Colegios Santa Catalina de Sena y Nuestra Señora del
Rosario de Carora, Estado Lara, Venezuela,1944-1990
Cuando despuntaba el siglo pasado, en 1900, una joven
religiosa de apenas 29 años, funda la Congregación de Hermanas Dominicas de
Santa Rosa de Lima en la aristocrática ciudad de Mérida, Venezuela. Su nombre:
Georgina Josefa del Carmen, hija del Dr. Foción Febres Cordero y de Georgina
Troconis. Vino al mundo el 16 de noviembre de 1861, cuando el país se
desangraba, lleno de odio y de miserias durante la fratricida Guerra Federal.
Su padre fue un eminente hombre de letras, abogado, y
quien ejerció la rectoría de la Universidad de Los Andes en 1872. De entre sus
hermanos más conocidos figuran el historiador y tradicionalista Don Tulio
Febres Cordero, Rector Honorario de la Universidad emeritense en 1936. Dos
presidentes de la República de Ecuador son sus allegados: León Febres Cordero y
Oberto (+1872), y León Febres Cordero Ribadeneyra (+2008).
Su vocación religiosa se manifestó en uno de los tiempos
más difíciles para la Iglesia venezolana, los gobiernos del Ilustre Americano,
el Presidente Antonio Guzmán Blanco, enemigo declarado de todo lo clerical,
posición que estaba en correspondencia con su ideario filosófico positivista y
su grado de venerable masón. Durante el llamado Septenio (1870-1877) confiscó
los bienes eclesiásticos, decretó el cierre de los conventos religiosos
femeninos e intentó crear una Iglesia separada de la Santa Sede romana. Nada de
esto logró desanimar a nuestra jovencita merideña firme en sus convicciones y
creencias.
La situación familiar no era menos incierta, pues su
padre, ya viudo desde 1873, creyó inconveniente que su hija entrara como
novicia a las Hermanas Clarisas en Mérida, pues ello significaba dejar de lado
los cuidados del hogar y de sus numerosos hermanos menores. La “ciudadela entre
las nieblas”, como llamó Mariano Picón Salas, era una localidad de afincadas y
antiguas tradiciones religiosas, un catolicismo de masas que aun se mantiene con
vigor y aliento y que se manifiesta en buena parte del año. Por ello y por su temple vocacional Georgina resistió
con denuedo y su recio temperamento el
furioso y encrespado anticlericalismo del gobierno guzmancista. Mérida podía
resistir tal ataque por su afincado catolicismo, pues fue desde 1778 Sede
Episcopal. Fue el Obispo Ramos de Lora quien crea el Seminario de San
Buenaventura en 1785 para educar al clero masculino, tal institución es la raíz
de la eminente y esclarecida Universidad de Los Andes de nuestros días.
Una vez que el general Guzmán Blanco desaparece de la
escena política, comienza a decrecer paulatinamente el enfrentamiento entre la
Iglesia y el Estado venezolano. El presidente Rojas Paúl (1888-1890) permite el
regreso de las Órdenes religiosas femeninas, tales como las Hermanas de San
José de Tarbes, ayudó a la conformación de las Hermanitas de los Pobres de
Maiquetía, congregación creada por el Padre Machado y la Hermana Madre Emilia
(1888). La ruptura de Rojas Paúl con su
antiguo protector, Guzmán Blanco, fue total y consumada.
Georgina se incorpora
a la congregación de Santa Ana y atiende con afecto solícito a los enfermos en
el hospital San Juan de Dios, Mérida. Algunas de estas religiosas regresan a
España por estos días, no así algunas religiosas venezolanas que deciden
quedarse en su lar de nacimiento, de entre los cuales destacan la hermana
Georgina Febres Cordero, Julia Picón Febres, Herminia Viloria e Isabel Uzcátegui,
quienes solicitan a la Diócesis emeritense una autorización para separarse de la Congregación de Santa Ana. Fue el 19 de
agosto de 1898. Este acontecimiento se constituye en el antecedente de la Orden
que decide tomar por nombre Congregación de las Hermanas de la Caridad de Santa
Rosa de Lima, quienes el 15 de octubre de 1900 reciben el Reglamento
Institucional. La primera Superiora General es nuestra Hermana Georgina Febres
Cordero.
