“Lo
supieron los arduos alumnos de Pitágoras: los astros y los hombres
vuelven cíclicamente; los átomos fatales repetirán la urgente
Afrodita de oro, los tebanos, las ágoras.”
Jorge
Luis Borges.
Escribo
este artículo en ocasión de los 90 años del nacimiento de este
notable historiador y pensador alemán, que nos abandonó físicamente
en 2006. Es el padre de la historia de los conceptos,
Begriffsgeschichte,
lo cual significó una verdadera ruptura en el episteme
de
la ciencia de la historia en el siglo XX. En 1954 escribió su tesis
doctoral donde examina lo que llamó la patogénesis del mundo
burgués, la cual-sostiene- construyó la modernidad desplegando la
llamada razón catastrófica. Se produjo durante la Ilustración una
aceleración que ha resultado en una verdadera patología. Una
política revolucionaria irresponsable que conmovió los cimientos de
Europa. Una ola de aceleración técnico-industrial sin igual en la
historia que nos puede conducir a un fin desastroso e inevitable.
Otra
de sus asombrosas afirmaciones ha sido la de la repetición en la
historia, lo cual hace posible el pronóstico histórico. Hay, pues,
una repetibilidad histórica. Es el permanente reinicio de la trama
cinematográfica de la cual nos habla en su Invencion
de Morel
el gran Jorge Luis Borges. Se trata del llamado mito del eterno
retorno que ha impactado religión, literatura, filosofía, ciencia
natural. Es un problema de fronteras conceptuales y valorativas poco
definidas, tales como el Dios de Kierkergaard, el eterno retorno de
Nietszche y el Superhombre, la compulsión repetitiva de Freud, la
fenomenología de la religión de Eliade: volver a la Edad
de Oro que
ofrecen muchas religiones; así como el Teorema de la Recurrencia de
Poincaré. La literatura abunda en tales repeticiones: las novelas de
Gustavo Flaubert Madame
Bovary y
Cien
años de soledad
de Gabriel García Márquez, así como también Siddhartha
de Hermann Hess, y, más recientemente La
insoportable levedad del ser de
Milan Kundera. Y en economía es obligado referirnos a los ciclos
económicos de prosperidad y ruina sufridos por el capitalismo
creados por el ruso Nicolás Kondrátiev.
La
imagen según la cual el Universo nace y perece en una sucesión
cíclica es tan antigua como la de la lucha entre el bien y el mal.
Budismo e hinduismo, así como el mundo griego se inscriben en esta
concepción del mundo ligada a la repetición cósmica de los
fenómenos naturales. Como se podrá inferir, el cristianismo con su
dimensión lineal del tiempo, consideró anatema tal mito: lo que
sucedió no vuelve a suceder jamás. Todo apunta al fin apocalíptico
de los tiempos. La historia de la humanidad, dijo San Agustín, es
una línea que tiene su comienzo y su final: Dios.
Koselleck
introduce la noción, como formaciones geológicas, de estratos del
tiempo. El primero de ellos es el cotidiano, donde es casi imposible
hacer pronósticos. Nadie sabe si al cruzar una calle será
atropellado por un carro. Un segundo será el estrato del medio
plazo, el que escapa al humano control: las crisis económicas o las
guerras. Acá las prognosis son posibles: la que hizo la Ilustración
con la Revolución Francesa, y que se apoyó en la Revolución
Inglesa ocurrida 100 años antes. El tercer y más profundo estrato
es el que denomina “duración metahistórica”, donde pueden
ubicarse las constantes antropológicas: la finitud ontológica
humana, nacemos y morimos, la contraposición amigo enemigo, la
existencia de padres e hijos. Tales hechos no son históricos, pero
sí lo son sus interpretaciones histórico-culturales.
Se
la ha criticado a nuestro autor que el espacio de la experiencia, lo
fácticamente acontecido fagocita el horizonte de posibilidades.
Todos aquellos pensadores, señalados más arriba, coinciden de
distinta manera en la fuerza, en lo terrible, en lo inevitable, en lo
positivo y en lo negativo de la repetición. ¿Estaremos condenados
los seres humanos a la ciclicidad incesante y recurrente de toda la
realidad?
Koselleck
es un “historiador pensante”, según dijo Gadamer, que ha dejado
una huella imborrable en el pensar histórico. Conceptos como
historia (concepto “moderno por excelencia”), utopía,
revolución, crisis, ilustración, emancipación, sociedad civil,
Estado, clase, entre otros, cobraron nueva dimensión con el
gigantesco trabajo investigativo de este historiador germano, el cual
recibió una influencia de Dilthey, Martín Heidegger, Carl Schmitt,
Hans Georg Gadamer, Alfred Weber. Bajo la influencia de tales
maestros elaborará una historia intelectual de Europa desde el siglo
ilustrado hasta el presente. Es ampliamente conocido su Historia
de los conceptos,
monumental trabajo al cual dedicó más de 20 años desde 1972. Es un
extraordinario intelectual que, sin su obra, se haría poco menos que
comprensible la modernidad extremadamente acelerada y desbocada,
agrego yo, que sufrimos los habitantes del tercer milenio.