Las famélicas manos de
Gavrilo Princip no podían imaginar que al disparar su pistola Browning sobre la
humanidad del archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona del Imperio
Austro Húngaro, se iba a desatar la más larga, pavorosa y destructiva guerra
que la humanidad hubo de conocer hasta entonces, pues se inició con tal
atentado en Sarajevo, Bosnia-Herzegovina, el 28 de junio de 1914, y habría de
terminar el 9 de agosto de 1945 con el bombardeo atómico de dos indefensas ciudades
japonesas por los Estados Unidos: Hiroshima y Nagasaki.
Como habrán notado, he
realizado un cambio decisivo en el análisis del conflicto, pues se considera desde
ahora que tanto la Primera como la Segunda Guerra Mundial constituyen un único
enfrentamiento que duró 31 años. Este enfoque se lo debemos al más eminente
historiador del siglo XX: el británico Eric Hobsbawm (1917-2012), de quien tomo
las ideas más importantes para escribir esta nota. Habla este historiador
marxista, fundador de la revista Pasado y
Presente, del “corto siglo XX”, pues según sostiene, se inicia en 1914 y
finaliza con el colapso de la Unión Soviética en 1991. ¡Un siglo de apenas 77 años!
Estas ideas tan lúcidas
como audaces están contenidas en su
libro Historia del siglo XX. 1914-1991,
Crítica, 1994, 616 páginas. Allí habla de la época de la guerra total, un
conflicto en el cual el gran edificio de la civilización del siglo XIX se
derrumba. 1914 inaugura la era de las matanzas y de la barbarie a gran escala,
estimuladas hasta el horror por la ciencia moderna: gases venenosos, tanques de
guerra, aviones, submarinos. A diferencia de otras guerras anteriores,
impulsadas por motivos limitados y concretos, la Primera Guerra Mundial
perseguía objetivos ilimitados. Solo se podía contemplar la victoria o la
derrota total.
Ello se entiende porque
el conflicto se desarrolla en la era imperialista, en donde por vez primera en
la historia se produce la fusión de la política y de la economía, lo que hoy no
nos sorprende. La rivalidad política internacional se establecía en función del
crecimiento y la competitividad de la economía, pero el rasgo característico
era precisamente que no tenía límites. Alemania aspiraba a desplazar a Gran
Bretaña como potencia política y económica y este enfrentamiento cobró
dimensión planetaria. Era el todo o nada, sentencia Hobsbawm.
Era pues un objetivo
absurdo y destructivo que arruinó tanto a los vencedores como a los vencidos.
Precipitó a los derrotados en la revolución, como la Rusia bolchevique en 1917,
proceso liderado por Lenin, y a los vencedores en la bancarrota y en el
agotamiento material: la Gran Depresión de 1929, que sumió al mundo capitalista
en un desempleo aterrador y una hiperinflación pavorosa, sobre todo en la Alemania de la
República de Weimar.
A 100 AÑOS DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL |
Todo lo cual provocó el
ascenso de los regímenes autoritarios en España, Italia y Alemania. El
fascismo, y sobre todo el nazismo, buscaban la venganza tras la imposición del
que consideraban el odioso Tratado de Versalles en 1918. Pronto se agregaría
Japón y estaba montada la continuación de la guerra en la era de los
imperialismos. Este conflicto unió a liberales y comunistas para derrotar la
alianza nazi-fascista, que tenía objetivos políticos, como en la guerra de 1914-1918,
ilimitados. Cualquier alianza antifascista, comprendieron las democracias
occidentales, Inglaterra y Francia, debía incluir a la Unión Soviética.
El año 1941 es clave
para entender la guerra, pues Estados Unidos entra al conflicto empujado por el
ataque a Pearl Harbor, y Hitler invade a la Unión Soviética, lo cual inclinará
la balanza a favor de los aliados: se desmorona el Tercer Reich en 1945. Es el
triunfo de los valores de la Ilustración y de la era de las revoluciones. La
Unión Soviética obtiene un inmenso logro al derrotar a Hitler y,
paradójicamente, salvar a las democracias capitalistas de Europa occidental, su
enemigo jurado, cuestión que se olvida con demasiada frecuencia.
De las ruinas de la
guerra emerge otro conflicto, la Guerra Fría, la cual enfrenta económica,
social e ideológicamente al capitalismo con el llamado Socialismo Real, rudo,
brutal y dominante, conflagración que finalmente
gana ampliamente EEUU y sus aliados, Alemania y Japón, económica y
tecnológicamente muy superiores, pues la Unión Soviética “implosionará” tras la
caída del Muro de Berlín en 1989, con la consecuente disolución del Socialismo Real en 1991,
dejando en el escenario mundial un único superpoder: los Estados Unidos.
El siglo XX, un siglo de apenas 71 años que
pone en evidencia que el tiempo histórico es diferente al tiempo cronológico,
base teórica en la que se fundamenta el historiador recién fallecido en 2012
para hablar del “siglo corto”. Genial, señor Hobsbawm.