Este genial pensador
nacido en París en 1929 en el seno de un hogar judío donde se hablaban tres
lenguas, se ha convertido en un pensador insustituible en la actualidad, sin
lugar a dudas. Le conocí gracias a unas referencias suyas hechas por el Nobel
de literatura peruano Mario Vargas Llosa. Su poderosa mente analítica le viene por su
condición hebraica que le ha dotado de un cosmopolitismo de amplias
dimensiones. Lo otro tiene que ver con su condición políglota, pues fue educado
en tres lenguas maternas: alemán, francés e inglés, además domina el italiano,
el griego y el latín. Ha ganado el Premio Príncipe de Asturias en 2001.
En 1974 publica un libro
que recomiendo en mis clases de doctorado: Nostalgia
del absoluto. Acá examina el declive que ha sufrido la religión en el mundo
moderno, lo que llamó Weber “desencantamiento del mundo”, y el intento de
reemplazarla por tres pensamientos sustitutivos: el marxismo, el psicoanálisis
de Freud, la antropología estructural de Claude Lévi-Strauss.
El serio problema de
las traducciones, que son siempre incompletas y parciales, la aborda en otro
libro genial: Después de Babel.
(1975). “En todo movimiento intelectual -afirma- va
implícita la traducción, toda traducción es intralingual, interlingual e
intersemiótica.” En La muerte de la
tragedia (2005) examina las razones del por qué tal género literario nacido
en Grecia de la Antigüedad es solo patrimonio occidental, pues en China e India
no se le conoce. Perder la tragedia-advierte Steiner- es una enorme pérdida
cultural que es producto del proceso de secularización que sufre el mundo
moderno. “Es que no toleramos la presencia de Dios” se lamenta.En Prefacio a la Biblia hebrea (2004) afirma con rotundidad: tal libro Es el libro de los libros y es el fundamento central y básico de la cultura en Occidente. El Antiguo Testamento es el texto fundador de nuestra cultura, en el que el semiólogo argentino Walter Mignolo ha realizado interesantes interpretaciones sobre los descendientes de los hijos de Noé: Jafet, Sem y Cam, estos últimos condenados por Dios a la esclavitud, y por ello se fueron a vivir a África luego del diluvio universal.En 2001 se adentra nuestro autor en el serio problema de la creatividad en el pensamiento, el arte, la religión, la literatura, la historia, en Gramáticas de la creación. Allí nos dice este sabio: “La persistencia en resistirse a la nada que implica inventar lo que no es.” Y también: “Hacer surgir lo que no es, ya sea una idea, una obra de arte, una sinfonía o una pintura, es entregar una criatura en el mundo, modificarlo.” En este extraordinario libro se hace Steiner una pregunta esencial: “¿Hay ideas originales o todo es interpretación y mimesis (remedos) de lo ya hablado?” Este es un libro que recomiendo a mis amigos poetas, a los docentes de arte, de letras y música que acuden a nuestro Pedagógico barquisimetano a doctorarse en Cultura Latinoamericana y Caribeña.
En un mundo cada vez más gobernado por la ciencia y por la técnica,
es Steiner el representante excelente de un humanismo cada vez más raro. Y es
que en las venas de la ciencia no corre verdadera sangre, nos recuerda
Heidegger. Por ello Steiner es firme partidario de la unificación de las dos
culturas de las que habló Snow: las ciencias y las humanidades. “Hay una
profunda congruencia entre lo estético y lo matemático”, lo cual acerca su
pensamiento al Nobel de química Prigogine, y en la escritura de habla
castellana al físico teórico y literato argentino Ernesto Sábato, el autor de Sobre héroes y tumbas y El túnel.
Se le ha acusado de omitir la cultura en la lengua de Cervantes, lo
cual no es cierto, pues le he oído decir que “La fiesta del chivo de Vargas Llosa es una de las mejores novelas
que he conocido”, al tiempo que no oculta su admiración por Jorge Luis Borges.
Dejo en manos de mis
lectores estas reflexiones de este gigantesco pensador vivo que sostiene con
Spinoza que la creación artística y literaria necesita de la soledad, pues solo
ella propicia nuestro encuentro con lo trascendente. Lo otro será la singularidad
de la creación artística, reflexión en la que coincide con otro judío y critico
de literatura, el estadounidense Harold Bloom, quien nos habla de
“extrañeza” de las verdaderas obras
literarias