Dr. Pastor Oropeza Riera |
El
Diccionario de Historia de Venezuela
menciona a varios distinguidos hombres
de apellido Oropeza, todos caroreños: Dr.
Juan, abogado y escritor, rector de la
UCV en 1945; Dr. Juan Manuel, rector de la Universidad de Caracas en 1819; Dr. Ramón
Pompilio, fundador del Colegio Federal
Carora en 1890; Dr. Ambrosio, abogado, constitucionalista en 1947 y 1961; y por
supuesto el Dr. Pastor Oropeza Riera (1901-1991), eminente pediatra, escritor, pedagogo y
político que nos ocupa.
Cuando
el Dr. Pastor regresó en su vejez a Carora en 1982, tuve la oportunidad de entrevistarlo en compañía de Gerardo Pérez
y Alejandro Barrios y hacerle caricaturas
para el periódico Yaguarhá, órgano de la Sociedad Amigos de la Cultura. Como probado
caroreño que era, se vino a morir a Carora. Acá pasaba los días en su casa de la calle Contreras, acompañado
de su esposa Egilda, sus cigarrillos y
recuerdos. Un retrato de “Papa Poncho” presidía su biblioteca. Le hice saber, para
su sorpresa, que leía yo El orden
caníbal, una dura critica a la profesión médica como negocio. Alabó a su hijo natural, Héctor
Mujica, como un gran escritor.
Se
me pide escribir sobre él a propósito de su natalicio el 12 de octubre. Elijo
hacerlo sobre uno de los libros fundamentales de la medicina en Venezuela. Me
estoy refiriendo a El Niño, escrito
por el joven Pastor en 1935, que
seguramente redacta mientras ejercía la
medicina y el cargo de sub-director del Colegio Federal Carora. Es un pequeño texto de 212 páginas, impreso en
la Editorial Elite, Caracas. Ameno y pedagógico,
exhibe unos rasgos fundamentales: subraya constantemente el carácter social del
oficio médico, y trata de adaptar los conocimientos médicos adquiridos en
Francia a las condiciones del trópico.
Como sabemos, Pastor gradúa de bachiller de la mano de los doctores
Ramón Pompilio Oropeza y Lucio Antonio Zubillaga, en el Colegio Federal Carora
en 1916; de médico lo hace en la
Universidad de Caracas, en 1924, cuando refulgían las figuras de los doctores
Luis Razetti y José Gregorio Hernández; y continuará sus estudios de posgrado
en la Universidad de París, en donde recibe en 1928 el título de Médico Colonial, especialidad
Pediatría, bajo la guía de los doctores Marfan y Nobecourt.
Durante
10 años será médico pediatra en su ciudad natal. Esta experiencia in situ le permitirá obtener una visión concreta
de las terribles condiciones de salud de los neonatos en el semiárido. En 1935, año de la muerte de Gómez,
publica El Niño, un libro señero en
la medicina venezolana y que llamará la atención del médico y político Dr.
Enrique Tejera, Ministro de Sanidad del gobierno de López Contreras, quien
deslumbrado por lo que lee allí, lo invita a incorporarse al recién creado
despacho. Nace de esta manera y con esta oportuna publicación el que será
llamado Padre de la Pediatría en Venezuela.
El
libro esta dividido en nueve capítulos,
con una suerte de introducción: El por qué se escribió este libro. El cuerpo del texto se refiere al niño en general y normal, lactancia
materna, alimentación por una nodriza mercenaria, lactancia artificial, niños
débiles y gemelos, alimentación en el sexto mes en adelante,
destete-ablactación, higiene, el niño enfermo, reglas de higiene infantil.
Eran
esos capítulos unas conferencias sobre Puericultura que elaboró cuando
trabajaba como medico junto a la Sociedad Teresitas del Santuario, mujeres que
socorrían con alimentos y medicinas al elemento menesteroso. Una vez escritas
decide publicarlas en forma de libro. No existía entonces un tratado completo
de Puericultura en el país. “Llena esta publicación un vacío, aunque sin
exponer nada original”, dice su autor en un gesto de modestia.
Nos
advierte que entre nosotros, más por ignorancia que por indiferencia y
crueldad, existe una incomprensión absoluta de lo que significa el niño y su
formación. Que la sífilis y el alcoholismo son dos venenos que de manera marcan
su huella en la descendencia. El venezolano bebe demasiado. Se deben suprimir los brebajes y depurativos
de los mercaderes y hacer de los productos antisifilíticos medicamentos de
Estado. Se debe estimular el deporte entre la juventud. Esa práctica hace falta
porque los domingos son muy aburridos en los pueblos.
Estimula
a las caridades privadas a la constitución de sociedades destinadas a la
protección de la mujer indigente en cinta, como las mutualidades maternales y
comedores gratuitos. Se deben revisar los aspectos legales de la protección de
la madre y del niño, pues nuestra legislación es muy atrasada. Las mujeres son
tiradas a la calle por el delito de tener un hijo en sus entrañas. Se debe
igualar la condición del hijo natural a la del legítimo. Si al niño no se le
protege, se le cuida y se le alimente convenientemente, lo más probable es que
perezca y eso es lo que sucede en gran parte entre nosotros. De ahí lo
exagerado de la mortalidad infantil venezolana, desgraciado factor que mantiene
nuestra población estacionaria, a pesar del coeficiente de natalidad elevada.
Previene
sobre la lactancia artificial. La leche materna es para el niño el único
alimento racional, es la única que él puede digerir sin perjuicios para su
salud. Señala que en Carora en 10 años de ejercicio ha notado solamente dos
casos de muerte por gastroenteritis en dos niños de las clases pudientes sometidos a lactancia
mixta. Las curvas de peso y su evolución son iguales, si no superiores, a las
expuestas por autores europeos. Agrega que el factor calor no afecta el
desarrollo normal de los neonatos, como se cree en Europa. Debemos adaptar
nuestros géneros de vida al trópico. La higiene nuestra debe ser distinta a la
europea.
Finalmente
observaremos que Oropeza reconoce que el Presidente Gómez prestó atención y dio su apoyo para la consultoría
pediátrica en el Hospital Vargas y que construye un hospital de niños, la
Casa-Cuna Concepción Palacios, un reconocimiento que es oportuno destacar, pues
entre nosotros ha calado la rotunda afirmación de Mariano Picón Salas de que Venezuela entró
al siglo XX en 1936.