Hace
un cuarto de siglo redacté bajo un intenso e inspirado tirón mi Trabajo de
Grado de Maestría con la tutoría estimulante del Dr. Reinaldo Rojas, y que
lleva por nombre Historia social e
institucional de la educación en la Región Centroccidental de Venezuela: Los
Colegios La Esperanza y Federal
Carora, 1890-1937. Fue el primero de los trabajos de investigación de una
larga y fecunda serie que se llevaron adelante con gran éxito en la Maestría en
Enseñanza de la Historia, estudios de cuarto nivel ofrecidos por la Universidad
Pedagógica Experimental Libertador, UPEL-IPB, Barquisimeto, desde el año 1992.
No fue una empresa fácil abrir derroteros nuevos de investigación desde la
provincia del país. Hasta el Dr. Federico Brito Figueroa, quien entonces nos
acompañaba con su fecundo magisterio, tenía sus dudas iniciales que luego se
disiparon cuando le agrega él la palabra “Institucional” a la fértil Línea de
Investigación que por entonces y con el concurso de una comunidad discursiva
que se conformaba, iba despuntando.
Gracias
a la inteligente y cautelosa dirección del Dr. Reinaldo Rojas pudimos abrirle
paso a la novel Línea de Investigación en un posgrado que tenía como propósito central
y sino único mejorar la enseñanza de la historia en las aulas de clases. Pero
investigar la historia de las instituciones educativas y los educadores ligados
a ellas era otra cosa distinta, una rareza que pugnaba por abrirse un lugar en
una institución que como la UPEL-IPB estaba como secuestrada por la
investigación educativa de la manera cuantitativa a la usanza anglosajona: correlaciones,
rendimiento académico, encuestas, estadísticas y autores como Jean Piaget o Lev
Vygotsky. Los directivos de posgrado se habrán encogido de hombros cuando oyeron
hablar de la Escuela de Los Anales, Marc Bloch, Lucien Febvre, Historia global
o de síntesis, investigación de archivos y repositorios, métodos regresivo y
comparativo. Era como navegar a contracorriente.
Venciendo dificultades diversas, de entre las cuales será acaso la pertinaz incomprensión
la más difícil de vencer, nace una Línea de Investigación que no tenía
antecedentes en esa institución formadora de profesionales de la docencia, y tampoco
en Venezuela.
Quien
escribe debió abandonar con otros cinco compañeros la UPEL-IPB Barquisimeto por
proposición del Dr. Federico Brito Figueroa, y comenzar el posgrado Maestría en
Historia en la Universidad José María Vargas, Caracas, dirigida por el Dr.
Marcos Andrade Jaramillo. En 1995 presenté en esa institución mi Trabajo de
Grado a un jurado eminente: el exministro de Educación Dr. Rafael Fernández
Heres, el consagrado historiador Dr. Federico Brito Figueroa y el ahora
Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia Dr. Reinaldo Rojas
como tutor. Aprobé con honores.
A
pesar de la lejanía, no perdí contacto con mis compañeros de la Maestría en
Enseñanza de la Historia de la UPEL-IPB Barquisimeto. Desde el año 1992 hasta 1995
se fue conformando una auténtica “comunidad de discurso” alrededor de la
Historia Social e Institucional de la Educación, un nutrido grupo de docentes
que comenzamos a buscar antecedentes en la historia de la educación,
bibliografía específica, visita a archivos de instituciones educativas,
entrevistas con destacados educadores y exalumnos de instituciones
educacionales, reuniones de trabajo entre los cursantes de la Maestría en casas
de familia, reuniones con el Dr. Reinaldo Rojas y con el Dr. Federico Brito
Figueroa, la Profesora y Magíster en Historia Lucila Mujica de Azuaje en la
sede de la UPEL-IPB. En esa oportunidad no estaba tan popularizado el internet
y no existían los teléfonos inteligentes, lo cual hubiese facilitado
enormemente la investigación y los contactos personales.
