domingo, 23 de diciembre de 2012

Buenos Aires: Babel antártica



Regreso de esta magnífica urbe suramericana, la cual no conocía. Mi primera impresión es que se trata de una realidad europea trasplantada al continente americano. Unas palabras de Freud vienen a mi mente cuando el padre del psicoanálisis visitó  Norteamérica: “Estados Unidos es un error, un gigantesco error.” ¿Se podría decir lo mismo de la Argentina?. Esta idea me acompañó durante los seis días que permanecí en  ella durante la primavera austral.
Esos europeos venidos en su gran mayoría de la cuenca mediterránea levantaron una arquitectura agresivamente viejomundista en sus centros urbanos para enfrentar, digo yo, la desmesura de la geografía argentina, la inmensa pampa, los monumentales glaciales, la grandiosa cordillera de los Andes, y el descomunal Mar del Plata. Una realidad imposible siquiera de imaginar en Europa, un continente de proporciones comedidas.
Muchas lenguas venidas de cualquier parte del planeta se cruzan en los cafés, las aceras y las plazas.es el hogar de italianos, árabes, españoles, judíos, indígenas bolivianos o paraguayos, polacos, alemanes, chinos y rusos. Pero la lengua franca es el castellano o español. En la lengua de Lope de Vega y Rubén Darío se entienden y tienen comercio de la palabra aquellas abigarradas multitudes porteñas. Bien lo dijo Angel Rosenblat, ese gran polaco-argentino que hizo lo mejor de su obra en Venezuela, que el castellano iba a conservar su gran unidad a despecho de los que arguyen su desintegración inminente.
Es un país que rinde culto desmedido y hasta enfermizo a los hombres y mujeres resaltantes en su accidentada historia. Gigantescos murales de Evita Perón a los 60 años de su muerte, estatuas de Diego Armando Maradona, rostros sonreídos de Gardel, pegatinas del Ché Guevara, franelas con el rostro siempre impasible de Borges. Es, pues, una nación icónica. Con el patriarca Nicéforo podríamos parafrasear: si se suprime la imagen, no es la imagen de Gardel quien desaparece, sino la Argentina entera.
Los bonarenses son tristes, como lo escribió Ezequiel Martínez Estrada, pues  no oímos ninguna carcajada o algaraza, o algo que pudiera parecérsele en esa semana primaveral y porteña. Es lo que (des)anima al baile nacional, el tango. Una danza de los prostíbulos, un baile sin alma, “tiene algo del quejido apagado angustioso del empasmo”, nos dice este autor de Radiografía de la pampa (1933). Lo mismo cabe decir del carnaval, agrega el escritor de este sin igual ensayo histórico-sociológico: “El carnaval es la fiesta de nuestra tristeza.”
Pareciera que quieren los sureños expiar y lavar un pecado: el de haber exterminado las poblaciones aborígenes y haber borrado de la memoria a los esclavos negros. Por ello, creo, fuman en demasía hombres y mujeres; lo hacen  desmesuradamente, con desespero y en cualquier lugar.  Y lo que es peor, envenenan sus pulmones cuando más daño hace la nicotina: caminando. Pareciera que no leen los carteles colocados en cualquier sitio que previenen sobre ese vicio que está íntimamente conectado a la aparición del cáncer. Los fumadores, dice Freud, son seguidores crédulos y perpetuos. ¿Tendrá, en el caso argentino, razón el médico vienés?
Volvamos a la lengua, y para ello debemos referirnos necesariamente a esa creación argentina que se llama lunfardo, señal de identidad de los sureños que nació a finales del siglo XIX, que se deriva de los diversos dialectos de los inmigrantes. Borges señaló en alguna ocasión que “El idioma de los argentinos es mi sujeto. Esa locución “idioma de los argentinos”, será a juicio de muchos una travesura sintáctica, una forzada aproximación de dos voces sin correspondencia objetiva.” Es habla en castellano, sí, pero un castellano que no entenderán con facilidad otros latinoamericanos.
Es tan rica la lengua castellana cargada de argentinismos que ya a finales del siglo XIX, en 1873, el país vio nacer su primer diccionario de vocablos y expresiones rioplatenses, unos 1.266, el 90% de los cuales permanecen vigentes. Del lunfardo porteño se nutren muchas letras de los tangos, señaladamente los de Enrique Santos Discépolo, quien en vida adquirió un aura de verdadero profeta nacional con su tango Cambalache, compuesto en 1934. Veamos la primera estrofa de este llamado anti-himno: Que el mundo fue y será una porquería / ya lo sé…/ En el quinientos seis / y en el dos mil también / que siempre ha habido chorros / maquiavelos y estafaos,/ contentos y amargaos,/valores y dublé…/ pero que el siglo veinte / es un despliegue / de maldad insolente,/ ya no hay quien lo niegue./ vivimos revolcaos / en un merengue / y en un mismo lodo / todos manoseaos…
 ¿Hacia dónde va la Argentina? Pregunta difícil de contestar. Ernesto Sábato, escritor recientemente fallecido, decía al respecto: “La argentinidad es la que no deniega la hibridez de sus raíces, reconoce su ancestro europeo, pero no acata servilmente los modelos descendientes del viejo continente.” Y Julio Cortázar escribió: “Cuando digo Buenos Aires estoy diciendo la Argentina y América Latina. Para eso trato en la medida de lo posible de identificarme con toda la América Latina.” Por ello pienso que el destino de este país está en su plena aproximación a sus vecinos del Sur.
Carora, 21 de diciembre de 2012.

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