REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA
UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA EXPERIMENTAL “LIBERTADOR”
FUNDACIÓN BURIA
BARQUISIMETO
EL MUNICIPIO AUTÓNOMO TORRES, FRONTERA INTERIOR DE TRANSICIÓN LARA-
ZULIA – FALCÓN Y TRUJILLO
AUTOR
LUIS EDUARDO CORTÉS RIERA
LIC. EN HISTORIA
BARQUISIMETO, 1991
INTRODUCCIÓN
El presente trabajo monográfico tuvo inicialmente un propósito, el de estudiar a Carora como frontera interior de transición Lara-Zulia. Con ese propósito comenzamos a documentarnos y a investigar. Sucedió que mientras ahondábamos en el asunto, caímos en cuenta que la problemática no sólo es fronteriza sino que el Municipio Autónomo Torres mantiene serios y delicados litigios limítrofes con tres estados: Zulia, Falcón y Trujillo. De modo pues que empezamos a hurgar la raíz histórica del asunto, para luego hacer una descripción actualizada de cada una de las tres zonas de litigio.
A pesar de que frontera y límite son palabras que designan dos caras distintas, sin embargo, ambas son dos conceptos que se complementan.
A uno y otro lado de los imprecisos límites del Estado Lara con sus vecinos occidentales se desarrollo un modo de vida. Esto es lo que hace a la frontera. Mostraremos que el Municipio Autónomo Torres tiene tres fronteras interiores de transición sobre tres litigios limítrofes con tres entidades federales vecinas.
Sirva la presente monografía para informar y documentar a aquellos que se preocupan por el destino del Municipio Autónomo Torres. Finalmente agradecemos al profesor Dr. Kaldone Nweihed por habernos dado tan precisas e importantes ideas que condujeron a la realización de esta monografía. Gracias a él nuestra investigación se orientó y tomó su camino definitivo. A él, dedicamos.
EL AUTOR
I. La Frontera y el Límite: Definiciones Preliminares
Cuando nos referimos al término frontera hablamos del adjetivo de raíz latina frons, frontem, que significa en castellano frente o también: colocado enfrente. Como frontera se entiende también fachada, delantera o portada. De modo que la frontera colombo-venezolana se refiere a aquellos espacios comunes a ambas entidades políticas que están colocados uno frente al otro.
Estos espacios no son en modo alguno fijos y absolutos. Su humana naturaleza, deviene del hecho de que quien los establece es el ser humano en su diario quehacer y trajinar. La frontera no tiene un sentido abstracto – formal como erróneamente suponen muchas personas. La frontera palpita de vida y muchas veces este sentido tiende a transgredir lo meramente formal y jurídico que establece el límite. El límite es lineal y tiende a movilizar los contingentes humanos y a colocar los lugares que estos habitan en sentido a los centros de atracción de cada entidad federal. Es el caso de Venezuela hacia Caracas y el de Colombia hacia Bogotá.
La frontera actúa en sentido contrario, puesto que la dirección de su influencia es opuesta a la del límite: no separa sino que une y su área de influencia es opuesta a la del límite: no separa sino que une y su área de influencia se forma precisamente del aporte de ambas jurisdicciones. Visualicemos lo antes dicho así:
Sentido de la frontera
En tanto que el límite presenta un movimiento de esta otra forma:
De modo que no se debe confundir frontera con límite, puesto que no son la misma cosa ya que actúan de manera diferente y hasta opuesta.
Es más, la diferencia entre ambos se acentúa aún más cuando observamos que la frontera actúa en sentido horizontal, de un punto cardinal a otro; y el límite por ser abstracto y lineal, extiende su efecto verticalmente, es decir, arriba-abajo; así:
Límite
La frontera, en cambio se visualiza de esta otra forma:
Dicho de otro modo y en sentido literal, frontera es convergencia; en tanto que límite es divergencia, separación o término. Es una palabra que expresa un sentido constante, un hasta aquí. No se puede ser tan preciso con el término frontera porque su sentido es variable e impreciso.
No es de extrañar que el término frontera venga de una lengua como el latín, lengua imperial y de pueblo conquistador,Roma. Esta notable cultura, la del Imperio Romano entró en contacto con múltiples y variadas culturas a las que venció y sometió. Sin embargo de los que no se sometieron conviviendo largos años en los extremos del Imperio donde formaron una frontera común a ambas culturas. Nos referimos a las Galias. Una de ellas – la transalpina – era el nombre dado por los romanos a la parte de la Galia, situada más allá de los Alpes con relación a Roma, y que comprendía la Francia actual, Suiza, Alsacia, Lorena y los territorios de Alemania, Bélgica y Holanda desde el Sena el Rin. Gigantesco territorio en donde a finales del Imperio (siglos V y VI d.C) se formaron las distintas nacionalidades actuales. Este es el sentido original del término frontera, el que le da un sentido histórico preciso.
Visualizando presentará la forma siguiente:
Galos Roma
UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA EXPERIMENTAL “LIBERTADOR”
FUNDACIÓN BURIA
BARQUISIMETO
EL MUNICIPIO AUTÓNOMO TORRES, FRONTERA INTERIOR DE TRANSICIÓN LARA-
ZULIA – FALCÓN Y TRUJILLO
AUTOR
LUIS EDUARDO CORTÉS RIERA
LIC. EN HISTORIA
BARQUISIMETO, 1991
INTRODUCCIÓN
El presente trabajo monográfico tuvo inicialmente un propósito, el de estudiar a Carora como frontera interior de transición Lara-Zulia. Con ese propósito comenzamos a documentarnos y a investigar. Sucedió que mientras ahondábamos en el asunto, caímos en cuenta que la problemática no sólo es fronteriza sino que el Municipio Autónomo Torres mantiene serios y delicados litigios limítrofes con tres estados: Zulia, Falcón y Trujillo. De modo pues que empezamos a hurgar la raíz histórica del asunto, para luego hacer una descripción actualizada de cada una de las tres zonas de litigio.
A pesar de que frontera y límite son palabras que designan dos caras distintas, sin embargo, ambas son dos conceptos que se complementan.
A uno y otro lado de los imprecisos límites del Estado Lara con sus vecinos occidentales se desarrollo un modo de vida. Esto es lo que hace a la frontera. Mostraremos que el Municipio Autónomo Torres tiene tres fronteras interiores de transición sobre tres litigios limítrofes con tres entidades federales vecinas.
Sirva la presente monografía para informar y documentar a aquellos que se preocupan por el destino del Municipio Autónomo Torres. Finalmente agradecemos al profesor Dr. Kaldone Nweihed por habernos dado tan precisas e importantes ideas que condujeron a la realización de esta monografía. Gracias a él nuestra investigación se orientó y tomó su camino definitivo. A él, dedicamos.
EL AUTOR
I. La Frontera y el Límite: Definiciones Preliminares
Cuando nos referimos al término frontera hablamos del adjetivo de raíz latina frons, frontem, que significa en castellano frente o también: colocado enfrente. Como frontera se entiende también fachada, delantera o portada. De modo que la frontera colombo-venezolana se refiere a aquellos espacios comunes a ambas entidades políticas que están colocados uno frente al otro.
Estos espacios no son en modo alguno fijos y absolutos. Su humana naturaleza, deviene del hecho de que quien los establece es el ser humano en su diario quehacer y trajinar. La frontera no tiene un sentido abstracto – formal como erróneamente suponen muchas personas. La frontera palpita de vida y muchas veces este sentido tiende a transgredir lo meramente formal y jurídico que establece el límite. El límite es lineal y tiende a movilizar los contingentes humanos y a colocar los lugares que estos habitan en sentido a los centros de atracción de cada entidad federal. Es el caso de Venezuela hacia Caracas y el de Colombia hacia Bogotá.
La frontera actúa en sentido contrario, puesto que la dirección de su influencia es opuesta a la del límite: no separa sino que une y su área de influencia es opuesta a la del límite: no separa sino que une y su área de influencia se forma precisamente del aporte de ambas jurisdicciones. Visualicemos lo antes dicho así:
Sentido de la frontera
En tanto que el límite presenta un movimiento de esta otra forma:
De modo que no se debe confundir frontera con límite, puesto que no son la misma cosa ya que actúan de manera diferente y hasta opuesta.
Es más, la diferencia entre ambos se acentúa aún más cuando observamos que la frontera actúa en sentido horizontal, de un punto cardinal a otro; y el límite por ser abstracto y lineal, extiende su efecto verticalmente, es decir, arriba-abajo; así:
Límite
La frontera, en cambio se visualiza de esta otra forma:
Dicho de otro modo y en sentido literal, frontera es convergencia; en tanto que límite es divergencia, separación o término. Es una palabra que expresa un sentido constante, un hasta aquí. No se puede ser tan preciso con el término frontera porque su sentido es variable e impreciso.
No es de extrañar que el término frontera venga de una lengua como el latín, lengua imperial y de pueblo conquistador,Roma. Esta notable cultura, la del Imperio Romano entró en contacto con múltiples y variadas culturas a las que venció y sometió. Sin embargo de los que no se sometieron conviviendo largos años en los extremos del Imperio donde formaron una frontera común a ambas culturas. Nos referimos a las Galias. Una de ellas – la transalpina – era el nombre dado por los romanos a la parte de la Galia, situada más allá de los Alpes con relación a Roma, y que comprendía la Francia actual, Suiza, Alsacia, Lorena y los territorios de Alemania, Bélgica y Holanda desde el Sena el Rin. Gigantesco territorio en donde a finales del Imperio (siglos V y VI d.C) se formaron las distintas nacionalidades actuales. Este es el sentido original del término frontera, el que le da un sentido histórico preciso.
Visualizando presentará la forma siguiente:
Galos Roma
Allí se formó, en un formidable hecho histórico, un “modus vivendi” común([1]), que con el tiempo configuró a las actuales nacionalidades europeas: Francia, Alemania entre otros.
Hecha esta retrospectiva histórica – totalmente necesaria – pasemos a definir otros términos que nos interesan. Ellos son: frontera interior de transición.
Acabamos de analizar el término frontera sin adjetivo alguno. Aquí se le agregan otros, los de interior y de transición. Antes hablábamos de fronteras entre naciones y, en este caso, se trata de fronteras dentro de un país. En una nación hay límites internos no internacionales.
Gracias a ellos se configuran las respectivas divisiones dentro de los Estados Nacionales: Departamentos, Condados, Entidades Federales, entre otros. Pues bien, estos límites internos se forman también las fronteras, en el sentido que ya le hemos dado. De esta forma se han formado los límites de Lara con las demás Dependencias Federales (Zulia, Falcón y Trujillo). Otras tantas fronteras que son producto de la convergencia humana de los habitantes del Estado Lara con sus respectivos Estados vecinos.
El Municipio Autónomo Torres actúa como frontera de transición en el sentido de que el Municipio es el punto de contacto de Lara con el Zulia. Este territorio se comporta como el lugar en donde se pasa de un punto a otro. Es el sitio de paso, más o menos rápido, de un lugar de nuestra misma geografía. Transición y tránsito son dos palabras que tienen un origen común en la palabra latina transitio, la cual significa literalmente pasar.
Por el Municipio Autónomo Torres se transita y se pasa de Lara hacia el Zulia; de Lara hacia Falcón y de Lara hacia Trujillo.
Es más, el Municipio Autónomo Torres es el único sitio de paso de Lara hacia el Zulia, lo que ubica a Torres en una situación muy especial de Municipio larense con respecto al Estado Zulia.
Hechas estas consideraciones iniciales de rigor, pasemos a nuestro asunto en concreto.
II. El Municipio Autónomo Torres,
a) Su ubicación:
El Municipio está ubicado en el extremo occidental del Estado Lara. Lo cortan los meridianos 69º 35` y 70º 50` del oeste de Greenwich y los paralelos 9º 41` y 10º 25` de latitud norte.
La superficie del Municipio Autónomo Torres es de 7.310 kilómetros cuadrados, que significan el 41% del total de la superficie del Estado Lara.
Límites del Municipio
Por el Norte: Municipio Buchivacoa del Estado Falcón y el Municipio Autónomo Urdaneta del Estado Lara.
Por el Este: con el Municipio Autónomo Iribarren, el Municipio Autónomo Jiménez y el Municipio Autónomo Morán, todos ellos pertenecientes al Estado Lara.
Por el Sur: el Municipio Autónomo Morán (Estado Lara); el Municipio Autónomo Carache y el Municipio Autónomo Betijoque, ambos del Estado Trujillo.
Por el Oeste: los Municipios Baralt y Bolívar del Estado Zulia (véase esquema Nº 1)
b) Subdivisión Territorial
El Municipio está dividido en quince municipios, ellos son:
Cuadro Nº 1
División Político-Territorial del Municipio Autónomo Torres
MUNICIPIO
CAPITAL
Trinidad Samuel
Manuel Morillo
Las Mercedes
Heriberto Arroyo
Montes de Oca
Espinoza de los Monteros
Camacaro
Chiquinquirá
Antonio Díaz
El Blanco
Montaña Verde
Lara
Torres
Cecilio Zubillaga
Castañeda
Carora
El Empedrado
El Paradero
Burere
San Francisco
Arenales
Río Tocuyo
Aregue
Curarigua
Quebrada Arriba
Palmarito
San Pedro
Jabón
La Pastora
Atarigua
(Véase mapa Nº 2)
c) Las Regiones Naturales
c.1. La Depresión de Carora
El Municipio está conformado en gran parte por la Depresión de Carora, la cual ocupa unas 602.900 ha, pero ella se extiende hacia otros municipios como Jiménez, Urdaneta e Iribarren. Se inicia en los valles de los ríos Diquiva y Quediche, extendiéndose en sentido Oeste – Este hasta llegar a Barquisimeto y Duaca, pasando por Carora y Quíbor y al norte hasta Siquisique (Véase ilustración Nº 3 y mapa Nº 4)
Paisajes:
Son cinco tipos:
1) Depresión Tectónica: la de las llamadas “playas” de Carora y la Depresión de Barquisimeto.
2) Valles Altos: localizados al sur y oeste de las sabanas de Carora, constituidas por los ríos Diquiva, Quediche y Bucares.
3) Colinas: ubicadas al centro del espacio natural de Siquisique y con sentido norte – sur hasta el Embalse de Atarigua.
4) Piedemonte: al norte de las sabanas de Carora, es decir, la Sierra de Baragua.
5) Montañas Bajas: ubicadas al oeste y este del Embalse de Atarigua.
c.2. La Zona Montañosa de las serranías de Jirajara y Zaruma al oeste, son las áreas de mayor humedad, con 6 y 9 meses húmedos al año. Aunque es un sector predominantemente montañoso tiene zonas de valles con suelos de buen potencial agrícola, tales como los valles de los ríos Jirajara, Bonilla, Misoa, Las Palmas, Riecito y Jordán.
c.3. La Sierra de Barbacoas al sur del Municipio y representa el sector andino de la entidad.
d) Los Recursos Naturales
d.1. Las Tierras Agrícolas
En los alrededores de Carora (La Otra Banda) y las zonas al norte (Sistema de Baragua) existe una gran escasez de agua. La economía agrícola es pobre y se basa en la cría de caprinos y la siembra de hortalizas y caña de azúcar y, recientemente, uvas, por las Bodegas Pomar.
Hacia el oeste y el sur del Municipio Autónomo Torres, en las planicies de los ríos Diquiva, Quediche, Bucares y Sicarigua existen mejores condiciones de humedad que han permitido el establecimiento de las principales actividades económicas: la ganadería y la caña de azúcar.
Al sur, en la serranía de Barbacoas existe una actividad agrícola tradicional de piso alto (café y hortalizas).
Al oeste, en las sierras de Jirajara y Ziruma, gracias a las constantes lluvias (9 meses húmedos) son suelos de buen potencial agrícola. Estas tierras son cuencas altas de importantes ríos: Misoa, Matícora y Motatán. (Véase mapa Nº 5).
d.2. Los Recursos Hidráulicos
d.2.1. El Municipio Autónomo Torres está ocupado en buena parte de su superficie por la subcuenca de El Tocuyo Occidental o Cuenca del río Morere. Ella cubre una superficie de 342.000 ha, extendida desde el cerco de divisorias en la Sierra de Barbacoas, Jirajara – Ziruma y Baragua y conforma un 20% de la subhoya del río Tocuyo. El relieve va desde 400 mts sobre el nivel del mar hasta 1500mts en las cimas de las sierras. El escurrimiento es permanente y rápido en el piedemonte y retardado en las aguas del río eje, el Morere.
Existen otras subcuencas que son:
d.2.2. La de los ríos Las Palmas y Riecito que descargan sus aguas al río Matícora, el cual desemboca en el Mar Caribe por el Estado Falcón. Cubre una superficie de 73.782 ha.
d.2.3. La subcuenca o cuenca alta del río Misoa que cubre una superficie de 81.097 ha y vierte sus aguas al Lago de Maracaibo, en el Estado Zulia.
III. Historia de la Ocupación del Territorio
a) Las Comunidades Indígenas:
En tiempos precolombinos la población en la zona es relativamente escasa. La habitan tribus arahuacos conocidos con Xaguas o Achaguas, Ayamanes, Gayones y Jirajaras. Estos pueblos no vivían aislados sino que mantenían nexos comerciales entre sí. Las rutas y caminos indígenas siempre conducían al mar: la sal era el producto fundamental del comercio precolombino.
b) La Colonia
Desde El Tocuyo (fundada en 1543) se fundó la ciudad de Carora en 1569. Existen posiciones diversas con respecto al móvil que impulsó la fundación de ésta última. Al respecto dice Troconis de Veracoechea:
“Con la mirada de los tocuyanos puesta hacia el Lago de Maracaibo, se resolvió enviar una expedición al mando del Capitán Juan de Trejo (…) quien en 1569 funda Nuestra Señora de la Madre de Dios de Carora”.([2])
Otros historiadores afirman que Carora fungía, hasta cierto punto como un oasis. El geógrafo Pablo Vila dice:
“La vía que cruzadas la Altiplanicie de Barquisimeto y las llamadas sabanas de Carora, para llegar a la cordillera de Mérida, lo hacían por unos paisajes áridos en extremo. (…) El río Morere ofrece agua todo el año (…) en ocasión de fuertes y aislados aguaceros, el río dejaba de ser vadeable (…). Estas circunstancias hicieron surgir a Carora – en 1577 – donde se bifurcaba y bifurca hoy en sus cercanías, la vía que procedente de Barquisimeto va a la cordillera de Mérida y a la Cuenca del Lago de Maracaibo”.([3])
Vila omite el hecho de que Carora es un lugar de tránsito desde El Tocuyo hacia Coro, que constituía vinculación del país con el exterior.
Sin embargo, Troconis de Veracoechea admite que Carora es un lugar de paso de El Tocuyo hacia Coro:
“Las mulas cargadas de sal tenían que pagar 8 reales al salir de Coro y 8 más, cada una, al pasar por Carora, vía El Tocuyo” ([4])
Queda claro que Carora es un punto de escala de descanso y aprovisionamiento intermedia entre la costa del Caribe y las comarcas del interior del país.
Sin embargo es discutible lo de Carora como punto de salida hacia la “Laguna de Maracaybo”. El mismo Vila habla de la comunicación de Carora con el Lago:
“Un camino de recuas que por muchos años quedó semi-abandonado procedente de Carora y que pasaba por Burere y Puricaure hasta alcanzar el valle alto del río Misoa, lo cruzaba” ([5])
En términos más o menos tentativos y sin mucha seguridad en lo que escribe, el geógrafo Vila continúa:
“Es posible que aquel camino fuera el mismo de la colonia, que del litoral lacustre partía hacia la plaza mercantil de Carora y posiblemente este paso fuera el verdadero Portillo de Carora que figuraba en ciertos mapas antiguos” ([6])
Es de hacer notar que la vía en cuestión era muy accidentada y estaba en estado desastroso. Lo explica el hecho de que la zona era muy despoblada y llena de accidentes naturales. Cunill Grau habla de “inmensos espacios vacíos sin doblamiento permanente” ([7])
Hay un hecho que nos llama poderosamente la atención y que refuerza nuestra hipótesis – ya expresada – de que Carora no era una “portilla” hacia el Lago de Maracaibo. Se trata de la visita pastoral que el Obispo Mariano Martí hizo a la zona de Carora a fines del siglo XVIII. En un magnífico mapa que elabora el geógrafo Pablo Vila (Véase mapa Nº 6) se muestra que el prelado toma desde Carora la ruta hacia Coro por la vía de Siquisique, continúa hacia Baragua y Pedregal. Al llegar a Coro se dirige hacia el oeste por la costa del Golfo de Venezuela, pasando por Casigua (actual Estado Falcón) hasta llegar a Altagracia y de allí llegar a Lagunillas, en la costa del lago, pero ¿ por qué Martí no tomó “la vereda de los indios jirajaras que era el camino hacia Maracaibo”?, como lo expresa Cunill Grau. ([8])
La razón es simple: a nuestro modo de ver es el hecho de que aquella vía era intransitable e inhóspita, además de despoblada. Es que la ocupación y el poblamiento de esa zona que hoy es el Municipio Torres, se hizo tardíamente y durante el siglo XIX, como se verá más adelante.
Sin embargo en un mapa del siglo XVIII aparece en el Lago de Maracaibo un puerto que recibe el nombre de Puerto Carora, a orillas del río Paraute (hoy llamado Pueblo Viejo) (Véase mapa Nº 7)
Se trata del West India Atlas de 1794. Al respecto Cunill Grau dice:
“Se indica en la desembocadura lacustre del río Paraute, el topónimo “puerto de Carora”, lo que indicaría a lo menos un poblamiento intermitente para estos fines de tráfico con el traspaís caroreño”. ([9])
Queda claro que dicho puerto de Carora no tenía ni tuvo una vida permanente y estable por las razones ya expuestas. A ello se le agrega la pobreza y el abandono en que se encontraba la costa oriental del Lago de Maracaibo. Cunill Grau dice que eran tierras bajas e insalubres, además de semiáridas (véase mapa Nº 8) y que:
“(…) Todos los lugares que al presente circundan esta laguna (Maracaibo) son los más infelices del obispado” ([10])
Sigue Cunill Grau diciendo que estos pueblos lacustres eran de palafitos indígenas:
“(…) Pueblos que dentro del agua conservan sus naturales con sus manufacturas de petates, esteras, chinchorros, pitas, cunayos (…)” ([11])
Esta desolada descripción de la zona nos hace pensar en las tremendas dificultades que debió enfrentar una localidad lacustre como el llamado puerto de Carora. No fue una población estable porque además no pudo formar un traspaís o “hinterlad”. Marco Aurelio Vila dice que:
“Todo puerto de mar por poco importante que sea, cuenta con su traspaís. Este traspaís puede ser un valle o un valle con sus laderas, donde prosperan las actividades agrícolas. En cambio, otro puerto puede tener un traspaís de gran extensión y una economía muy compleja” ([12])
Un buen modelo de traspaís es el de Puerto Cabello con respecto al Estado Yaracuy y el Barquisimeto de la actualidad.
Nadie recuerda hoy a Puerto Carora, él ha quedado casi completamente olvidado y nadie recuerda su exacta ubicación. Sin embargo, mirando los mapas actuales de la zona, nos encontramos que en donde se encontraba el citado puerto se localiza hoy una localidad llamada Pueblo Viejo, en la margen derecha de la desembocadura del río Pueblo Viejo (Paraute).
Es posible que ese nombre designe a la antigua localidad portuaria caroreña, que al perder importancia fue quedando abandonada y que – en años posteriores – se asentó allí un nuevo contingente humano que halló allí restos de un viejo poblado, sobre el cual erigió al nuevo y que llamó sin embargo, pueblo viejo.
Nos arriesgamos a afirmar que Carora estaba ubicada en las márgenes de otro traspaís más importante y con el cual se comunicaba mejor. Nos referimos al de Coro, ciudad antigua con la cual Carora mantuvo una constante y muy activa comunicación durante los siglos XVIII y XIX. Es más, desde el punto de vista administrativo y jurídico, Carora siempre perteneció a la Provincia de Venezuela y se ubicaba en un extremo de ella. En tanto que puerto Carora estaba localizado en jurisdicción de la Provincia de Maracaibo. Esto por supuesto conspiró contra la viabilidad de este puerto de Carora y el cual hoy no es más que un vago recuerdo, asunto de la atención de contadas y escasas personas.
El poblamiento de lo que hoy es el Oeste del Municipio Autónomo Torres se realizó durante el siglo XIX con dificultades enormes que retrasaron – con respecto a otras zonas del municipio – el avance poblacional sobre la margen extremo occidental. Esta zona siempre fue inhóspita y despoblada.
El asiento poblacional del viejo Cantón de Carora se llevó a efecto en las regiones semiáridas y secas de la zona. Allí se desarrolló una economía muy acorde con el clima y la vegetación, así Cunill Grau habla de que:
“El poblamiento rural de Carora es a base de la crianza de chivos, ovejas, burros y mulas”. ([13])
Carora desde su fundación en 1569 hasta mediados del siglo XIX, tuvo una clara vocación y un sentido de unidad geográfico-humana con la zona de pocas precipitaciones, vegetación rala y altas temperaturas. Esta zona no es otra que la llamada Depresión de Carora, la que forma una unidad geográfica con Barquisimeto, Siquisique y Baragua. De estas dos últimas poblaciones dice Cunill Grau:
“Baragua, expléndida situación en la red local de comunicaciones y su posición de puerto fronterizo caroreño en avance a las comarcas corianas”. ([14])
Y con respecto a Siquisique dice Cunill Grau:
“Siquisique en el siglo XIX se consolidó un tenientazo, ligado al ayuntamiento de Carora”. ([15])
La Carora de los siglos que van del XVI al XIX está colocada y mira hacia la tierra semiárida, asiento de los primeros centros urbanos (Véase mapa Nº 9). Pero es el hecho que el Cantón de Carora era muy extenso y tenía gigantescas zonas inexploradas y deshabitadas. Se trata del extremo occidente, que es una región en extremo distinta a la tradicional semiárida en la que se asienta Carora. Esta “nueva” región constituía para los caroreños una frontera lejana y virgen.