Después
de mi trabajo de investigación sobre la educación secundaria en Carora de
finales del siglo XIX y principios de XX, que fue el primero en aprobar (Caracas,
UJMV, 14 de octubre de 1995), siguieron en la UPEL-IPB, Barquisimeto, los de la
profesora Carmen Morales de Pérez y El Colegio de La Concordia de Egidio
Montesinos, 1963-1913, Profesora Yolanda Aris: Escuela Normal Miguel José Sanz,
1946-1972, profesor Santos González: Colegio Nacional Barquisimeto, 1832-1884, Profesora Sadia Yordi de Ruíz y el Colegio Fe
y Alegría de Barquisimeto, 1962-1980, profesora Magalis Pérez: Colegio Nacional
de El Tocuyo, 1833-1869, profesor Simón
Escalona: Colegio Federal de Primera Categoría de Barquisimeto, 1884-1936, profesora
Elsy Rojas: Colegio de La Inmaculada Concepción de Barquisimeto, 1904-1958, profesora
María Rodríguez: Colegio Montesinos de San Felipe, estado Yaracuy, 1916-1927. Estos
compañeros mencionados, todos egresados de la UPEL-IPB, son los pioneros de una
larga lista que se extiende a unos 80 Trabajos de Grado de Maestría y unos 10
Tesis Doctorales referidas a institutos educativos de primaria, secundaria y
universitarios, de carácter oficial, religiosos y particulares, gremios
docentes de los estados Lara, Portuguesa, Barinas, Trujillo, Cojedes, Carabobo
y Falcón.
Al
calor de este fértil y entusiasta impulso de investigación nace en 2004 la
Sociedad Venezolana de Historia de la Educación en la sede de la
UPEL-Barquisimeto, presidida por el Dr. Reinaldo Rojas y con invitados de los
estados Zulia, Táchira, Carabobo, Caracas, uno de ellos, el filósofo por la UCV
Dr. Pascual Mora García, se hizo merecedor de la presidencia de la Sociedad
Latinoamericana de Historia de la Educación, asistimos a congresos de historia
de la educación en Caracas y San José de Costa Rica, se publicaron 10
investigaciones en convenios con alcaldías, como fue la del caso de quien
escribe, que ve la luz en 1977 gracias a las gestiones del Cronista José Numa
Rojas y al licenciado Alejandro Barrios Piña, funcionarios de la Alcaldía del
Municipio Torres con nombre resumido: Del
Colegio La Esperanza al Colegio Federal Carora, 1890-1937.
Lo
más estimulante e inspirador de este movimiento reside ,sin duda, en que se
trata de una experiencia colectiva y no individual, como hasta ahora sucedía y
que es un rasgo de nuestra cultura, que es un propósito que germina y expande en
la provincia y no en la capital, es además una empresa animada por vez primera
en Venezuela por las posibilidades conocimiento y de método de la Escuela de
Anales francesa, una perspectiva de análisis hasta entonces inédita en
Venezuela, hemos descubierto para sorpresa de muchos que sí existe un
pensamiento pedagógico autóctono en las personas de Egidio Montesinos, José Gil
Fortoul o Ramón Pompilio Oropeza, entre otros, que los distintos profesionales
del magisterio formados en la Maestría en Enseñanza de la Historia son ahora
mejores y más capacitados docentes, se constituye y anima una auténtica comunidad
discursiva, la cual es además y de manera muy firme, una comunidad de afectos y
de sentimientos muy perdurables entre sus miembros, la mayoría de los cuales
laboran en educación primaria y secundaria, en aulas de clases con 36 alumnos, sobrecargados
de horas docentes hasta un increíble y
aterrador tope de 54 horas, sin años sabáticos o becas, que viajaban por tierra
desde los estados vecinos hasta Barquisimeto sacrificando fines de semana y
días de asueto en la búsqueda y actualización del conocimiento, la
clasificación docente y -hay que decirlo- el mejoramiento salarial.
Todo
lo anterior me hace decir con entusiasmo y orgullo que esta exitosa Línea de
Investigación referida a la educación en Centroccidente de Venezuela, ha estado
marcada desde sus orígenes por una fuerte e inocultable impronta que proviene
de la educación media y la educación primaria venezolana, lo cual es muy justo
destacar.
Nuestra ópera prima.
El
primer trabajo de la Línea de Investigación Historia Social e Institucional de
la Educación en Centroccidente de Venezuela, como ya dije, fue el de quien
escribe, referido a la creación de un colegio particular (hoy se dice privado)
de enseñanza secundaria en Carora, 1890. Hay una interesante historia de cómo y
de qué manera la concebí y la manera de la que se fue apropiando -hablo
literalmente- de todo mi ser.
