Es
un lugar de obligada visita cuando se llega a la Gran Buenos Aires, cosmopolita
capital de la Argentina. Su nombre se debe a que fue construido en un viejo
huerto de los monjes recoletos. Expropiado por el gobernador Martín Rodríguez y
su ministro, el futuro primer Presidente de la Nación, Bernardino Rivadavia. Se
convirtió en necrópolis en 1822 y por años fue el único cementerio de la ciudad
y lugar elegido por los ciudadanos acomodados de la ciudad para descansar por
el resto de la eternidad, nos dice Omar López Mato, autor de Guía del cementerio de La Recoleta. Ciudad de Ángeles (2004). Hermoso
trabajo que lleva por subtítulo el empleado por mí para darle título a este
artículo y documentarme para escribirlo.
Uno
se sorprende al ver tanta magnificencia y boato al apenas entrar. Es la Nación
rica y los príncipes de la pampa quienes copiaron de los burgueses italianos y
franceses, no sólo sus ropas y su espíritu, sino también las esculturas que
admiraban en los cementerios de Père Lachaise en París y Staglieno en Génova,
nos dice López Mato. Justamente al lado del cementerio se encuentra una joya
arquitectónica colonial, la Iglesia del Pilar, la cual fue proyectada por los
sacerdotes Klaus y Wolf y construida por Andrés Bianchi, todos jesuitas que
habían trabajado en la construcción de la Catedral Metropolitana. Juan Narbona,
un rico comerciante, donó el dinero para su edificación. La iglesia fue
terminada en 1732.
El cementerio
recibió al principio el nombre de Cementerio del Norte, y fue delineado por Proper
Catelin, ingeniero francés. En 1863, el obispo de Buenos Aires le retiro la
bendición después que el presidente Mitre ordenara el entierro de un conocido
masón, bendición que hasta hoy no fue restituida. Durante 1888, el Intendente
de la ciudad Torcuato de Alvear reconstruyó el deteriorado cementerio con la
asistencia del arquitecto Buschiazzo y lo llevaron a la extensión presente. En
1946 fue declarado Monumento Nacional.
Impresiona
la cantidad de hombres y mujeres prominentes allí sepultados. Músicos, poetas,
jefes de gobierno, pintores, docentes, militares. Empecemos a mostrarlos: Juan
Bautista Alberdi (+1884), redactor de la Constitución Nacional; Martín de
Álzaga (+1812) el hombre más rico de su época; la familia de los Anchorena, los
terratenientes más poderosos del siglo XIX; Pedro Eugenio Aramburu (+1970), uno
de los militares que depusieron a Perón; Marco Avellaneda (+1841), el mártir de
Metán; Pierre Benoit (1853), el nunca ungido rey Luis XVII; Rufina Cambaceres
(1903), la misteriosa dama de blanco, fue enterrada viva a los 19 años; Eva
Duarte de Perón, Evita (+1952), siempre hay flores en su tumba. Su cuerpo fue
embalsamado por el doctor Pedro Ara y vagó en secreto militar por Italia y
España, donde fue devuelto al general Perón, su esposo; Luis Ángel Firpo
(+1960), el Toro de las Pampas, boxeador que aparece en bata como si fuera a
enfrentar a la muerte; Bartolomé Mitre (+1906), “quiero morir como un romano”,
palabras que dijo al ser herido mucho antes de morir este presidente de la
Nación.
Otros
difuntos de La Recoleta son: Martín Rodríguez (+1844), fundador de este
cementerio que no es camposanto, por razones arriba aludidas; Juan Manuel de
Rosas (+1877), presidente de la Nación, gobernó con mano de hierro durante 20
años; se dice que cuando se abrió el cajón de su esposa, Encarnación Ezcurra,
se la encontró intacta, como si estuviera dormida: Domingo Faustino Sarmiento
(+1888), Presidente de la República quien diseñó él mismo su tumba de acuerdo
al ideal masón, autor de Facundo o civilización y barbarie; Luis Vernet
(+1871), último Gobernador de las islas Malvinas, hogaño en manos inglesas.
Pero
hay más en esta extraordinaria necrópolis. Me refiero a las tumbas colectivas,
tales como las bóvedas masónicas. Allí se encuentran los presidentes Sarmiento,
Hipólito Yrigoyen, y José Hernández, autor de Martín Fierro; otro es el Panteón de los Combatientes del Paraguay,
un soldado y un marino custodian el sueño de estos héroes; la familia Devoto
erigió lo que se llamó El ultimo palacio; Panteón de los Ciudadanos Ilustres,
que tiene una extraordinaria placa realizada por el artista italiano José Livi,
que muestra la escena bíblica “Dejad que los niños se acerquen a mí”; más allá
están las Tumbas Británicas, contentiva de 668 cuerpos, el más importante es
César Augusto Rodwey, Ministro de los EEUU; panteón de la familia Atucha,
estancieros acaudalados y adversarios del presidente Rosas, tal como Jorge
Atucha (1863), amante de las carreras de caballos; La familia Spinetto, la
puerta de este mausoleo fue hecha en Italia y muestra a San Jorge en lucha con
el dragón.
Se
cuenta que el escritor Jorge Luis Borges era asiduo visitante del lugar, ahora
patrimonio artístico, una de las más extraordinarias necrópolis del mundo. Este
cementerio encuentra en Omar López Mato a su lazarillo perfecto; de sumo
interés para historiadores, investigadores, estudiosos del arte, turistas, Ciudad de Ángeles, está sembrado de
anécdotas deliciosas, cada imagen equivale a una historia. López Mato rescata -cámara
en mano- a próceres e ignotos, enemigos y amantes, maestros y alumnos,
científicos, artistas, intelectuales y personajes legendarios de la ciudad.
Hoy, todos ellos, discretos vecinos de la eternidad.