El poblamiento de este extremo occidental del Cantón Carora comenzó a realizarse en el siglo XIX. Al respecto Cunill Grau dice:
“El poblamiento de las comarcas caroreñas tiende a distribuirse preferentemente en la Depresión de Carora y en las riberas de los principales ríos”. ([16])
Se trata de los ríos Tocuyo y Morere, por supuesto. A la margen de éstos se produjo el poblamiento inicial de la región, asiento de los poblados más antiguos: Carora, Aregue, Río Tocuyo, Arenales, Atarigua y Curarigua. Todos estos poblados se ubican en la Depresión de Carora.
El aumento poblacional de Carora y de estas poblaciones aledañas, que pasaron de 20.317 habitantes en 1839 a 39.477 en 1873 y a 49.737 en 1883 ([17]), así como el perfeccionamiento de las técnicas, hicieron posible la gigantesca tarea de acometer la colonización de la región húmeda y boscosa de los piedemontes de las serranías de Jirajara y Ziruma.
Los hatos ganaderos y los conucos comenzaron a desarrollarse hacia el oeste de Carora, en Burere y hacia el sur en el valle de Sicarigua (ver mapas 10 y 11). Desde allí se inicia una forma sistemática de depredación y tala de la floresta y comienza a introducirse el ganado vacuno: “En Quediche del Municipio Burere hay unas 6.000 reses”. ([18])
Esta colonización se llevó a efecto durante todo el siglo XIX, y al finalizar éste siglo, la zona de hatos ganaderos es bastante extensa, llegando hasta Quebrada Arriba por el norte, y las riberas de los ríos Bucares, Quediche y Diquiva, afluentes todos del río Morere.
Aún más tardío fue el poblamiento de las serranías de Jirajara y Zaruma, que se produjo en el actual siglo XX, ya que en el pasado el poblado que se ubicaba más al oeste de Carora era Quebrada Arriba, que fue fundada a mediados del siglo XIX, en 1860. Más allá no había sino tierra despoblada y selvática.
Actualmente una de las poblaciones ubicadas más al oeste del Municipio Autónomo Torres es la localidad de Palmarito, capital de la parroquia Montaña Verde. En 1984 tenía 1.247 habitantes, en 1971 era la mitad de la del año 84: 712 personas. Apenas eran 186 palmaritenses en 1961 y en el año 50 sólo era un caserío de 50 habitantes. Es bastante notable el acentuado despoblamiento de la margen occidente del Distrito Torres. Esta negativa situación demográfica de la zona habrá de repercutir desfavorablemente en el Municipio Autónomo Torres y el Estado Lara, en vista de los graves problemas limítrofes que se generan con tres Estados vecinos: Zulia, Falcón y Trujillo, y que tienen como origen – entre otros – la ausencia de contingentes humanos estables en esta zona, la cual corresponde precisamente al de las serranías de Jirajara y Ziruma.
IV. Los Problemas Limítrofes del Estado Lara con sus Vecinos Falcón, Zulia y Trujillo.
Una mirada al mapa político del Estado Lara (mapa Nº 12) nos revela que existen en la entidad cuatro zonas con los cuales mantenemos litigios limítrofes con otros cuatro estados vecinos: Portuguesa, Trujillo, Zulia y Falcón. De esos cuatro litigios, tres de ellos se ubican en territorio y jurisdicción del Municipio Autónomo Torres. El cuarto, en el Municipio Andrés Eloy Blanco. Para los efectos de esta monografía sólo nos referiremos a las primeras tres mencionadas.
a) Aspectos comunes de las tres zonas en discusión.
Lo primero que resalta es que las tres se ubican en el extremo occidental del Municipio Autónomo Torres. Esta vasta zona es la de más reciente poblamiento humano, como lo hemos mostrado en el capítulo anterior. Además es necesario hacer notar que las tres zonas no están dispersas sino que están colocadas una frente a otra, en forma de juego de dominó.
La superficie conjunta de estas tres zonas constituye aproximadamente un 30% del territorio del Municipio Torres ([19]) es decir unos 2.193 km2 que corresponden a las zonas más húmedas y fértiles del Estado (de 6 a 9 meses lluviosos al año). Un sistema montañoso – el de Jirajara y Ziruma – atraviesa de norte a sur las tres zonas en litigio. En él nacen varios ríos que con sus respectivas cuencas ocupan la zona. Ellos son los que se muestran en el cuadro Nº 1 o sea el Jordán, el Ricoa, Las Palmas, en la zona en litigio con Falcón. El río Misoa o Sicare en la zona en discusión con el Estado Zulia; los ríos Jirajara y Bonilla en la zona en litigio con el Estado Trujillo. (Véase mapa Nº 13).
En lo económico, son zonas de asiento de gran cantidad de hatos y haciendas de ganadería intensiva, principalmente en la cuenca del río Misoa a ambos lados de la carretera Lara-Zulia.
Cuadro Nº 1
Hidrografía del Estado Lara (*)
Vertiente
Cuenca
Subcuenca
Superficie
Caribe
Lago de Maracaibo
Matícora
Motatán
Misoa
Las Palmas
Jirajara
Bonilla
Cuenca Alta
73.782 ha
70.437 ha
81.097 ha
En un estudio de FUDECO y el MARNR dice:
“Aunque es un sector predominantemente montañoso (montañas bajas y colinas) tiene zonas de valles con suelos de buen potencial agrícola”. ([20])
Un aspecto más que se agrega a los anteriores, es que casi toda la zona está incluida como área de régimen especial de uso con la figura de zona protectora. A pesar de las restricciones que esto supone, se calcula que hay allí unos 600 pequeños y medianos productores agropecuarios.
En lo jurídico político la problemática limítrofe se acentúa debido a que las tres zonas en litigio se encuentran ubicadas aproximadamente a 100kms de la capital del Municipio Autónomo Torres: Carora, y que por consiguiente a casi 200kms del centro de decisiones más importantes y de más peso en el Estado: su capital Barquisimeto (ver mapa Nº 14). La lejanía geográfica sumada al poco interés que las autoridades han mostrado por mejorar las condiciones de vida en la zona, han contribuido a que el litigio en cuestión se haya prolongado y se encuentre aún no resuelto.
En lo poblacional se observa que son las zonas menos habitadas del Estado Lara, ya que la mayor concentración de la población se ubica en el extremo oriental de la entidad. La unidad Barquisimeto-Cabudare concentra más de la mitad de la población total de Lara (59%). Por otro lado, la zona ubicada en el centro del Estado compuesta por Carora, Aregue, Río Tocuyo y Curarigua con el 8% de la población del Estado ([21]). Esto significa que la población del Estado está sumamente mal distribuida, dejando zonas muy despobladas al oeste, y concentrando casi toda la población en su parte más oriental. (Véase mapas Nº 15 y 16).
b) Especificidades de cada una de las tres zonas en conflicto.
Después de enumerar las características comunes a las tres zonas en litigio, destacaremos que cada una de ellas tiene aspectos en singular que la diferencian de las otras dos. Se impone así la necesidad de describirlas por separado cada una de las tres.
b.1. La zona en litigio con el Estado Falcón
Para el Estado Lara esta zona en litigio ocupa parte de la Parroquia El Blanco, cuya capital es Quebrada Arriba. Su población es de 4.851 habitantes (1981) y se ubica en el extremo nor-occidental del Estado.
Límites: Al norte con el Municipio Buchivacoa del Estado Falcón. Por el oeste con los Municipio Baralt y Bolívar del Estado Zulia. Al sur con la parroquia El Blanco y la parroquia Montaña Verde, ambas del Municipio Autónomo Torres. Finalmente al este sus límites son con la parroquia Montes de Oca, Municipio Autónomo Torres.
Ya hemos anotado que este territorio pertenece a la cuenca alta del río Matícora, cuyos afluentes son los ríos Jordán, Ricoa y Las Palmas, aguas que van a desembocar en el Golfo de Venezuela.
Según el mapa de FUDECO (Nº 9) el límite con el Zulia va en las divisorias de las aguas que van hacia el Lago de Maracaibo, o sea las de los ríos Machango y Pueblo Viejo. Esta es la serranía de Ziruma, cuyo punto de altura máximo es el Cerro Socopo que se eleva a 1.571mts sobre el nivel del mar. Este punto máximo de elevación es el sitio en donde convergen los límites de los tres Estados: Lara – Zulia – Falcón. El límite con Falcón no se apoya en rasgos naturales sino que en línea recta se dirige al este hasta los 70º 38` aproximadamente, desde ese punto y con elevación de 45 grados sigue hasta encontrarse con un punto ubicado en 70º 32` de longitud occidental. Desde allí sigue en línea recta hacia el este hasta encontrarse con la Cordillera de Buena Vista, en los límites del Municipio Urdaneta del Estado Lara y el Municipio Democracia del Estado Falcón. Por el sur, el límite va desde el cerro Cerrón siguiendo la divisoria de las aguas de las ríos Diquiva (que van hacia el Morere) y El Tocuyo por el lado larense. Por el otro, la de las aguas que van hacia el río Matícora del Estado Falcón, o sea los ríos Jordán, Ricoa y Las Palmas.
En esta zona, cuya superficie es de 70.000 ha se asientan 28 caseríos; ellos son: El Burro, La Portería, Río Chiquito, La Opinión, La Vega, El Palmar, El Páramo, Los Judíos, Santa Lucía, Sinamaica, Cerro Azul, Los Cogollales, Las Flores, El Jordán, Sabana de Verdún, La Fortaleza, Madre de Agua, Los Aguacates, La Rica, Los Ranchos, San Martín, El Silencio, Chipare, Las Parcelas, Morroco, Santa Ana, San José y Peña de La Virgen.([22])
La vialidad de la zona está constituida por la llamada carretera Quebrada Arriba – Bariro, la cual no ha terminado de construirse ya que se encuentra en un estado deplorable de abandono en la parte larense, no así en su sector falconiano.
La zona es el asiento de prósperas fincas y hatos ganaderos, los cuales están jurídicamente registrados en el Municipio Autónomo Torres. Los censos de población y por consiguiente los resultados electorales se contabilizan para el estado Lara.
En lo educativo, las escuelas rurales tienen maestros larenses y falconianos. Estos últimos viven en las localidades de Dabajuro y Capatárida del Estado Falcón.
b.2. La zona en discusión con el Estado Zulia
En lo jurídico-político esta zona en reclamación ocupa una parte de la parroquia Montaña Verde del Municipio Autónomo Torres cuya capital es la localidad de Palmarito (1.247 habitantes en 1984).
Sus límites: Por el norte: la zona en discusión que mantiene Lara con Falcón, es decir, la parroquia El Blanco. Por el oeste: el Municipio Autónomo Baralt del Estado Zulia. Por el sur: el Municipio Autónomo Baralt y la parroquia Heriberto Arroyo (zona en litigio de Lara con el Estado Trujillo). Este: la parroquia El Blanco y la parroquia Las Mercedes, ambas pertenecientes al Municipio Autónomo Torres del Estado Lara, y la parroquia Heriberto Arroyo (zona en litigio con Trujillo).
La superficie de esta zona es de 81.200 hectáreas o sea la cuenca alta del Misoa, río que en su nacimiento recibe el nombre de Sicare. Para algunos mapas de FUDECO este río nace en la parroquia Las Mercedes (mapa Nº 8) y en otros mapas (también de FUDECO), el río nace dentro de la misma jurisdicción de la parroquia Montaña Verde. Esto significa que no existe un criterio unánime con respecto a los límites de esta parroquia torrense.
Volviendo al litigio limítrofe Lara-Zulia, los mapas de FUDECO presentan la misma ambigüedad e imprecisión. En algunos se muestra que existe una zona que no está en discusión. Es la que va, siguiendo la vía Lara-Zulia, desde Santa Rosa hasta Palmarito. En otros, la zona en litigio se extiende, siguiendo la misma carretera desde Santa Rosa hasta Puente Palma, la que incluye, por supuesto, a la capital de la parroquia.
Economía: La zona es asiento de una pujante y próspera economía de ganadería intensiva, la cual se ve favorecida por la humedad reinante durante la mayor parte del año. La agricultura de Montaña Verde produce café, maíz, caraotas en grandes cantidades. Estas actividades se facilitan por el clima húmedo local, el cual se explica porque las aguas que se evaporan del vecino lago de Maracaibo se precipitan sobre las serranías de Jirajara-Ziruma.
De las tres zonas en litigio, Montaña Verde es la que goza de mejor comunicación vial. La carretera Lara-Zulia la atraviesa de Este a Oeste. De ello se deriva que esta parroquia sea el primer contacto de los zulianos con el Estado Lara. El clima benigno de la zona, así como el fácil acceso desde el Zulia ha producido un importante movimiento de contingentes humanos desde esta otra entidad. Los zulianos han establecido allí, sobre todo en la zona de Agua Linda, una colonia vacacional de lujosas quintas y chalets estilo suizo de un gran valor monetario. Algunas de las cuales les han colocado teléfonos que tienen código de área del Estado Zulia (061). Allí también han sido instaladas poderosas antenas de radio y repetidoras de TV que sirven a la zona oriental del lago de Maracaibo.
Últimamente se ha hablado con insistencia de la probable existencia de crudos livianos en la zona de Matejey y de Morroco. Una empresa filial de PDVSA – Maraven – ha hecho las exploraciones en su búsqueda. ([23])
En abril de 1991 la Asamblea Legislativa y el Gobernador del Estado Lara realizaron en la localidad de Puente Palma (en el límite Lara-Zulia) un acto de reafirmación de la autoridad larense sobre la zona. Sus moradores reclamaron mayor atención y la realización de obras públicas muy necesarias.
Es difícil la situación de Montaña Verde puesto que esta indefinición limítrofe ha producido conatos de violencia tales como la oposición de algunos lugareños a que el Estado Lara realice construcciones de obras.
Esto se origina porque el Estado Zulia promete mejorar su nivel de vida si la zona se incorpora a ese Estado.([24])
Es curioso que Montaña Verde tenga una crecida cantidad de hombres y mujeres de las Sectas Evangélicas y Protestantes. Porcentualmente la votación del partido de Orientación Bíblica (ORA) obtuvo allí su más alta expresión en todo el Estado Lara.
Un importante contingente humano habita la zona, allí se ubican un total de 58 caseríos: Matejey, Morroco, El Venadito, Las Delicias, La Esperanza, Palmarito, Primera Sabana, Las Palmas, Sicare, Cerro Verde, El Pozón, Agua Linda, San Pablo, Santa Elena, Santa Rita, Las Tres Flores, San Juan, Palo Negro, La Pastora, Buenos Aires, La Alcabala, El Mapurite, Libertad, La Victoria, La Florida, El Pleito, La Estrella, Caballo Muerto, San Antonio, El Solito, Laguneta, Loma Rica, El Muñeco, Paraguay, Puente Palma, Misoa, San Salvador, El Placer, Los Claveles, La Belleza, Nueva Esperanza, Totuche, El Respiro, La Cañada, El Amparo, San José, La Bonita, Las Mercedes, Altamira, Riecito, El Delirio, Los Rosales, Puerto Rico, Barcelona, La Jara, Uruguay, Cerro azul.
b.3. La zona en litigio con el Estado Trujillo
A diferencia de las anteriores dos zonas en discusión, en las que una parte y no toda la parroquia está en litigio, en la parroquia Heriberto Arroyo (nombre que le dan los larenses) toda ella está en proceso de discusión limítrofe.
Limites: Norte: parroquias Montaña Verde y Las Mercedes del Estado Lara. Este: parroquia Manuel Morillo (Lara) y Municipio Autónomo Carache del Estado Trujillo. Sur: Municipios Autónomos Carache y Betijoque del Estado Trujillo. Oeste: Municipio Betijoque del Estado Trujillo, Municipio Baralt del Estado Zulia y la parroquia Montaña Verde del Estado Lara.
Superficie: 74.400 hectáreas.
Caseríos: son 30, ellos son: El Paradero, La Placita, Caño de León, Las Casitas, Río Chiquito, Zona Seca, Jirajara, Cachicamo, Las Tres Matas, Media Ladera, La Chara, El Secreto, Monte Oculto, Loma Seca, La Chacota, El Quebradón, La Guarita, Río Derecho, La Unión, La Rosa, Los Cedros, Los Caprichos, Puente de Piedra, El Bijao, La Cocuiza, Monte Negro, Las Campanas, Cerro Alto, Palma Sola, Cumbres de Parajá.
La situación conflictiva de la parroquia Heriberto Arroyo es, a nuestro juicio, más complicada que las otras dos. Merece por ello un tratamiento especial y más minucioso de su problemática.
Breve Historia de la Zona en Litigio
En el año 1947 un trujillano de nombre Sabino Valero llega hasta el naciente del río Jirajara, zona totalmente despoblada. En 1954 desde Baragua (Lara) llega en compañía de varios falconianos y larenses el Sr. Heriberto Arroyo. Se dice que era empleado del Sr. Gonzalo (Chalo) Pérez. Este Pérez se hace pasar como propietario de la zona.
1952-58: Los colonos recién llegados reciben los ataques sistemáticos de la Guardia Nacional, que no impiden las invasiones.
1958: Fundación del caserío El Socorro.
1958: Durante el gobierno provisional de Larrázabal y por intercesión del Dr. Raymond Aguiar, los pobladores consiguieron un amparo policial de la Prefectura del Distrito Torres del Estado Lara para que les garantice la tenencia de la tierra.
1960: Los habitantes de El Paradero comienzan a recibir permisos para la tala de la Jefatura Forestal de Carora.
El sacerdote de El Empedrado (Municipio Manuel Morillo, Municipio Torres del Estado Lara) oficia la primera misa en la región.
La Gobernación de Lara designa la primera maestra y el primer médico. ([25])
Origen del Conflicto
A mediados de este siglo la zona estaba casi totalmente despoblada. El geógrafo Marco Aurelio Vila dice al respecto que:
“El río Carache poco trecho antes de dar sus aguas al Motatán, recibe el norte al río Jirajara, cuya cuenca se haya de hecho deshabitada y cubierta por una vegetación forestal tipo alísico”. ([26])
Más adelante, Vila afirma que el Distrito Carache ha visto disminuir su densidad de población de esta forma:
Año
1936: 28,7
1941: 31,2
1950: 31,2
1961: 30,4 ([27])
Esta notable disminución de la población se explica por el acelerado proceso de migraciones de los trujillanos hacia otros Estados del país. ([28])
Esta despoblación de Trujillo es muy notable en límite con Lara (véase mapa Nº 17) pues ni siquiera aparece la localidad de El Paradero, que para 1961 era poblacionalmente insignificante.
Este despoblamiento es lo que explica que la cuenca del río Jirajara haya sido colonizada por contingentes humanos venidos de otros Estados, en espacial del Distrito Urdaneta del Estado Lara. La calle principal de El paradero recibe el nombre de Xaguas! Fue un urdanetense, Heriberto Arroyo quien lideró el poblamiento de la cuenca del río Jirajara estableciéndose en las cercanías del poblado de El Paradero,tan significativo topónimo ¿no es así?
En años recientes la zona ha recibido grupos humanos del Estado Trujillo, los cuales se han agregado al original grupo de pioneros larenses y falconianos que la exploraron y colonizaron. Actualmente se ha producido una curiosa situación de duplicidad de nombres y funciones. Así los trujillanos llaman a la zona Municipio Márquez Cañizales, en tanto que los larenses lo denominan parroquia Heriberto Arroyo. Es insólito que en El Socorro haya dos medicaturas rurales y dos jefes civiles.
Esta paradójica situación se ha complicado aún más cuando la OCEI decide colocar a la zona en el Estado Trujillo y, por lo tanto, los censos de población y los resultados electorales se contabilizan para el Estado Trujillo. Desde el punto de vista educativo es la zona educativa de Lara quien designa a sus maestros y profesores.
Los créditos agropecuarios han sido otorgados por la oficina de BANDAGRO de Carora.
Proposiciones para un arreglo del litigio limítrofe Lara-Trujillo
a) Elevar ante la Corte Suprema de Justicia el litigio para que sea ella quien decida a quién pertenece la autoridad sobre la zona.
b) También es viable que los mismos lugareños decidan sobre el litigio por medio de la figura del referéndum, es decir, el voto directo de los ciudadanos.
c) El Estado Lara debe de concluir una vía que comunique directamente al Municipio Autónomo Torres con la parroquia Heriberto Arroyo. Esta vía evitaría a los larenses tener que ir al Estado Trujillo para poder llegar a ella. Esta carretera es la que ya se ha iniciado: se extiende desde Palmarito (parroquia Montaña Verde) hasta El Paradero. El vínculo geográfico y humano sería así más estrecho y eficaz.
V. Carora, Municipio Autónomo Torres, frontera interior de transición Lara-Zulia
Ya hemos señalado que el Municipio Autónomo Torres es el único municipio larense que tiene límites con el Estado Zulia: son unos 70kms con la parroquia Montaña Verde y otros 25kms con la parroquia Heriberto Arroyo.
La principal, sino única, forma de comunicación terrestre entre ambos Estados lo constituye la carretera Lara-Zulia o Troncal Nº 17. Esta vía se conecta con la Troncal Nº 001 en el sitio denominado Sabaneta del Municipio Autónomo Torres. La Troncal Nº 001 es según FUDECO:
“… la vía de mayor capacidad e importancia económica del Estado, ya que canaliza los mayores volúmenes de tránsito a la vez que sobre ella confluyen todas las demás vías locales, permitiendo la conexión de las áreas urbanas entre sí y el acceso a todos los centros poblados de Estado”. ([29])
Queda claro que es el Municipio Autónomo Torres el sitio de interconexión de dos regiones y sistemas de ciudades muy importantes. Una de ellas es la que conecta a través de la Troncal Nº 017, o sea la vía carretera que atraviesa la costa oriental del lago de Maracaibo y comunica a Mene Grande, Bachaquero, Lagunillas, Ciudad Ojeda, Cabimas y Maracaibo. La otra región y sistema de ciudades (mapa Nº 18) lo hace por la Troncal 001 o carretera Panamericana que conecta a Barquisimeto, Carora, Quíbor y El Tocuyo. Dice el estudio de FUDECO que la Troncal Nº 17:
“en un tramo de 88,22km constituye el lazo de unión (de Lara) con esta importante zona petrolera”. ([30])
Es por esta razón que el Municipio Autónomo Torres es quien primero recibe los contingentes humanos que se desplazan desde el Zulia por esta vía carretera que se concluyó en 1957. Es a partir de esta inauguración cuando se ha producido un acelerado proceso de vinculación Lara-Zulia.
Esta cercanía geográfica crea lo que se ha dado en llamar una frontera interior de transición Lara-Zulia en el Municipio Autónomo Torres. (Véase parte I de esta monografía).
Características Generales de Carora como Frontera Interior de Transición Lara – Zulia.
a) Economía:
Si bien es cierto que la vinculación económica de Carora es fundamentalmente con Barquisimeto (véase mapas Nº 19 y 20), es importante destacar que el intercambio comercial es muy intenso en lo que se refiere a Carora y su área de influencia con el Zulia. Es muy significativo que una de las primeras agencias bancarias privadas en establecerse en Carora fuese el Banco de Maracaibo (1958).
No poseemos cifras sobre el volumen del comercio Carora – Maracaibo pero, a juzgar por la cuantiosa cantidad del comercio ilegal decomisado procedente del Estado Zulia, inferimos que la entrada de mercancías desde esa entidad es bastante significativa.
b) Tránsito humano:
La comunicación del Zulia con el centro de Venezuela es por la carretera Lara-Zulia. Hay un incesante flujo de pasajeros de esa a estas regiones del país.
En Carora existe una línea de autobuses (con 30 unidades) que todos los días hace sus viajes hasta Cabimas, Bachaquero, Lagunillas y Ciudad Ojeda.
c) Migraciones Internas
Las cifras dadas por el geógrafo Ramón Tovar indican que el Estado Zulia es un fuerte foco de atracción de población. La presencia de falconiano, trujillanos y merideños en el Zulia ,ocupan el segundo y tercer lugar respectivamente. Con respecto a Táchira y Lara, Tovar dice:
“No quiere esto decir que están ausentes en el Zulia sino que su peso se coloca por debajo de los más fuertes (Falcón 1º, Trujillo 2º y Mérida 3º)”. ([31])
Pese a esto es de destacar que la mayor presencia de larenses en el Zulia está constituida por torrenses. Una rápida y directa encuesta entre 350 alumnos del Liceo Egidio Montesinos de Carora y a la pregunta: ¿tiene Ud. familiares en el Zulia? Respondió favorablemente el 15% de los encuestados. Es la actividad petrolera lo que atrae hacia el Zulia y son cuantiosos los caroreños y torrenses que han regresado de ese Estado con significativas fortunas, que son producto de su labor por años en las compañías petroleras extranjeras.
d) Educación, Salud, Deporte y Cultura
El torrense prefiere continuar sus estudios superiores en Barquisimeto, en Mérida y en Maracaibo. Creemos que el número de egresados del Zulia y de Mérida es equivalente pero muy atrás de los que lo hacen en su Estado nativo.
Ante la enfermedad, el torrense debe elegir entre el ir a tratar su mal en Barquisimeto o en Maracaibo. Una estimación conservadora es la de que el 50% elige cada uno de estos centros de atención hospitalaria. El caroreño estima y sabe que la infraestructura hospitalaria de Maracaibo es de las mejores del país.
Torres tiene una tradición beisbolística sin parangón en el Estado Lara. Ella le fue inyectada desde los campos petroleros zulianos, en donde los norteamericanos introdujeron el deporte al país. No es de extrañar que el equipo larense de béisbol, el Cardenales BBC, haya nacido en Carora y que en sus inicios perteneciera a la extinta Liga de Occidente que tenía como sede principal a Maracaibo. Un dato poco conocido es el de que Luis Aparicio, el más grande pelotero zuliano y del país, se haya iniciado con este equipo y que permaneciera viviendo en Carora por varios años.
Folklore y Música
La gaita zuliana ya se oye en toda época del año en todo el ámbito nacional. Este es un fenómeno reciente, pero en Torres la gaita tiene historia. No debe olvidarse que las emisoras de radio del vecino Estado se oyen con nitidez en Torres. Otros ritmos (de Colombia: el vallenato, la cumbia y el porro) son muy escuchados en el Zulia y en Torres.
