Selena Quintanilla Pérez:
La ambigüedad
de una cultura.
Luis
Eduardo Cortés Riera.
Fue
el célebre escritor
azteca Carlos Fuentes quien dijo que la frontera de México con los Estados
Unidos es una herida. Una herida que supura desde que se firma el Tratado
Guadalupe Hidalgo de 1846, que significó la terrible pérdida de la mitad del
territorio de México, arrebatado por los arrogantes y violentos ejércitos de
los Estados Unidos. El muro de concreto y alambre antinmigración que levanta la
arrogante y altiva potencia del Norte es una vergüenza para toda la humanidad.
Convertir a México en un país tapón para detener la casi indetenible
inmigración de centro y Suramérica, es un plan de larga data entre los
gobiernos norteamericanos. Una inmensa y larga herida que corre el riesgo de
infectarse.
En
la década de 1950 una pareja de humildes mexicanos decide mudarse a Texas, un
territorio que ellos asumen
como mexicano. Es la pareja Quintanilla Pèrez que en 1971 darán a luz a la que
se convertirá en una verdadera bomba erótico musical llamada Selena, quien pasó
a la inmortalidad a los 23 años por un malhadado disparo por la espalda en un
no-lugar de Corpus Christi, Texas. El 16 de abril, el día en que Yolanda
Saldívar la asesina por la espalda fue declarado Día de Selena por George Bush,
el mismo presidente que ordenará destruir al Irak de Saddam Hussein.
Cuando
pienso en esa sirenita vocal morenita, Reina del Tex Mex que era ella, pienso
también en el desgraciado final de otro grande del espectáculo, el rockero
argentino Gustavo Ceratti, quien se fue de la humana existencia desde Caracas,
a la edad de 55 años para reposar en el Cementerio de La Chacarita, a pocos
pasos del mausoleo de Carlos Gardel.
Había
nacido Selena, Reina de la música texana, así llamada como monónimo en sus
brevísimos días de clamoroso, alegre esplendor, cerca de allí, en Lake Jackson,
a orillas de esa maravilla de cultura que florece en el Golfo de México y sus
profundas aguas, lugar a donde fueron a parar los 30 pedazos del arma homicida
que acabó con su sonrisa oceánica aquel desgraciado 31 de marzo de 1995.
Apenas 174 millas separan su lugar de mágico
aparecimiento a la vida de
su otro lugar de desaparición física, esta adorable mujer que venció el secular
machismo de la cultura de sus ancestros aztecas que le impedían subir a los rutilantes escenarios
Tex-Mex. Se hizo gracias a su valor y decisión una auténtica superestar, venciendo los impedimentos
devenidos de su sexo, ambigüedad de origen y color de piel, como los
impedimentos que debió enfrentar la poetisa mexicana Sor Juana Inés de la Cruz
en el lejano ya siglo XVII. Bellísimas y encantadoras ambas damitas morenas.
Se
enamoró Selena perdidamente y a escondidas de Chris Pérez, miembro de su grupo
musical, en un Pizza Hut, al tiempo que popularizara la cumbia mexicana, un
auténtico hibrido cultural. Una tisana melódica salía de su potente voz y que
incluía rancheras, cumbia mexicana, pop, baladas pop, mariachi, R&B
afroamericano. Un inigualable y auténtico popurrí que hicieron vibrar al
monumental Houston Astrodome abarrotado y delirante en 1995. Había llegado a su
cénit de popularidad y reconocimiento.
A
30 años de aquella fatídica tarde en aquel anónimo lugar, el hotel Days Inn
habitación 158, donde pierde la vida Selena, su malhechora asesina, Yolanda
Saldívar, pide libertad condicional que es denegada por ser crimen violento y
premeditado. Este terrible momento acaba con una vida, pero da nacimiento a la
esperanza, a la posibilidad de realizar el sueño americano, Selena se hace
modelo a seguir de los hispanos que quieren insertarse y encontrar aceptación
en otra cultura que los mira de reojo. Le da al cuerpo una dimensión ignorada
por la neutra perceptiva anglo parlante.
Selena
encarna una complicada relación con la blancura y el lenguaje. Sus abultados
traseros le dan renovado cuerpo onírico al gastado escenario erótico anglosajón
y protestante. La belleza blanca ve aparecer un rival descomunal y atrayente
como pocos. Ella se ha convertido en
fuente inagotable para memes y contenido digital en Instagram, Tik Tok y Twitter,
anima obras de caridad entre inmigrantes. Una segunda vida digital, una como
meme-ificación, que la tecnología le ha dado a esta mujer hispana, devota
Testigo de Jehová que no tuvo siquiera tiempo para engendrar hijos.
Es
ella la identidad chicana que se ha hecho ícono global a través de la música
popular como espacio de resistencia y de construcción de identidad, su música
es un puente entre México y Estados Unidos. Una modernidad fronteriza que lucha
por la visibilidad cultural. Una mitología latina que se incrusta en el cuerpo
lacerado por la violencia del gigante del norte, dándole un renovado aire de
frescura. Su sonrisa, estética latina,
que es como un poderoso ícono de justicia social le da cobijo al anónimo
migrante que intenta traspasar la muralla de acero, hierro y hormigón que
intenta vanamente separarnos.
Selena
derrumba dos máscaras, la mexicana y la anglosajona. Una vida breve que vivió
intensamente la tensión de ser mexicana y estadounidense al mismo tiempo. Una
lucha por ser reconocida en ambos mundos sin perder sus raíces mesoamericanas.
La soledad histórica del mexicano, como dijo Octavio Paz, brota con inaudita
fortaleza en un intento de expresarse en otra realidad cultural con esa
deslumbrante belleza melódica y corporal que fue y es Selena Quintanilla Pérez:
la necesidad muy legítima de afirmarse frente al otro. El spanglish que emana
sin avergonzase de su adorable boca y el marrón de su piel infinita fueron
puente, no muralla. Hibridismo cultural motivo de orgullo e identidad encarnado
en mujer que se enseña en universidades a los dos lados de la frontera.
Dos lugares y dos culturas que se
reconciliaron magníficamente para siempre en Selena Quintanilla Pérez.
Carora,
Estado
Lara,
República Bolivariana de Venezuela,
martes
9 de diciembre de 2025.