martes, 2 de octubre de 2012

Augusto Pereira: copeyano astronauta


De hablar pausado y buenos modales, Augusto me da una entrevista muy cordial. Se siente orgulloso al haberse considerado copeyano de los astronautas, el sector más avanzado del socialcristianismo criollo que liderizaba Abdón Vivas Terán. Tiene 23 hijos, 20 nietos y 8 bisnietos; casado con la barranquillera Marcela Soñett, me dice este hombre sencillo y cordial que admiraba al recién fallecido Domingo Alberto Rangel y que soñaba con la justicia social. La boda me la hizo el difunto padre Andrés Sierralta D’Santiago, recuerda.
Cursó la primaria en la Escuela Contreras de la directora Olga Castañeda y el bachillerato en el Liceo Egidio Montesinos en tiempos del profesor David Lasry, allá en la calle Carabobo esquina de la Ramón Pompilio. Siempre ha vivido en La Cruz Verde del Trasandino. Su familia viene de San Cristóbal, pueblecito situado al norte de Aregue. Me dice que su madre vio cuando en esa plazoleta de la Cruz mataron al Negro Ávila “por desapartar una pelea en la que participaba un vecino que vivía al frente de su casa”.
Fue empresario del transporte urbano, pues fundó la línea de maxi-taxis denominada Transporte Osiris. Lo ayudó desde la sindicatura municipal el entonces joven abogado Oscar Ferrer. Su socio fue Pedro Mendoza en la empresa que se inició con 14 busetas marca Hiace, japonesas. Se desempeñó como gerente de la CANTV, la compañía estatal de teléfonos. No le corté el teléfono a nadie, me dice. Carora tenía en ese entonces unos 2.000 suscriptores y se produjeron pocas innovaciones tecnológicas en esos 5 años que estuve al frente de la CANTV. Sustituyó en el cargo a un valerano, el señor Briceño, en tanto que al ganar las elecciones los adecos, lo sucedió Nicolasito Torcates, quien venía de ser comandante de la policía. La empresa tenía 6 operadores de tráfico,  3 linieros, 3 obreros, una secretaria y un contador.
Como militante socialcristiano le tocó recibir, junto a Alejandro y al Chicho Carrasco, a Jesús Morillo Gómez, quien venía de los silos de Acarigua, de donde lo sacó el presidente Caldera por meter ideas comunistas a los obreros; lo  alojan en el Hotel Bologna propiedad de Livio Martinengo; posteriormente lo presentan al Sindicato Mixto Autónomo de Trabajadores del Distrito Torres. Allí comienza la carrera política de este extraordinario, polémico y aguerrido falconiano, quien iba a realizar lo impensable: hacer política de izquierda, radical e igualitaria desde el seno de un partido rancio y conservador, Copei.
Los sacerdotes escolapios colaboraban con el partido, me dice Augusto. El padre Nagore, Alfonso, el padre “Peluquín”, del cual no recuerda su nombre; también ayudaban algunos laicos tales como Luis Montes de Oca, Bernardo y Teodorito Herrera. Morillo les quita el partido a los godos de Carora, señaladamente a Nacho Herrera, quien pasa en lo sucesivo a ser un segundón. Morillo los tildaba de oligarcas y hasta tuvo un conato de pelea con Efraín Riera, quien fue a buscar al falconiano a los silos de Adagro.
Recuerda que Morillo no despreciaba a nadie, resolvía problemas políticos y también personales, visitaba la casa de los difuntos, así también iba a fiestas y saraos. Augusto se sentía “morillista”. El mayor triunfo de este caudillo copeyano fue la expropiación de 3.600 hectáreas en la Hacienda Sicarigua, dando nacimiento al Asentamiento Campesino Montañas Verdes. El presidente Caldera no veía con buenos ojos aquello, dice. Incluso mandó el primer mandatario un contingente de las Fuerzas Armadas, pero la sangre no llegó al río. Intercedió en este pleito liderado por los godos de la Ganadera (Sociedad regional de Ganaderos de Occidente) el Instituto Agrario Nacional. El populacho-dice Augusto en tono enfático-le había perdido el miedo a los godos. Morillo y Cornelio Rivas fueron los artífices de aquellas jornadas populares en las que participó la gente del Central La Pastora, El Empedrado, San Pedro. Esas haciendas están en plena producción, reflexiona mi entrevistado.
Morillo no entró jamás al Club Torres, el centro social de la oligarquía; era católico, apostólico y romano. Se confesaba semanalmente con el padre Nagore en el Cristo Rey y en la iglesia San Juan con el reverendo padre escolapio Juan Bautista Pérez Altuna. Me confiesa Augusto que Morillo se opuso a que demolieran las ruinas de la iglesia que estaban en la Plaza Torres, las que Ché Ramón Hernández compró al Obispo Críspulo Benítez, quien a su vez las recibió del padre Pedro Felipe Montes de Oca.
Finalmente me declara este calmoso y afable personaje caroreño, que simpatiza de manera decidida con el proceso de transformaciones y de cambios que vive la Venezuela del presente. Al despedirse de mí, dobla un tabloide y se lo coloca en la axila. Alcanzo a ver allí unas letras que dicen: Cuentos del Arañero

El juicio del mono (1925)

Pareciera mentira que en Estados Unidos, el país más próspero del  mundo, que había salido fortalecido y casi indemne de la terrible e inúti...