El caroreño tiene una marcada tendencia expresar dichos de gran agudeza, chistes y bromas que son muy semejantes a los zulianos. Es frecuente que los chistes de “maracuchos” se digan y cuenten en Carora. Zulianos y caroreños son dicharacheros y de una brusca franqueza.
La fonética del zuliano se asemeja a la del caroreño en el alargamiento de las vocales y en cierta musicalidad con que entonan las frases.
Caroreños y zulianos gustan del comer y del beber con un cierto sibaritismo que a veces cae en el exceso. Es común ver en maracuchos y caroreños exhibir grandes y acentuados vientres. Coincidencia o no, son unos rasgos comunes aún no estudiados en profundidad.
Religión
En Venezuela existen sitios en donde hay devoción o que apareció la Virgen de la Chiquinquirá. Ellos son Barinas, Lobatera, Maracaibo y Aregue.
Aregue se halla a 10 kms de Carora. ¿Se trata de dos hechos aislados? No lo creemos. Se trata más bien de una devoción que fue traída desde la Nueva Granada a Aregue en el siglo XVII, y que por agradecimiento un viajero español salvado de un naufragio por la virgen ,le fue erigida una bella iglesia en 1746 Es, pues, una devoción que entró al país por el oeste desde la vecina Colombia como parte del gran movimiento mariano de los siglos XVII y XVIII.
CONSIDERACIONES FINALES
El Municipio Autónomo Torres del Estado Lara corre el riesgo de perder una buena parte de su territorio, o sea el 30% de su superficie, y no es casual que ellos sean la mayor riqueza forestal, agropecuaria y de producción de agua.
Tres Estados vecinos litigan esas ricas comarcas al Municipio Autónomo Torres, quien de perderlas se encontraría con la dramática situación de ver conformada casi toda la totalidad de su superficie por terrenos semiáridos de baja productividad. En consecuencia, se impone una solución inmediata de estos tres litigios limítrofes con los Estados Zulia, Falcón y Trujillo.
Sirva la presente monografía para hacer tomar conciencia y documentar a aquellos larenses preocupados por el destino de su región.
BIBLIOGRAFÍA
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Aspectos geográficos del Estado Trujillo. C.V.F. Caracas, 1966.
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FUDECO. Análisis ambiental de la región Centro Occidental de Venezuela. Barquisimeto, 1985.
FUDECO-MARNR. Caracterización ambiental del Estado Lara. Barquisimeto, 1987.
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Nweihed, Kaldone. Terminología geográfica de Venezuela. Vadell Hnos. Valencia, 1988.
Tovar, Ramón. Perspectiva geográfica de Venezuela. Vadell Hnos. Valencia, 1978.
Troconis de Veracoechea, Ermila. Historia de El Tocuyo colonial. EBUCV. Caracas, 1982.
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Mapas
CORPOVEN-MTC. Mapa vial región norte de la República de Venezuela. Gráficas Armitano. Caracas, 1981.
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LAGOVEN S.A.- MARNR (Dirección de Cartografía Nacional). Mapa de carreteras de Venezuela. Edición 1980. Aeromapas Seravenca C.A. Caracas, 1980.
Fuentes Orales
Cortés, Expedito. Educador y conservacionista larense. Marzo de 1991.
Díaz, Germán. Docente larense en El Paradero. Marzo de 1991.
Montes de Oca, Domingo. Concejal por el MAS del Municipio Autónomo Torres. Abril, 1991.
Silva, Amabilis. Diputado de Copey , Asamblea Legislativa de Lara. Abril, 1991.
([1]) Este es el “sentido que le da el Dr. Nweihed, Kaldone al término frontera. Véase su trabajo Terminología de Fronteras U.S.B. Caracas, 1998. Pág. 4.
([2]) Troconis de Veracoechea, E. Historia de El Tocuyo Colonial. EBUC. Caracas, 1982. Pág. 54.
([3]) Vila, Marco Aurelio. Conceptos de Geografía Histórica de Venezuela. Monte Ávila Editores. Caracas, 1970. Pág. 28.
([4]) Troconis de Veracoechea. Op. Cit. Pág. 296
([5]) Vila, M.A. Op. Cit. Pág. 40.
([6]) Vila, M.A. Op. Cit. Pág. 40
([7]) Cunill Grau, Pedro. El territorio venezolano durante el siglo XIX. Ediciones de la Presidencia de la República. Caracas, 1985. Pág. 1386.
([8]) Cunill Grau, Pedro. Op. Cit. Pág. 1388.
([9]) Cunill Grau, Pedro. Op. cit
([10]) Cunill Grau, Pedro. .Op. cit. Pág. 242
([11]) Op. Cit. Pág. 242
([12]) Vila, M.A. Op. Cit. Pág. 210
([13]) Cunill Grau, Pedro. Op cit. Pág. 1383.
([14]) Op cit. Pág. 279
([15]) Op cit. Pág. 280
([16]) Cunill Grau. Op cit. Pág. 1880
([17]) Cunill Grau. Op cit. Pág. 1378
([18]) Se refiere Cunill Grau al año 1880. Op cit. Pág. 1386
([19]) FUDECO- MARNR: Caracterización ambiental del Estado Lara. Página 219.
(*) Fuente: FUDECO- MARNR: Caracterización ambiental del Estado Lara. Página 16
([20]) FUDECO- MARNR: Caracterización ambiental del Estado Lara.
([21]) FUDECO-MARNR. Op cit. Pág. 156
([22]) FUDECO-MARNR: Op cit. Anexo I. Pág. 256
([23]) Información suministrada por el diputado larense Amabilis Silva en marzo de 1991.
([24]) Información suministrada por el concejal torrense Domingo Montes de Oca el 30 de marzo de 1991.
([25]) Información suministrada por el Profesor Germán Díaz. Marzo de 1991.
([26]) Vila, Marco Aurelio. Aspectos Geográficos del Estado Trujillo. C.V.F. Caracas, 1966. Página 95
([27]) Vila, M.A. Op cit. Pág. 132
([28]) El mismo Vila afirma que en 1950 160.747 trujillanos viven fuera de su Estado. Op cit. Pág. 126
([29]) FUDECO-MARNR. Op cit. Pág. 169
([30]) FUDECO-MARNR. Op cit. Pág. 169
([31]) Tovar, Ramón. Perspectiva Geográfica de Venezuela. Vadell Hnos. valencia, 1978. pág. 81
Ocho pecados capitales
Dr. Luis Eduardo Cortés Riera.
UCLA-UPEL-IPB-Fundación Buría.
luiscortesriera@hotmail.com Carora-Barquisimeto, Venezuela, julio de 2007.
INTRODUCCION.
Varias situaciones y experiencias en mi ya larga trayectoria como docente e investigador de la historia, así como la lectura de autores clásicos de la historiografía de todos los tiempos y lugares, me han animado a escribir estas reflexiones que bajo el insidioso título que le di, ojalá motiven a los jóvenes cultivadores de esta ciencia social tan nueva y que aún se haya en el tránsito hacia su edificación, a esclarecer algunos conceptos y categorías, a plantear nuevas problemáticas y a deslastrarse de las viejas y falaces, pero muy influyentes ideas en torno a la historia que han hecho carrera desde tiempos de Heródoto o de Polibio hasta llegar a Edward Gibbon o Leopold Von Ranke, y que nos han llegado con fuerza y autoridad inusitada hasta el presente.
La palabra pecado que aquí empleo se la debo al insigne historiador francés, miembro del Collège de France, Lucien Febvre, quien dice del anacronismo que es el mayor de los pecados, el más imperdonable. Desde tiempos de mis estudios de pregrado (1972-1976) en la ya bicentenaria Universidad de Los Andes y su Escuela de Historia, me había llamado la atención este pecado, el primero y más dañino que puede cometer el historiador. Pero los ojos de aquélla Escuela estaban en otros lados, la enseñanza de un marxismo vulgar asociado al estructuralismo, así como el repliegue de la izquierda insurreccional, y poco se atendía a la formación de los estudiantes en el oficio del historiador. Casi no se leía a Marc Bloch, y si ello se hacía, aquél privilegio lo gozábamos solamente los estudiantes de la especialidad en Historia Universal.
El creador de la concepción de la “historia total”, otro francés, el profesor Pierre Vilar me motivó con su obra Iniciación al vocabulario del análisis histórico (l980) magnífico trabajo de precisión y de reflexión sobre lo histórico, donde nos dice: “Siempre he soñado con un “tratado de historia”. Pues encuentro irritante ver en las estanterías de nuestra bibliotecas tantos “tratados” de “sociología”, de “economía”, de “politología”, de “antropología”, pero ninguno de historia, como si el conocimiento histórico, que es condición de todos los demás, ya que toda sociedad está situada en el tiempo, fuera capaz de constituirse en ciencia”. En este sentido he creído necesario alertar sobre los errores y las omisiones más graves y más comunes que se cometen con la historia.
De Marc Bloch, creador de la idea del oficio del historiador, me he nutrido permanentemente para enseñar e investigar la historia con las aportaciones de todas las ciencias sociales (y a veces las naturales), el empleo del método comparativo como propuso con Febvre en la Escuela de los Anales y que se presenta magistralmente en Los reyes taumaturgos (1924) y La sociedad feudal (1939-1940), pero sobre todo Apología de la historia o el oficio del historiador (1942), llamada por Georges Duby la “agenda de un artesano”, un libro escrito bajo la ocupación nazi de Francia, por lo que ha sido llamado “El manuscrito interrumpido del Marc Bloch,” que trata sobre los motivos por los que se estudia la historia y sobre el oficio del historiador. No es un libro de filosofía de la historia, ni un libro de metodología empírica: ha querido presentarnos los problemas, las dificultades que a un historiador se le presentan en la continua meditación de las razones de su trabajo; hacernos partícipes desde adentro de los procesos que éstos implican; en suma, guiarnos con su rica sensibilidad y vivacidad cultural a través de los secretos de su singular “oficio”. Es mi libro de cabecera.
Esta obra ha tenido un éxito notable en el mundo de habla castellana y se ha reeditado unas 19 veces hasta 1994 desde que el Fondo de Cultura Económica, México, la tradujo y editó por vez primera en 1952 (por Pablo González Casanova y Max Aub) con el inapropiado título de Introducción a la historia. En 1949 llega un alumno de Bloch a aquél país, Francoise Chevalier, y a sus clases asiste un perseguido de la dictadura perejimenista en Venezuela, el profesor Federico Brito Figueroa (+ 2000), quien a su regreso al país en 1960 funda los estudios de posgrado en historia en la Universidad Central de Venezuela y que continua en la Universidad Santa María, recinto en donde conoce al joven profesor Reinaldo Rojas quien le convence a venir a Barquisimeto. Acá fundan bajo un pomarroso (Mirtácea de la India) la Fundación Buría, y en 1986 editan por primera vez en el país Apología de la historia o el oficio del historiador.
Y es acá en donde se inserta desde 1989 quien escribe estas líneas en esta fértil corriente de pensamiento, pues cuando se acercaba el fin del “siglo corto”, como sostiene Eric Hobsbawm, inicié los estudios de postgrado en historia bajo la guía y conducción de los doctores Federico Brito Figueroa y Reinaldo Rojas e introducido en las posibilidades de método y del conocimiento científico de la Escuela de los Anales. En esta comunidad discursiva con sede en Barquisimeto, Venezuela, y en torno fundamentalmente a las Líneas de investigación: “Historia social e institucional de la educación en la Región Centro Occidental de Venezuela”, y la de “Redes sociales, cultura y mentalidad religiosa”, he tenido las más hermosas y edificantes satisfacciones intelectuales y personales de mi existencia.
Tiene, pues, el lector entre sus manos las meditaciones de un docente en varios niveles de la educación y de un investigador ya curtido en la ciencia de Clío y que, cual sentencia sacada de las Escrituras sagradas, se atreve a dejar entre sus manos estos Ocho pecados capitales del historiador.¿Que se puede abultar esta ominosa cantidad? Sí, es posible y además necesario, porque recordemos con el hispanista francés, el maestro Pierre Vilar que la historia es una ciencia que está en permanente construcción. Que la historia -agrega el autor de Crecimiento y desarrollo e Historia de España - es el único instrumento que puede abrir las puertas a un conocimiento del mundo de una manera si no “científica” por lo menos “razonada”. La historia-ciencia todavía se está construyendo, los pecados serían, pues, la anticiencia o la pseudociencia.
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Primer pecado: Anacronismo.
Que no es otra cosa que ver el pasado con ojos del presente. El historiador francés Lucien Fevbre nos dio un magnífico ejemplo para comprender este primer pecado: “Anacronismo es darle un paraguas a un Diógenes y una metralleta a Marte. O, si se prefiere, es introducir a Offenbach (compositor francés de operetas) y su Belle Hélêne en la historia de las ideas religiosas o filosóficas, donde quizá no tuviera nada que hacer…”. El paraguas, un invento que como sabemos se produjo muchos siglos después y que tanta significación le da al recoleto siglo XIX. Cosa semejante sucedió a quien escribe estas líneas. Una vez inauguraron en Carora, Venezuela, un hotel con el nombre de “El Conquistador” y alguien realizó un mural con varios de estos personajes a la orilla de una playa. Uno de los conquistadores otea el horizonte con un telescopio, instrumento que, como sabemos, se debe al genio de Galileo Galilei, físico y astrónomo del siglo XVII. ¿Que un siglo es una diferencia muy pequeña? Quizás, pero que Galileo lo haya construido en 1609 y los conquistadores españoles usado en, digamos, 1569, es poco menos que un verdadero disparate colocar en uso ese instrumento óptico ¡50 años antes de su invención!. Un historiador caroreño, el doctor Ambrosio Perera sostiene que el repoblador de la ciudad en 1572, Juan de Salamanca era muy católico, como distinguiendo su particular condición de creyente, cuando en realidad todos los hombres y mujeres del siglo XVI eran fervientes católicos. No podía ser de otra manera en “el siglo que quiere creer”, según la expresión de Lucien Febvre. Anacronismo es también llamar a los conquistadores del siglo XVI europeos, pues Europa todavía no existía como entidad política; Europa es, según Eric Hobsbawm, una invención posterior, el siglo XVII. Este historiador británico marxista propone dar el nombre de cristianos a los “europeos” del siglo XVI.
El malogrado geólogo, paleontólogo y filósofo de la ciencia Stefan Jay Gould (1941-2002) nos refiere que los paleontólogos reconstruimos de acuerdo a nuestros prejuicios y a nuestras imágenes estándares. Lo dijo a propósito de la reconstrucción del escultor londinense Waterhouse Hawkins (1807-1889) de Labyrinthodon, un anfibio temprano. Nosotros sabemos ahora que este animal era elongado, con cuatro patas aproximadamente iguales. Pero Hawkins, que tuvo poco más que un cráneo para guiarse en su trabajo, reconstruyó el animal según los cánones de los anfibios de nuestro tiempo- como una rana, con poderosos muslos para saltar y un cuerpo acortado. Por esta razón, nos dice este extraordinario divulgador de la ciencia estadounidense, la crónica de las restauraciones cambiantes de las bestias fósiles se convierte también en una representación fascinante de nuestra historia social e intelectual. El juego entre estos dos factores – el empírico externo y el interno social – encierra la dinámica central del cambio en la historia de la ciencia.
Hay sin embargo un nuevo tipo de anacronismo que nació casi desde que se escribió la primera novela gótica de ciencia ficcionada (y no ciencia-ficción, un horrible anglicismo), me refiero a Frankestein o el moderno Prometeo (1818) de Mary Shelley. Es un anacronismo de signo inverso, pues no va del presente al pasado, sino que, por el contrario, despega del presente y se proyecta hacia el futuro. Es el caso de las novelas 1984 de Georges Orwell y Un mundo feliz de Aldous Huxley, autores que trasladaron las preocupaciones científicas y políticas de su tiempo: la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaky en 1945, el inicio de la Guerra Fría y el totalitarismo fascista, nazi y comunista, al que yo agregaría la enorme manipulación de las opiniones que tuvo como iniciadoras a las democracias liberales y capitalistas de Occidente, el Reino Unido y los Estados Unidos, como ha establecido el lingüista estadounidense Noam Chomsky. Describen una sociedad de terror, vigilada al extremo (el Gran Hermano), de hombres y mujeres robotizados, sin decisiones, la muerte del libre albedrío. Este anacronismo de signo inverso como que goza de buena salud, puesto que dos son los componentes del diagnóstico de nuestro tiempo que hace el filósofo alemán de la Escuela de Frankfurt Jürgen Habermas: la pérdida de sentido y la pérdida de la libertad.
Pero volvamos al anacronismo que nos interesa y dejemos estas reflexiones para otra ocasión. Es Lucien Febvre quien nos ilustra mejor este primer pecado de los historiadores cuando afirma que en el siglo XVI no podía haber ateísmo porque tal condición del espíritu humano se la debemos a la Ilustración, al positivismo (y al marxismo), sistemas de pensamiento que son posteriores al siglo XVI. Es que en tal siglo no existían las palabras adecuadas para expresar la incredulidad. Este gran historiador de lo cultural y de la psicología colectiva, lo expresa en su magnífica obra El problema de la incredulidad en el siglo XVI. La religión de Rabelais, (1942): “Comenzaremos planteándonos algunas cuestiones de medios, condiciones y posibilidades. Para llegar a lo esencial formularemos un problema en apariencia simple, pero cuyos datos no ha podido reunir nadie para el siglo XVI: se trata del problema del saber qué clarividencia, qué penetración y qué eficacia (a nuestro juicio, naturalmente) podía tener el pensamiento de unos hombres, de unos franceses que, para especular, no disponían todavía en su lenguaje ninguna de esas palabras tan frecuentes hoy en nuestras plumas desde que comenzamos a filosofar y cuya ausencia no es sólo un inconveniente, sino también una deficiencia o una laguna de su pensamiento.” Y a continuación el historiador de la sensibilidad del siglo XVI nos da una lista de las palabras (utillaje mental) que faltaban:
“Ni absoluto, ni relativo, ni concreto ni confuso ni complejo, ni adecuado; ni virtual, que es de los alrededores de 1600, ni indisoluble, intencional, intrínseco, inherente, oculto, primitivo, sensitivo, todas ellas del siglo XVIII; ni transcendental, que adornará hacia 1698 (...) ninguna de estas palabras que he tomado al azar (…) pertenecen al vocabulario de los hombres del siglo XVI (…) Y sólo hemos hablado de adjetivos. Pero ¿y los sustantivos? Ni causalidad, ni regularidad, ni concepto, ni criterio, ni condición, tampoco análisis, ni síntesis (…) ni deducción ( que no nacerá hasta el siglo XIX); ni intuición, que aparecerá en Descartes y Leibniz; ni coordinación ni clasificación (palabra de 1787). Agrega este historiador de las creencias y de la religión que tampoco existía la palabra sistema, palabra que interesaron a los racionalistas. El Racionalismo no se bautizará como tal hasta el siglo XIX. O el Deísmo, que no iniciará su camino hasta Bousset (siglo XVIII). O el Teísmo, que tomará prestado el siglo XVIII a los ingleses…El Panteísmo habrá que buscarlo, en la Regencia, en Toland (1670-1722). El Materialismo esperará a Voltaire (1734).El Naturalismo aparece en 1752. El Fatalismo se encuentra La Mettrie (siglo XVIII), el Determinismo llegará muy tarde con Kant. El Optimismo, con Trévoux, en 1762, y el Pesimismo también: pero los pesimistas aparecerán hasta 1835. el Escepticismo(con Diderot). El Fideísmo surgirá en 1838. Y muchos más. Estoicismo (La Bruyère), quietismo, puritanismo,etc. Ninguna de esas palabras estuvo, desde luego, a disposición de los franceses de 1520 a 1550 a la hora de pensar y traducir sus pensamientos al francés. Menciona Febvre otro grupo de palabras (utillaje mental) que no era del siglo XVI: conformista, libertino, Espíritu fuerte, Librepensador, Tolerancia, tolerantismo, intolerancia, Irreligioso, Controversia. Tampoco tenían palabras para designar observatorio, telescopio, lupa, lente, microscopio, barómetro, termómetro, motor, ni órbita, elipse, parábola, revolución, rotación, constelación o nebulosa. Ahora podremos entender la razón por la cual el autor de Lutero. Un destino escribió con una rotundidad notable: “el mayor de los pecados, el más imperdonable: el anacronismo.”
Segundo pecado: Creerse historiador sin serlo.
Decía Lucien Febvre, fundador de la Escuela de Los Anales con Marc Bloch en 1929, y quien se especializó en la historia cultural del siglo XVI, que: “el historiador no es el que sabe. Es el que investiga”. Hay personas muy memoriosas que se saben y conocen de cabo a rabo el Diccionario de historia de Venezuela de la Fundación Polar, y esa circunstancia los hace aparecer como historiadores. Estas bienintecionadas personas, si bien pueden impresionar a los incautos, no saben o no comprenden que el historiador se fragua en su taller o en su banco de artesano, expresión que muy adecuadamente empleó Marc Bloch. Los docentes de aula pasan por ser historiadores sin serlo, pero lo que es más grave es que leen textos escolares y muy pocas veces a los verdaderos historiadores en sus obras y no refritos o pastillitas de los textos o de internet. El libro de texto le ha hecho mucho daño a la enseñanza de la ciencia de la historia en nuestras escuelas, liceos y universidades. “Es la preponderancia del triste manual en nuestra producción de lectura corriente, en que la obsesión de una enseñanza mal concebida sustituye a la verdadera síntesis”, ha escrito Bloch. El historiador no se hace sólo en las bibliotecas, sino también en los archivos. En sus viajes, en sus vivencias y en su edad. El búho de Minerva (la sabiduría) emprende su vuelo al atardecer (de la vida). Así lo comprendió nada más y nada menos que Emmanuel Kant, filósofo cumbre de la Ilustración
Marc Bloch decía en 1942, al final de su vida: “Porque hay una precaución que los detractores corrientes de la historia (Paul Válery decía que la historia es “el producto más peligroso elaborado por la química del intelecto”) no han tomado en cuenta. Su palabra no carece ni de elocuencia ni de esprit. Pero, por lo general, han olvidado informarse con exactitud de lo que hablan. La imagen que tienen de nuestros estudios no parece haber surgido del taller. Huele más a oratoria académica que a gabinete de trabajo”. Es que la labor del historiador está cargada de “humildes detalles en sus técnicas, pero la historia no es lo mismo que la relojería o la ebanistería”, nos advierte Bloch, quien agrega: “Es un esfuerzo por conocer mejor; por lo tanto una cosa en movimiento. Limitarse a describir tal como se hace será siempre traicionarla un poco. Es mucho más importante decir cómo espera lograr hacerse progresivamente.”
Los aficionados a la historia -que son legión- creen, como los positivistas del siglo antepasado, que la historia se remite a establecer cadenas explicativas de causas y efectos, que las hipótesis surgen automáticamente del estudio de los “hechos”, dan por sentado que la erudición científica puede determinar el texto, y que la sujeción de los documentos determinan la verdad definitiva de la historia. Una disciplina que, como se ve, estaba deliberadamente atrasada, dice Eric Hobswawm, quien agrega: “Sus aportaciones a la comprensión de la sociedad humana, pasada y presente, eran insignificantes y accidentales”. Pero es notable que en nuestro país ni siquiera se llegaron a aplicar tales metodologías sino en el siglo XX, pues la historia romántica, como la cultivó y escribió Eduardo Blanco (1838-1912) en Venezuela heroica (1881), símbolo literario del culto a la Patria, ha tenido una enorme difusión y ha despertado un entusiasmo colectivo hasta los días que corren. En el primer tercio del siglo XX arremetió el historiador positivista Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936) contra lo que llamó los viejos conceptos, que no eran otros que los del romanticismo literario, divorciado, a su entender, de la metodología de la ciencia natural. En Disgregación e integración (1930) sostiene que hay dos constituciones, una de papel, y otra, la real y efectiva del pueblo venezolano, y hace un alegato notable por la construcción de una historia científica en el país bajo el paradigma positivo establecido por Ernest Renan, Hippolyte Taine, Charles Seignobos, Gustave Le Bon, Charles Langlois, pues asistió en París en calidad de oyente a la Universidad de la Sorbona y al Collège de France.
Como habrá notado el lector, no conoció Vallenilla Lanz la fisura enorme que se produjo en el positivismo y la enorme revolución conceptual que se produjo en el hacer histórico cuando en 1900 el filósofo Henri Berr (1863-1954) propuso la ampliación del objeto de la historia a la sociedad, a la economía y la cultura. Advirtió que los historiadores no reflexionan sobre los fundamentos profundos de su trabajo (…) problema que, según Aróstegui, aun sigue de pie. “Al historiador -agrega- no se le atribuyó nunca la necesidad de una formación filosófica, un conocimiento conveniente de otras disciplinas cercanas, ni una formación científica específica. El oficio se dirigió siempre hacia la mejora del tratamiento de los documentos”. En España esa formación es absolutamente insuficiente, además de inadecuada y, desde luego, culposa por parte de quienes diseñan y toleran los planes de estudios existentes, nos dice este autor. Henri Berr es de tal manera una especie de puente entre la historiografía metódico crítica del siglo XIX y la Escuela de los Anales que será fundada en la Universidad de Estrasburgo, Francia, por Marc Bloch y Lucien Febvre en 1929, constituyéndose desde entonces en el tercer hito de la historiografía, luego del positivismo y el marxismo.
Debe entenderse, en consecuencia, que el verdadero historiador debe ser geógrafo, jurista, sociólogo, psicólogo, lingüista, semiólogo, “que no debe cerrar los ojos ante el gran movimiento que transforma las ciencias del universo físico”, como decía Febvre, tales como la relatividad, la mecánica cuántica, el Principio de Incertidumbre, la ciencia del caos, los Teoremas de Gödel, las teorías de la complejidad, la cibernética, la teoría de las catástrofes, la clonación, la telemedicina, las células madres, los fractales, la resonancia mórfica, la teoría de los psitrones, la lógica borrosa, la gestalt, el Principio Antrópico, el big bang, la flecha del tiempo, la fuerza débil, los agujeros negros, los agujeros de gusano, la teoría general de sistemas, el principio de complementaridad, las supercuerdas, los quarks, el Teorema de Bell, etc, etc.
Tercer pecado: Vacilar entre la ciencia y el relato.