En
1989 abrí las páginas del diario El
Impulso de Barquisimeto, en donde el Profesor y Magíster en Historia Reinaldo
Rojas, a quien ya conocía desde 1978 cuando fuimos discípulos del Dr. Álvaro
Sánchez Murillo en la Universidad Central de Venezuela, convocaba al segundo Curso
de Nivelación en Historia en las aulas de la UPEL-IPB y con el apoyo
insustituible de la Fundación Buría, institución particular para la promover los estudios
históricos creada por Reinaldo Rojas y el Dr. Federico Brito Figueroa bajo la
sombra de un pomarroso en El Eneal, Municipio Crespo, en 1983.
En
mi caso, Licenciado en Historia, mención Historia Universal, por la Universidad
de Los Andes, Escuela de Historia, 1976, estaba laborando en el Liceo Egidio
Montesinos de Carora desde el año 1977 en las áreas de psicología y filosofía, ¡asignaturas
que no cursé en pregrado!, conducido por el extraordinario magisterio del
profesor germano-venezolano Ignacio Burk (1905-1984), todo lo cual me acerca a
la “Historia de las Mentalidades” de la Escuela Analista francesa.
En
ese año de 1989, tiempos del terrible “caracazo”, se estaban preparando los
festejos del primer Centenario del Liceo Egidio Montesinos, institución que
fundaran, al abrigo y calor del “patriciado caroreño”, el Dr. Ramón Pompilio
Oropeza y el rico comerciante Andrés Tiberio Álvarez, con el nombre de Colegio
(particular) La Esperanza, en 1890. Estas circunstancias no las sabían casi
nadie y estaba como sepultadas por el olvido y la indiferencia de la “Venezuela
saudita”. Allí es cuando acontece algo sorprendente: digo que no fue mi persona
quien escogió el tema de la investigación sobre el Centenario Colegio La
Esperanza o Colegio Federal Carora, sino que -como sostienen los románticos
alemanes del siglo XVIII- ¡el tema me
escogió a mí! De esa manera presenté al profesor Reinaldo Rojas un primer
trabajo de 43 páginas en donde “descubrí” el tema y el propósito de mi futura
investigación. Su título revela entonces mi poca madurez intelectual e investigativa:
Orígenes históricos del Liceo Egidio
Montesinos (1989). Reinaldo Rojas queda deslumbrado: había llegado lo que
esperaba con ansiedad y que resolvía lo relativo a los temas de investigación
que se abrirían en la Maestría en Enseñanza de la Historia que estrenó en 1992
la UPEL-IPB conducida por el mismo Reinaldo Rojas.
Una
vez instalado en la Universidad José María Vargas (UJMV), Caracas, desde 1992,
continuo con mi sueño de escribir la historia del instituto de educación
secundaria que me hizo bachiller en 1969 y en donde laboraba como docente en
las asignaturas de filosofía y psicología desde 1977: el Centenario Liceo Egidio
Montesinos de Carora.
En
cierta ocasión dijo el Dr. Marcos Andrade Jaramillo a nosotros, los nuevos cursantes
de la Maestría en Historia de la UJMV, que procuráramos en lo posible de
relacionar cada trabajo que nos encomendaran realizar los docentes de cada una
de las asignaturas de la Maestría por cursar, con el tema a investigar que
hubiésemos escogido para culminar los estudios de cuarto nivel en esa casa de
estudios. Parece ser que quien escribe fue el único que agarra tan luminosa y
práctica idea del simpático y agradable investigador que era Marcos Andrade
Jaramillo.
Ello
me permite redactar y escribir con poco esfuerzo mi Trabajo de Grado de
Maestría ¡en menos de una semana!, pues no hice otra cosa que ensamblar los
distintos trabajos que me mandaron hacer en la UJMV los distintos docentes de
cada asignatura cursada, y, con algunos agregados, presentar mi investigación ¡en
apenas dos meses de terminada la escolaridad en esa Maestría! Estos docentes
magníficos fueron, entre otros, Adelina Rodríguez Mirabal, Antonio García Ponce,
Manuel Alfredo Rodríguez, Ramón Lozada Aldana, Aura Ruzza, Alberto Navas a
quienes elaboré distintas asignaciones relacionadas con la historia de la educación
venezolana y con la historia de una ciudad en particular, la Carora de fines de
siglo XIX y comienzos del XX que ve nacer un Colegio particular de educación
secundaria que impartía una enseñanza semielitesca, semiprivilegiada y semiclásica, reflejo del bachillerato
francés que suplantó al instituto colonial de ascendencia hispánica y por tanto
medieval, según escribe Ángel Grisanti. Un instituto de educación superior (se
decía entonces) en donde la introducción del discurso cientificista del
positivismo de Comte, Haeckel y Spencer no logra desplazar a las asignaturas
ligadas a las humanidades clásicas: el Latín, Griego, una Filosofía de corte
especulativo, asignaturas que contribuyen - dice Darcy Ribeiro- a conformar una
mentalidad de élites en los países de Hispanoamérica. En efecto, fueron apenas
22 muchachos, todos varones, ¡ninguna mujer!, y pertenecientes en su mayoría al
“patriciado caroreño” los que inician estudios en el Colegio La Esperanza el jueves
1 de mayo de 1890 en aquella comunidad anclada en el semiárido, San Juan
Bautista del Portillo de Carora, ciudad comercial y artesanal habitada por
8.000 almas y en donde el catolicismo de la Contrarreforma ha dejado indeleble
impronta hasta los días de hoy.
