Regreso
de esta magnífica urbe suramericana, la cual no conocía. Mi primera impresión
es que se trata de una realidad europea trasplantada al continente americano.
Unas palabras de Freud vienen a mi mente cuando el padre del psicoanálisis visitó Norteamérica: “Estados Unidos es un error, un
gigantesco error.” ¿Se podría decir lo mismo de la Argentina?. Esta idea me
acompañó durante los seis días que permanecí en
ella durante la primavera austral.
Esos
europeos venidos en su gran mayoría de la cuenca mediterránea levantaron una
arquitectura agresivamente viejomundista en sus centros urbanos para enfrentar,
digo yo, la desmesura de la geografía argentina, la inmensa pampa, los
monumentales glaciales, la grandiosa cordillera de los Andes, y el descomunal
Mar del Plata. Una realidad imposible siquiera de imaginar en Europa, un continente
de proporciones comedidas.
Muchas
lenguas venidas de cualquier parte del planeta se cruzan en los cafés, las
aceras y las plazas.es el hogar de italianos, árabes, españoles, judíos,
indígenas bolivianos o paraguayos, polacos, alemanes, chinos y rusos. Pero la
lengua franca es el castellano o español. En la lengua de Lope de Vega y Rubén
Darío se entienden y tienen comercio de la palabra aquellas abigarradas
multitudes porteñas. Bien lo dijo Angel Rosenblat, ese gran polaco-argentino
que hizo lo mejor de su obra en Venezuela, que el castellano iba a conservar su
gran unidad a despecho de los que arguyen su desintegración inminente.
Es
un país que rinde culto desmedido y hasta enfermizo a los hombres y mujeres
resaltantes en su accidentada historia. Gigantescos murales de Evita Perón a
los 60 años de su muerte, estatuas de Diego Armando Maradona, rostros sonreídos
de Gardel, pegatinas del Ché Guevara, franelas con el rostro siempre impasible
de Borges. Es, pues, una nación icónica. Con el patriarca Nicéforo podríamos
parafrasear: si se suprime la imagen, no es la imagen de Gardel quien
desaparece, sino la Argentina entera.
Los
bonarenses son tristes, como lo escribió Ezequiel Martínez Estrada, pues no oímos ninguna carcajada o algaraza, o algo
que pudiera parecérsele en esa semana primaveral y porteña. Es lo que
(des)anima al baile nacional, el tango. Una danza de los prostíbulos, un baile
sin alma, “tiene algo del quejido apagado angustioso del empasmo”, nos dice
este autor de Radiografía de la pampa (1933).
Lo mismo cabe decir del carnaval, agrega el escritor de este sin igual ensayo
histórico-sociológico: “El carnaval es la fiesta de nuestra tristeza.”
Pareciera
que quieren los sureños expiar y lavar un pecado: el de haber exterminado las
poblaciones aborígenes y haber borrado de la memoria a los esclavos negros. Por
ello, creo, fuman en demasía hombres y mujeres; lo hacen desmesuradamente, con desespero y en cualquier
lugar. Y lo que es peor, envenenan sus
pulmones cuando más daño hace la nicotina: caminando. Pareciera que no leen los
carteles colocados en cualquier sitio que previenen sobre ese vicio que está
íntimamente conectado a la aparición del cáncer. Los fumadores, dice Freud, son
seguidores crédulos y perpetuos. ¿Tendrá, en el caso argentino, razón el médico
vienés?
Volvamos
a la lengua, y para ello debemos referirnos necesariamente a esa creación
argentina que se llama lunfardo,
señal de identidad de los sureños que nació a finales del siglo XIX, que se
deriva de los diversos dialectos de los inmigrantes. Borges señaló en alguna
ocasión que “El idioma de los argentinos es mi sujeto. Esa locución “idioma de
los argentinos”, será a juicio de muchos una travesura sintáctica, una forzada
aproximación de dos voces sin correspondencia objetiva.” Es habla en
castellano, sí, pero un castellano que no entenderán con facilidad otros
latinoamericanos.
Es
tan rica la lengua castellana cargada de argentinismos que ya a finales del
siglo XIX, en 1873, el país vio nacer su primer diccionario de vocablos y
expresiones rioplatenses, unos 1.266, el 90% de los cuales permanecen vigentes.
Del lunfardo porteño se nutren muchas
letras de los tangos, señaladamente los de Enrique Santos Discépolo, quien en
vida adquirió un aura de verdadero profeta nacional con su tango Cambalache, compuesto en 1934. Veamos la
primera estrofa de este llamado anti-himno: Que el mundo fue y será una
porquería / ya lo sé…/ En el quinientos seis / y en el dos mil también / que
siempre ha habido chorros / maquiavelos y estafaos,/ contentos y
amargaos,/valores y dublé…/ pero que el siglo veinte / es un despliegue / de
maldad insolente,/ ya no hay quien lo niegue./ vivimos revolcaos / en un
merengue / y en un mismo lodo / todos manoseaos…
¿Hacia dónde va la Argentina? Pregunta difícil
de contestar. Ernesto Sábato, escritor recientemente fallecido, decía al
respecto: “La argentinidad es la que no deniega la hibridez de sus raíces,
reconoce su ancestro europeo, pero no acata servilmente los modelos
descendientes del viejo continente.” Y Julio Cortázar escribió: “Cuando digo
Buenos Aires estoy diciendo la Argentina y América Latina. Para eso trato en la
medida de lo posible de identificarme con toda la América Latina.” Por ello
pienso que el destino de este país está en su plena aproximación a sus vecinos del
Sur.
Carora,
21 de diciembre de 2012.