Conozco historiadores formados en Europa y con títulos doctorales que siguen pensando que nuestra disciplina no es ciencia, creación esta última del espíritu humano demasiado prominente y por tanto una condición a la que no tiene acceso la humilde disciplina de la historia, sostienen. Pobre de Leopold Von Ranke (1795-1886) quien ocupó buena parte de su larga existencia a construirla, y que a más de 150 años aún se ignoran sus esfuerzos. Pero la cosa no es tan simple y por ello se presta a equívocos. Lucien Febvre (1878-1956), por ejemplo, nos dice que “la historia es un estudio elaborado científicamente, y no como ciencia.” Quiso decir que la historiografía no sería una ciencia pero sí un estudio científicamente elaborado. “El trabajo del historiador, sostiene Julio Aróstegui, es un conjunto de actividades no arbitrarias, ni meramente empíricas, subjetivas y ficcionales. Es una actividad tendente a establecer conjeturas sujetas a unas reglas o principios reguladores, es decir a un método. Ello se debe a que la historia requiere el rigor metodológico de los procedimientos de la ciencia. El historiador además trata de buscar para los procesos históricos explicaciones demostrables, intersujetivas, contextualizables, como los de la ciencia. Sus resultados ni son teorías de valor universal ni puedan establecer predicciones. Existen aproximaciones científicas que concluyen no en leyes o teorías sino en el descubrimiento de tendencias probabilísticas.” Es una ciencia, pero de otra manera, tal como lo propuso en la Universidad de Berlín desde 1810 Ranke y que se expresa en su Historia de los pueblos románicos y germánicos, (1824), primera obra de la historiografía escrita con criterio científico en el tratamiento de los documentos.
Como disciplina científica, la historia tenía desde un principio, mucho en común con otras ciencias, también con las ciencias naturales, tal como venían surgiendo desde el siglo XVII, siglo de las grandes revoluciones científicas modernas con Galileo, Newton, Kepler, Boyle-Mariotte, si bien los historiadores no han dejado nunca de subrayar la diferencia que separa su ciencia de las ciencias naturales Sin embargo Ranke pensaba que la historia no dejaba de ser también un arte y no nos sorprenda que el historiador alemán Teodor Mommsem se haya hecho merecedor del Premio Nobel de Literatura en 1902. Soy del criterio de que la ciencia histórica tiene sus inicios cuando el monje Mabillón, armado de la duda cartesiana, publicó en 1681 De re diplomática, verdadero inicio de la crítica del documento en los tiempos modernos. Marc bloch nos dice que: “Aquel año-1681, el año de la publicación de De re diplomática, en verdad gran fecha en la historia del espíritu humano-, fue definitivamente fundada la crítica de los documentos de archivo”.
En Francia fue la sociología, dice Iggers, la que conducía el combate contra la investigación histórica universitaria tradicional (positivista). El sociólogo Emile Durkheim negó en 1888 a la historia el rango de ciencia social, precisamente porque se ocupaba de lo especial y, por ello, no podía llegar a afirmaciones generales, empíricamente comprobables, que constituían el núcleo del pensar científico. A lo sumo, la historia podía ser una ciencia auxiliar que proporcionara información a la sociología. Pero un gran cambio vendría poco después cuando se produjo la ampliación del objeto de la historia a la sociedad, a la economía y el acercamiento de la historia a las ciencias sociales, tal como lo planteó desde la revista Revue de synthèse historique en 1900 el filósofo Henry Berr. Desde este momento se llegó al convencimiento de que una ciencia histórica moderna debía ocuparse más de la sociedad, y al mismo tiempo, empezar a intimar más con los métodos sociocientíficos, dice Iggers.
Y fue a fines del siglo XIX y comienzos del XX cuando Wilhelm Dilthey propuso un nuevo tipo de ciencias, las que llamó ciencias del espíritu, distintas en objetos y métodos a las ciencias naturales, éstas últimas hoy llamadas ciencias duras. Es por ello que el germano-norteamericano Georg Iggers (1926) dice que la historia “se constituyó en el siglo XIX en “disciplina” y empezó a llamarse “ciencia histórica”, diferenciándose del concepto más antiguo de “historiografía”. Es cierto que la historia, por una parte, se distanciaba del objetivo cognitivo de otras ciencias, esto es, el de formular regularidades -o al menos modelos de explicación concluyentes- y subrayaba los elementos de lo singular y de lo espontáneo, los cuales exigían a la historia, como ciencia cultural, una lógica especial de investigación, encaminada a entender las intenciones y los valores humanos. Se trata de Geisteswissenchaften: ciencias culturales o ciencias humanas, que sugieren que es posible el conocimiento intuitivo. La autodefinición de la historia como disciplina científica, agrega Iggers, significaba para el trabajo profesional del historiador una rigurosa separación entre el discurso científico y el literario, entre los historiadores profesionales y los aficionados”.
La historia ha debido enfrentar desde siempre una competencia que no es desleal, ni mucho menos: el de la literatura. La materia plástica de la literatura, nos dice el autor de El otoño de la Edad Media Johan Huizinga, (1872-1945) ha sido y es en todos los tiempos un mundo de formas que es, el fondo, un mundo histórico. Lo que ocurre es que la literatura puede manejar esa materia sin someterse a los postulados de la ciencia”, Vale decir, la odiosa cita a pie de página. En Venezuela tenemos a un célebre escritor de ficción y de historia enemigo declarado de las citas a pie de página: don Mariano Picón Salas,(1901-1965), a las cuales calificó de “ídolo universitario”. Y el caroreño Guillermo Morón, primer venezolano en conseguir hacerse Doctor en Historia (Madrid,1954) y ahora reconocido autor de ficciones dice: “La literatura es todo, solamente que yo diferencio la literatura historiográfica, donde se amarra la imaginación y hay que atenerse a los documentos y al estudio profundo de la Historia sin mucha imaginación (…) en cambio en la literatura de ficción, el cuento, la novela, la fábula, ahí hay que soltar la imaginación (…) en todo caso la literatura necesita soltar la imaginación (…)” Acá disentimos del autor de la novela El gallo de las espuelas de oro, pues afirmo que la historia científica también requiere de mucha imaginación, como todas las ciencias.
Pero sigamos hablando de la loca de la casa, la imaginación. Los paleontólogos Christopher Stinger del Museo de Historia Natural de Londres y Peter Andrews del Grupo Orígenes Humanos de ese mismo Museo, por ejemplo, dicen que los hechos materiales por sí solos están muy desvirtuados por un registro fósil en gran medida dependiente de la casualidad. Gran parte de las características que parecen distinguirnos esencial e irrevocablemente de nuestros parientes primates más próximos forman parte de los patrones de conducta, preservados en el registro fósil con muy poca frecuencia, o incluso nunca. Estas características deben ser reconstruidas a partir de nuestra pequeña, aunque creciente, provisión de material físico, minuciosamente examinado y descrito con la ayuda de las tecnologías más sensibles, e interpretando en la movediza frontera donde se integran un cáustico escepticismo y una imaginación abierta. En otros casos, como en las llamadas ciencias duras como la Teoría de la Relatividad y la Física cuántica, así como las Supercuerdas o el Teorema de Bell, por ejemplo, son unos alardes de imaginación. Estos físicos son más que científicos unos filósofos. Y no olvidemos que el sociólogo estadounidense Wright Mills, quien nos habló de la inmoralidad superior de la sociedad estadounidense, escribió en 1959 nada más y nada menos que La imaginación sociológica. Es que la manera de pensar científica es imaginativa y disciplinada al mismo tiempo. Esta es la base de su éxito, nos recuerda Carl Sagan, premio de la Academia Nacional de Ciencias de los EEUU.
La hermenéutica o interpretación de un texto del pasado requiere de mucha imaginación. El intérprete no puede entender el contenido semántico de un texto mientras no sea capaz de representarse las razones que el autor podría haber aducido en las circunstancias apropiadas, dice Jürgen Habermas. Pero puede ocurrir que entendemos un texto recibido merced a las expectativas de sentido que nacen de nuestro propio conocimiento previo de la cosa. Es acá cuando Hans Georg Gadamer, autor de Verdad y método (1960), utiliza la imagen de horizontes que se funden, es decir que en el proceso de comprensión, contrafácticamente superador del tiempo, el autor (ubicado en el pasado y que supiera cómo es nuestro proceso de interpretación acá, en el futuro) tendrá que liberarse de su propio horizonte contemporáneo, del mismo modo que nosotros ampliamos nuestro propio horizonte cuando como intérpretes nos introducimos en su época. Sin embargo, dice Habermas, Gadamer piensa que el saber encarnado en el texto es un principio superior al del intérprete, por lo que permanece prisionero de la experiencia del filólogo que se ocupa de textos clásicos.
Pero cuando se trata de testimonios, los documentos, aún los más claros en apariencia y los más complacientes no hablan sino cuando se sabe interrogarlos, dice Bloch tomándole la palabra a Droysen, historiador alemán del siglo XIX, y que nuestro Marc Bloch ha debido estudiar durante su pasantía en el país germano. No todas las preguntas se le pueden hacer a un texto del pasado, pues tienen que ser las apropiadas. Una vez un participante de posgrado me dijo que se interesaba en mi Línea de investigación, las mentalidades. Yo le pregunté sobre su tema-problema, a lo que respondió que se interesaba en las ideas y las formas de pensar de los negros esclavos del Valle del Río Turbio de Barquisimeto en el siglo XVIII. Medité antes de contestarle que aquello no era posible, porque los esclavos dejaban pocos o casi ningún testimonio escrito de sus inquietudes personales. En todo caso -y en esto me ayudó el Profesor M.Sc. Arnaldo Guédez- le dije al joven que los registros de los esclavos se remiten a las observaciones de cantidad, peso o estado de salud de la mano de obra esclava que anotaron los blancos criollos esclavistas o sus mayordomos de sus haciendas.
En un documento de 1585, Constituciones y ordenanzas de la Cofradía del Santísimo Sacramento de Carora estudiada por quien escribe, encontré repetidamente las palabras orden y obligación, las cuales se repiten reiterativamente (y unidas) 14 veces en el texto. Aquello no lo pude entender hasta que repasé un libro del malogrado Angel Rama (1926-1983) titulado La ciudad letrada, quien nos dice que eran palabras claves del discurso del siglo XVI. Se trata de la ciudad escritural, pues el imperio español era una gigantesca construcción en escritura basada en el orden y en la obligación. Pero los silencios también le dicen mucho al investigador. Así entré en cuenta que en las Constituciones faltaba una palabra religiosa clave para entender el siglo XVI, esto es, la palabra sin base bíblica Purgatorio (pues nació en el siglo XIII en Francia) y que está ligada a la vida de ultratumba , un tercer lugar distinto al cielo y al infierno que modificó la geografía del más allá, dice Le Goff. ¿Todo este hacer interpretativo y de imaginación puede recibir un nombre distinto al de ciencia? Me resisto a creer que no.
Cuarto pecado: Determinismo.
Fueron los positivistas los que empeñados en trasladar las leyes de la naturaleza a la sociedad los que crearon los determinismos de clima y raza. La montaña es más religiosa que la tierra llana, sostenían. Quien escribe estas líneas ha descubierto que una ciudad “llanera” y del semiárido venezolano, como Carora, es y fue tanto o más religiosa que Mérida o La Grita, localidades de los Andes de temperamento suave o templado conocidas por su acendrado catolicismo. No menos grave es el determinismo económico en el que militan los malos marxistas. Sostienen que la religión, el arte y los modos de pensar son meros “reflejos” de la base económica. Carlos Marx no dijo nunca tal cosa, más bien lo que hizo fue incorporar lo económico a la explicación de los hechos y fenómenos históricos, pues el positivismo de la época se empeñaba y centraba su atención en los grandes jefes de estado y en las batallas y los acuerdos internacionales e ignoraba olímpicamente la economía. Lo económico explica muchas cosas, esto es cierto. Pero no todas. Edward Palmer Thompson (1924-1993) escribió con genialidad que: “Pero la entera sociedad abarca muchas actividades y relaciones (de poder, de consciencia, sexuales, culturales, normativas) que no son el objeto propio de la economía política, que han sido definidas fuera de la economía política y para los cuales esta disciplina no tiene términos con qué designarlas”. Se trata, pues, de una especie de “dualismo académico” que se expresa en y con la distinción entre base y superestructura ideológica, como dice Mac Intyre.
Eric Hobsbawm dice que la Escuela de los Annales no necesitó que Marx le llamara la atención sobre las dimensiones económicas y sociales de la historia. Que hay países en Asia o en América Latina en los cuales la transformación, cuando no la creación de la historiografía moderna casi puede identificarse con la penetración del marxismo. De la influencia marxista, dice, se ha identificado con unas cuantas ideas relativamente sencillas, aunque dotadas de gran fuerza, pero que en absoluto son necesariamente marxistas, que no son representativas del pensamiento maduro de Marx. Llamaremos a este tipo de influencia “marxista vulgar” y el problema consiste en separar los componentes marxista vulgar y marxista en el análisis histórico. El marxismo vulgar según este historiador marxista británico, comprendía principalmente los siguientes elementos:
1º La “interpretación económica de la historia”, esto es, la creencia de que “el factor económico es el factor fundamental del cual dependen los demás”; y, de modo más específico, del cual dependían fenómenos que hasta ahora no se consideraban muy relacionados con asuntos económicos.
2º El modelo “base y superestructura” (que se usa de la forma más generalizada para explicar la historia de las ideas). A pesar de las propias advertencias de Marx y Engels, este modelo solía interpretarse como una simple relación de dominio y dependencia entre la “base económica” y la “superestructura”, medida a lo sumo por
3º “El interés de clase y la lucha de clases”. Uno tiene la impresión de que varios historiadores marxistas vulgares no leyeron mucho más allá de la primera página del Manifiesto comunista, y la frase la historia (escrita) de todas las sociedades que han existido hasta ahora es la historia de las luchas de clases”.
4º “Las leyes históricas y la inevitabilidad histórica”, de la cual se excluía lo contingente, en todo caso en el nivel de la generalización sobre los movimientos a largo plazo. De ahí la constante preocupación de los primeros escritores sobre historia marxista por problemas como el papel del individuo o de la casualidad en la historia. (debemos aclarar que este autor identifica otros tres elementos “marxistas vulgares”)
Quien escribe estas líneas se dio cuenta que la endogamia es un fenómeno que participa en el resguardo y evita la dispersión de las fortunas y los linajes, pero que quien la logra establecer es la Iglesia católica a través de las dispensas matrimoniales. Las creencias religiosas regulan la vida de la sociedad, la moral, la alimentación, el sexo y en el caso que nos ocupa, la propiedad de la tierra en Carora del siglo XVIII. El matrimonio actúa como una suerte de junción de lo material y lo espiritual, pues sostiene la “infraestructuras”, dice Duby. Esto se debe a que los malos marxistas son incapaces o no se atreven a leer a Max Weber o al historiador marxista de las mentalidades Michel Vovelle. Los determinismos en historia devienen también de los determinismos de la lectura. Cierta vez una participante de postgrado en historia me espetó duramente porque sugerí emplear las categorías de análisis del funcionalismo norteamericano, tales como las llamadas Redes sociales. No comprendía aquella dama que la sociedad tiene sus mecanismos para permanecer estable y que el cambio revolucionario es atenuado o postergado por estos mecanismos. De otra forma no se podría entender la extremada estabilidad del régimen colonial en la América hispana que se extendió por 300 años. Nueva España, dice el mexicano Octavio Paz, era una sociedad para durar, no para cambiar. En estas sociedades existieron unas verdaderas redes de sociabilidad como las cofradías que satisfacían las necesidades mundanas y extramundanas de los creyentes a ellas afiliados. Ellas explican, en cierto modo esta tremenda estabilidad de tales sociedades, a lo que habría que agregar que tales hermandades sobrevivieron a los hechos iniciados en 1810 y nos llegan hoy hasta alcanzarnos
Pero existe un curioso determinismo que yo llamo de signo inverso, y no es otro que el que ha sufrido el autor de Economía y sociedad (1922), el sociólogo alemán Max Weber (1864-1920), la creencia vulgar que le atribuye la “teoría” de que el protestantismo es la causa del capitalismo. Es una deformación que se remonta a fuentes secundarias que surgieron con un pecado de parcialidad, nos dice José Medina Echavarría, prologuista de la edición del FCE en 1944. Creo que ello se debe, digo yo, al título de su obra más polémica, La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1904-1905), trabajo que al igual que el Manifiesto comunista de Marx y Engels, apenas se le leen sus portadas y acaso sus primeras páginas de forma apresurada, nunca su texto íntegro.
Quinto pecado: Provincianismo.
Es el pecado de suponer que nuestra localidad de nacimiento o de residencia y que nuestra propia formación académica son el centro o el ombligo del mundo, que fuera de ellas nada vale la pena o puede despertar nuestro interés. No entienden estos pecadores que nuestra religión católica es un credo universal o Katolicus, y que nuestra lengua la hablan más de 400 millones de personas en nada más y nada menos que 23 países, incluidos los EEUU. Hace unos años quien escribe estas reflexiones investigó los inicios de un colegio particular de enseñanza secundaria en Carora del siglo XIX. En ese humilde y “provinciano” instituto llamado La Esperanza, el plan de estudios contemplaba la enseñanza de lenguas universales: el latín como una lengua sagrada, lengua que fue universal hasta el siglo XVII , vínculo en la actualidad entre los 1.200 millones de personas que profesan esta fe milenaria en Cristo, aunque no lo hablen, como sostiene Benedict Andersen. La otra lengua que se enseñaba en aquél colegio decimonónico no es menos universal que la del Lacio, nos referimos al griego, vehículo en el cual se construyó la civilización occidental. Palabras tan actuales como cibernética y clonación derivan de la lengua de Aristófanes. ¿Y qué decir de la Física? El bueno del Doctor en Medicina, egresado de la Universidad Central de Venezuela en 1891, Lucio Antonio Zubillaga, vicerrector del colegio arrastraba como el resto de la comunidad científica del orbe, la creencia en la ya insostenible existencia del éter que rodeaba todos los fenómenos y que dio lugar a la llamada Física del éter, hoy parte del museo del pensamiento, como el positivismo.
Provincianismo es también cerrarse a la lingüística, pues muchos cultores de Clío desconocen el celebérrimo y controversial “giro lingüístico” que se ha producido en la comprensión de la historia desde que Lawrence Stone lo propuso en 1979 en la revista británica Past and Present; cerrarse a la semiología , a la paleontología o a la física cuántica. Creo que desde que el físico alemán Heinsenberg creó el principio de incertidumbre hace ya exactamente 80 años, la ciencia de la historia ya no es ni podrá ser la misma. Y lo mismo podemos decir de la Teoría de la Relatividad de Einstein que después de 1905 acabó con la idea del tiempo en que navegaban Kant, Comte, Spencer y el mismísimo Carlos Marx. En todo caso estamos encaminados hacia la teoría de la complejidad, propuesta entre otros por Ilya Prigogine, premio Nobel de química en 1977, quien propone que el conocimiento humano se dirige a una gran síntesis de las ciencias naturales y la humanas. Una Nueva Alianza entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu. La complejidad pide una nueva integración entre cultura científica y cultura humanística. Dice Edgar Morin que esta dicotomía “cartesiana” puede y debe morir. Ya lo advertía don Miguel de Unamuno a fines del siglo XIX y comienzos del XX: “Una de las disociaciones más hondas y fatales es la que aquí (en España) existe entre la ciencia y el arte y los que respectivamente los cultivan. Carecen de arte, de amenidad y de gracia los hombres de ciencia, solemnes, lateros, graves como un corcho y tomándolo todo en grave, y los literatos viven ayunos de cultura científica seria, cuando no desembuchan, y es lo peor, montón de conceptos de ciencia mal digerida”. Ciencia mal digerida o pseudociencia como la ha llamado Carl Sagan, que en la actualidad goza de un enorme prestigio. “El escepticismo no vende”, concluye el astrónomo y divulgador de la ciencia norteamericano, muerto en mala hora en 1996.
Provincianismo es también la tendencia muy del mundo hispánico a laborar individualmente. Le tememos a las comunidades de discurso. Pascual Mora, docente e investigador de la Universidad de Los Andes, Táchira, Venezuela, estudioso investigador de la historia de la educación dice que se ha hecho demasiada historia de la educación y de la pedagogía en el país bajo este pernicioso criterio. “La insociabilidad es uno de nuestros rasgos característicos. Apena el ánimo la contemplación de los estragos de nuestra insociabilidad, de nuestro salvajismo enmascarado”, escribe don Miguel de Unamuno. Y agrega el autor de La agonía del cristianismo: “Asombra a los que vivimos sumergidos en este pantano el remolino de escuelas, sectas y de agrupaciones que se hacen y deshacen en otros países, en donde pululan conventículos, grupos, revistas, y donde entre fárrago de excentricidades , borbota una vida potente. Aquí las gentes no se asocian sino oficialmente, para dar dictámenes o informes, publicar latas y cobrar dietas”. Tal es así que ha producido asombro que en Barquisimeto, caso notable por su singularidad, se ha conformado una comunidad de discurso en la investigación sobre la historia de la educación y de la pedagogía, en la que un grupo de investigadores comparten unos criterios teóricos y metodológicos, que no son otros que los de la Escuela de los Anales. Bajo tales premisas, Historia social e institucional de la educación en la Región Centro Occidental de Venezuela, y bajo el liderazgo de los doctores Federico Brito Figueroa (+2000) y Reinaldo Rojas (1954) han sido presentadas, defendidas y aprobadas más de medio centenar de tesis de maestría y unas cinco de doctorado desde que se inició el programa en 1992 en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador- Instituto Pedagógico Barquisimeto “Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa”. Esta extraordinaria experiencia en el interior de Venezuela no ha estado libre de riesgos y acechanzas: la dispersión, la reiteración de enfoques y temas, la incomprensión y hasta la envidia, la pasión que corroe los pueblos hispánicos, se ha hecho presente.
No podía faltar en esta quinta trasgresión una referencia a la llamada “historia local”. En cierta ocasión un participante de postgrado animado en la idea de esta “historia de campanario” me refirió que estaba haciendo una investigación sobre un hecho fugaz acontecido en su localidad de nacimiento y de residencia, un ataque guerrillero de las FALN, Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, ocurrido en 1962. Le dije que averiguara qué otros acontecimientos ocurrieron en esos mismos días en el resto del país. Asombrado aquél joven me dijo que el ataque a Curarigua aquel 2 de mayo de 1962 había ocurrido el mismo día en que aconteció el famosísimo “Carupanazo”, estado Sucre, al otro extremo del país, evento en el cual un sector de la Marina afecto al Partido Comunista de Venezuela (PCV) se alzó contra el gobierno democrático del señor Rómulo Betancourt. ¡Qué coincidencia!, me dijo, a lo cual yo le repliqué de seguido que no era aquello casual, que aquél era un asalto que obedecía a una estrategia insurreccional a escala nacional con ramificaciones en el exterior. De modo que aquél suceso no era sino una manifestación en Curarigua de Leal, estado Lara, Venezuela de un enfrentamiento global, la llamada Guerra Fría. De modo, pues que la “historia local” no existe, le dije. Todo está conectado.
Tal cual sucedió con quien escribe estas reflexiones durante sus investigaciones que nos condujeron al Título de Doctor en Historia (Universidad Santa María, Caracas, 2003) sobre la Iglesia católica en Carora y con la estimulante tutoría del Dr. Reinaldo Rojas. Ciudad de numerosas vocaciones sacerdotales y múltiples cofradías y la mentalidad religiosa dominante que le ha caracterizado, por lo que se le ha llamado “ciudad levítica”. Siempre se ha hablado y ha quedado como establecido que nuestro siglo XVII fue una centuria de silencio y de aislamiento entre regiones de la inmensa Provincia de Venezuela, como han sostenido Laureano Vallenilla Lanz y Arturo Uslar Pietri (quien lo llama siglo silencioso). Mayúscula sorpresa al internarnos en los numerosos y gruesos Libros de cofradías, sobre todo la del Santísimo Sacramento, fundada en 1585, pues allí encontramos, como desmintiendo al autor de Cesarismo democrático, y de Disgregración e integración que a tal hermandad “entraron” 16 hermanos de El Tocuyo, 8 de Barquisimeto, ambas localidades del actual estado Lara ,7 de Trujillo, ciudad andina, otros 7 de Coro, en la costa del mar Caribe, 5 de Caracas, en el centro del actual país, 5 españoles (de la Península), 2 de Tunja, Reino de Santa Fe, 2 de la andina Mérida, 2 de Maracaibo, ciudad del Lago homónimo, 01 canario, 4 de Nirgua, actual estado Yaracuy, 68 de Carora, sede de la cofradía, y 2 forasteros. Y como hallazgo curiosísimo encontramos que al hacer el análisis temporal-comparativo interno dentro de la cofradía del Sacramentado, que el número, procedencia y variedad de apellidos encontrados allí en el siglo XVII es mayor en cantidad, variedad de apellidos y lugares que los encontrados en la hermandad dos siglos después y bajo el régimen republicano. Quiere decir, en consecuencia, que la Provincia de Venezuela y su Iglesia católica estaban mejor conectadas con buena parte mundo católico e hispanohablante en el siglo XVII y XVIII que en el republicano y liberal siglo XIX, centuria esta última del ferrocarril y del telégrafo.
Y cuando uno de los dos tunjanos, el cófrade Gerardo de Robles, murió allá en 1682, no pasaron muchos días cuando la noticia se supo en Carora y la hermandad cumplió con hacerle las misas con que se había comprometido al permitirle su “entrada”, tal y como el Santo Concilio de Trento estableció entre 1545 y 1563. Era, como le dije, al Dr. Bernard Lavallé, una especie de “Internet barroco y colonial.” (sin electricidad, pero eficientísimo). Y no nos hemos referido al siglo XVIII, centuria de esplendor de las cofradías en Hispanoamérica, cuando hubo “entradas” de hermanos a las cofradías caroreñas procedentes del Reino de Irlanda, del Reino de Francia, de los reinos de España, las Islas Canarias, Cuba, Puerto Rico, Reino de Santa Fe, y de buena parte del Occidente venezolano. Hasta el padre del Libertador, Don Juan Vicente Bolívar entró como hermano en 1772 en varias cofradías de Carora, así como una buena muestra del “mantuanaje” caraqueño. En consecuencia, cada día es más difícil hacer “historia local”.
