lo impreso apesta.” Este
desbocado optimista de la “cultura Google” y quien relata la experiencia
simplificadora del arte y la pereza de Zurkerberg en Harvard, agrega que lo
impreso limita tu espacio, restringe tus tempos y tu capacidad de mantener
informado al minuto a tus lectores. Lo impreso es ya viejo cuando acaba de ser
impreso. Sigue un modelo de talla única. No te permite hacer clic para ampliar
informaciones. No puede ser buscado ni reenviado. No tiene archivos. Mata árboles.”
(pág.102)
Este curioso personaje,
que escribe un libro para afirmar que el libro no es necesario, alaba lo que se
ha llamado la Universidad Google. ¿Quién necesita una universidad cuando
tenemos Google?, se pregunta Jarvis. De modo pues que estamos ante la muerte de
la universidad tradicional que viene de la Edad Media, para dar paso a una
universidad como Harvard: “cálidas maderas alrededor de un fuego encendido.
Harry Potter sin la pompa y el kitsch,
la experiencia -de Disney World- de la educación.” Y dice este fundamentalista
que: “Faceboock puede suplantar a las universidades como creadoras de redes.”
Pero, dónde está el
espíritu crítico, el rasgo distintivo principal de la cultura de Occidente, en
una universidad diseñada de tan frívola y superficial manera, es la pregunta
que con angustia me hago al leer el libro de Jeff Jarvis.