El maestro Alfredo
Boulton escribió que en la Venezuela colonial hubo tres escuelas pictóricas
resaltantes: Caracas, Mérida y Río Tocuyo. Fundado Río Tocuyo como pueblo de
indios tributarios en 1620, se encuentra en la zona semiárida del Municipio
Torres del Estado Lara, Venezuela, a unos 25 kilómetros de Carora. Boulton lo
llama pueblo venezolano, centro de gran actividad pictórica popular.
Un programa y una
política de la imagen que tiene como propósito motivos espirituales, y la
necesidad de la evangelización entre los grupos indígenas, dice Serge Gruzinski,
es lo que explica la aparición en este perdido y remoto pueblo, de una importante
escuela pictórica en nuestros tiempos barrocos coloniales, y que se expresa
hasta el siglo XIX con alguna fuerza.
El pintor popular, dice
Boulton, tiende a la simplificación del concepto lineal, a la reducción de un
esquema, contrariamente a lo que harían artistas de cultura académica. Tiende a
presentar su obra de la manera más simple y directa, ejecutándola a base de
rasgos fáciles de entender y evitando todo rebuscamiento superfluo. Ese
desnudamiento del rasgo se encuentra magníficamente logrado, tanto en obras
clásicas griegas, en los pintores persas, en imágenes bizantinas, así como en
la catedral de Chartres o en nuestras pinturas de Río Tocuyo. Es una de las
maneras más remotas de la expresión humana , que ha sido denominada ingenua, cándida,
autodidactica, mestiza, popular, primitiva, “naïve”.
Las imágenes de Río Tocuyo estuvieron concebidas con la mayor economía de rasgos, y cierta dureza en el dibujo, pero también con una exaltada vibración en los colores, factores que casi siempre se repiten en muchas de sus producciones. Al estudiar sus características, dice Boulton, resalta la actitud algo hierática y como de aislamiento espiritual que envuelve y que va más allá de la simple representación gráfica del propio sujeto. Pareciera que respondiesen a un estado de ánimo que afloraba de aquellos seres y que les hacía aparecer como incomunicados y abstraídos; sensación que el artista acertó plenamente a dar dentro de la magnífica intensidad del colorido.
En estas pinturas es
frecuente observar el empleo de la témpera. Aquellos artistas no solo
utilizaron el óleo, sino que recurrieron a este proceso ya en desuso para aquel
entonces. La témpera le daba le daba a la superficie de las tablas como un
brillo de calidad esmaltada, lo cual unido a la intensidad del colorido, le confirió
a la imaginería de Río Tocuyo el muy especial carácter que tiene.
De este pueblo colonial
conocemos, por lo menos, cuatro obras de la misma mano. Su autor el “Pintor de
Santa Teresa de Jesús” a causa de una imagen de esta advocación. Son igualmente
del mismo artista una Santa Bárbara, y una Santa Rita de Casia. La imagen de Santa Teresa de Jesús es, en cuanto a colorido, de una belleza pocas veces
lograda en nuestra pintura vernácula, afirma Boulton. La gama tonal que logran
los ocres, rojos, verdes, blancos y sepias -todos de extraordinaria exaltación-
produce una reverberación de alta intensidad que el anónimo pintor supo dominar
con suma destreza.
En la iglesia de Río
Tocuyo se halla el lienzo de la Educación
de la Virgen, en el que vuelven
a figurar las mismas características. Es obra de mano anónima. El artista
conjugó armonías fuertes y sombrías que resaltan, dice Boulton, a causa del contraste tonal que logró dar al
verde de las montañas que se asoman por la ventana.
Existen razones para
pensar, agrega Boulton, que la escuela de Río Tocuyo mantuvo sus formas
características hasta bien entrado el siglo XIX. Comprobará esta opinión
nuestra pintura que también pertenece a la propia iglesia del poblado en la
cual un bizarro Santiago Matamoros
cabalga pisoteando muertos y heridos. Este lienzo presenta un interesante
detalle de significación política, pues el rostro del santo es el del Autócrata
Civilizador Antonio Guzmán Blanco, quien aparece con su barba y largos bigotes
a lo Napoleón III, emperador de Francia en aquellos días.