Estas reflexiones las estamos haciendo en momentos en que esta forma liliputiense de hacer historia se le han abierto un inmensos escenarios en razón de que los Consejos Comunales creados por la Revolución Bolivariana liderizada por el presidente Hugo Chávez Frías exigen que cada uno de ellos cuente con la historia (escrita) de su localidad u ámbito territorial. ¿A dónde nos conducirá semejante dispersión, nos preguntamos con angustia, cuando se cuentan en millares en Venezuela en el año en curso (2007) tales Consejos Comunales ? Es la misma angustia que expresó el doctor Arturo Uslar Pietri (1906-2001) cuando en una ocasión el Ministerio de Educación le dio prioridad en la enseñanza primaria y media de Venezuela a la historia local o regional sobre la historia de la nación.
Sexto pecado: Teoricismo y empirismo (documentalismo).
Muchos historiadores creen que la teoría por sí misma lo explica todo. Pobre de los hechos empíricos que no cuadren con la teoría: los desechan o los modifican para que cuadren con la teoría. Creo que allí se esconde una curiosa forma de pereza mental y pereza de trasero. Esos teóricos no entienden que el oficio del historiador es una disciplina más o menos empírica, y no exactamente filosófica-especulativa, que requiere de largas y fatigosas jornadas en los archivos. Conozco una chica participante en una maestría en historia que sostenía que había un antagonismo social acusado entre el club de los oligarcas y el club de las clases populares en Carora. La investigación mostró (no demostró) que algunos oligarcas actuaron como personajes de relieve y promovieron la fundación del club popular llamado Centro Lara. Y que fue un oligarca “renegado” que movió la idea de crearlo en 1938 para la sociabilidad de las clases medias emergentes y el populacho. Me refiero a don Cecilio Zubillaga Perera, un auténtico intermediario cultural en la expresión de Michel Vovelle.
Pero en todo caso es preferible el teoricismo al simple empirismo, como ha dicho el creador de la “historia total”, el profesor Pierre Vilar (1906-2003). Los perceptores sin conceptos, como vino a decir Kant, están ciegos. Dejemos que sea el propio autor de Cataluña en la España moderna (1962) quien lo diga: “no me gusta, tampoco, lo que yo llamaría el “vértigo teórico”, las largas páginas únicamente dedicadas a consideraciones abstractas o verbales, o a justificaciones por los textos, no por los hechos. A pesar de que sigo fiel a lo que dije hace ya tiempo frente a los investigadores empíricos y positivistas: el exceso de inquietud teórica es de todos modos preferible la ausencia de inquietud”. Sé de personas que en el afán de lo empírico han retrocedido a los paradigmas investigativos superados del positivismo decimonónico y siguen creyendo que el conocimiento histórico está indefectiblemente en el documento escrito, pues sólo éste tipo de fuentes conocen. Hemos conocido de participantes de maestrías en historia que ha habido que ir a “rescatarlos” a los archivos y repositorios, pues prácticamente se han enterrado en ellos sin remedio. Andan, pues, buscando el último documento. Pero es absolutamente necesario recordar que toda ciencia -y la historia lo es- trabaja con conceptos y categorías. Reinaldo Rojas ganó en México en 1995 un premio continental de historia colonial adornado con el nombre de don Silvio Zavala con una obra titulada Historia social de la Región Barquisimeto en el tiempo histórico colonial, 1525-1810 (1995). Nos dice Rojas que ninguno de los componentes del jurado calificador ha estado jamás en Venezuela y que, en todo caso tal jurado premió el esfuerzo teórico-metodológico, la perspectiva interdisciplinar y de síntesis allí contenido. Los historiadores Cardoso y Pérez Brignoli nos han advertido que en América Latina, sin embargo, la teoría brilla por su ausencia. Es una rara avis.
Obras de gran aliento histórico y antropológico y de cobertura continental como Casa-grande y senzala, (1933) del brasileño Gilberto Freire carece por completo de conceptos. Darcy Ribeiro sostiene que ello se debe al temor de pasar por marxista, pues este autor cursó estudios con el antropólogo hebreo Franz Boas en los EEUU en la década de los 20 del siglo pasado. A pesar de ser esa obra una descripción sistemática, criteriosa, exhaustiva, cuidadosísima de los modelos culturales, pero desinteresada respecto a cualquier generalización teórica, Gilberto Freyre escribe: “Por poco inclinados que estemos al materialismo histórico, en tantas cosas exagerado en sus generalizaciones , principalmente en obras de sectarios y fanáticos, hemos de admitir la influencia considerable, aunque no siempre preponderante, de la técnica de la producción económica sobre la estructura de las sociedades en la caracterización de su fisonomía moral. Es una influencia sujeta a al reacción de otras, y sin embargo, poderosa como ninguna en la capacidad de aristocratizar o democratizar a las sociedades, de desarrollar tendencias hacia la poligamia o la monogamia. A mucho de lo que se supone el resultado de rasgos o taras hereditarias preponderando sobre otras influencias, en los estudios aún fluctuantes de eugenia y de cacogenia, se le debe más bien asociar a la persistencia, al través de generaciones, de condiciones económicas y sociales favorables o desfavorables al desarrollo humano”. Dice el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro (1922-1997) que no sería justo olvidar que ninguna de las obras clásicas de las ciencias sociales es explicable por sus virtudes metodológicas. Al contrario. Todo lo que se produjo con extremado rigor metodológico, haciendo corresponder cada afirmación con la base empírica en la cual se asienta, y calculando y comprobando estadísticamente todo, resulta mediocre y de breve duración. El hombre de ciencia, sólo necesita aprender métodos y estudiar metodologías para olvidarlos después. Olvidarlos tanto en la operación de observación como en esa misteriosa e inexplicable operación de inducción de las conclusiones. Olvidarlas, sobre todo, en la construcción artística de la obra en que deberá comunicar a sus lectores, tan persuasivamente como sea posible, lo que él sabe.” Ahora entiendo los gruñidos del doctor Federico Brito Figueroa en las aulas de clases del Pedagógico de Barquisimeto cuando decía enfática y repetitivamente: “no soy me-to-dó-lo-go”. El método es muchas veces y casi siempre una camisa de fuerza que mata la imaginación.
Pero hay otro tipo de científicos que opinan diferente. Tal es el caso del doctor Carl Sagan (1934-1996), profesor de Astronomía y Ciencias Espaciales de la Universidad de Cornell (EEUU), quien nos dice que para el divulgador de la ciencia es un desafío supremo la historia actual y tortuosa de sus grandes descubrimientos y equivocaciones, y la testarudez ocasional de sus practicantes en su negativa a cambiar el camino. Muchos, quizá la mayoría de los libros de texto de ciencias para científicos en ciernes, lo abordan con ligereza. Es mucho más fácil presentar de modo atractivo la sabiduría destilada durante siglos de interrogación paciente y colectiva sobre la naturaleza que detallar el complicado aparato de destilación. El método, aunque sea indigesto y espeso, es mucho más importante que los descubrimientos de la ciencia, dice Sagan.
La mayoría de los estudios de cuarto y quinto nivel en historia (Maestría y Doctorado) en Venezuela muestran una tendencia marcada al teoricismo. Los cuatro o seis semestres se agotan en discusiones meramente teóricas, dejando de lado el problema concreto, real e inquietante del archivo. Esta experiencia tan rica en sus particularismos (la lógica informal de la vida) se deja para el final de la escolaridad, y es allí cuando el participante se encuentra como inerme e impotente ante el fárrago de información contenido en cualquier repositorio. Una sentencia del maestro Bloch como la que dice: “nadie sabe lo que encuentra si no sabe lo que busca” le evitaría el famoso síndrome TMT (todo menos tesis). TMT que ha frustrado a más de un participante que por lo general es buen lector, que ha cultivado una buena cultura y posee una oratoria impresionante, pero que se desinfla con la paleografía o con la cartografía geohistórica. Leer y transcribir un documento del siglo del siglo XVII o construir con sus manos o con ayuda de la computadora u ordenador una carta temática de los flujos de una firma comercial del siglo XIX, por ejemplo, los desanima de tal manera que terminan quedándose con la sola aprobación de la escolaridad, y dejando la posibilidad de concluir la Tesis de Grado para un futuro remotísimo. Y eso que no nos hemos referido a la Estadística, ni a los problemas que casi siempre se presentan en la relación tutor-participante. Lo que quiere decir que el oficio de Clío es una curiosa ciencia que mezcla la empíria y la teoría de manera muy específica y particular. El Franco-Condado (1912) de Febvre es un modelo de un cuidadoso examen empírico, allí como en su obra posterior nos enseña que un montón de piezas de archivo no da respuesta al historiador si éste sabe interrogarlo. Ya lo dijo Karl Marx: “En la ciencia no hay calzadas reales, y quien aspire a remontar sus luminosas cumbres tiene que estar dispuesto a escalar la montaña por senderos escabrosos”.
Dejemos que sea el historiador marxista británico Edward Palmer Thompson (1924-1993) : La lógica de la historia. Miseria de la teoría, quien nos aclare, finalmente, la relación teoría y dato: “El discurso de la demostración de la disciplina histórica consiste en un diálogo entre concepto y dato empírico, diálogo conducido por hipótesis sucesivas, por un lado, e investigación empírica por el otro. El interrogador es la lógica histórica; el instrumento interrogativo una hipótesis (por ejemplo la manera en que diversos fenómenos hayan podido actuar unos sobre otros); el que contesta es el dato empírico, con sus propiedades concretas.(…) Adviértase bien, no los “datos empíricos” por sí mismos, sino los datos empíricos interrogados de este modo”.
Séptimo pecado: Acriticismo.
Que quiere decir que hay investigadores que creen a ciegas en todo lo que leen u oyen. Dice Bloch en su Apología de la historia o el oficio del historiador: “El verdadero progreso surgió el día en que la duda se hizo “examinadora”; cuando las reglas objetivas, para decirlo en otros términos, elaboraron poco a poco la manera de escoger entre la mentira y la verdad”. Es importantísimo el estudio crítico de los errores y deformaciones que acontecen durante la transmisión de los recuerdos. El historiador debe estudiar ante todo cómo se forman los testimonios y las tradiciones. Una de las razones del éxito de la ciencia (natural) es que tiene un mecanismo incorporado que corrige los errores en su propio seno. Quizá algunos consideran esta característica demasiado amplia, pero, para mi, dice el profesor del Instituto Tecnológico de California Carl Sagan, cada vez que ejercemos la autocrítica, cada vez que comprobamos nuestras ideas a la luz del mundo exterior, estamos haciendo ciencia. Cuando somos autoindulgentes y acríticos, cuando confundimos las esperanzas con los hechos, caemos en la pseudociencia y la superstición.
El ya mencionado Diccionario de historia de Venezuela (1997) sostiene que los restos mortales del prócer de la independencia suramericana, General de División Pedro León Torres se encuentran en el Panteón Nacional desde 1896, cuando quien escribe estas líneas prepara un viaje a Yacuanker, Colombia, a repatriarlos en breve a Venezuela. Y se supone que este útil Diccionario está hecho por especialistas investigadores. En otro caso conseguí en el Archivo de la Diócesis de Carora un “Acta de la fundación de la Cofradía del Santísimo Sacramento”, fechada en 1585. Una mano piadosa, sin embargo, cambió el nombre del documento con fines didácticos, acaso, el cual se llamaba desde el siglo XVI: “Constituciones y ordenanzas de la cofradía del Santísimo Sacramento”. Y el error prosperó y se propaló de tal forma desde 1924, fecha en que se produjo el cambio tan importante en la trascripción del documento. El espíritu de la duda cartesiana parece que no ha llegado hasta nosotros los hispanoamericanos. No en balde ha dicho el Nobel de Literatura Octavio Paz: “no tuvimos Ilustración”.
Otros creen a pie juntillas que el iniciador de la historia de las mentalidades en el país es un prominente miembro de nuestra Academia Nacional de la Historia, cuando en realidad ese caballero sólo es un historiador de las ideas o un historiador de intelecto, concepciones que parten de la idea de que las personas tienen ideas claras y que son capaces de transmitirlas. Los textos son una expresión de los autores y como tales deben tomarse en serio. El concepto de mentallité, en cambio, designa posturas que son mucho más difusas que las ideas y que, a diferencia de éstas, son propiedad de un grupo colectivo, no el resultado del pensamiento de determinados individuos. Por ello se le asocia a la historia serial, que trabaja con largas secuencias de datos (los grandes números) que son procesados electrónicamente para estudiar procesos como la idea de la muerte contenida en cientos de testamentos, o el grado del entusiasmo religioso medido por la “entrada” de miles de creyentes a una hermandad o cofradía en un período de tres y más siglos. “Y (de tal manera) el historiador fue traído de nuevo a su banco de artesano”, como dice Bloch.
En otro lugar nos dice el fundador de la historia de las mentalidades: “Un historiador, si emplea un documento, debe indicar, lo más brevemente posible, su procedencia, es decir, el medio de dar con él, lo que equivale a someterse a una regla universal de probidad. Nuestra opinión, emponzoñada de dogmas y de mitos- aún la más amiga de las luces- , ha perdido hasta el gusto de la comprobación”. En la crítica de los testimonios casi todos los dados tienen trampa, agrega Bloch. Y como refiriéndose a Venezuela de hoy, víctima de la polarización y la manipulación mediática, dice: “los periódicos no han dado aún con su Mabillón”. Este humilde monje benedictino francés del siglo XVII es un protagonista en el desarrollo de la moderna historiografía tan importante como Voltaire, lo que es justo recordar. Nuestro historiador Eduardo Arcila Farías afirma que don José Oviedo y Baños, el abuelo de los escritores venezolanos y autor de Historia de la conquista y población de Venezuela (1723) que el espíritu de Mabillón se puede encontrar en sus escritos.
El método crítico, escribe Bloch fue practicado por eruditos, exegetas, curiosos, pero no por los escritores de historia. A pesar del enorme avance logrado por la crítica en el siglo XX nos sorprende que sobre la vida de Bloch y de Febvre esté rodeada de equívocos y medias verdades. Joseph Fontana, por ejemplo, afirma que los Anales recibió financiamiento de los EEUU, otros han querido ver en el deseo de Febvre de seguir publicando la revista de la Escuela bajo la ocupación nazi como signo de su colaboracionismo. Etienne, hijo de Marc Bloch, nos ha aclarado que su padre no fue fusilado, como solemos repetir, sino que fue simplemente asesinado, ello porque no fue llevado a juicio como se procede con los que van a ser enviados al paredón. El manuscrito interrumpido de Marc Bloch, Apología de la historia también ha ocasionado más de un quebradero de cabeza. En cierta ocasión Febvre dijo que la palabra evolución no aparece en todo el libro, lo cual no es cierto, como él mismo reconoció luego. En otro momento, durante la composición tipográfica, o la corrección de pruebas, vuelve a faltar otra hoja, y Febvre crea otro enlace con las páginas restantes. Enlace en el cual poquísima gente ha reparado. Massimo Mastrogregori, historiador italiano, dice que vio por casualidad en las notas blochianas en los Archivos de Francia, que en el reverso de las fichas de lectura estaba escrito de manera apretada; y que acercando uno al otro aquellos fragmentos de hoja se podían obtener, como en un rompecabezas, páginas enteras. Con sorpresa, dice, que se dio cuenta que se trataba de apuntes para la Apología de la historia. De modo que la propia vida de Bloch es un verdadero jeroglífico al cual le han sido seccionadas partes importantes de su estructura: su familia judía, su niñez, sus estudios primarios y secundarios, su militancia política (su hijo Etienne dice que era socialista), su distanciamiento intelectual de Febvre, el proyecto de este último de proyectar simultánea y paralelamente a los Anales otra revista, su coqueteo y posterior abandono del marxismo, su deseo de emigrar a los EEUU y emplearse allí como maestro, la renuncia a esta idea. ¿Qué es lo verdadero, lo falso y lo verosímil en lo que acabamos de decir? Use usted, amigo lector, la crítica. A ello lo invitamos.
OCTAVO PECADO: CRONOLOGISMO.
Decía el recientemente fallecido profesor Pierre Vilar que: “no hay cosa que me mortifique que adivinar, en un auditorio joven, la expectativa siguiente: he aquí el profesor de historia; nos va a enseñar que Francisco I ganó la batalla de Marignano en 1515 y perdió la de Pavía en 1525”. Hace mucho tiempo que me sublevé públicamente, por vez primera, contra esta imagen”. Estas palabras de Vilar fueron dichas en 1937, en plena guerra civil de España, pero aún parece que el cronologismo goza de muy buena salud. En el reciente III Congreso Suramericano de Historia, Universidad de Los Andes, julio de 2007, Mérida, Venezuela, en una mesa sobre historia de la educación universitaria el doctor Reinaldo Rojas se refería a la existencia de dos universidades coloniales en Venezuela, la de Caracas (1725) y la de Mérida (1808-1810). Con cierta malicia preguntó el conferencista a los allí reunidos:¿ y cuál fue la primera universidad republicana? A lo que de inmediato respondieron los zulianos: “la del Zulia, fundada en 1891”. A lo cual replicó Rojas: “no, la primera universidad republicana no fue la del Zulia, pues la primera que se reformó en este sentido fue la Universidad de Caracas en 1827 y de la mano del Libertador Simón Bolívar y el doctor José María Vargas.
Este pecado es de vieja data y fueron los positivistas los que lo llevaron a sus últimas consecuencias. Pensaban que ordenar los hechos históricos en una rigurosa cronología daba explicación por sí misma a tales hechos históricos. Son las famosas cadenas de causa y efecto. Así 1810 en la historia de Venezuela explica a 18l1; 1811 a 1821; 1821 a 1830; 1830 a 1859 y así sucesivamente…Consciente de los problemas que acarrea el cronologismo, quien escribe estas líneas se enfrentó a un problema de clasificación de las temporalidades en la historia de la Iglesia católica en Carora, Venezuela, desde el siglo XVI hasta el XIX. Hubiera sido muy sencillo clasificar en dos la historia de la Iglesia: la colonial por un lado y la republicana por el otro. Pero la historia de la Iglesia responde a otras temporalidades, distintas en lapsos y en acontecimientos a los de la vida laica y seglar. En este sentido dividí la historia de la Iglesia así: a.) Tiempo de la Evangelización y del Concilio de Trento (1545-1563) b.) Tiempo de la colonización y de la cultura barroca, siglos XVII, XVIII y XIX; c.) Tiempo del Concilio Vaticano I (1870-1960); y por último Tiempo del Concilio Vaticano II (1960 hasta el presente). ¿ puede usted, amigo lector, palpar la diferencia?
Es ineludible, en consecuencia, dejar atrás la historia-crónica y ponernos en marcha hacia una historia-investigación dotada de espíritu analítico, una explicación del pasado y no su simple descripción. De tal manera pues que los cronologistas no podrán comprender las afirmaciones como la del tono que hizo nuestro Mariano Picón Salas cuando dijo que Venezuela entró al siglo XX en 1935, o esta otra del historiador francés Jacques Le Goff en el sentido que la Edad Media no se canceló en el siglo XVI sino que se prolongó hasta el siglo de la Luces, el siglo XVIII. Y qué decir del “siglo corto” de Eric Hobsbawm, tal como llama este historiador británico nacido en 1917 al siglo XX, pues, según sostiene la pasada centuria se inició con la Revolución Bolchevique rusa en 1917 y se canceló con el desmoronamiento de la Unión Soviética en 1991. ¡Un siglo de apenas 74 años!
Veamos un ejemplo de los más emblemáticos de esta sujeción canóniga a las fechas y a los calendarios. Quien escribe estas líneas realizó un trabajo para una profesora que nos dictaba una asignatura en la Maestría en Historia en la Universidad José María Vargas, de Caracas. Le pareció un buen trabajo, pero me hizo una observación: “profesor, he notado que en cada página usted coloca las fechas sin orden, es decir coloca el año 1890 al final de la hoja y al comenzarla coloca el año 1911. Eso no se debe hacer”, me dijo. Guardé silencio, pero para mis adentros reflexioné que aquella bienintencionada docente no había superado el paradigma newtoniano del tiempo y la visión positivista del universo como si fuera un sistema mecánico que se rige por la matemática. El tiempo, enseña Einstein no es un absoluto sino que depende del observador. Aquella profesora me estaba exigiendo una mera descripción de secuencias cronológicas.
Para los historiadores cronologistas habrá de resultar incomprensible la división tripartita de los tiempos que planteó Fernand Braudel (1902-1985) en un artículo denominado La larga duración (La longue durée) revista “Annales. Economía, Sociedades, Civilizaciones”. 13, nº 4 octubre-diciembre de 1958. En su obra más emblemática (y menos leída) sobre el Mediterráneo: El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II (1949) distingue entre el tiempo casi estacionario del mar Mediterráneo como espacio geográfico (la longue durée), el tiempo lento de las estructuras sociales y económicas (conjonctures) y el tiempo rápido de los acontecimientos políticos (évènements). Es que para los historiadores analistas no existe ya un solo tiempo, sino tiempos muy diversos. Así en el clásico ensayo de Le Goff El tiempo de la Iglesia y el tiempo del comerciante en la Edad Media nos dará una idea de lo que vinimos diciendo.
En un prólogo que escribió el español José Ortega y Gasset (1883-1955) a una obra del filósofo antipositivista alemán Wilhelm Dilthey (1833-1911) llamada Introducción a las ciencias del espíritu dijo una serie de apreciaciones sobre la cronología que puede ser muy útil para ciertas clarificaciones: “En historia la cronología no es como suele creerse, una denominatio extrinseca sino, por el contrario la más sustantiva. La fecha de una realidad humana, sea la que sea, es su atributo más constitutivo. Eso trae consigo que la cifra con la que se designa la fecha pasa a tener un significado puramente aritmético, cuando más, astronómico, a convertirse en un nombre o una noción de una realidad histórica. Cuando este modo de pensar sea común entre los historiadores, podrá hablarse en serio de que hay una ciencia histórica”. En una palabra, dice Aróstegui, la cronología es únicamente el tiempo físico, pero éste y el tiempo histórico no se oponen.
¿Por qué este octavo pecado ha tenido tan larga vida entre los historiadores? Simplemente porque la cronología ha sido desde los inicios de la civilización y quizá antes, el primer instrumento comparativo y jerarquizador de lo sucedido. Es por ello, dice Georg Iggers (1926), que un aspecto en común tiene la ciencia histórica desde Leopold Von Ranke y la ciencia histórica desde Tucídides hasta Gibbon: la exposición histórica sigue las acciones que realmente tuvieron lugar en su sucesión diacrónica, es decir, sólo conoce un tiempo unidimensional, en el que los sucesos posteriores siguen a los anteriores y se hacen comprensibles gracias a éstos.
Vivimos aún en una sociedad de dos culturas, nos dice Ilya Prigogine: la de las ciencias naturales y la de las ciencias humanas. La comunicación entre los miembros de estas dos culturas es difícil.¿Cuál es la razón de esta dicotomía? Esta dicotomía tiene una razón profunda, se debe a la manera en que es incorporada la noción de tiempo en cada una de las dos culturas. Lo que distingue a ambas culturas es describir el paso del tiempo. También se podrían tratar de distinguir por la complejidad de su objeto. La física se ocuparía de los fenómenos llamados simples, y las ciencias humanas de los complejos. Pero hoy el abismo entre los llamados fenómenos simples y los complejos se está reduciendo. Sabemos que las partículas elementales y los problemas de la cosmología corresponden a fenómenos sumamente complejos, que han dejado muy atrás las ideas que se tenían al respecto hace tan sólo unas décadas. En cambio, se han postulados modelos simples para describir (de forma esquemática, pero muy interesante) unos problemas que tradicionalmente se habían considerado complejos, como el funcionamiento del cerebro o el comportamiento de las sociedades de insectos. Más adelante dice este Premio Nobel de química que en todos los fenómenos que percibimos a nuestro alrededor, ya sea física macroscópica, en química, en biología o en las ciencias humanas, el futuro y el pasado tienen distintos papeles. Encontramos por doquier una “flecha del tiempo”. Se plantea, pues, la pregunta de cómo puede surgir del no tiempo la flecha del tiempo. ¿Es una ilusión el tiempo que percibimos? La cuestión nos lleva a la “paradoja” del tiempo que es el eje de esta obra, (Las leyes del caos. 1997).
¿Cuál es la razón de nuestro ser?, se pregunta Prigogine. Y responde señalando que los desarrollos recientes van precisamente en esta dirección. Ponen de manifiesto la extensión de la ciencia a un conjunto de fenómenos que la ciencia había relegado a la “fenomenología” (Husserl, Heidegger), y que sin embargo para nosotros son parte esencial de la naturaleza. Según Einstein para llegar a la armonía de lo eterno había que ir más allá del mundo sensible con sus tormentos y añagazas. El triunfo de la ciencia estaría relacionado con la demostración de que nuestra vida –inseparable del tiempo- sólo es una ilusión. Es un concepto grandioso, sin duda, pero también profundamente pesimista. La eternidad no conoce sucesos, pero ¿cómo disociamos la eternidad de la muerte? En cambio, el mensaje de esta obra (Las leyes del caos) es optimista. La ciencia es capaz de describir la creatividad de la naturaleza, y hoy el tiempo ya no habla de soledad, sino de alianza entre el hombre y la naturaleza descrita por él.
Hemos querido colocar estas reflexiones de Prigogine, quien fue profesor de la Universidad Libre de Bruselas, porque ponen de manifiesto la enorme y extraordinaria complejidad de la noción del tiempo y la importancia tan crucial que ha tomado a fines del siglo XX y a comienzos del XXI. Nosotros los historiadores que tenemos al tiempo y a la duración (Vilar) como nuestra materia prima no debemos estar al margen de esta alucinante, fantástica y asombrosa discusión. Recordemos con Bloch que la historia es ciencia de los hombres en el tiempo. “Tiempo, sólo tú eres eterno”, solía decir nuestro Federico Brito Figueroa.
CONSIDERACIONES FINALES.