Un poco de autocrítica.
Esta investigación, que tiene como límites
temporales a 1890 y 1937, año este último cuando muere el Dr. Ramón Pompilio
Oropeza, fundador de la institución educativa caroreña, resalta los siguientes
aspectos: es una clase social, los “patricios
caroreños” o “godos de Carora”, quienes echan adelante tan elitesco proyecto
educacionista en una Venezuela donde el analfabetismo superaba el horroroso y
fatídico 80 por ciento. Entonces, sí toma en cuenta la lucha de clases marxista
Luis Eduardo Cortés Riera, aspecto que algunos negaron sibilínicamente estar
ausente en mi investigación. Otros dijeron que a pesar de ser yo marxista (sic)
no le restaba méritos a la obra educacionista del Dr. Ramón Pompilio Oropeza,
un godo, pero pobre.
Escribí
en 1995 que los “godos de Carora” ejercieron una verdadera hegemonía ideológica
y cultural –sin mencionar al marxista italiano Antonio Gramsci- en su remota ciudad
del semiárido venezolano, pues fundaron sus instituciones educativas, como
hemos dicho arriba, los clubes y asociaciones (Club Recreativo Torres), los
medios impresos (los diarios El Impulso,
1904, El Diario, 1919) y pasé por
alto un aspecto esencial de toda hegemonía: la religión. No me explico aun de
qué torva manera pude entonces obviar aquella abrumadora presencia de los
“patricios de Carora” en los asuntos del altar. Este olvido tan evidente, un
acto fallido dirá Sigmund Freud, sale a flote cuando comienzo a desarrollar mi
investigación doctoral referida a la Iglesia Católica, mentalidad religiosa y
cofradías en Carora, siglos XIX, Tesis Doctoral presentada y defendida en la
Universidad Santa María, Caracas, los días del paro petrolero de 2002-2003.
Todavía hoy, diciembre de 2020 no puedo creer haber cometido yo tal desliz y
omisión: Los arboles no dejan ver el bosque.
Un
anónimo y avisado estudiante de la UPEL-IPB me hizo una extraordinaria
observación sobre mi ópera prima Del
Colegio La Esperanza al Colegio Federal Carora, 1890-1937, durante el
Congreso Internacional de Ciencias Históricas en Venezuela, Barquisimeto, 2017.
Me dijo aquel agudo muchacho, mirándome fijamente a los ojos: “Doctor, he
observado que su trabajo sobre el Colegio La Esperanza es el único de los que
he revisado que presenta en sus páginas de inicio una parte teórica”. Debo
revelar que no me había dado cuenta de aquello, pero luego acepté que aquello
es un fallo no individual sino que es un yerro de nuestra cultura, una anomalía
que es producto, sostiene el mexicano Octavio Paz, de que en nuestra lengua no
hemos tenido un verdadero pensamiento crítico ni en el campo de la filosofía ni
en el de las ciencias y la historia. Por eso somos una porción excéntrica de
Occidente. Hacer una historia conceptual y no meramente empírica no es
sencillo, es una idea que tomé desde un principio de mi Maestros, el Dr.
Federico Brito Figueroa y del Dr. Reinaldo Rojas, hogaño rutilante Individuo de
Número de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela.
Otra
interesante y atinada observación hace el Dr. Reinaldo Rojas en su biografía
del abogado constitucionalista caroreño Dr. Ambrosio Oropeza Coronel (1904-1970).
