El
carnaval es uno de los fenómenos de la cultura popular menos comprendidos por
la cultura y la estética burguesa contemporáneas, sobre todo los del siglo XIX.
Este es uno de los sorprendentes criterios -entre muchos- del crítico literario
soviético Mijaíl Bajtin (1895-1975) expuestos en La
cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de Francois
Rabelais, un memorable estudio, ya un clásico del siglo XX.
Con
esta fiesta se ha cometido un anacronismo inaceptable, pues se ha visto deformada
al modernizarla. No se ha comprendido que los festejos del carnaval, con todos
los actos y ritos cómicos que contienen, ocupaban un lugar muy importante en la
vida del hombre medieval, sobre todo en los países latinos: Francia, Italia,
Portugal y España. Ofrecían una visión del mundo, del hombre y
de las relaciones humanas totalmente diferentes, deliberadamente no-oficial, exterior a la
Iglesia y al Estado, dos instituciones graves y circunspectas.
La
risa carnavalesca es ante todo patrimonio del
pueblo, este carácter popular es inherente a la naturaleza misma del
carnaval: todos ríen, la risa es
“general”. La risa es, en segundo lugar, universal,
el mundo entero parece cómico y es percibido y considerado en un aspecto
jocoso. Por ultimo esta risa es ambivalente:
alegre y llena de alborozo, burlona y sarcástica, amortaja y resucita a la vez.
La
risa influyó en las más altas esferas del pensamiento y en el culto religioso.
Se escenificaban en la calle y en la plaza pública parodias y burlas de la
liturgia religiosa, parodias y bufonadas de las lecturas evangélicas, de las
plegarias, los salmos, de las letanías, incluso
de las más sagradas como el Padre Nuestro, el Ave María. Todo ello- y esto nos
sorprende mucho hoy en el siglo XXI- tolerado en cierta medida por la Iglesia.
Los
ecos de la risa de los carnavales
públicos repercutían en los muros de los monasterios, universidades y colegios.
Con un lenguaje cargado de groserías y
palabras injuriosas contribuía a la
formación de una atmósfera de libertad. Se burlaban de la gramática latina, de
la sabiduría escolástica aristotélica y hasta de los métodos científicos de
principios de la Edad Media. La gramática jocosa estaba muy en boga en el
ambiente escolar culto de la Edad Media. Es muy posible que hasta el muy grave “Doctor
Angelicus”, Santo Tomás de Aquino, haya sido tocado algunas veces por la risa
medieval. En su lecho de muerte pidió que le leyeran El cantar de los cantares,
el más sensual y mundano de los episodios bíblicos. San Francisco de Asís se designaba sí mismo
“juglar del Señor”, su original
concepción del mundo con su alegría espiritual, su bendición del mundo material
y corporal p
La
literatura cómica latina del Medioevo llega a su apoteosis durante el apogeo
del Renacimiento con el Elogio de la locura (1511) de Erasmo de Rotterdam,
una de las creaciones más eminentes, afirma Bajtin, del humor carnavalesco en la literatura mundial.
Pero esto no queda allí, pues otros autores del Renacimiento tuvieron
inclinaciones literarias análogas: Boccacio, Shakespeare, Lope de Vega, Tirso
de Molina, Quevedo, Guevara y Cervantes. No sólo la literatura, sino también
las utopías del Renacimiento y su concepto del mundo estaban influidos por la
visión carnavalesca del mundo y a menudo
adoptaban sus formas y símbolos.
La panza de Sancho Panza -estética de la
deformidad-, su apetito y su sed, son esencial y profundamente carnavalescos.
El materialismo de Sancho, su ombligo, su apetito, sus abundantes necesidades
naturales constituyen lo “inferior absoluto” del realismo grotesco, la alegre
tumba corporal abierta para acoger el idealismo de don Quijote, un idealismo
abstracto, aislado e insensible. Risa y seriedad en la novelística de Cervantes, en la que el rechoncho escudero
representa las Carnestolendas, y el espigado
Don Quijote la Cuaresma.
Puede ser calificado de catolicismo carnavalizado.
La
cultura cómica popular es infinita, muy heterogénea en sus manifestaciones,
poseedora de una naturaleza ideológica profunda, tiene un
inmenso valor como concepción del mundo y su valor estético es innegable. Solo
la risa puede captar ciertos aspectos excepcionales del mundo, aspecto que no
entendió y atacó el cristianismo primitivo y mucho después el siglo XVIII de la
Ilustración, movimiento de las ideas dominado por la tiranía de la Razón.
Bajo
la influencia de la cultura burguesa, la noción de fiesta no ha hecho sino
reducirse y desnaturalizarse, aunque no llegara a desaparecer. La fiesta es la
categoría primera e indestructible de la civilización humana, despojada de lo
utilitario brinda los medios para penetrar, aunque temporalmente, a un universo
utópico. Ya lo dijo Goethe: “el carnaval
es la única fiesta que el pueblo se da a sí mismo.”