Como corolario de todos estos pecados acá comentados, no nos queda más que denunciar la precariedad de la formación de nuestros historiadores venezolanos, expertos a lo sumo en el arte de manipular papeles viejos… y nada más. Atosigados los más con una enorme carga docente de aula, sin tener lugar ni disposición física ni mental para la lectura ni mucho menos para la meditación. El oficio del historiador es un oficio hermoso, pero es un oficio difícil y cuya preparación esta, en mi opinión, dice Bloch, muy mal organizada. Los que adelantan alguna que otra investigación, lo hacen casi en solitario, sin apoyo de ningún organismo privado o estatal. Domina lo que se puede llamar una pasión por el secreto que necesariamente habrá de trocarse en un gusto por la información, por el intercambio de información. Mucho menos ha de pertenecer a una comunidad de discurso, por lo que a la desaparición física o intelectual del investigador habrá que comenzar de nuevo. No hay, pues, continuidad de propósitos en las investigaciones. Por ello desde Barquisimeto, Venezuela, estamos enviando un mensaje de aliento y esperanza en el sentido de que los historiadores podemos romper la regla y la tradición, y que sí es posible trabajar en equipo y formar una comunidad de discurso. Eso sí, reconociendo el liderazgo intelectual de los maestros, regla de bronce para constituir comunidades de discurso, y que en nuestro caso se trata de los doctores Federico Brito Figueroa (+2000) y Reinaldo Rojas (1954). Dos hombres que en una genética del intelecto están conectados y nos conectan a los fundadores de la Escuela de los Anales y de sus fundadores: Marc Bloch y Lucien Febvre.
Ignoran, pues, nuestros historiadores los enormes avances epistemológicos, que según Martínez Miguélez, han ido logrando una serie de metas que pueden formar ya un conjunto de postulados irrenunciables, como los siguientes: Toda observación es relativa al punto de vista del observador (Einstein); toda observación se hace desde una teoría (Hanson); toda observación afecta al fenómeno observado (Heinserberg); no existen hechos, sólo interpretaciones (Nietzsche); estamos condenados al significado (Merleau-Ponty); ningún lenguaje consistente puede contener los medios necesarios para definir su propia semántica (Tarski); ninguna ciencia está capacitada para demostrar científicamente su propia base (Descartes); ningún sistema matemático puede probar los axiomas en que se basa (Gödel); la pregunta ¿qué es la ciencia? no tiene una respuesta científica (Morin). Estas ideas matrices conforman una plataforma y una base lógica conceptual para asentar todo proceso racional con pretensión científica, pero coliden con los parámetros de la racionalidad científica clásica tradicional.
En historia, más que en cualquier disciplina, estamos atados a la tradición de manera muy fuerte, ello quizá se deba a la distorsionada idea de que los historiadores sólo nos ocupamos de lo que ya pasó, ignorandose que somos una ciencia de los hombres en el tiempo, según dijo Bloch, y al hecho de que como construcción científica somos muy recientes. Somos hijos del pacato y mojigato siglo XIX. No olvidemos que somos unos artesanos de la cultura que debemos superar los obstáculos de la especialización y que estamos obligados a demostrar la legitimidad del conocimiento histórico. Es la ocasión de colocarnos en la cresta de los acontecimientos y de los procesos que jalonan la vida del siglo XXI a una velocidad de vértigo. A ello quedan invitados.
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Dr. Luis Eduardo Cortés Riera.
UCLA-UPEL-IPB-Fundación Buría.
luiscortesriera@hotmail.com Carora-Barquisimeto, Venezuela, julio de 2007.
INTRODUCCION.
Varias situaciones y experiencias en mi ya larga trayectoria como docente e investigador de la historia, así como la lectura de autores clásicos de la historiografía de todos los tiempos y lugares, me han animado a escribir estas reflexiones que bajo el insidioso título que le di, ojalá motiven a los jóvenes cultivadores de esta ciencia social tan nueva y que aún se haya en el tránsito hacia su edificación, a esclarecer algunos conceptos y categorías, a plantear nuevas problemáticas y a deslastrarse de las viejas y falaces, pero muy influyentes ideas en torno a la historia que han hecho carrera desde tiempos de Heródoto o de Polibio hasta llegar a Edward Gibbon o Leopold Von Ranke, y que nos han llegado con fuerza y autoridad inusitada hasta el presente.
La palabra pecado que aquí empleo se la debo al insigne historiador francés, miembro del Collège de France, Lucien Febvre, quien dice del anacronismo que es el mayor de los pecados, el más imperdonable. Desde tiempos de mis estudios de pregrado (1972-1976) en la ya bicentenaria Universidad de Los Andes y su Escuela de Historia, me había llamado la atención este pecado, el primero y más dañino que puede cometer el historiador. Pero los ojos de aquélla Escuela estaban en otros lados, la enseñanza de un marxismo vulgar asociado al estructuralismo, así como el repliegue de la izquierda insurreccional, y poco se atendía a la formación de los estudiantes en el oficio del historiador. Casi no se leía a Marc Bloch, y si ello se hacía, aquél privilegio lo gozábamos solamente los estudiantes de la especialidad en Historia Universal.
El creador de la concepción de la “historia total”, otro francés, el profesor Pierre Vilar me motivó con su obra Iniciación al vocabulario del análisis histórico (l980) magnífico trabajo de precisión y de reflexión sobre lo histórico, donde nos dice: “Siempre he soñado con un “tratado de historia”. Pues encuentro irritante ver en las estanterías de nuestra bibliotecas tantos “tratados” de “sociología”, de “economía”, de “politología”, de “antropología”, pero ninguno de historia, como si el conocimiento histórico, que es condición de todos los demás, ya que toda sociedad está situada en el tiempo, fuera capaz de constituirse en ciencia”. En este sentido he creído necesario alertar sobre los errores y las omisiones más graves y más comunes que se cometen con la historia.
De Marc Bloch, creador de la idea del oficio del historiador, me he nutrido permanentemente para enseñar e investigar la historia con las aportaciones de todas las ciencias sociales (y a veces las naturales), el empleo del método comparativo como propuso con Febvre en la Escuela de los Anales y que se presenta magistralmente en Los reyes taumaturgos (1924) y La sociedad feudal (1939-1940), pero sobre todo Apología de la historia o el oficio del historiador (1942), llamada por Georges Duby la “agenda de un artesano”, un libro escrito bajo la ocupación nazi de Francia, por lo que ha sido llamado “El manuscrito interrumpido del Marc Bloch,” que trata sobre los motivos por los que se estudia la historia y sobre el oficio del historiador. No es un libro de filosofía de la historia, ni un libro de metodología empírica: ha querido presentarnos los problemas, las dificultades que a un historiador se le presentan en la continua meditación de las razones de su trabajo; hacernos partícipes desde adentro de los procesos que éstos implican; en suma, guiarnos con su rica sensibilidad y vivacidad cultural a través de los secretos de su singular “oficio”. Es mi libro de cabecera.
Esta obra ha tenido un éxito notable en el mundo de habla castellana y se ha reeditado unas 19 veces hasta 1994 desde que el Fondo de Cultura Económica, México, la tradujo y editó por vez primera en 1952 (por Pablo González Casanova y Max Aub) con el inapropiado título de Introducción a la historia. En 1949 llega un alumno de Bloch a aquél país, Francoise Chevalier, y a sus clases asiste un perseguido de la dictadura perejimenista en Venezuela, el profesor Federico Brito Figueroa (+ 2000), quien a su regreso al país en 1960 funda los estudios de posgrado en historia en la Universidad Central de Venezuela y que continua en la Universidad Santa María, recinto en donde conoce al joven profesor Reinaldo Rojas quien le convence a venir a Barquisimeto. Acá fundan bajo un pomarroso (Mirtácea de la India) la Fundación Buría, y en 1986 editan por primera vez en el país Apología de la historia o el oficio del historiador.
Y es acá en donde se inserta desde 1989 quien escribe estas líneas en esta fértil corriente de pensamiento, pues cuando se acercaba el fin del “siglo corto”, como sostiene Eric Hobsbawm, inicié los estudios de postgrado en historia bajo la guía y conducción de los doctores Federico Brito Figueroa y Reinaldo Rojas e introducido en las posibilidades de método y del conocimiento científico de la Escuela de los Anales. En esta comunidad discursiva con sede en Barquisimeto, Venezuela, y en torno fundamentalmente a las Líneas de investigación: “Historia social e institucional de la educación en la Región Centro Occidental de Venezuela”, y la de “Redes sociales, cultura y mentalidad religiosa”, he tenido las más hermosas y edificantes satisfacciones intelectuales y personales de mi existencia.
Tiene, pues, el lector entre sus manos las meditaciones de un docente en varios niveles de la educación y de un investigador ya curtido en la ciencia de Clío y que, cual sentencia sacada de las Escrituras sagradas, se atreve a dejar entre sus manos estos Ocho pecados capitales del historiador.¿Que se puede abultar esta ominosa cantidad? Sí, es posible y además necesario, porque recordemos con el hispanista francés, el maestro Pierre Vilar que la historia es una ciencia que está en permanente construcción. Que la historia -agrega el autor de Crecimiento y desarrollo e Historia de España - es el único instrumento que puede abrir las puertas a un conocimiento del mundo de una manera si no “científica” por lo menos “razonada”. La historia-ciencia todavía se está construyendo, los pecados serían, pues, la anticiencia o la pseudociencia.
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Primer pecado: Anacronismo.
Que no es otra cosa que ver el pasado con ojos del presente. El historiador francés Lucien Fevbre nos dio un magnífico ejemplo para comprender este primer pecado: “Anacronismo es darle un paraguas a un Diógenes y una metralleta a Marte. O, si se prefiere, es introducir a Offenbach (compositor francés de operetas) y su Belle Hélêne en la historia de las ideas religiosas o filosóficas, donde quizá no tuviera nada que hacer…”. El paraguas, un invento que como sabemos se produjo muchos siglos después y que tanta significación le da al recoleto siglo XIX. Cosa semejante sucedió a quien escribe estas líneas. Una vez inauguraron en Carora, Venezuela, un hotel con el nombre de “El Conquistador” y alguien realizó un mural con varios de estos personajes a la orilla de una playa. Uno de los conquistadores otea el horizonte con un telescopio, instrumento que, como sabemos, se debe al genio de Galileo Galilei, físico y astrónomo del siglo XVII. ¿Que un siglo es una diferencia muy pequeña? Quizás, pero que Galileo lo haya construido en 1609 y los conquistadores españoles usado en, digamos, 1569, es poco menos que un verdadero disparate colocar en uso ese instrumento óptico ¡50 años antes de su invención!. Un historiador caroreño, el doctor Ambrosio Perera sostiene que el repoblador de la ciudad en 1572, Juan de Salamanca era muy católico, como distinguiendo su particular condición de creyente, cuando en realidad todos los hombres y mujeres del siglo XVI eran fervientes católicos. No podía ser de otra manera en “el siglo que quiere creer”, según la expresión de Lucien Febvre. Anacronismo es también llamar a los conquistadores del siglo XVI europeos, pues Europa todavía no existía como entidad política; Europa es, según Eric Hobsbawm, una invención posterior, el siglo XVII. Este historiador británico marxista propone dar el nombre de cristianos a los “europeos” del siglo XVI.
El malogrado geólogo, paleontólogo y filósofo de la ciencia Stefan Jay Gould (1941-2002) nos refiere que los paleontólogos reconstruimos de acuerdo a nuestros prejuicios y a nuestras imágenes estándares. Lo dijo a propósito de la reconstrucción del escultor londinense Waterhouse Hawkins (1807-1889) de Labyrinthodon, un anfibio temprano. Nosotros sabemos ahora que este animal era elongado, con cuatro patas aproximadamente iguales. Pero Hawkins, que tuvo poco más que un cráneo para guiarse en su trabajo, reconstruyó el animal según los cánones de los anfibios de nuestro tiempo- como una rana, con poderosos muslos para saltar y un cuerpo acortado. Por esta razón, nos dice este extraordinario divulgador de la ciencia estadounidense, la crónica de las restauraciones cambiantes de las bestias fósiles se convierte también en una representación fascinante de nuestra historia social e intelectual. El juego entre estos dos factores – el empírico externo y el interno social – encierra la dinámica central del cambio en la historia de la ciencia.
Hay sin embargo un nuevo tipo de anacronismo que nació casi desde que se escribió la primera novela gótica de ciencia ficcionada (y no ciencia-ficción, un horrible anglicismo), me refiero a Frankestein o el moderno Prometeo (1818) de Mary Shelley. Es un anacronismo de signo inverso, pues no va del presente al pasado, sino que, por el contrario, despega del presente y se proyecta hacia el futuro. Es el caso de las novelas 1984 de Georges Orwell y Un mundo feliz de Aldous Huxley, autores que trasladaron las preocupaciones científicas y políticas de su tiempo: la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaky en 1945, el inicio de la Guerra Fría y el totalitarismo fascista, nazi y comunista, al que yo agregaría la enorme manipulación de las opiniones que tuvo como iniciadoras a las democracias liberales y capitalistas de Occidente, el Reino Unido y los Estados Unidos, como ha establecido el lingüista estadounidense Noam Chomsky. Describen una sociedad de terror, vigilada al extremo (el Gran Hermano), de hombres y mujeres robotizados, sin decisiones, la muerte del libre albedrío. Este anacronismo de signo inverso como que goza de buena salud, puesto que dos son los componentes del diagnóstico de nuestro tiempo que hace el filósofo alemán de la Escuela de Frankfurt Jürgen Habermas: la pérdida de sentido y la pérdida de la libertad.
Pero volvamos al anacronismo que nos interesa y dejemos estas reflexiones para otra ocasión. Es Lucien Febvre quien nos ilustra mejor este primer pecado de los historiadores cuando afirma que en el siglo XVI no podía haber ateísmo porque tal condición del espíritu humano se la debemos a la Ilustración, al positivismo (y al marxismo), sistemas de pensamiento que son posteriores al siglo XVI. Es que en tal siglo no existían las palabras adecuadas para expresar la incredulidad. Este gran historiador de lo cultural y de la psicología colectiva, lo expresa en su magnífica obra El problema de la incredulidad en el siglo XVI. La religión de Rabelais, (1942): “Comenzaremos planteándonos algunas cuestiones de medios, condiciones y posibilidades. Para llegar a lo esencial formularemos un problema en apariencia simple, pero cuyos datos no ha podido reunir nadie para el siglo XVI: se trata del problema del saber qué clarividencia, qué penetración y qué eficacia (a nuestro juicio, naturalmente) podía tener el pensamiento de unos hombres, de unos franceses que, para especular, no disponían todavía en su lenguaje ninguna de esas palabras tan frecuentes hoy en nuestras plumas desde que comenzamos a filosofar y cuya ausencia no es sólo un inconveniente, sino también una deficiencia o una laguna de su pensamiento.” Y a continuación el historiador de la sensibilidad del siglo XVI nos da una lista de las palabras (utillaje mental) que faltaban:
“Ni absoluto, ni relativo, ni concreto ni confuso ni complejo, ni adecuado; ni virtual, que es de los alrededores de 1600, ni indisoluble, intencional, intrínseco, inherente, oculto, primitivo, sensitivo, todas ellas del siglo XVIII; ni transcendental, que adornará hacia 1698 (...) ninguna de estas palabras que he tomado al azar (…) pertenecen al vocabulario de los hombres del siglo XVI (…) Y sólo hemos hablado de adjetivos. Pero ¿y los sustantivos? Ni causalidad, ni regularidad, ni concepto, ni criterio, ni condición, tampoco análisis, ni síntesis (…) ni deducción ( que no nacerá hasta el siglo XIX); ni intuición, que aparecerá en Descartes y Leibniz; ni coordinación ni clasificación (palabra de 1787). Agrega este historiador de las creencias y de la religión que tampoco existía la palabra sistema, palabra que interesaron a los racionalistas. El Racionalismo no se bautizará como tal hasta el siglo XIX. O el Deísmo, que no iniciará su camino hasta Bousset (siglo XVIII). O el Teísmo, que tomará prestado el siglo XVIII a los ingleses…El Panteísmo habrá que buscarlo, en la Regencia, en Toland (1670-1722). El Materialismo esperará a Voltaire (1734).El Naturalismo aparece en 1752. El Fatalismo se encuentra La Mettrie (siglo XVIII), el Determinismo llegará muy tarde con Kant. El Optimismo, con Trévoux, en 1762, y el Pesimismo también: pero los pesimistas aparecerán hasta 1835. el Escepticismo(con Diderot). El Fideísmo surgirá en 1838. Y muchos más. Estoicismo (La Bruyère), quietismo, puritanismo,etc. Ninguna de esas palabras estuvo, desde luego, a disposición de los franceses de 1520 a 1550 a la hora de pensar y traducir sus pensamientos al francés. Menciona Febvre otro grupo de palabras (utillaje mental) que no era del siglo XVI: conformista, libertino, Espíritu fuerte, Librepensador, Tolerancia, tolerantismo, intolerancia, Irreligioso, Controversia. Tampoco tenían palabras para designar observatorio, telescopio, lupa, lente, microscopio, barómetro, termómetro, motor, ni órbita, elipse, parábola, revolución, rotación, constelación o nebulosa. Ahora podremos entender la razón por la cual el autor de Lutero. Un destino escribió con una rotundidad notable: “el mayor de los pecados, el más imperdonable: el anacronismo.”
Segundo pecado: Creerse historiador sin serlo.
Decía Lucien Febvre, fundador de la Escuela de Los Anales con Marc Bloch en 1929, y quien se especializó en la historia cultural del siglo XVI, que: “el historiador no es el que sabe. Es el que investiga”. Hay personas muy memoriosas que se saben y conocen de cabo a rabo el Diccionario de historia de Venezuela de la Fundación Polar, y esa circunstancia los hace aparecer como historiadores. Estas bienintecionadas personas, si bien pueden impresionar a los incautos, no saben o no comprenden que el historiador se fragua en su taller o en su banco de artesano, expresión que muy adecuadamente empleó Marc Bloch. Los docentes de aula pasan por ser historiadores sin serlo, pero lo que es más grave es que leen textos escolares y muy pocas veces a los verdaderos historiadores en sus obras y no refritos o pastillitas de los textos o de internet. El libro de texto le ha hecho mucho daño a la enseñanza de la ciencia de la historia en nuestras escuelas, liceos y universidades. “Es la preponderancia del triste manual en nuestra producción de lectura corriente, en que la obsesión de una enseñanza mal concebida sustituye a la verdadera síntesis”, ha escrito Bloch. El historiador no se hace sólo en las bibliotecas, sino también en los archivos. En sus viajes, en sus vivencias y en su edad. El búho de Minerva (la sabiduría) emprende su vuelo al atardecer (de la vida). Así lo comprendió nada más y nada menos que Emmanuel Kant, filósofo cumbre de la Ilustración
Marc Bloch decía en 1942, al final de su vida: “Porque hay una precaución que los detractores corrientes de la historia (Paul Válery decía que la historia es “el producto más peligroso elaborado por la química del intelecto”) no han tomado en cuenta. Su palabra no carece ni de elocuencia ni de esprit. Pero, por lo general, han olvidado informarse con exactitud de lo que hablan. La imagen que tienen de nuestros estudios no parece haber surgido del taller. Huele más a oratoria académica que a gabinete de trabajo”. Es que la labor del historiador está cargada de “humildes detalles en sus técnicas, pero la historia no es lo mismo que la relojería o la ebanistería”, nos advierte Bloch, quien agrega: “Es un esfuerzo por conocer mejor; por lo tanto una cosa en movimiento. Limitarse a describir tal como se hace será siempre traicionarla un poco. Es mucho más importante decir cómo espera lograr hacerse progresivamente.”
Los aficionados a la historia -que son legión- creen, como los positivistas del siglo antepasado, que la historia se remite a establecer cadenas explicativas de causas y efectos, que las hipótesis surgen automáticamente del estudio de los “hechos”, dan por sentado que la erudición científica puede determinar el texto, y que la sujeción de los documentos determinan la verdad definitiva de la historia. Una disciplina que, como se ve, estaba deliberadamente atrasada, dice Eric Hobswawm, quien agrega: “Sus aportaciones a la comprensión de la sociedad humana, pasada y presente, eran insignificantes y accidentales”. Pero es notable que en nuestro país ni siquiera se llegaron a aplicar tales metodologías sino en el siglo XX, pues la historia romántica, como la cultivó y escribió Eduardo Blanco (1838-1912) en Venezuela heroica (1881), símbolo literario del culto a la Patria, ha tenido una enorme difusión y ha despertado un entusiasmo colectivo hasta los días que corren. En el primer tercio del siglo XX arremetió el historiador positivista Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936) contra lo que llamó los viejos conceptos, que no eran otros que los del romanticismo literario, divorciado, a su entender, de la metodología de la ciencia natural. En Disgregación e integración (1930) sostiene que hay dos constituciones, una de papel, y otra, la real y efectiva del pueblo venezolano, y hace un alegato notable por la construcción de una historia científica en el país bajo el paradigma positivo establecido por Ernest Renan, Hippolyte Taine, Charles Seignobos, Gustave Le Bon, Charles Langlois, pues asistió en París en calidad de oyente a la Universidad de la Sorbona y al Collège de France.
Como habrá notado el lector, no conoció Vallenilla Lanz la fisura enorme que se produjo en el positivismo y la enorme revolución conceptual que se produjo en el hacer histórico cuando en 1900 el filósofo Henri Berr (1863-1954) propuso la ampliación del objeto de la historia a la sociedad, a la economía y la cultura. Advirtió que los historiadores no reflexionan sobre los fundamentos profundos de su trabajo (…) problema que, según Aróstegui, aun sigue de pie. “Al historiador -agrega- no se le atribuyó nunca la necesidad de una formación filosófica, un conocimiento conveniente de otras disciplinas cercanas, ni una formación científica específica. El oficio se dirigió siempre hacia la mejora del tratamiento de los documentos”. En España esa formación es absolutamente insuficiente, además de inadecuada y, desde luego, culposa por parte de quienes diseñan y toleran los planes de estudios existentes, nos dice este autor. Henri Berr es de tal manera una especie de puente entre la historiografía metódico crítica del siglo XIX y la Escuela de los Anales que será fundada en la Universidad de Estrasburgo, Francia, por Marc Bloch y Lucien Febvre en 1929, constituyéndose desde entonces en el tercer hito de la historiografía, luego del positivismo y el marxismo.
Debe entenderse, en consecuencia, que el verdadero historiador debe ser geógrafo, jurista, sociólogo, psicólogo, lingüista, semiólogo, “que no debe cerrar los ojos ante el gran movimiento que transforma las ciencias del universo físico”, como decía Febvre, tales como la relatividad, la mecánica cuántica, el Principio de Incertidumbre, la ciencia del caos, los Teoremas de Gödel, las teorías de la complejidad, la cibernética, la teoría de las catástrofes, la clonación, la telemedicina, las células madres, los fractales, la resonancia mórfica, la teoría de los psitrones, la lógica borrosa, la gestalt, el Principio Antrópico, el big bang, la flecha del tiempo, la fuerza débil, los agujeros negros, los agujeros de gusano, la teoría general de sistemas, el principio de complementaridad, las supercuerdas, los quarks, el Teorema de Bell, etc, etc.
Tercer pecado: Vacilar entre la ciencia y el relato.
Conozco historiadores formados en Europa y con títulos doctorales que siguen pensando que nuestra disciplina no es ciencia, creación esta última del espíritu humano demasiado prominente y por tanto una condición a la que no tiene acceso la humilde disciplina de la historia, sostienen. Pobre de Leopold Von Ranke (1795-1886) quien ocupó buena parte de su larga existencia a construirla, y que a más de 150 años aún se ignoran sus esfuerzos. Pero la cosa no es tan simple y por ello se presta a equívocos. Lucien Febvre (1878-1956), por ejemplo, nos dice que “la historia es un estudio elaborado científicamente, y no como ciencia.” Quiso decir que la historiografía no sería una ciencia pero sí un estudio científicamente elaborado. “El trabajo del historiador, sostiene Julio Aróstegui, es un conjunto de actividades no arbitrarias, ni meramente empíricas, subjetivas y ficcionales. Es una actividad tendente a establecer conjeturas sujetas a unas reglas o principios reguladores, es decir a un método. Ello se debe a que la historia requiere el rigor metodológico de los procedimientos de la ciencia. El historiador además trata de buscar para los procesos históricos explicaciones demostrables, intersujetivas, contextualizables, como los de la ciencia. Sus resultados ni son teorías de valor universal ni puedan establecer predicciones. Existen aproximaciones científicas que concluyen no en leyes o teorías sino en el descubrimiento de tendencias probabilísticas.” Es una ciencia, pero de otra manera, tal como lo propuso en la Universidad de Berlín desde 1810 Ranke y que se expresa en su Historia de los pueblos románicos y germánicos, (1824), primera obra de la historiografía escrita con criterio científico en el tratamiento de los documentos.
Como disciplina científica, la historia tenía desde un principio, mucho en común con otras ciencias, también con las ciencias naturales, tal como venían surgiendo desde el siglo XVII, siglo de las grandes revoluciones científicas modernas con Galileo, Newton, Kepler, Boyle-Mariotte, si bien los historiadores no han dejado nunca de subrayar la diferencia que separa su ciencia de las ciencias naturales Sin embargo Ranke pensaba que la historia no dejaba de ser también un arte y no nos sorprenda que el historiador alemán Teodor Mommsem se haya hecho merecedor del Premio Nobel de Literatura en 1902. Soy del criterio de que la ciencia histórica tiene sus inicios cuando el monje Mabillón, armado de la duda cartesiana, publicó en 1681 De re diplomática, verdadero inicio de la crítica del documento en los tiempos modernos. Marc bloch nos dice que: “Aquel año-1681, el año de la publicación de De re diplomática, en verdad gran fecha en la historia del espíritu humano-, fue definitivamente fundada la crítica de los documentos de archivo”.
En Francia fue la sociología, dice Iggers, la que conducía el combate contra la investigación histórica universitaria tradicional (positivista). El sociólogo Emile Durkheim negó en 1888 a la historia el rango de ciencia social, precisamente porque se ocupaba de lo especial y, por ello, no podía llegar a afirmaciones generales, empíricamente comprobables, que constituían el núcleo del pensar científico. A lo sumo, la historia podía ser una ciencia auxiliar que proporcionara información a la sociología. Pero un gran cambio vendría poco después cuando se produjo la ampliación del objeto de la historia a la sociedad, a la economía y el acercamiento de la historia a las ciencias sociales, tal como lo planteó desde la revista Revue de synthèse historique en 1900 el filósofo Henry Berr. Desde este momento se llegó al convencimiento de que una ciencia histórica moderna debía ocuparse más de la sociedad, y al mismo tiempo, empezar a intimar más con los métodos sociocientíficos, dice Iggers.