Después de elogiar mi trabajo en varias
ocasiones, dice Reinaldo Rojas “que el historiador (Luis Eduardo Cortés Riera)
insiste más bien en que aquel fue un bachillerato inútil (expresión que yo no
utilicé), rémora del pasado, por el dominio curricular de una tradición
humanística que excluía el espíritu positivista en boga y que por tanto no hizo
posible que la reflexión de sus alumnos (del Colegio La Esperanza y Federal Carora)
se orientara hacia los nuevos ámbitos del conocimiento moderno”. Y más adelante
escribe Rojas: “Sin embargo hay que hacer notar con sentido de relatividad que
asignaturas como Aritmética, y Algebra y Geometría, trigonometría y topografía,
junto a los tres cursos de Física que allí se dictaban en algo debieron
alumbrar la mente de aquellos egresados que se fueron al campo a levantar su
riqueza agrícola, comercial y ganadera.
Quien
escribe no utiliza la rotunda expresión “bachillerato inútil”, como afirma
Reinaldo Rojas, lo hacen las fuentes de la época, tales como Jacinto Gutiérrez, Secretario de Interior y
Justicia en 1858, quien decía entonces que: en
el día hay títulos públicos que nada significan como el de bachiller.
Tampoco escribí, como dice Rojas, que “el
dominio curricular de la tradición humanística que excluía el espíritu
positivista en boga y que por tanto no hizo posible que la reflexión de sus
alumnos se orientara hacia nuevos ámbitos del conocimiento. Yo cité a al
filósofo argentino Ángel Cappelletti quien dice que el prodigioso avance de la ciencia y el auge del positivismo filosófico
no menguaron la intensidad de los estudios clásicos. Es decir que las humanidades no excluían al positivismo,
como afirma Reinaldo Rojas, lo exacto será decir que el positivismo no
disminuyó la intensidad de los estudios clásicos. Quiero decir que el humanismo
clásico, el Latín, el Griego, y una filosofía prekantiana, convivían con el
positivismo, no que lo excluía, como
escribe Reinaldo Rojas.
Con
lo que aprendieron los muchachos en su Colegio caroreño fue lo que condujo a
que con su tradición humanística tan marcada, escribí entonces, que su
reflexión se orientara hacia lo socio-histórico, lo político, la literatura, el
derecho, ámbitos del conocimiento que produjo obras admirables (Del Colegio La Esperanza al Colegio Federal
Carora, 1890-1937, pág. 109). Allí están las obras del “humanista de
Venezuela” Luis Beltrán Guerrero, la notable investigación historiográfica de
Ambrosio Perera, Luis Oropeza Vásquez y el también novelista Dr. Guillermo
Morón, la Iglesia social de Carlos Zubillaga, el escritor e historiador Juan
Oropesa (sic) rector de la UCV, la poesía épica de Alí Lameda, el médico pediatra
y humanista Pastor Oropeza, al doctor en agronomía y pedagogo Rafael Tobías
Marquís Oropeza, el “humanismo proletario” de Chío Zubillaga, el poeta Dr.
Carlos César Rodríguez, el Obispo Eduardo Herrera Riera, la metáfora de la
Aldea sumergida de Elisio Jiménez Sierra, el exministro Dr. Eddie Morales
Crespo, el médico pediatra Homero
Álvarez, Dr. Ricardo Álvarez, José Herrera Oropeza, Dr. Agustín Zubillaga, Dr.
Carlos Gil Yépez, Dr. Juan Sequera Cardot, Dr. Juan Carmona, entre
otros. Y no podía faltar allí el fundador de derecho constitucional en
Venezuela, Dr. Ambrosio Oropeza, de quien Rojas escribe brillante biografía con
el título Ambrosio Oropeza. La
construcción del derecho constitucional en Venezuela, 2020.
Acá
citamos de nuevo a Reinaldo Rojas: “Situación tal vez contraria ( a la de los
muchachos egresados del Colegio caroreño que hicieron fortuna con el comercio y
la ganadería, como se verá después) de quienes asumieron carreras humanísticas,
como es el caso del Dr. Ambrosio Oropeza, ya que con la reapertura del Colegio
La Esperanza en 1908 y del Colegio Federal en 1911, éste último con el gobierno
de Juan Vicente Gómez, aquellos jóvenes tuvieron la oportunidad de encontrarse
con asignaturas fundamentales para su
formación intelectual como el castellano, el griego, el latín, el francés,
historia y geografía, cursos de filosofía elemental, lo cual les permitió
formarse en el propio terruño, contando nuevamente con el Dr. Ramón Pompilio
Oropeza como Director de la institución, por decisión del entonces Ministros de
Instrucción Pública, Dr. José Gil Fortoul”.