Este acontecimiento memorable en nuestros anales religiosos
y educativos tuvo lugar en momentos en que le Iglesia Católica universal se
abría al problema social, que era un ardiente asunto de suma urgencia en la
europa de fines del siglo XIX. Por un lado la cuestión obrera y la dramática
explotación a la que eran sometidos los trabajadores por los capitalistas; por
el otro la rápida difusión de las ideas del socialismo científico en los
ambientes industriales. Era, como se podrá observar, unas amenazas que había
que resolver cuanto antes.
Le tocará al papa León XIII asumir tan grande reto,
recogiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano I, cuando da a conocer al mundo
su famosa Encíclica Rerum Novarum en 1891, el cual se constituye en el primer
documento social de la Iglesia. La Encíclica llamaba a los obreros a
organizarse, apoya la propiedad privada, abogaba por el diálogo Estado,
empresarios, trabajadores y la Iglesia. Y, por supuesto, alerta los peligros de
la pérdida de la fe en un siglo materialista, animado de forma dogmática por la idea de progreso e inclinado de forma
peligrosa a la ciencia natural: las ideas de la evolución de las especies de
Charles Darwin, la negación de toda metafísica por la filosofía de Comte,
Spencer, Renan, entre otros. El siglo que moría creyó haber puesto término a
todas las creencias e irracionalidades que venían del pasado y anunciaba una
era de libertad al desprenderse las mentes de los hombres de toda autoridad,
que no era otra que la de la Iglesia.
En nuestro país, tales ideas fueron comenzadas a
discutirse en los ambientes universitarios, tales como la Universidad de
Caracas, donde el alemán Adolfo Ernst y el venezolano Rafael Villavicencio
abogan por la enseñanza de las ciencias naturales y desde ellas, siguiendo sus
métodos, aplicarlos al mundo social. La reacción de los círculos eclesiales no
se hizo esperar. Se abre un debate entre
las posiciones creacionistas y materialistas-darwinistas que tuvo por escenario
la prensa y los periódicos. Desde las páginas del diario La Religión las
enfrenta de forma tenaz y decidida el Arzobispo de Caracas, Monseñor Castro, el
padre Crispín Pérez, entre otros.
En la ciudad natal de la Congregación de las Dominicas el
positivismo será difundido por una vasta
obra de sociología, antropología, historia y literatura por dos eminentes hombres
del saber: Julio César Salas (+1933), y el hermano de nuestra religiosa Madre
Georgina Tulio Febres Cordero (+1938) en las aulas de la Universidad emeritense
de comienzos del siglo pasado.
Bajo la amorosa y decidida dirección de tan excepcional mujer
la Congregación comienza un proceso rápido de expansión por el país. En 1900 ya
atienden con fervor y apasionamiento el Asilo San Juan de Dios, en 1904 el
Asilo San Antonio en San Cristóbal, el Hospital Padre Justo de Rubio (1904), el
Asilo Reverend de Trujillo (1917), la Casa San José de la Sierra, Mérida, 1918,
el Hospital San Antonio, La Grita, 1930,el Hospital San José, Tovar, 1931, el Colegio
Nuestra Señora del Rosario, Rubio, 1931, el Colegio Santa Rosa de Lima, La
Grita, el Hospital Los Andes, Mérida, 1936, el Colegio Nuestra Señora del
Rosario, Boconó, 1938, el Instituto Coromoto, San Cristóbal, 1941, Colegio Santa Catalina de Siena,
Carora,1944, en Carora, 1944, la Betania
de la Virgen de Coromoto, San Juan, 1944.
La madre Georgina muere en su Mérida natal el 28 de junio
de 1925, tras larga y dolorosa enfermedad iniciada en 1908. Al año siguiente, en
1909, debido a la fragilidad de su salud, debió pasar a su prima y cofundadora
de la Congregación, la Madre Julia Picón, el mando de la novel Orden religiosa.
La madre Georgina comenzó 80 años después de su tránsito
a la otra vida su proceso de su beatificación en el año 2005 en la ciudad
emeritense. La madre Georgina se despidió del mundo terrenal dejando un halito
de santidad y amor en el corazón de los venezolanos, en especial en los estados
andinos, lugares de la inicial expansión y consolidación de la muy prestigiosa
Congregación dedicada a la atención de los enfermos, la caridad y a la
educación.
Superioras
Generales de la Congregación:
1900-1909 Madre Georgina Febres Cordero. Fundadora.
1909-1923 Madre Julia Picón. Co-fundadora.
1923-1931 Madre Luisa Lares.
1931-1937 Madre Isabel Uzcátegui.
1937-1940 Madre Gertrudis Bustamante.
1940-1946 Madre Catalina Arria.