Y fue a fines del siglo XIX y comienzos del XX cuando Wilhelm Dilthey propuso un nuevo tipo de ciencias, las que llamó ciencias del espíritu, distintas en objetos y métodos a las ciencias naturales, éstas últimas hoy llamadas ciencias duras. Es por ello que el germano-norteamericano Georg Iggers (1926) dice que la historia “se constituyó en el siglo XIX en “disciplina” y empezó a llamarse “ciencia histórica”, diferenciándose del concepto más antiguo de “historiografía”. Es cierto que la historia, por una parte, se distanciaba del objetivo cognitivo de otras ciencias, esto es, el de formular regularidades -o al menos modelos de explicación concluyentes- y subrayaba los elementos de lo singular y de lo espontáneo, los cuales exigían a la historia, como ciencia cultural, una lógica especial de investigación, encaminada a entender las intenciones y los valores humanos. Se trata de Geisteswissenchaften: ciencias culturales o ciencias humanas, que sugieren que es posible el conocimiento intuitivo. La autodefinición de la historia como disciplina científica, agrega Iggers, significaba para el trabajo profesional del historiador una rigurosa separación entre el discurso científico y el literario, entre los historiadores profesionales y los aficionados”.
La historia ha debido enfrentar desde siempre una competencia que no es desleal, ni mucho menos: el de la literatura. La materia plástica de la literatura, nos dice el autor de El otoño de la Edad Media Johan Huizinga, (1872-1945) ha sido y es en todos los tiempos un mundo de formas que es, el fondo, un mundo histórico. Lo que ocurre es que la literatura puede manejar esa materia sin someterse a los postulados de la ciencia”, Vale decir, la odiosa cita a pie de página. En Venezuela tenemos a un célebre escritor de ficción y de historia enemigo declarado de las citas a pie de página: don Mariano Picón Salas,(1901-1965), a las cuales calificó de “ídolo universitario”. Y el caroreño Guillermo Morón, primer venezolano en conseguir hacerse Doctor en Historia (Madrid,1954) y ahora reconocido autor de ficciones dice: “La literatura es todo, solamente que yo diferencio la literatura historiográfica, donde se amarra la imaginación y hay que atenerse a los documentos y al estudio profundo de la Historia sin mucha imaginación (…) en cambio en la literatura de ficción, el cuento, la novela, la fábula, ahí hay que soltar la imaginación (…) en todo caso la literatura necesita soltar la imaginación (…)” Acá disentimos del autor de la novela El gallo de las espuelas de oro, pues afirmo que la historia científica también requiere de mucha imaginación, como todas las ciencias.
Pero sigamos hablando de la loca de la casa, la imaginación. Los paleontólogos Christopher Stinger del Museo de Historia Natural de Londres y Peter Andrews del Grupo Orígenes Humanos de ese mismo Museo, por ejemplo, dicen que los hechos materiales por sí solos están muy desvirtuados por un registro fósil en gran medida dependiente de la casualidad. Gran parte de las características que parecen distinguirnos esencial e irrevocablemente de nuestros parientes primates más próximos forman parte de los patrones de conducta, preservados en el registro fósil con muy poca frecuencia, o incluso nunca. Estas características deben ser reconstruidas a partir de nuestra pequeña, aunque creciente, provisión de material físico, minuciosamente examinado y descrito con la ayuda de las tecnologías más sensibles, e interpretando en la movediza frontera donde se integran un cáustico escepticismo y una imaginación abierta. En otros casos, como en las llamadas ciencias duras como la Teoría de la Relatividad y la Física cuántica, así como las Supercuerdas o el Teorema de Bell, por ejemplo, son unos alardes de imaginación. Estos físicos son más que científicos unos filósofos. Y no olvidemos que el sociólogo estadounidense Wright Mills, quien nos habló de la inmoralidad superior de la sociedad estadounidense, escribió en 1959 nada más y nada menos que La imaginación sociológica. Es que la manera de pensar científica es imaginativa y disciplinada al mismo tiempo. Esta es la base de su éxito, nos recuerda Carl Sagan, premio de la Academia Nacional de Ciencias de los EEUU.
La hermenéutica o interpretación de un texto del pasado requiere de mucha imaginación. El intérprete no puede entender el contenido semántico de un texto mientras no sea capaz de representarse las razones que el autor podría haber aducido en las circunstancias apropiadas, dice Jürgen Habermas. Pero puede ocurrir que entendemos un texto recibido merced a las expectativas de sentido que nacen de nuestro propio conocimiento previo de la cosa. Es acá cuando Hans Georg Gadamer, autor de Verdad y método (1960), utiliza la imagen de horizontes que se funden, es decir que en el proceso de comprensión, contrafácticamente superador del tiempo, el autor (ubicado en el pasado y que supiera cómo es nuestro proceso de interpretación acá, en el futuro) tendrá que liberarse de su propio horizonte contemporáneo, del mismo modo que nosotros ampliamos nuestro propio horizonte cuando como intérpretes nos introducimos en su época. Sin embargo, dice Habermas, Gadamer piensa que el saber encarnado en el texto es un principio superior al del intérprete, por lo que permanece prisionero de la experiencia del filólogo que se ocupa de textos clásicos.
Pero cuando se trata de testimonios, los documentos, aún los más claros en apariencia y los más complacientes no hablan sino cuando se sabe interrogarlos, dice Bloch tomándole la palabra a Droysen, historiador alemán del siglo XIX, y que nuestro Marc Bloch ha debido estudiar durante su pasantía en el país germano. No todas las preguntas se le pueden hacer a un texto del pasado, pues tienen que ser las apropiadas. Una vez un participante de posgrado me dijo que se interesaba en mi Línea de investigación, las mentalidades. Yo le pregunté sobre su tema-problema, a lo que respondió que se interesaba en las ideas y las formas de pensar de los negros esclavos del Valle del Río Turbio de Barquisimeto en el siglo XVIII. Medité antes de contestarle que aquello no era posible, porque los esclavos dejaban pocos o casi ningún testimonio escrito de sus inquietudes personales. En todo caso -y en esto me ayudó el Profesor M.Sc. Arnaldo Guédez- le dije al joven que los registros de los esclavos se remiten a las observaciones de cantidad, peso o estado de salud de la mano de obra esclava que anotaron los blancos criollos esclavistas o sus mayordomos de sus haciendas.
En un documento de 1585, Constituciones y ordenanzas de la Cofradía del Santísimo Sacramento de Carora estudiada por quien escribe, encontré repetidamente las palabras orden y obligación, las cuales se repiten reiterativamente (y unidas) 14 veces en el texto. Aquello no lo pude entender hasta que repasé un libro del malogrado Angel Rama (1926-1983) titulado La ciudad letrada, quien nos dice que eran palabras claves del discurso del siglo XVI. Se trata de la ciudad escritural, pues el imperio español era una gigantesca construcción en escritura basada en el orden y en la obligación. Pero los silencios también le dicen mucho al investigador. Así entré en cuenta que en las Constituciones faltaba una palabra religiosa clave para entender el siglo XVI, esto es, la palabra sin base bíblica Purgatorio (pues nació en el siglo XIII en Francia) y que está ligada a la vida de ultratumba , un tercer lugar distinto al cielo y al infierno que modificó la geografía del más allá, dice Le Goff. ¿Todo este hacer interpretativo y de imaginación puede recibir un nombre distinto al de ciencia? Me resisto a creer que no.
Cuarto pecado: Determinismo.
Fueron los positivistas los que empeñados en trasladar las leyes de la naturaleza a la sociedad los que crearon los determinismos de clima y raza. La montaña es más religiosa que la tierra llana, sostenían. Quien escribe estas líneas ha descubierto que una ciudad “llanera” y del semiárido venezolano, como Carora, es y fue tanto o más religiosa que Mérida o La Grita, localidades de los Andes de temperamento suave o templado conocidas por su acendrado catolicismo. No menos grave es el determinismo económico en el que militan los malos marxistas. Sostienen que la religión, el arte y los modos de pensar son meros “reflejos” de la base económica. Carlos Marx no dijo nunca tal cosa, más bien lo que hizo fue incorporar lo económico a la explicación de los hechos y fenómenos históricos, pues el positivismo de la época se empeñaba y centraba su atención en los grandes jefes de estado y en las batallas y los acuerdos internacionales e ignoraba olímpicamente la economía. Lo económico explica muchas cosas, esto es cierto. Pero no todas. Edward Palmer Thompson (1924-1993) escribió con genialidad que: “Pero la entera sociedad abarca muchas actividades y relaciones (de poder, de consciencia, sexuales, culturales, normativas) que no son el objeto propio de la economía política, que han sido definidas fuera de la economía política y para los cuales esta disciplina no tiene términos con qué designarlas”. Se trata, pues, de una especie de “dualismo académico” que se expresa en y con la distinción entre base y superestructura ideológica, como dice Mac Intyre.
Eric Hobsbawm dice que la Escuela de los Annales no necesitó que Marx le llamara la atención sobre las dimensiones económicas y sociales de la historia. Que hay países en Asia o en América Latina en los cuales la transformación, cuando no la creación de la historiografía moderna casi puede identificarse con la penetración del marxismo. De la influencia marxista, dice, se ha identificado con unas cuantas ideas relativamente sencillas, aunque dotadas de gran fuerza, pero que en absoluto son necesariamente marxistas, que no son representativas del pensamiento maduro de Marx. Llamaremos a este tipo de influencia “marxista vulgar” y el problema consiste en separar los componentes marxista vulgar y marxista en el análisis histórico. El marxismo vulgar según este historiador marxista británico, comprendía principalmente los siguientes elementos:
1º La “interpretación económica de la historia”, esto es, la creencia de que “el factor económico es el factor fundamental del cual dependen los demás”; y, de modo más específico, del cual dependían fenómenos que hasta ahora no se consideraban muy relacionados con asuntos económicos.
2º El modelo “base y superestructura” (que se usa de la forma más generalizada para explicar la historia de las ideas). A pesar de las propias advertencias de Marx y Engels, este modelo solía interpretarse como una simple relación de dominio y dependencia entre la “base económica” y la “superestructura”, medida a lo sumo por
3º “El interés de clase y la lucha de clases”. Uno tiene la impresión de que varios historiadores marxistas vulgares no leyeron mucho más allá de la primera página del Manifiesto comunista, y la frase la historia (escrita) de todas las sociedades que han existido hasta ahora es la historia de las luchas de clases”.
4º “Las leyes históricas y la inevitabilidad histórica”, de la cual se excluía lo contingente, en todo caso en el nivel de la generalización sobre los movimientos a largo plazo. De ahí la constante preocupación de los primeros escritores sobre historia marxista por problemas como el papel del individuo o de la casualidad en la historia. (debemos aclarar que este autor identifica otros tres elementos “marxistas vulgares”)
Quien escribe estas líneas se dio cuenta que la endogamia es un fenómeno que participa en el resguardo y evita la dispersión de las fortunas y los linajes, pero que quien la logra establecer es la Iglesia católica a través de las dispensas matrimoniales. Las creencias religiosas regulan la vida de la sociedad, la moral, la alimentación, el sexo y en el caso que nos ocupa, la propiedad de la tierra en Carora del siglo XVIII. El matrimonio actúa como una suerte de junción de lo material y lo espiritual, pues sostiene la “infraestructuras”, dice Duby. Esto se debe a que los malos marxistas son incapaces o no se atreven a leer a Max Weber o al historiador marxista de las mentalidades Michel Vovelle. Los determinismos en historia devienen también de los determinismos de la lectura. Cierta vez una participante de postgrado en historia me espetó duramente porque sugerí emplear las categorías de análisis del funcionalismo norteamericano, tales como las llamadas Redes sociales. No comprendía aquella dama que la sociedad tiene sus mecanismos para permanecer estable y que el cambio revolucionario es atenuado o postergado por estos mecanismos. De otra forma no se podría entender la extremada estabilidad del régimen colonial en la América hispana que se extendió por 300 años. Nueva España, dice el mexicano Octavio Paz, era una sociedad para durar, no para cambiar. En estas sociedades existieron unas verdaderas redes de sociabilidad como las cofradías que satisfacían las necesidades mundanas y extramundanas de los creyentes a ellas afiliados. Ellas explican, en cierto modo esta tremenda estabilidad de tales sociedades, a lo que habría que agregar que tales hermandades sobrevivieron a los hechos iniciados en 1810 y nos llegan hoy hasta alcanzarnos
Pero existe un curioso determinismo que yo llamo de signo inverso, y no es otro que el que ha sufrido el autor de Economía y sociedad (1922), el sociólogo alemán Max Weber (1864-1920), la creencia vulgar que le atribuye la “teoría” de que el protestantismo es la causa del capitalismo. Es una deformación que se remonta a fuentes secundarias que surgieron con un pecado de parcialidad, nos dice José Medina Echavarría, prologuista de la edición del FCE en 1944. Creo que ello se debe, digo yo, al título de su obra más polémica, La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1904-1905), trabajo que al igual que el Manifiesto comunista de Marx y Engels, apenas se le leen sus portadas y acaso sus primeras páginas de forma apresurada, nunca su texto íntegro.
Quinto pecado: Provincianismo.
Es el pecado de suponer que nuestra localidad de nacimiento o de residencia y que nuestra propia formación académica son el centro o el ombligo del mundo, que fuera de ellas nada vale la pena o puede despertar nuestro interés. No entienden estos pecadores que nuestra religión católica es un credo universal o Katolicus, y que nuestra lengua la hablan más de 400 millones de personas en nada más y nada menos que 23 países, incluidos los EEUU. Hace unos años quien escribe estas reflexiones investigó los inicios de un colegio particular de enseñanza secundaria en Carora del siglo XIX. En ese humilde y “provinciano” instituto llamado La Esperanza, el plan de estudios contemplaba la enseñanza de lenguas universales: el latín como una lengua sagrada, lengua que fue universal hasta el siglo XVII , vínculo en la actualidad entre los 1.200 millones de personas que profesan esta fe milenaria en Cristo, aunque no lo hablen, como sostiene Benedict Andersen. La otra lengua que se enseñaba en aquél colegio decimonónico no es menos universal que la del Lacio, nos referimos al griego, vehículo en el cual se construyó la civilización occidental. Palabras tan actuales como cibernética y clonación derivan de la lengua de Aristófanes. ¿Y qué decir de la Física? El bueno del Doctor en Medicina, egresado de la Universidad Central de Venezuela en 1891, Lucio Antonio Zubillaga, vicerrector del colegio arrastraba como el resto de la comunidad científica del orbe, la creencia en la ya insostenible existencia del éter que rodeaba todos los fenómenos y que dio lugar a la llamada Física del éter, hoy parte del museo del pensamiento, como el positivismo.
Provincianismo es también cerrarse a la lingüística, pues muchos cultores de Clío desconocen el celebérrimo y controversial “giro lingüístico” que se ha producido en la comprensión de la historia desde que Lawrence Stone lo propuso en 1979 en la revista británica Past and Present; cerrarse a la semiología , a la paleontología o a la física cuántica. Creo que desde que el físico alemán Heinsenberg creó el principio de incertidumbre hace ya exactamente 80 años, la ciencia de la historia ya no es ni podrá ser la misma. Y lo mismo podemos decir de la Teoría de la Relatividad de Einstein que después de 1905 acabó con la idea del tiempo en que navegaban Kant, Comte, Spencer y el mismísimo Carlos Marx. En todo caso estamos encaminados hacia la teoría de la complejidad, propuesta entre otros por Ilya Prigogine, premio Nobel de química en 1977, quien propone que el conocimiento humano se dirige a una gran síntesis de las ciencias naturales y la humanas. Una Nueva Alianza entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu. La complejidad pide una nueva integración entre cultura científica y cultura humanística. Dice Edgar Morin que esta dicotomía “cartesiana” puede y debe morir. Ya lo advertía don Miguel de Unamuno a fines del siglo XIX y comienzos del XX: “Una de las disociaciones más hondas y fatales es la que aquí (en España) existe entre la ciencia y el arte y los que respectivamente los cultivan. Carecen de arte, de amenidad y de gracia los hombres de ciencia, solemnes, lateros, graves como un corcho y tomándolo todo en grave, y los literatos viven ayunos de cultura científica seria, cuando no desembuchan, y es lo peor, montón de conceptos de ciencia mal digerida”. Ciencia mal digerida o pseudociencia como la ha llamado Carl Sagan, que en la actualidad goza de un enorme prestigio. “El escepticismo no vende”, concluye el astrónomo y divulgador de la ciencia norteamericano, muerto en mala hora en 1996.
Provincianismo es también la tendencia muy del mundo hispánico a laborar individualmente. Le tememos a las comunidades de discurso. Pascual Mora, docente e investigador de la Universidad de Los Andes, Táchira, Venezuela, estudioso investigador de la historia de la educación dice que se ha hecho demasiada historia de la educación y de la pedagogía en el país bajo este pernicioso criterio. “La insociabilidad es uno de nuestros rasgos característicos. Apena el ánimo la contemplación de los estragos de nuestra insociabilidad, de nuestro salvajismo enmascarado”, escribe don Miguel de Unamuno. Y agrega el autor de La agonía del cristianismo: “Asombra a los que vivimos sumergidos en este pantano el remolino de escuelas, sectas y de agrupaciones que se hacen y deshacen en otros países, en donde pululan conventículos, grupos, revistas, y donde entre fárrago de excentricidades , borbota una vida potente. Aquí las gentes no se asocian sino oficialmente, para dar dictámenes o informes, publicar latas y cobrar dietas”. Tal es así que ha producido asombro que en Barquisimeto, caso notable por su singularidad, se ha conformado una comunidad de discurso en la investigación sobre la historia de la educación y de la pedagogía, en la que un grupo de investigadores comparten unos criterios teóricos y metodológicos, que no son otros que los de la Escuela de los Anales. Bajo tales premisas, Historia social e institucional de la educación en la Región Centro Occidental de Venezuela, y bajo el liderazgo de los doctores Federico Brito Figueroa (+2000) y Reinaldo Rojas (1954) han sido presentadas, defendidas y aprobadas más de medio centenar de tesis de maestría y unas cinco de doctorado desde que se inició el programa en 1992 en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador- Instituto Pedagógico Barquisimeto “Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa”. Esta extraordinaria experiencia en el interior de Venezuela no ha estado libre de riesgos y acechanzas: la dispersión, la reiteración de enfoques y temas, la incomprensión y hasta la envidia, la pasión que corroe los pueblos hispánicos, se ha hecho presente.
No podía faltar en esta quinta trasgresión una referencia a la llamada “historia local”. En cierta ocasión un participante de postgrado animado en la idea de esta “historia de campanario” me refirió que estaba haciendo una investigación sobre un hecho fugaz acontecido en su localidad de nacimiento y de residencia, un ataque guerrillero de las FALN, Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, ocurrido en 1962. Le dije que averiguara qué otros acontecimientos ocurrieron en esos mismos días en el resto del país. Asombrado aquél joven me dijo que el ataque a Curarigua aquel 2 de mayo de 1962 había ocurrido el mismo día en que aconteció el famosísimo “Carupanazo”, estado Sucre, al otro extremo del país, evento en el cual un sector de la Marina afecto al Partido Comunista de Venezuela (PCV) se alzó contra el gobierno democrático del señor Rómulo Betancourt. ¡Qué coincidencia!, me dijo, a lo cual yo le repliqué de seguido que no era aquello casual, que aquél era un asalto que obedecía a una estrategia insurreccional a escala nacional con ramificaciones en el exterior. De modo que aquél suceso no era sino una manifestación en Curarigua de Leal, estado Lara, Venezuela de un enfrentamiento global, la llamada Guerra Fría. De modo, pues que la “historia local” no existe, le dije. Todo está conectado.
Tal cual sucedió con quien escribe estas reflexiones durante sus investigaciones que nos condujeron al Título de Doctor en Historia (Universidad Santa María, Caracas, 2003) sobre la Iglesia católica en Carora y con la estimulante tutoría del Dr. Reinaldo Rojas. Ciudad de numerosas vocaciones sacerdotales y múltiples cofradías y la mentalidad religiosa dominante que le ha caracterizado, por lo que se le ha llamado “ciudad levítica”. Siempre se ha hablado y ha quedado como establecido que nuestro siglo XVII fue una centuria de silencio y de aislamiento entre regiones de la inmensa Provincia de Venezuela, como han sostenido Laureano Vallenilla Lanz y Arturo Uslar Pietri (quien lo llama siglo silencioso). Mayúscula sorpresa al internarnos en los numerosos y gruesos Libros de cofradías, sobre todo la del Santísimo Sacramento, fundada en 1585, pues allí encontramos, como desmintiendo al autor de Cesarismo democrático, y de Disgregración e integración que a tal hermandad “entraron” 16 hermanos de El Tocuyo, 8 de Barquisimeto, ambas localidades del actual estado Lara ,7 de Trujillo, ciudad andina, otros 7 de Coro, en la costa del mar Caribe, 5 de Caracas, en el centro del actual país, 5 españoles (de la Península), 2 de Tunja, Reino de Santa Fe, 2 de la andina Mérida, 2 de Maracaibo, ciudad del Lago homónimo, 01 canario, 4 de Nirgua, actual estado Yaracuy, 68 de Carora, sede de la cofradía, y 2 forasteros. Y como hallazgo curiosísimo encontramos que al hacer el análisis temporal-comparativo interno dentro de la cofradía del Sacramentado, que el número, procedencia y variedad de apellidos encontrados allí en el siglo XVII es mayor en cantidad, variedad de apellidos y lugares que los encontrados en la hermandad dos siglos después y bajo el régimen republicano. Quiere decir, en consecuencia, que la Provincia de Venezuela y su Iglesia católica estaban mejor conectadas con buena parte mundo católico e hispanohablante en el siglo XVII y XVIII que en el republicano y liberal siglo XIX, centuria esta última del ferrocarril y del telégrafo.
Y cuando uno de los dos tunjanos, el cófrade Gerardo de Robles, murió allá en 1682, no pasaron muchos días cuando la noticia se supo en Carora y la hermandad cumplió con hacerle las misas con que se había comprometido al permitirle su “entrada”, tal y como el Santo Concilio de Trento estableció entre 1545 y 1563. Era, como le dije, al Dr. Bernard Lavallé, una especie de “Internet barroco y colonial.” (sin electricidad, pero eficientísimo). Y no nos hemos referido al siglo XVIII, centuria de esplendor de las cofradías en Hispanoamérica, cuando hubo “entradas” de hermanos a las cofradías caroreñas procedentes del Reino de Irlanda, del Reino de Francia, de los reinos de España, las Islas Canarias, Cuba, Puerto Rico, Reino de Santa Fe, y de buena parte del Occidente venezolano. Hasta el padre del Libertador, Don Juan Vicente Bolívar entró como hermano en 1772 en varias cofradías de Carora, así como una buena muestra del “mantuanaje” caraqueño. En consecuencia, cada día es más difícil hacer “historia local”.
Estas reflexiones las estamos haciendo en momentos en que esta forma liliputiense de hacer historia se le han abierto un inmensos escenarios en razón de que los Consejos Comunales creados por la Revolución Bolivariana liderizada por el presidente Hugo Chávez Frías exigen que cada uno de ellos cuente con la historia (escrita) de su localidad u ámbito territorial. ¿A dónde nos conducirá semejante dispersión, nos preguntamos con angustia, cuando se cuentan en millares en Venezuela en el año en curso (2007) tales Consejos Comunales ? Es la misma angustia que expresó el doctor Arturo Uslar Pietri (1906-2001) cuando en una ocasión el Ministerio de Educación le dio prioridad en la enseñanza primaria y media de Venezuela a la historia local o regional sobre la historia de la nación.
Sexto pecado: Teoricismo y empirismo (documentalismo).
Muchos historiadores creen que la teoría por sí misma lo explica todo. Pobre de los hechos empíricos que no cuadren con la teoría: los desechan o los modifican para que cuadren con la teoría. Creo que allí se esconde una curiosa forma de pereza mental y pereza de trasero. Esos teóricos no entienden que el oficio del historiador es una disciplina más o menos empírica, y no exactamente filosófica-especulativa, que requiere de largas y fatigosas jornadas en los archivos. Conozco una chica participante en una maestría en historia que sostenía que había un antagonismo social acusado entre el club de los oligarcas y el club de las clases populares en Carora. La investigación mostró (no demostró) que algunos oligarcas actuaron como personajes de relieve y promovieron la fundación del club popular llamado Centro Lara. Y que fue un oligarca “renegado” que movió la idea de crearlo en 1938 para la sociabilidad de las clases medias emergentes y el populacho. Me refiero a don Cecilio Zubillaga Perera, un auténtico intermediario cultural en la expresión de Michel Vovelle.
Pero en todo caso es preferible el teoricismo al simple empirismo, como ha dicho el creador de la “historia total”, el profesor Pierre Vilar (1906-2003). Los perceptores sin conceptos, como vino a decir Kant, están ciegos. Dejemos que sea el propio autor de Cataluña en la España moderna (1962) quien lo diga: “no me gusta, tampoco, lo que yo llamaría el “vértigo teórico”, las largas páginas únicamente dedicadas a consideraciones abstractas o verbales, o a justificaciones por los textos, no por los hechos. A pesar de que sigo fiel a lo que dije hace ya tiempo frente a los investigadores empíricos y positivistas: el exceso de inquietud teórica es de todos modos preferible la ausencia de inquietud”. Sé de personas que en el afán de lo empírico han retrocedido a los paradigmas investigativos superados del positivismo decimonónico y siguen creyendo que el conocimiento histórico está indefectiblemente en el documento escrito, pues sólo éste tipo de fuentes conocen. Hemos conocido de participantes de maestrías en historia que ha habido que ir a “rescatarlos” a los archivos y repositorios, pues prácticamente se han enterrado en ellos sin remedio. Andan, pues, buscando el último documento. Pero es absolutamente necesario recordar que toda ciencia -y la historia lo es- trabaja con conceptos y categorías. Reinaldo Rojas ganó en México en 1995 un premio continental de historia colonial adornado con el nombre de don Silvio Zavala con una obra titulada Historia social de la Región Barquisimeto en el tiempo histórico colonial, 1525-1810 (1995). Nos dice Rojas que ninguno de los componentes del jurado calificador ha estado jamás en Venezuela y que, en todo caso tal jurado premió el esfuerzo teórico-metodológico, la perspectiva interdisciplinar y de síntesis allí contenido. Los historiadores Cardoso y Pérez Brignoli nos han advertido que en América Latina, sin embargo, la teoría brilla por su ausencia. Es una rara avis.
