Amo entrañablemente a Carora porque de barro nutricio me he alimentado por
más de medio siglo.
Amo a la ciudad del Portillo porque ella ha sido mi hogar de adopción desde
que fui arrancado de los Andes hace media centuria.
Amo a Nuestra señora de la Madre de Dios de Carora porque su antigua y
vetusta arquitectura me conectó con un pasado que he tratado de comprender.
Amo a San Juan Bautista del Portillo
de Carora porque ella me ha dado fuerza, valor y entereza para mostrarme como
soy, un hombre del semiárido venezolano.
Amo decididamente a Carora porque tu
nombre venerado jamás tembló de vergüenza o temor por salir de mis labios provincianos.
Amo a Carora porque su indumentaria extrovertida y locuaz completó mi
andina timidez introvertida.
Amo a Carora porque resuenas como tu nombre, insistente y sin pausa hasta
la extenuación.
Amo a Carora porque tu nombre sonoro se dice de forma semejante en
cualquier lengua: cicada, cicala, cigarra, mannazikade.
Amo a Carora por tu insistencia y tenacidad de vivir y dar tus frutos en
una geografía imposible.
Amo a Carora porque tu cielo estrellado ha sido mi cobijo en mis noches
adolescentes, porque bajos tus raros aguaceros mostré mi virilidad sin miedo ni
vergüenza.
Amo a Carora por el manto tachonado de estrellas de la virgen de la Chiquinquirá,
por amplitud oval y terrosa de su rostro aindiado.
Amo a Carora porque acá sueña mi primogénito hijo José Manuel con la faltante oreja de Van Gohg, las
trenzas de Rapunzel y la cajita de dormir del Niño Jesús.
Carora, te amo entrañablemente porque tus amaneceres de campanas e
inciensos me dieron una certera esperanza ultraterrena.
Amo a Carora porque aquí vi el rostro resplandeciente de tu sol y el acabado
mestizaje de tus féminas.
Carora, 12 de septiembre de 2012.