1946-1958 Madre Emilia Baptista.
1958-1964 Madre Fides González.
1964-1976 Madre Emilia Baptista.
1976-1988 Madre Sofía González.
1988-1994 Sor Bienvenida Orozco.
1994-2000 Sor Sofía González.
Carora que recibe a las Hermanas Dominicas.
Carora de mediados del siglo XX tenía una población cercana a los 8.000
almas, heredera de una tradición en las prácticas y el culto del catolicismo
que venía desde la Colonia. En 1918 el padre Carlos Borges la llamó “Ciudad
levítica de Venezuela”, ello por la extraordinaria cantidad de sacerdotes
nacidos en estas cálidas tierras del semiárido larense. Es por esa razón que su
iglesia parroquial de San Juan Bautista jamás ha quedado acéfala por falta de
cura, lo cual es verdaderamente excepcional. Es de hacer notar que ya en el genésico
siglo XVI había ya sacerdotes nacidos acá. Podríamos afirmar que más de 160
curas han nacido en Carora, de entre los cuales destacan cinco obispos, uno de
ellos candidato a subir a los altares, Monseñor Salvador Montes de Oca,
asesinado por los nazis en 1944.
Pero lo que contribuyó de manera decisiva a crear una
atmósfera religiosa en la ciudad del Portillo fue el preponderante papel que
jugaron las hermandades y cofradías, unas estructuras de solidaridad de base
religiosa, de entre las cuales destaca la del Santísimo Sacramento, fundada en
1585 por los fundadores de la ciudad. Fue un fenómeno masivo, verdaderamente
popular el de las “entradas” a las distintas cofradías caroreñas. Con tal
adscripción el hermano recién inscrito tenía asegurada su emergencia rauda del
Purgatorio, ese tercer lugar distinto al Cielo y al infierno que no tiene base
bíblica. Además, los hermanos socorrían a los cófrades enfermos, atendían a las
viudas y huérfanos, lo que se constituía de tal forma en una suerte de primitivo
seguro social auspiciado por la Iglesia.
Estas hermandades también poseían sus activos, unas
posesiones territoriales llamadas “Haciendas de las Cofradías del Montón”,
extensos parajes ubicados al oeste de la ciudad en la vía al Lago de Maracaibo.
Allí laboraban unos 160 esclavos en la cría y la ganadería. En 1776 en visita
pastoral a Carora el Obispo Mariano Martí, obtuvo de tales haciendas los
recursos para crear las dos primeras escuelas para niños y pagar los docentes.
Ha sido, pues, la ciudad centro de un antiguo espíritu
devoto, que se manifiesta en las multitudinarias semanas santas y el masivo
recibimiento que se les hizo a los obispos en sus visitas pastorales. Como si
todo esto no bastara, se han creado varios imaginarios religiosos, tales como
el de la Virgen india de la Chiquinquirá de Aregue, la Leyenda del Diablo, y la
no menos célebre Maldición del fraile.
Un rasgo social muy marcado tiene la ciudad, la
existencia de una clase social dominante, de origen peninsular y canario que
domina la vida económica, social y cultural hasta los días de hoy. Son los
llamados “patricios caroreños”, “caras colorá” o “blancos de la Plaza”, un
grupo de familias que practican una endogamia familiar y religiosa notable, las
que mencionaremos seguidamente: Alvarez,
González Franco, Gutiérrez, Herrera, Meléndez, Montes de Oca, Oropeza, Perera,
Riera, Silva, Yépez y Zubillaga. Este pequeño y selecto grupo de personas que ocupa
el vértice de la pirámide social, no solo crea escuelas primarias, institutos
de secundaria, periódicos, clubes y asociaciones, haciendas ganaderas,
solventes casas comerciales, hospitales y casas de caridad, sino que también
ocupan los escenarios de la religión, esto es, las vocaciones sacerdotales, las
cofradías y hermanades, el culto religioso.
Los “patricios caroreños”, la expresión es de Ambrosio
Perera, vivían y viven en el casco viejo de la ciudad, hoy llamada Zona de
valor histórico y colonial. Los jefes de familia de este sector en un 44 %
tenían ingresos superiores a 1.000 bs. y más , a lo que se agrega que era el
asiento de los principales establecimientos comerciales e industriales, cuyos
propietarios residen con sus familias en esta zona. En el nivel educacional
encontramos que el 66 % había realizado estudios primarios, 30 % de educación
secundaria o especial, y un 4 % universitarios. El resto de la ciudad no gozaba
de tales ingresos y de nivel educativo. Nos estamos refiriendo a Barrio Nuevo,
Pueblo Aparte, Torrellas, Trasandino y Carorita.
