JACOBO PENZO |
Es
una magnifica pluma que se revela como un extraordinario humanista, de una
amplia cultura y de una capacidad critica pocas veces vista del hecho
cinematográfico. Yo había disfrutado de sus filmes desde hace mucho tiempo,
tales como La casa del agua, Cabimas,
El afinque de Marín, entre otras
excelentes producciones. Pero debo confesar que como escritor no le conocía, lo
cual lamento de veras.
Recientemente
leí su trabajo primoroso y bien hecho: Cine Escrito. Textos sobre grandes películas
programadas por Cinecelarg3, 2015, el cual me ha dejado gratamente
sorprendido. Lo primero que pienso es que la saga de los escritores caroreños
no se agotó con Luis Beltrán Guerrero, Héctor Mujica o Guillermo Morón. No, de
ninguna manera, pues continúa con gran fuerza expresiva con este cineasta,
pintor y critico de cine que nació en 1942.
El
libro se divide en siete partes, muy intensas y agradables. La primera sobre el
cine norteamericano. Allí nos deleita con unas maravillosas y breves críticas
de lo mejor del cine del Norte y en donde revela su conocimiento profundo del
arte del celuloide. No podían faltar el género western, filmes que produce una sociedad fascinada por Dios y por
las armas, y llevado a su mejor expresión en las cintas de Clint Eastwood. No
podía faltar acá una referencia a James Dean, arquetipo del joven rebelde,
inmortal, gallardo y perfilado, imagen detenida de un hombre siempre joven y
apuesto. Las calles de nueva york, esa jungla humana, se nos revela con
dramatismo en un film que es como el reverso del sueño americano: Vaquero de medianoche, protagonizada
por Jon Voiht y Dustin Hoffman. Sobre el pequeño actor escribe Penzo uno de sus
mejores trabajos: Quién es Dustin Hoffman, que tiene una profunda penetración
psicológica del actor que guarda en su interior el esencial misterio del ser.
La economía de medios actorales tiene su epitome en Paul Newman, su capacidad
de concentración, intensidad e impasible contención, y que logra la magia
étnica de convertirse, caucásico como era él, en un autentico aborigen
norteamericano. De La naranja mecánica,
una apoteosis de violencia y maldad que es la cinta más pesimista de Kubrick.
Del
cine francés destaca Clair de femme,
la fuga a Caracas de un hombre abrumado por la tragedia, un film de Costa
Gavras. El otro es Lucien Lacombe, cinta
sobre la herida causada a Francia por la invasión nazi. En Mirar desde Alemania, Penzo nos encanta con
El padre de todos los vampiros, Nosferatu,
una sinfonía del horror una obra de belleza y lirismo. Los asombrosos movimientos de cámaras del director Murnau,
los mejores recursos del expresionismo alemán en cintas en blanco y negro. Marlene
Dietrich inicia su mito con una frase: “Todo mi cuerpo está hecho para el amor”,
con lo que comienza Penzo El cabaret infernal,
sobre la cinta El ángel azul,
1930.
El
cine soviético nunca fue bien visto por occidente. Destaca Penzo cuatro cintas,
de las cuales apenas una ganó Palma de Oro en Cannes y que ensalza la “gran
guerra patria”, el triunfo de los soviéticos sobre la bestia nazifascista en Cuando pasan las grullas, 1957.
Otra de las partes del libro los dedica Penzo
a los directores: Orson Welles de El proceso. La dama de shanghai, Sed de
mal. Lamento que no se haya
referido a su mejor film: Ciudadano Kane. Le siguen el
infaltable Bergman de Gritos y susurros,
continúa la violenta cinta rodada en México con Los olvidados de Buñuel, y la sorprendente Bella de día, donde una inocente Caterine Deneuve hace el papel de
una dama acosada por el deseo.
Roman
Polansky es un maestro indiscutido del
cine mundial, que resalta los cuchillos como elemento estilístico, reconocible
en Chinatown, Cuchillo en el agua. El
arma siempre tiende a impulsar el drama. En
El pianista, como maestro del detalle, el director polaco nos coloca
nuestra atención en un abrelatas que el oficial alemán regala al músico en
desgracia, un soldado con sensibilidad que no ha debido morir en un campo de
concentración soviético.
En
Otras voces otras visiones, Penzo se pasea por la locura estalinista en Todos bajo sospecha, la venezolana Margot Benacerraf, autora de otra
leyenda que intrigó durante décadas los mentideros del cine mundial: Araya,1959, el film Vivir,
un canto a la existencia terrena de
Kurosawa. No podía faltar el neorrealismo italiano con De Sica, Antonioni,
Fellini, así como Visconti y su
refinamiento decadente y casi perfecto en Muerte
en Venecia. Y qué decir de Woody Allen, quien habla de temas graves sin
solemnidad.