Atanasio Kircher |
Mi
interés por este extraordinario sabio
barroco, jesuita y alemán del siglo XVII nació al leer con deleite un libro
incomparable del mexicano Octavio Paz: Sor
Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, allá por la década de los
años 90. El jesuita tudesco, nacido en 1602, era una enciclopedia andante, que
muy atacado por la egiptomanía, dictaminó que la civilización del México
antiguo, como se veía por las pirámides aztecas y otros indicios, era una
versión ultramarina de la de Egipto, opinión que debió haber encantado a su
lectora y admiradora, la poetisa novohispana Sor Juana Inés de la Cruz. El
hispanista estadounidense Irving Leonard ha demostrado
que en México se leían muchos libros prohibidos por la Inquisición: Gassendi,
Kepler, Copérnico, Descartes, y fue muy profunda la influencia de Kircher.
Sor Juana de la Cruz |
El
siglo XVII marca la línea divisoria de dos tipos de pensamiento: el hermetismo
que viene de la Antigüedad y el pensamiento propiamente moderno. Es el triunfo
del cartesanismo y la astronomía newtoniana. Sin embargo este hermetismo sobrevivió con los Rosacruces, y figuras
intelectuales como el místico inglés Robert Fludd y Atanasio Kircher, de
universal renombre en su siglo.
Hombre
de gran ingenio y facundia, erudito poseído por el delirio de interpretación
exclusivista que lo acerca a muchos de nuestros contemporáneos, Kircher creyó
encontrar en la civilización egipcia la clave universal para descifrar todos
los enigmas de la historia. Naturalmente ese Egipto era el de la tradición
hermética. En varios libros demostró con temible erudición y verba, escribe
Paz, que la India, China y el México antiguo debían sus artes, religiones,
ciencias y filosofías al Egipto de la tradición hermética.
Robert Fludd |
Inspirado
en una síntesis cristiana de las religiones, animada por los jesuitas, lo
llevaron a interpretar a Confucio como el sabio egipcio Thot y por los griegos
Hermes. Los brahamanes de la India adoran en sus pagodas a Isis y andan vestidos
de lino y apoyados en un bastón como los sacerdotes egipcios. Los magos y
adivinos de México seguían en sus ritos a los hierofantes egipcios y a los
gimnosofistas de la India.
La
gran pasión de Kircher fueron los jeroglíficos y, como todos en su época, los
vio como emblemas, es decir, no como una escritura, sino como pinturas
simbólicas que escondían verdades divinas. “Hermes Trimegisto, el Egipcio,
escribe Kircher, fue el primero que usó los jeroglíficos, convirtiéndose así en
el príncipe y el padre de toda la filosofía y la teología egipcias…grabó sus
ideas en piedras y rocas eternas y así pudieron saber de Dios de las cosas
divinas Orfeo, Museo, Lineo, Pitágoras, Platón, Parménides, Homero, Eurípides.”
La
egiptomanía fue una de las enfermedades intelectuales de ese siglo. Esa
obsesión se prolonga hasta el Iluminismo del siglo XVIII y el romanticismo del
XIX. A ella le debemos, entre otras obras, La
flauta mágica, de Mozart. En Nueva España el poema Neptuno alegórico de Sor Juana, es de inspiración kircheriana.
Los
libros de Kircher no sólo contenían hipótesis fantásticas apoyadas en una
erudición libresca sino que eran enciclopedias del saber de su época. Se
interesó en la física, sobre todo en la óptica, la astronomía y las ciencias
naturales o filosofía naturalis, como
se las llamaba entonces. A pesar de su inclinación por las hipótesis y las
interpretaciones caprichosas, el jesuita era un verdadero sabio y estaba en
relación con las mejores mentes de Europa. Leibniz se interesó en su idea del
origen egipcio de los ideogramas chinos, aunque al final la rechazó.
En
una extraordinaria amalgama del saber, en la obra de Kircher confluyen tres
corrientes: el catolicismo sincretista, tal como lo representaba en el siglo
XVII la Compañía de Jesús, el hermetismo neoplatónico “egipcio” heredado del
Renacimiento y las nuevas concepciones y descubrimientos astronómicos y
físicos, en una superposición de hechos, ideas y fantasías. Un verdadero
delirio razonante. El caso extremo de nuestro jesuita no es el único. La mescla entre las creencias e ideas del neoplatonismo
hermético, la alquimia, la Cábala y las nociones y las nociones de la nueva
ciencia eran una característica general del siglo XVII.
Kircher
representa, afirma Octavio Paz, una tradición universal todavía viva, una
tradición que no ha cesado de inspirar a los poetas de nuestra civilización,
desde el Renacimiento hasta la posmodernidad.