Es a este escenario, descrito someramente, donde son
recibidas con entusiasmo y fervor la Orden de las Hermanas Dominicas de Mérida
en 1944, invitadas a instalarse en Carora por este reducido número de personas,
pero que tiene una gran iniciativa, así como contactos e influencias en buena parte
del país. Pero son dos ganaderos de apellido Herrera Zubillaga, Teodoro y
Carlos los que se muestran más animosos y decididos a darle respaldo a las
Hermanas Dominicas a abrir un colegio de niñas y señoritas en Carora.
En la Levítica ciudad de Venezuela, Carora, la
Congregación fundó, como hemos dicho, el
Colegio Santa Catalina de Sena en 1944, gracias a las diligencias y al aporte
dinerario, entre otras personas, de Don Teodoro Herrera Zubillaga y su hermano
Carlos. Luego se le colocó, en 1957, el nombre de Colegio Nuestra Señora del
Rosario, Patrona de la ciudad del Portillo de Carora. Comenzó su labor pedagógica
en la casa que hoy ocupa Adolfo Álvarez, en la calle Lara, esquina de la calle
Ramón Pompilio Oropeza, en una casona ubicada en la actual Zona de Valor
Histórico y Colonial. Un rasgo distinguía al recién fundado Colegio, el de
otorgar becas de estudios a niñas de los sectores deprimidos socialmente en una
ciudad en donde existía y aun pervive de
forma atenuada una separación de castas total, que bien podríamos llamar
territorial, según palabras de Ambrosio Perera. El otro colegio de educación
religiosa, pero masculina, se estableció en la ciudad de Carora en1951 con la
llegada de los Reverendos Padres Escolapios venidos de España, quienes huían de
la oprobiosa dictadura del general Francisco Franco.
Don Teodoro era
miembro de una antigua familia de origen canario, Isla Gomera, llegados a
Carora en 1776. Sus padres fueron Ramón Herrera y Rosa María Zubillaga. Nació
en enero de 1904. Pertenecía a la añeja Cofradía del Santísimo Sacramento,
fundada en 1585; hizo sus estudios secundarios en el Colegio La Esperanza o
Federal Carora, instituto que dirigía un laico comprometido, diríamos hoy: el
Dr. Ramón Pompilio Oropeza; fue un hombre
de rasgos filantrópicos, pues repartía entre las familias más pobres y
desvalidas carne y leche y otros alimentos. Miembro del selecto Club Torres. Era,
como se verá, un acaudalado miembro de
las familias patricias caroreñas, poseedor de una probada fortuna, pues poseía la
Hacienda Santa Rosa, Las Antías y el Fundo Don Benito, lugares donde se
experimentó con éxito el Ganado Tipo y luego Raza Carora, Patrimonio Genético
de Venezuela. Contribuyó a crear la Sociedad Regional de Ganaderos de Occidente
(SORGO) en 1946. El año 1954 fue de extremada alegría en su vida pues funda en
tal año la procesadora y pasteurizadora Leche
Carora, al tiempo que su nombre se le coloca al Parque Ferial de la ciudad,
proposición que hizo el gremio ganadero mencionado. Eran, como se notará, los
años de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez.
Uno de sus
numerosos hijos será Eduardo Herrera Riera, el cual se ordena de sacerdote en Chile
en 1951, ocupa funciones de párroco en
la iglesia de San Juan, el obispado de Guanare, y quien a la postre será el
primer Obispo de la Diócesis de Carora, creada en 1993, asumiendo su cargo en 1994 hasta su retiro en 2003.
Inicios
del Colegio Santa Catalina de Sena en Carora.
Este renombrado Colegio de religiosas venidas de los
Andes venezolanos dedicado con verdadera devoción y cariño a la instrucción de
niñas y jovencitas, fue fundado en Carora en septiembre de 1944, a finales de
la Segunda Guerra Mundial, en los años finales del gobierno del presidente
Isaías Medina Angarita (1941-1945). Fue su primera Directora en el año escolar
1944-1945 Sor Francisca Bauste, la cual fue acompañada en los inicios del
colegio por otras religiosas: Sor Consuelo del Amor de Dios, Sor Caridad de San
Juan Luis de Gonzaga y Sor Estela del Agnus Dei.
