Johann Friedrich Blumenbach |
Poca
gente repara en el origen de los términos que emplea la ciencia en la
actualidad. Uno de ellos, quizás el más polémico y centro de debates, sea el de
raza caucásica, que se emplea para
denominar a la gente de piel blanca que
vive en Europa y en Norteamérica. El origen de este término se lo debemos al Siglo
de Las Luces, el Siglo de la Ilustración europea. En 1795 lo acuñó
Johann
Friedrich Blumenbach, un antropólogo
alemán, discípulo del
naturalista sueco Carlos Linneo. Sostuvo, basándose en estudios de los cráneos,
que existían cinco razas humanas: africana, oriental, malayos, indios
americanos y en el vértice colocó a los caucásicos.
Por
supuesto que los caucásicos eran, en la concepción de este germano, la cúspide
del desarrollo de la humanidad. Pensar esto en los siglos XVIII y XIX era
completamente normal. Hoy no se puede sostener tan desacertada idea. Blumenbach
llegó a tales conclusiones de manera muy subjetiva y por consiguiente poco
científica, pues pensó que los caucasoides era la raza más bella y hermosa del
planeta. Seguramente lo motivó a emitir tal juicio el canon de belleza
grecolatino, el doriforo de Policleto o el David de Miguel Ángel.
Los europeos son los seres humanos más
hermosos, con la gente del Cáucaso en el pináculo más alto del donaire. Las personas
más hermosas debían ser las que vivieran más cerca de nuestro primer hogar, las
actuales republicas de Georgia y Armenia.
Esta idea del origen asiático de la humanidad ha tenido larga vida. Recuerdo
que mi padre Expedito como docente de la Escuela Normal de Carora, me hizo
dibujar un mapa para mostrar a sus alumnos el origen de la humanidad, colocando
el centro difusor de ella en los Montes Urales, actual Rusia.
Escribió Blumenbach que el Cáucaso era el
lugar geográfico donde tuvo origen la humanidad. La cartografía determinó con
mucha fuerza sus ideas clasificatorias de las razas. Hoy sabemos que fue lejos
de allí, en la República del Chad, Tanzania y Kenya, África la cuna del homo
sapiens. Hablamos desde 1987 de la Eva mitocondrial negra que habitaba el
África subsahariana, una idea que Blumenbach jamás pudo pensar, pues el ADN o
genoma mitocondrial se descubrió mucho tiempo después.
Blumenbach
sin embargo no era racista, como el francés Arthur Gobineau, padre del racismo
del siglo XX y consecuencialmente del de
la Alemania nazi que condujo al holocausto judío. Defendió con vehemencia y
contra la corriente dominante de su época la teoría del origen único de la
especie humana. Admiraba a los intelectuales negros y hasta llegó a tener una
biblioteca de autores de color. Uno de ellos fue la poetisa Phillips Wheatley,
una negra de Boston nacida en el Senegal y a quien la posteridad la ha
reconocido como la abuela de la literatura afroamericana.
Blumenbach
vivió toda su vida como profesor enclaustrado, jamás viajó al Cáucaso y
escribió su obra en latín, una lengua muerta, pero sus ideas reverberan a lo
largo de nuestras guerras, nuestras conquistas, nuestros sufrimientos y
nuestras esperanzas.