En 1863, el mismo año que se firma el Tratado de Coche que da fin a la pavorosa y suicida Guerra Federal, un joven y tímido bachiller tocuyano funda un plantel de secundaria excepcional en la Ciudad Madre de Venezuela. Su nombre será Egidio Antonio Montesinos Canelón, un hombre que apenas sale de su terruño natal y que sin embargo en las aulas de su Colegio particular o privado se forma una excepcional camada de bachilleres en Ciencias Filosóficas, encabezada por Lisandro Alvarado, José Gil Fortoul, Hilario Luna Luna, Pío Tamayo y Ramón Pompilio Oropeza.
¿Cómo fue posible tan extraordinario prodigio pedagógico en esos años tan?
Turbulentos y caóticos de nuestro siglo XIX? Comencemos a decir que El Tocuyo es una ciudad del semiárido occidental venezolano con una larga y rica tradición cultural de signo católico y barroco. Es la cuna esta antañona ciudad de El Tocuyo, fundada en 1545, de sólidos hombres del saber y el conocimiento: el filósofo Salvador Valero, autor de Teología expositiva, Dr. Juan Pérez Hurtado, rector de la Universidad de Caracas, Francisco Pérez Camacho, fundador de la cátedra de música y canto en la Universidad, Dr. Manuel Yépes, fundador de una escuela de latinidad en El Tocuyo. Apenas es necesario decir que una excepcional escuela pictórica floreció en esta ciudad conservadora y de cañamelares, así como también es cuna de la economía de Venezuela desde el genésico siglo XVI.
Dice la eminente Dra. Ermila Troconis de Veracoechea de sus paisanos los
tocuyanos, citando a don José Luis Cisneros: “son agudos y sumamente económicos, y todo su estudio lo tienen en que no salga de su terreno dinero en ningún modo. Son grandes trajinantes, y con sus productos comercian en los más escondidos y retirados lugares de la provincia, para cuyo fin tienen grandes recuas de mulas y machos” (Historia de El Tocuyo colonial, p.296). Es necesario decir que el folklore más genuino del país, el tamunangue, nace en estas tierras, y desde luego destacar que el “lienzo tocuyo” se comerciaba muy lejos, hasta llegar a Bolivia y Argentina, según me informa el profesor César Parra Rivas.
Una vez concluida la hecatombe de la Emancipación nacional, fue fundado acá el Colegio Nacional de El Tocuyo en 1833, con las rentas de los extinguidos conventos de El Tocuyo y Carora, nos dice la profesora Carmen Morales de Pérez. Allí se inscribe el mozuelo Egidio Antonio Montesinos Canelón, quien una vez graduado de bachiller en 1849 pasa a formar parte del plantel educativo. Pero el inestable proceso político decimonónico impide que el Colegio Nacional se mantenga y fue clausurado por el gobernador de la Provincia de Barquisimeto, Jacinto Fabricio Lara en 1869. Una tragedia de nuestra cultura que olfatea el joven docente Egidio Montesinos y se prepara para esta calamidad vista como normal entonces, fundando un instituto educacionista particular o privado, al cual llama Colegio de La Concordia, así nombrado para convocar restañen las heridas que nos ocasionamos los venezolanos en la terrible y fatídica Guerra Federal (1859-1863).
El novel plantel de Montesinos iniciaba sus clases a las cinco y media de la mañana y no otorgaba en un principio títulos de bachiller. En consecuencia, debían viajar los aspirantes a lomo de mula a la ciudad de Trujillo en compañía de su Rector, para allí presentar sus pruebas y obtener el ambicionado título de Bachiller en Ciencias Filosóficas, una rémora de nuestra cultura por ser, como afirma Ángel Grisanti, un bachillerato semiclásico, semiprivilegiado, semiaristocrático. Esta precaria idea de la educación superior o secundaria se extendería a buena parte del siglo XX, hasta que en el llamado “Trienio Adeco” (1945-1948) se democratiza la educación gracias a las ideas del Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa.