Al año escolar siguiente continuó como Directora Sor
Francisca Bauste, acompañada de la misma plantilla inicial de religiosas
dominicas. Estas empeñosas y perseverantes mujeres, guiadas por el espíritu de
Santo Domingo de Guzmán (1170-1221), religioso español, comenzaron a dar
instrucción y enseñanzas morales a las siguientes niñas de Primer grado de educación primaria de la manera que se verá de
contínuo:
Gertrudis Chávez, Alba María Chacón, Hilda Margarita
González, Rosario Gutiérrez, Carmen Atala Perera, Carmen Socorro Herrera, todas
caroreñas y quienes presentaron sus exámenes generales el 4 de julio de 1945,
en presencia de un Jurado compuesto por Evangelina de Rosas, Petra Elíes de
Alvarez, Sor Consuelo del Amor Divino, Sor Francisca Bauste, la primera
Directora del Colegio.
Para presentar estas mismas evaluaciones en Segundo grado el mismo día 4 de julio
de 1945, presentaron sus pruebas Ermila Alvarez, María Auxiliadora Florido,
natural de Jabón, Gema Herrera, Aura Marina Oropeza, Graciela Prado, oriunda de
Baragua, Josefina Rodríguez, Blanca Silva, Teresita de Sisirucá. Actuaron en
esta oportunidad como Jurados Sor Francisca Bauste, Belén Alvarez Yépez, Carmen
Josefina Arispe.
Para rendir exámenes de Tercer grado se presentaron las niñas Omaira Bracho, natural de San
Francisco, Petra María Carrasco, oriunda de Muñóz, Blanca Elena Chávez, Ogla
Franco, María Josefina González, Adela Rosa González, María Josefina Herrera,
Teresita Herrera, Josefina Matute, Teresita Montero, Rosario Montes de Oca,
María Margarita Oropeza, Virginia Silva. El Jurado calificador estuvo compuesto
por María Lourdes Curiel, Sor Caridad de San Luis Gonzaga, Olga Castañeda
(docente normalista), Sor Francisca Bauste (Directora). Esta ultima religiosa,
Sor Francisca, marchó luego a Mérida, donde fue la primera Directora del Colegio
Santa Teresita en 1963.
Como se habrá observado, no todas las niñas asistentes al
Colegio de las Hermanas Dominicas asentadas en la ciudad del Portillo eran del
linaje de los “patricios caroreños”, según la expresión del Dr. Ambrosio
Perera, pues como dijimos atrás, la Congregación otorgaba generosamente becas
estudiantiles a niñas y jóvenes de los sectores deprimidos y necesitados, que
eran el grueso de la población.
El 15 de julio de 1945, un jurado compuesto por María de
Lourdes Curiel B. (de ascendencia judía sefardita), Olga Castañeda, Sor
Francisca Bauste, examinaron a las chicas de Quinto grado. Ellas son María Luisa Aponte, Olga Castillo, natural
de Barquisimeto, Irma Colmenárez, María González, María Chiquinquirá Herrera,
Blanca Cecilia Herrera, Amalia Rosa Oropeza, Dioselina Rivero.
Para examinar a las cursantes del Sexto grado de educación primaria se conformó el 15 de julio de
1945 un Jurado calificador integrado por el Bachiller Alberto José Quintero,
egresado del Colegio Federal Carora, José A. Fuentes, Sor María Estela del
Agnus Dei, Sor Francisca Bauste (Directora). Las jovencitas examinadas eran
Teresita Arispe, Lucía Castillo, Josefina Franco, María de Lourdes Gutiérrez,
Beatriz Herrera, Gladys Herrera, Josefa Pernalete, oriunda de Curarigua de
Leal, Teresita Yépez.
Los inicios auspiciosos del Colegio tuvieron lugar en uno
de los momentos más dramáticos vividos por la humanidad, el fin de la Segunda
Guerra Mundial, pues la Alemania nazi se había rendido sin condición alguna en
mayo de 1945 tras el suicidio de Hitler, en tanto que el presidente de los
Estados Unidos Harry Truman pronto ordenaría arrojar sendas bombas atómicas
sobre las indefensas ciudades japonesas de Hirosima y Nagasaki en agosto de
1945.
En Venezuela la situación política era muy tensa, pues se
fraguaba contra el gobierno del presidente general Isaías Medina Angarita un
golpe cívico-militar, el cual y en efecto tuvo lugar el 18 de octubre de 1945,
dando lugar al llamado Trienio adeco, el cual rigió los destinos del país desde
1945 hasta 1948.