Obras de gran aliento histórico y antropológico y de cobertura continental como Casa-grande y senzala, (1933) del brasileño Gilberto Freire carece por completo de conceptos. Darcy Ribeiro sostiene que ello se debe al temor de pasar por marxista, pues este autor cursó estudios con el antropólogo hebreo Franz Boas en los EEUU en la década de los 20 del siglo pasado. A pesar de ser esa obra una descripción sistemática, criteriosa, exhaustiva, cuidadosísima de los modelos culturales, pero desinteresada respecto a cualquier generalización teórica, Gilberto Freyre escribe: “Por poco inclinados que estemos al materialismo histórico, en tantas cosas exagerado en sus generalizaciones , principalmente en obras de sectarios y fanáticos, hemos de admitir la influencia considerable, aunque no siempre preponderante, de la técnica de la producción económica sobre la estructura de las sociedades en la caracterización de su fisonomía moral. Es una influencia sujeta a al reacción de otras, y sin embargo, poderosa como ninguna en la capacidad de aristocratizar o democratizar a las sociedades, de desarrollar tendencias hacia la poligamia o la monogamia. A mucho de lo que se supone el resultado de rasgos o taras hereditarias preponderando sobre otras influencias, en los estudios aún fluctuantes de eugenia y de cacogenia, se le debe más bien asociar a la persistencia, al través de generaciones, de condiciones económicas y sociales favorables o desfavorables al desarrollo humano”. Dice el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro (1922-1997) que no sería justo olvidar que ninguna de las obras clásicas de las ciencias sociales es explicable por sus virtudes metodológicas. Al contrario. Todo lo que se produjo con extremado rigor metodológico, haciendo corresponder cada afirmación con la base empírica en la cual se asienta, y calculando y comprobando estadísticamente todo, resulta mediocre y de breve duración. El hombre de ciencia, sólo necesita aprender métodos y estudiar metodologías para olvidarlos después. Olvidarlos tanto en la operación de observación como en esa misteriosa e inexplicable operación de inducción de las conclusiones. Olvidarlas, sobre todo, en la construcción artística de la obra en que deberá comunicar a sus lectores, tan persuasivamente como sea posible, lo que él sabe.” Ahora entiendo los gruñidos del doctor Federico Brito Figueroa en las aulas de clases del Pedagógico de Barquisimeto cuando decía enfática y repetitivamente: “no soy me-to-dó-lo-go”. El método es muchas veces y casi siempre una camisa de fuerza que mata la imaginación.
Pero hay otro tipo de científicos que opinan diferente. Tal es el caso del doctor Carl Sagan (1934-1996), profesor de Astronomía y Ciencias Espaciales de la Universidad de Cornell (EEUU), quien nos dice que para el divulgador de la ciencia es un desafío supremo la historia actual y tortuosa de sus grandes descubrimientos y equivocaciones, y la testarudez ocasional de sus practicantes en su negativa a cambiar el camino. Muchos, quizá la mayoría de los libros de texto de ciencias para científicos en ciernes, lo abordan con ligereza. Es mucho más fácil presentar de modo atractivo la sabiduría destilada durante siglos de interrogación paciente y colectiva sobre la naturaleza que detallar el complicado aparato de destilación. El método, aunque sea indigesto y espeso, es mucho más importante que los descubrimientos de la ciencia, dice Sagan.
La mayoría de los estudios de cuarto y quinto nivel en historia (Maestría y Doctorado) en Venezuela muestran una tendencia marcada al teoricismo. Los cuatro o seis semestres se agotan en discusiones meramente teóricas, dejando de lado el problema concreto, real e inquietante del archivo. Esta experiencia tan rica en sus particularismos (la lógica informal de la vida) se deja para el final de la escolaridad, y es allí cuando el participante se encuentra como inerme e impotente ante el fárrago de información contenido en cualquier repositorio. Una sentencia del maestro Bloch como la que dice: “nadie sabe lo que encuentra si no sabe lo que busca” le evitaría el famoso síndrome TMT (todo menos tesis). TMT que ha frustrado a más de un participante que por lo general es buen lector, que ha cultivado una buena cultura y posee una oratoria impresionante, pero que se desinfla con la paleografía o con la cartografía geohistórica. Leer y transcribir un documento del siglo del siglo XVII o construir con sus manos o con ayuda de la computadora u ordenador una carta temática de los flujos de una firma comercial del siglo XIX, por ejemplo, los desanima de tal manera que terminan quedándose con la sola aprobación de la escolaridad, y dejando la posibilidad de concluir la Tesis de Grado para un futuro remotísimo. Y eso que no nos hemos referido a la Estadística, ni a los problemas que casi siempre se presentan en la relación tutor-participante. Lo que quiere decir que el oficio de Clío es una curiosa ciencia que mezcla la empíria y la teoría de manera muy específica y particular. El Franco-Condado (1912) de Febvre es un modelo de un cuidadoso examen empírico, allí como en su obra posterior nos enseña que un montón de piezas de archivo no da respuesta al historiador si éste sabe interrogarlo. Ya lo dijo Karl Marx: “En la ciencia no hay calzadas reales, y quien aspire a remontar sus luminosas cumbres tiene que estar dispuesto a escalar la montaña por senderos escabrosos”.
Dejemos que sea el historiador marxista británico Edward Palmer Thompson (1924-1993) : La lógica de la historia. Miseria de la teoría, quien nos aclare, finalmente, la relación teoría y dato: “El discurso de la demostración de la disciplina histórica consiste en un diálogo entre concepto y dato empírico, diálogo conducido por hipótesis sucesivas, por un lado, e investigación empírica por el otro. El interrogador es la lógica histórica; el instrumento interrogativo una hipótesis (por ejemplo la manera en que diversos fenómenos hayan podido actuar unos sobre otros); el que contesta es el dato empírico, con sus propiedades concretas.(…) Adviértase bien, no los “datos empíricos” por sí mismos, sino los datos empíricos interrogados de este modo”.
Séptimo pecado: Acriticismo.
Que quiere decir que hay investigadores que creen a ciegas en todo lo que leen u oyen. Dice Bloch en su Apología de la historia o el oficio del historiador: “El verdadero progreso surgió el día en que la duda se hizo “examinadora”; cuando las reglas objetivas, para decirlo en otros términos, elaboraron poco a poco la manera de escoger entre la mentira y la verdad”. Es importantísimo el estudio crítico de los errores y deformaciones que acontecen durante la transmisión de los recuerdos. El historiador debe estudiar ante todo cómo se forman los testimonios y las tradiciones. Una de las razones del éxito de la ciencia (natural) es que tiene un mecanismo incorporado que corrige los errores en su propio seno. Quizá algunos consideran esta característica demasiado amplia, pero, para mi, dice el profesor del Instituto Tecnológico de California Carl Sagan, cada vez que ejercemos la autocrítica, cada vez que comprobamos nuestras ideas a la luz del mundo exterior, estamos haciendo ciencia. Cuando somos autoindulgentes y acríticos, cuando confundimos las esperanzas con los hechos, caemos en la pseudociencia y la superstición.
El ya mencionado Diccionario de historia de Venezuela (1997) sostiene que los restos mortales del prócer de la independencia suramericana, General de División Pedro León Torres se encuentran en el Panteón Nacional desde 1896, cuando quien escribe estas líneas prepara un viaje a Yacuanker, Colombia, a repatriarlos en breve a Venezuela. Y se supone que este útil Diccionario está hecho por especialistas investigadores. En otro caso conseguí en el Archivo de la Diócesis de Carora un “Acta de la fundación de la Cofradía del Santísimo Sacramento”, fechada en 1585. Una mano piadosa, sin embargo, cambió el nombre del documento con fines didácticos, acaso, el cual se llamaba desde el siglo XVI: “Constituciones y ordenanzas de la cofradía del Santísimo Sacramento”. Y el error prosperó y se propaló de tal forma desde 1924, fecha en que se produjo el cambio tan importante en la trascripción del documento. El espíritu de la duda cartesiana parece que no ha llegado hasta nosotros los hispanoamericanos. No en balde ha dicho el Nobel de Literatura Octavio Paz: “no tuvimos Ilustración”.
Otros creen a pie juntillas que el iniciador de la historia de las mentalidades en el país es un prominente miembro de nuestra Academia Nacional de la Historia, cuando en realidad ese caballero sólo es un historiador de las ideas o un historiador de intelecto, concepciones que parten de la idea de que las personas tienen ideas claras y que son capaces de transmitirlas. Los textos son una expresión de los autores y como tales deben tomarse en serio. El concepto de mentallité, en cambio, designa posturas que son mucho más difusas que las ideas y que, a diferencia de éstas, son propiedad de un grupo colectivo, no el resultado del pensamiento de determinados individuos. Por ello se le asocia a la historia serial, que trabaja con largas secuencias de datos (los grandes números) que son procesados electrónicamente para estudiar procesos como la idea de la muerte contenida en cientos de testamentos, o el grado del entusiasmo religioso medido por la “entrada” de miles de creyentes a una hermandad o cofradía en un período de tres y más siglos. “Y (de tal manera) el historiador fue traído de nuevo a su banco de artesano”, como dice Bloch.
En otro lugar nos dice el fundador de la historia de las mentalidades: “Un historiador, si emplea un documento, debe indicar, lo más brevemente posible, su procedencia, es decir, el medio de dar con él, lo que equivale a someterse a una regla universal de probidad. Nuestra opinión, emponzoñada de dogmas y de mitos- aún la más amiga de las luces- , ha perdido hasta el gusto de la comprobación”. En la crítica de los testimonios casi todos los dados tienen trampa, agrega Bloch. Y como refiriéndose a Venezuela de hoy, víctima de la polarización y la manipulación mediática, dice: “los periódicos no han dado aún con su Mabillón”. Este humilde monje benedictino francés del siglo XVII es un protagonista en el desarrollo de la moderna historiografía tan importante como Voltaire, lo que es justo recordar. Nuestro historiador Eduardo Arcila Farías afirma que don José Oviedo y Baños, el abuelo de los escritores venezolanos y autor de Historia de la conquista y población de Venezuela (1723) que el espíritu de Mabillón se puede encontrar en sus escritos.
El método crítico, escribe Bloch fue practicado por eruditos, exegetas, curiosos, pero no por los escritores de historia. A pesar del enorme avance logrado por la crítica en el siglo XX nos sorprende que sobre la vida de Bloch y de Febvre esté rodeada de equívocos y medias verdades. Joseph Fontana, por ejemplo, afirma que los Anales recibió financiamiento de los EEUU, otros han querido ver en el deseo de Febvre de seguir publicando la revista de la Escuela bajo la ocupación nazi como signo de su colaboracionismo. Etienne, hijo de Marc Bloch, nos ha aclarado que su padre no fue fusilado, como solemos repetir, sino que fue simplemente asesinado, ello porque no fue llevado a juicio como se procede con los que van a ser enviados al paredón. El manuscrito interrumpido de Marc Bloch, Apología de la historia también ha ocasionado más de un quebradero de cabeza. En cierta ocasión Febvre dijo que la palabra evolución no aparece en todo el libro, lo cual no es cierto, como él mismo reconoció luego. En otro momento, durante la composición tipográfica, o la corrección de pruebas, vuelve a faltar otra hoja, y Febvre crea otro enlace con las páginas restantes. Enlace en el cual poquísima gente ha reparado. Massimo Mastrogregori, historiador italiano, dice que vio por casualidad en las notas blochianas en los Archivos de Francia, que en el reverso de las fichas de lectura estaba escrito de manera apretada; y que acercando uno al otro aquellos fragmentos de hoja se podían obtener, como en un rompecabezas, páginas enteras. Con sorpresa, dice, que se dio cuenta que se trataba de apuntes para la Apología de la historia. De modo que la propia vida de Bloch es un verdadero jeroglífico al cual le han sido seccionadas partes importantes de su estructura: su familia judía, su niñez, sus estudios primarios y secundarios, su militancia política (su hijo Etienne dice que era socialista), su distanciamiento intelectual de Febvre, el proyecto de este último de proyectar simultánea y paralelamente a los Anales otra revista, su coqueteo y posterior abandono del marxismo, su deseo de emigrar a los EEUU y emplearse allí como maestro, la renuncia a esta idea. ¿Qué es lo verdadero, lo falso y lo verosímil en lo que acabamos de decir? Use usted, amigo lector, la crítica. A ello lo invitamos.
OCTAVO PECADO: CRONOLOGISMO.
Decía el recientemente fallecido profesor Pierre Vilar que: “no hay cosa que me mortifique que adivinar, en un auditorio joven, la expectativa siguiente: he aquí el profesor de historia; nos va a enseñar que Francisco I ganó la batalla de Marignano en 1515 y perdió la de Pavía en 1525”. Hace mucho tiempo que me sublevé públicamente, por vez primera, contra esta imagen”. Estas palabras de Vilar fueron dichas en 1937, en plena guerra civil de España, pero aún parece que el cronologismo goza de muy buena salud. En el reciente III Congreso Suramericano de Historia, Universidad de Los Andes, julio de 2007, Mérida, Venezuela, en una mesa sobre historia de la educación universitaria el doctor Reinaldo Rojas se refería a la existencia de dos universidades coloniales en Venezuela, la de Caracas (1725) y la de Mérida (1808-1810). Con cierta malicia preguntó el conferencista a los allí reunidos:¿ y cuál fue la primera universidad republicana? A lo que de inmediato respondieron los zulianos: “la del Zulia, fundada en 1891”. A lo cual replicó Rojas: “no, la primera universidad republicana no fue la del Zulia, pues la primera que se reformó en este sentido fue la Universidad de Caracas en 1827 y de la mano del Libertador Simón Bolívar y el doctor José María Vargas.
Este pecado es de vieja data y fueron los positivistas los que lo llevaron a sus últimas consecuencias. Pensaban que ordenar los hechos históricos en una rigurosa cronología daba explicación por sí misma a tales hechos históricos. Son las famosas cadenas de causa y efecto. Así 1810 en la historia de Venezuela explica a 18l1; 1811 a 1821; 1821 a 1830; 1830 a 1859 y así sucesivamente…Consciente de los problemas que acarrea el cronologismo, quien escribe estas líneas se enfrentó a un problema de clasificación de las temporalidades en la historia de la Iglesia católica en Carora, Venezuela, desde el siglo XVI hasta el XIX. Hubiera sido muy sencillo clasificar en dos la historia de la Iglesia: la colonial por un lado y la republicana por el otro. Pero la historia de la Iglesia responde a otras temporalidades, distintas en lapsos y en acontecimientos a los de la vida laica y seglar. En este sentido dividí la historia de la Iglesia así: a.) Tiempo de la Evangelización y del Concilio de Trento (1545-1563) b.) Tiempo de la colonización y de la cultura barroca, siglos XVII, XVIII y XIX; c.) Tiempo del Concilio Vaticano I (1870-1960); y por último Tiempo del Concilio Vaticano II (1960 hasta el presente). ¿ puede usted, amigo lector, palpar la diferencia?
Es ineludible, en consecuencia, dejar atrás la historia-crónica y ponernos en marcha hacia una historia-investigación dotada de espíritu analítico, una explicación del pasado y no su simple descripción. De tal manera pues que los cronologistas no podrán comprender las afirmaciones como la del tono que hizo nuestro Mariano Picón Salas cuando dijo que Venezuela entró al siglo XX en 1935, o esta otra del historiador francés Jacques Le Goff en el sentido que la Edad Media no se canceló en el siglo XVI sino que se prolongó hasta el siglo de la Luces, el siglo XVIII. Y qué decir del “siglo corto” de Eric Hobsbawm, tal como llama este historiador británico nacido en 1917 al siglo XX, pues, según sostiene la pasada centuria se inició con la Revolución Bolchevique rusa en 1917 y se canceló con el desmoronamiento de la Unión Soviética en 1991. ¡Un siglo de apenas 74 años!
Veamos un ejemplo de los más emblemáticos de esta sujeción canóniga a las fechas y a los calendarios. Quien escribe estas líneas realizó un trabajo para una profesora que nos dictaba una asignatura en la Maestría en Historia en la Universidad José María Vargas, de Caracas. Le pareció un buen trabajo, pero me hizo una observación: “profesor, he notado que en cada página usted coloca las fechas sin orden, es decir coloca el año 1890 al final de la hoja y al comenzarla coloca el año 1911. Eso no se debe hacer”, me dijo. Guardé silencio, pero para mis adentros reflexioné que aquella bienintencionada docente no había superado el paradigma newtoniano del tiempo y la visión positivista del universo como si fuera un sistema mecánico que se rige por la matemática. El tiempo, enseña Einstein no es un absoluto sino que depende del observador. Aquella profesora me estaba exigiendo una mera descripción de secuencias cronológicas.
Para los historiadores cronologistas habrá de resultar incomprensible la división tripartita de los tiempos que planteó Fernand Braudel (1902-1985) en un artículo denominado La larga duración (La longue durée) revista “Annales. Economía, Sociedades, Civilizaciones”. 13, nº 4 octubre-diciembre de 1958. En su obra más emblemática (y menos leída) sobre el Mediterráneo: El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II (1949) distingue entre el tiempo casi estacionario del mar Mediterráneo como espacio geográfico (la longue durée), el tiempo lento de las estructuras sociales y económicas (conjonctures) y el tiempo rápido de los acontecimientos políticos (évènements). Es que para los historiadores analistas no existe ya un solo tiempo, sino tiempos muy diversos. Así en el clásico ensayo de Le Goff El tiempo de la Iglesia y el tiempo del comerciante en la Edad Media nos dará una idea de lo que vinimos diciendo.
En un prólogo que escribió el español José Ortega y Gasset (1883-1955) a una obra del filósofo antipositivista alemán Wilhelm Dilthey (1833-1911) llamada Introducción a las ciencias del espíritu dijo una serie de apreciaciones sobre la cronología que puede ser muy útil para ciertas clarificaciones: “En historia la cronología no es como suele creerse, una denominatio extrinseca sino, por el contrario la más sustantiva. La fecha de una realidad humana, sea la que sea, es su atributo más constitutivo. Eso trae consigo que la cifra con la que se designa la fecha pasa a tener un significado puramente aritmético, cuando más, astronómico, a convertirse en un nombre o una noción de una realidad histórica. Cuando este modo de pensar sea común entre los historiadores, podrá hablarse en serio de que hay una ciencia histórica”. En una palabra, dice Aróstegui, la cronología es únicamente el tiempo físico, pero éste y el tiempo histórico no se oponen.
¿Por qué este octavo pecado ha tenido tan larga vida entre los historiadores? Simplemente porque la cronología ha sido desde los inicios de la civilización y quizá antes, el primer instrumento comparativo y jerarquizador de lo sucedido. Es por ello, dice Georg Iggers (1926), que un aspecto en común tiene la ciencia histórica desde Leopold Von Ranke y la ciencia histórica desde Tucídides hasta Gibbon: la exposición histórica sigue las acciones que realmente tuvieron lugar en su sucesión diacrónica, es decir, sólo conoce un tiempo unidimensional, en el que los sucesos posteriores siguen a los anteriores y se hacen comprensibles gracias a éstos.
Vivimos aún en una sociedad de dos culturas, nos dice Ilya Prigogine: la de las ciencias naturales y la de las ciencias humanas. La comunicación entre los miembros de estas dos culturas es difícil.¿Cuál es la razón de esta dicotomía? Esta dicotomía tiene una razón profunda, se debe a la manera en que es incorporada la noción de tiempo en cada una de las dos culturas. Lo que distingue a ambas culturas es describir el paso del tiempo. También se podrían tratar de distinguir por la complejidad de su objeto. La física se ocuparía de los fenómenos llamados simples, y las ciencias humanas de los complejos. Pero hoy el abismo entre los llamados fenómenos simples y los complejos se está reduciendo. Sabemos que las partículas elementales y los problemas de la cosmología corresponden a fenómenos sumamente complejos, que han dejado muy atrás las ideas que se tenían al respecto hace tan sólo unas décadas. En cambio, se han postulados modelos simples para describir (de forma esquemática, pero muy interesante) unos problemas que tradicionalmente se habían considerado complejos, como el funcionamiento del cerebro o el comportamiento de las sociedades de insectos. Más adelante dice este Premio Nobel de química que en todos los fenómenos que percibimos a nuestro alrededor, ya sea física macroscópica, en química, en biología o en las ciencias humanas, el futuro y el pasado tienen distintos papeles. Encontramos por doquier una “flecha del tiempo”. Se plantea, pues, la pregunta de cómo puede surgir del no tiempo la flecha del tiempo. ¿Es una ilusión el tiempo que percibimos? La cuestión nos lleva a la “paradoja” del tiempo que es el eje de esta obra, (Las leyes del caos. 1997).
¿Cuál es la razón de nuestro ser?, se pregunta Prigogine. Y responde señalando que los desarrollos recientes van precisamente en esta dirección. Ponen de manifiesto la extensión de la ciencia a un conjunto de fenómenos que la ciencia había relegado a la “fenomenología” (Husserl, Heidegger), y que sin embargo para nosotros son parte esencial de la naturaleza. Según Einstein para llegar a la armonía de lo eterno había que ir más allá del mundo sensible con sus tormentos y añagazas. El triunfo de la ciencia estaría relacionado con la demostración de que nuestra vida –inseparable del tiempo- sólo es una ilusión. Es un concepto grandioso, sin duda, pero también profundamente pesimista. La eternidad no conoce sucesos, pero ¿cómo disociamos la eternidad de la muerte? En cambio, el mensaje de esta obra (Las leyes del caos) es optimista. La ciencia es capaz de describir la creatividad de la naturaleza, y hoy el tiempo ya no habla de soledad, sino de alianza entre el hombre y la naturaleza descrita por él.
Hemos querido colocar estas reflexiones de Prigogine, quien fue profesor de la Universidad Libre de Bruselas, porque ponen de manifiesto la enorme y extraordinaria complejidad de la noción del tiempo y la importancia tan crucial que ha tomado a fines del siglo XX y a comienzos del XXI. Nosotros los historiadores que tenemos al tiempo y a la duración (Vilar) como nuestra materia prima no debemos estar al margen de esta alucinante, fantástica y asombrosa discusión. Recordemos con Bloch que la historia es ciencia de los hombres en el tiempo. “Tiempo, sólo tú eres eterno”, solía decir nuestro Federico Brito Figueroa.
CONSIDERACIONES FINALES.
Como corolario de todos estos pecados acá comentados, no nos queda más que denunciar la precariedad de la formación de nuestros historiadores venezolanos, expertos a lo sumo en el arte de manipular papeles viejos… y nada más. Atosigados los más con una enorme carga docente de aula, sin tener lugar ni disposición física ni mental para la lectura ni mucho menos para la meditación. El oficio del historiador es un oficio hermoso, pero es un oficio difícil y cuya preparación esta, en mi opinión, dice Bloch, muy mal organizada. Los que adelantan alguna que otra investigación, lo hacen casi en solitario, sin apoyo de ningún organismo privado o estatal. Domina lo que se puede llamar una pasión por el secreto que necesariamente habrá de trocarse en un gusto por la información, por el intercambio de información. Mucho menos ha de pertenecer a una comunidad de discurso, por lo que a la desaparición física o intelectual del investigador habrá que comenzar de nuevo. No hay, pues, continuidad de propósitos en las investigaciones. Por ello desde Barquisimeto, Venezuela, estamos enviando un mensaje de aliento y esperanza en el sentido de que los historiadores podemos romper la regla y la tradición, y que sí es posible trabajar en equipo y formar una comunidad de discurso. Eso sí, reconociendo el liderazgo intelectual de los maestros, regla de bronce para constituir comunidades de discurso, y que en nuestro caso se trata de los doctores Federico Brito Figueroa (+2000) y Reinaldo Rojas (1954). Dos hombres que en una genética del intelecto están conectados y nos conectan a los fundadores de la Escuela de los Anales y de sus fundadores: Marc Bloch y Lucien Febvre.
Ignoran, pues, nuestros historiadores los enormes avances epistemológicos, que según Martínez Miguélez, han ido logrando una serie de metas que pueden formar ya un conjunto de postulados irrenunciables, como los siguientes: Toda observación es relativa al punto de vista del observador (Einstein); toda observación se hace desde una teoría (Hanson); toda observación afecta al fenómeno observado (Heinserberg); no existen hechos, sólo interpretaciones (Nietzsche); estamos condenados al significado (Merleau-Ponty); ningún lenguaje consistente puede contener los medios necesarios para definir su propia semántica (Tarski); ninguna ciencia está capacitada para demostrar científicamente su propia base (Descartes); ningún sistema matemático puede probar los axiomas en que se basa (Gödel); la pregunta ¿qué es la ciencia? no tiene una respuesta científica (Morin). Estas ideas matrices conforman una plataforma y una base lógica conceptual para asentar todo proceso racional con pretensión científica, pero coliden con los parámetros de la racionalidad científica clásica tradicional.
En historia, más que en cualquier disciplina, estamos atados a la tradición de manera muy fuerte, ello quizá se deba a la distorsionada idea de que los historiadores sólo nos ocupamos de lo que ya pasó, ignorandose que somos una ciencia de los hombres en el tiempo, según dijo Bloch, y al hecho de que como construcción científica somos muy recientes. Somos hijos del pacato y mojigato siglo XIX. No olvidemos que somos unos artesanos de la cultura que debemos superar los obstáculos de la especialización y que estamos obligados a demostrar la legitimidad del conocimiento histórico. Es la ocasión de colocarnos en la cresta de los acontecimientos y de los procesos que jalonan la vida del siglo XXI a una velocidad de vértigo. A ello quedan invitados.
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