La filosofía que enseñaba el bachiller Egidio Montesinos en su sin igual Colegio era una filosofía de corte eclesiástico, semiescolástico, con gran influencia del espiritualismo balmesiano. Destacados alumnos del bachiller Montesinos, Lisandro Alvarado y José Gil Fortoul acusaron esta conciencia teísta y cristiana del mundo que inevitablemente estaba vinculada al tradicionalismo sociocultural y al conservadurismo político, escribe el pensador argentino Ángel Cappelletti. Si bien es cierto que Lisandro Alvarado y José Gil Fortoul abandonaron bien pronto estas formas de pensamiento en aras del positivismo comteano y spenceriano de finales de siglo antepasado, el bachiller caroreño Ramón Pompilio Oropeza siguió fiel a las religiosas y metafísicas ideas que oyó y asimiló de los labios del Maestro tocuyano.
Como hemos podido observar, el bachiller Egidio Montesinos enseñaba lo que era obligado enseñar dentro de los marcos del pensamiento occidental, pensamiento que ha oscilado, escribe el Nobel Ilya Prigogine, entre dos concepciones opuestas del Universo: la primera que concibe al mundo como un autómata y que estaba de acuerdo con la Mecánica Celeste de Newton, y, la segunda, una suerte de Teología en la cual Dios gobierna al universo. Dos discursos albergaban su pecho de hombre bueno: el de la Ciencia Natural, animada por la Ilustración y el positivismo decimonónico, y, por el otro, el discurso atemporal del dogma y la fe en Cristo.
Por el Colegio de La Concordia pasaron 474 estudiantes, todos varones, y entre los más destacados podemos mencionar al sabio Dr. Lisandro Alvarado, epónimo de la universidad Centro Occidental (UCLA), el historiador, médico y laureado poeta Ezequiel Bujanda, Dr. José Gil Fortoul, autor de ese portento escritural que es Historia constitucional de Venezuela, el abogado y literato Hilario Luna y Luna, Hipólito Lucena Morles, José María Lucena Morles, José Gregorio Limardo, Ramón Pompilio Oropeza, quien funda en 1890 el Colegio de La Esperanza o Federal.
Carora, Federico Carmona, fundador en Carora, 1904, del diario El Impulso, Carlos Yépez Borges, Agustín Gil Gil, y, ya en el siglo XX, en sus últimas graduaciones, estudiarían su nieto el poeta baudeleriano Roberto Montesinos, autor de La lámpara enigmática (1925), general Vicencio Pérez Soto, el fundador de los estudios marxistas en Venezuela José Pío Tamayo, entre otros tantos, según nos informa Carlos Felice Cardot en su magistral Décadas de una cultura,1974.
Pero la vejez, nuestra inevitable compañera de otoño, hizo mella en la firme
voluntad del bachiller Egidio Montesinos, un auténtico santo laico, pues la enfermedad y los achaques lo vencen en 1913, y tras su deceso, el plantel educacionista que regenta sabiamente cierra sus puertas para siempre después de media centuria de excepcional y luminoso magisterio. Debió esperar la Ciudad de los lagos verdes hasta 1924 para que el general Juan Vicente Gómez ordenara la reapertura de la educación secundaria en esta ciudad antigua de Venezuela, lo cual desmiente la idea de que la dictadura del andino fue solo oscuridad y atraso, como sostiene Yolanda Segnini en Las luces del
gomecismo.(1987).
La cultura del semiárido occidental venezolano, el genio de los pueblos del
semiárido larense venezolano, una verdadera cumbre, he sostenido, sería impensable sin la presencia esclarecida de don Egidio y su discreto y magnífico Colegio de secundaria tocuyano.
Luis Eduardo Cortés Riera.
Cronistadecaroragmail.com
Santa Rita, Carora, Estado Lara,
República Bolivariana de Venezuela.
Viernes 4 de agosto de 2023.