A comienzos de nuestra vida en
república y después de 20 años del muy desastroso conflicto armado, la Guerra
de Independencia, el estado de Venezuela era de total postración y de ruina.
Los sobrevivientes de aquella hecatombe trataban de darle a aquel naciente
Estado cierta fisonomía y articulación. La capital del antiguo Cantón, Carora,
contaba en esos días con una población de unas 4.500 almas y su jefe político
era Manuel A. Silva, quien sus gastos cubría con 25 pesos mensuales que se pagaban
de las rentas municipales. El Alcalde Primero Municipal era Agustín Zubillaga
quien también ejercía el prominente cargo de Mayordomo de la Cofradía del
Santísimo Sacramento, fundada en 1585; en tanto que el Alcalde Segundo
Municipal era Diego Herrera. Tres ciudadanos, como se habrá notado, pertenecientes
a la incipiente “godarria caroreña” de hace dos siglos. Incipiente, decimos,
pues el proceso de uniones matrimoniales entre miembros cercanos de las
familias godas se va a producir de forma muy intensa durante el siglo XIX, como
he mostrado en mi Tesis Doctoral: Iglesia
Católica, cofradías y mentalidad religiosa en Carora, siglos XVI a XIX, y
que puede consultarse en internet.
Los munícipes de aquella ocasión
también se extraían del “patriciado local”: José Francisco Álvarez, Ramón
Montes de Oca, Ceferino Maldonado. Las funciones de Síndico Procurador General
las ejercía el General José Félix Álvarez. El Secretario Municipal ganaba 12
pesos mensuales, era la única escribanía pública del Cantón, y estaba a cargo
del señor Juan José María Montes de Oca. El señor Francisco Meléndez tenía el
cargo de Juez Primero de Paz, en tanto que el cargo de Segundo Juez de Paz lo
ejercía el señor Juan Cristóbal Carrasco. Los Comisarios de Policía eran 4
personas, a saber, Juan Bracho, Román Verde, Miguel Segovia y Demetrio Goyo ,
en tanto que Lorenzo Meléndez era el Administrador de Correos en aquella remota
ciudad del occidente de Venezuela que fue hasta hace muy poco nuestra ciudad de
Carora.
Un sueldo de 6 pesos mensuales ganaba
el Alguacil Juan Luis Rodríguez, y 9
pesos mensuales la remuneración
del Alcaide de Cárcel, señor José Rafael González. Tales sueldos se extraían de
nuestras muy pobres rentas municipales. En las parroquias del Cantón, como la
de Aregue, el Juez Primero de Paz era José María Vásquez, en Río Tocuyo Juan
José Santelíz, el de Moroturo (actual Municipio Urdaneta) Tomás Polanco, el de Siquisique Gerónimo Torres, en Arenales lo ejercía José
Hernández, en Burere Norberto Piñango y
el Síndico Parroquial Paulino Guerrero, quien además llegaría a ser
administrador de las famosas cofradías “del Montón” de Carora que tenían a Burere
como centro administrativo. Este Paulino Guerrero, último mayordomo de estas
haciendas de la Iglesia fue el responsable, entre otras causas, de la debacle y
extinción de estas ricas propiedades esclavistas de la Iglesia Católica de
Carora, pues puso a nombre de sus herederos muchas posesiones de valor y los
censos de tales haciendas de cofradías.
Estas estructuras de solidaridad de
base religiosa, tal como las conceptualiza el francés Michel Vovelle a las
hermandades y cofradías de la Iglesia Católica, eligieron en Carora en el año
1832 como Mayordomo al Alcalde Segundo Manuel Antonio Álvarez, cargo por el que
fue electo por Joaquín Oropeza, Lázaro Perera, Francisco Morillo, Manuel
Oviedo, Julián Delgado, Juan T. Espinoza, el Vicario interino José María Luna,
Juan Bautista Aguinagalde, J. Evangelista Álvarez y Manuel Morales. Como
notario público firma Vicente Cabrales.
Estas cofradías fueron unas de las pocas instituciones que quedaron en
funcionamiento luego de la muy sangrienta Guerra de Independencia, auxiliando a
los pobres, enfermos y viudas. También actuaban como primitivas entidades
bancarias al prestar dinero a interés, y poseían las extensas explotaciones agropecuarias con
mano de obra esclava, unos 160 negros de la etnia tare, que tenía la Iglesia de
Carora en las extensas y fértiles llanuras que van al oeste de la ciudad en la
actual carreta Lara-Zulia, posesiones que perdió para siempre la Iglesia a
mediados del siglo XIX y que son el antecedente de las grandes explotaciones
agroindustriales del presente. Es de destacar que la Iglesia Católica tuvo el
mérito de haber introducido desde comienzos del siglo XVII el ganado amarillo
traído por los españoles de la conquista, el cual se adaptó muy bien al clima de
estas regiones y que en el siglo pasado fueron cruzadas con razas bovinas europeas y norteamericanas por el señor
Teodoro Herrera Zubillaga, para dar nacimiento al Ganado Raza Carora, de fama
universal.