“Yo soy yo y mi
circunstancia”
Ortega y Gasset
Nadie podrá obviar “la
peculiar dramaticidad y el tono de heroísmo intelectual en la cual la
filosofía, y solo la filosofía, vive”, escribía Ortega y Gasset (1883-1955) en su
libro La idea de principio en Leibniz. Debemos a este filósofo extraordinario y
español la fundación en 1923 la muy famosa Revista de Occidente. Señalaba este
sabio que la filosofía estaba experimentando un renacimiento luego de estar
sometida por el “imperialismo de la ciencia”. La ciencia da prioridad a la
actitud calculadora, instrumental, clasificatoria, tiende a imponer el dominio
del sujeto sobre las cosas, es una amenaza para la filosofía y para la libertad
de pensamiento crítico, de la racionalidad no instrumental, pero sí estética,
ética, religiosa, existencial, que se encuentra en la base de las
manifestaciones no científicas de la cultura humana.
La expresión “la
ciencia no piensa”, manifiesta el punto de vista común que se difunde en el
pensamiento continental europeo, dirigido a defender la filosofía de lo que
nuestro pensador español llamó “imperialismo de la ciencia”. La razón vital
debe sustituir a la razón cartesiana, pues debe existir una compatibilidad
entre la racionalidad y la vida. Ha nacido una filosofía: el raciovitalismo
orteguiano. La segunda mitad del siglo XIX fue una época profundamente
antifilosófica. Vivía una profunda crisis. La filosofía tendía a superar sus
propios límites en un intento de superarse a sí misma, ha corrido el riesgo de
la disolución, decía Ortega.
Estas ideas de Ortega comenzaron
a difundirse en América Latina a partir de 1925, sobre todo en México, donde se
formó todo un movimiento orteguiano con José Romano Muñoz y Samuel Ramos, autor
de El perfil del hombre y de la cultura en México. Se introducía el pensamiento
alemán más reciente, que sustituía al pensamiento francés. Otro fervoroso
orteguista ha sido Leopoldo Zea, quien expuso que la filosofía debe emanar de
la “circunstancia”, es decir, en este caso, de México. La América ibérica se
encuentra a conducida a inventar su propia filosofía, en lugar de recibirla ya
hecha de Europa.
Otros seguidores del
orteguismo en Latinoamérica son Luis Abad Carretero, Francisco Ayala, Benjamín
Carrión, Abelardo Villegas, Francisco Miró Quesada, José Luis Romero, el
uruguayo-venezolano Arturo Ardao, Joäo Cruz Costa, los Nobel de literatura Octavio
Paz, Mario Vargas Llosa, nuestros Mariano Picón Salas y Juan David García
Bacca, entre otros.
En 1923, es decir hace
90 años, funda Ortega la Revista de Occidente, con una difusión enorme en
Europa y en América Latina. Allí escribieron el filósofo y matemático británico
Bertrand Russell, Edmund Husserl, creador de la fenomenología, el filósofo neokantiano
George Simmel, el neurólogo y psiquiatra alemán Ernest Kretschmer, los
escritores Diez-Canedo, Ramón Gómez de la Serna, Antonio Espina, el novelista Pío
Baroja, el narrador Francisco Ayala, la escritora Rosa Chacel, el filósofo
intenso y riguroso Ramiro Ledesma Ramos. Es una publicación atenta a lo más
actualizado del pensamiento, no solo en humanidades, sino también en las
ciencias naturales, vertidos en forma de ensayos.
Podría decirse que esta
revista actualizó el pensamiento iberoamericano, que había dado muestras a
menudo de un sorprendente complejo de inferioridad, incapaz de creer en la
existencia de una especulación metafísica, ética, epistemológica o lógica sui
generis. La América Latina no es en absoluto el pariente pobre de la cultura
mundial. Muy felizmente todo ha cambiado, nos dice el francés Alan Guy, pues
contamos con las notables prospecciones de Leopoldo Zea, Edmundo O`Gorman,
autor de La invención de América, José Gaos, Salazar Bondy y de tantos otros,
que establecieron la idiosincrasia brillante de una potente reflexión
filosófica, desde la frontera mexicano-yanqui hasta la Tierra del Fuego.
En este sentido,
podemos afirmar que el pensamiento de Ortega y Gasset ha sido en gran medida
responsable de este que tengamos hogaño una selva rica y frondosa de
pensamiento filosófico, pues hasta no hace mucho nuestros filósofos eran
juzgados a priori como demasiado exóticos por una orgullosa mentalidad europeísta,
que se hacía eco del filósofo alemán Jorge Guillermo Federico Hegel (1770-1831),
quien afirmaba que América no tiene historia, es naturaleza. Es solo geografía,
paisaje. ¡Qué equivocado estaba el tudesco!