Pero
allí estudiaron otro tipo de hombres, los que “alumbraron su mente”, como
escribe Reinaldo Rojas, con la Física, la Trigonometría, Aritmética, y el Algebra,
que se dedicaron al comercio y las labores pecuarias y que quien escribe los
menciona en su ensayo El nacimiento del
Liceo Egidio Montesinos (en
internet), ellos son: el rico comerciante Flavio Herrera, el hombre de la radio
y el cine en Carora Gonzalo González, el hacendado Pablo Riera, los acaudalados
hombres del comercio Germán Herrera, Leopoldo Perera, Octaviano Herrera, el ganadero Carlos Herrera, Ricardo Meléndez
Silva, José Alejandro Riera, el fundador
de la bovina Raza Carora Teodoro Herrera Zubillaga, quien, como he descubierto
recientemente en el Libro de Matrícula
del Colegio Federal Carora, folio
100, cursa la asignatura Elementos Zoología con el Dr. Lucio Antonio Zubillaga
en el Colegio Federal Carora en 1917, allí descubre al monje Gregorio Mendel,
padre de la genética, quien por aquellos
años era redescubierto, y no es descabellado inferir que fue en las aulas del
Colegio Federal Carora donde se le ocurre al joven Teodoro Herrera, de 13 años
de edad, utilizar esos conocimientos de genética adquiridos en su Colegio de
secundaria en la finca El Salvaje de su padre Ramón Herrera, al cruzar el
“ganado amarillo de Quebrada Arriba” traído por los españoles en el siglo XVI
con razas bovinas de Europa y Estados Unidos, Pardo Suizo y Holstein, que el
mismo Teodoro Herrera se encarga de traer a Venezuela en los años 30 del siglo
XX.
En
1921 decía el Dr. Ramón Pompilio Oropeza que la influencia del Colegio en los
destinos de Carora estaba en cinco hechos: Primero: un periódico organizado y
juicioso El Impulso, Segundo: Una Escuela Federal Anexa al Colegio Federal
Carora, Tercero: un acueducto dirigido técnicamente por Rafael Lozada, Cuarto:
dos santuarios, uno para el Dios hostia y otro para el Dios caridad, obra del
inolvidable padre Carlos Zubillaga, alumno del Colegio, Quinto: un Liceo para
la educación de la mujer, obra de otro alumno del Colegio, el Dr. Rafael Tobías
Marquís. Todo lo cual es muestra fehaciente de que no fue un bachillerato
inútil, como escribe Reinaldo Rojas.
Lo
que quien escribe sí escribió, como dice Reinaldo Rojas, es que aquel bachillerato
era una rémora del pasado (Del Colegio La Esperanza al Colegio Federal
Carora, pág. 109), idea que asumo cabal y completamente. Y es que ese
bachillerato de ascendencia colonial hispana no podía ser de otra manera
que un anacronismo, pues España y
sus colonias no tuvieron Revolución
Científica, ni tampoco asume a plenitud el siglo de la crítica, esto es la
centuria ilustrada del XVIII: no tuvimos ilustración, dirá el mexicano Octavio
Paz. En tal sentido, era nuestra educación secundaria un bachillerato precrítico
o prekantiano, y que en ese sentido no asumió el diálogo de la filosofía con la
ciencia natural. Y no lo hizo porque las grandes líneas de la cultura en
Hispanoamérica estaban gobernadas por la Contrarreforma del Concilio de Trento,
el Index de Libros Prohibidos (1564) que
le negó a nuestra cultura obras que son responsables de la modernidad europea,
tales como Copérnico, Montaigne, Rabelais, Bruno, Galileo, Bacon, Spinoza,
Descartes, Hume, Hobbes, Voltaire, Pascal, Rousseau, Emmanuel Kant, Ranke,
Comte, Schopenhauer, Marx, Nietszche. Bergson,
Flaubert, Sartre, entre otros.
Imagínense
una cultura donde está prohibido abrir las páginas de Crítica de la razón pura y el Diccionario
Larousse, una cultura así será una cultura mutilada e incompleta, que nos
evoca la terrible quema de libros perniciosos ordenada en 1933 en la Alemania
nazi. Es que en Hispanoamérica sufrimos aun los
efectos del Concilio de Trento, afirma Octavio Paz. Por esa razón -agrega el
mexicano- no hemos podido ponernos al día con la modernidad, a pesar de los
esfuerzos de un Feijoo, un Sarmiento o un Ortega y Gasset. Volvemos a perder el
tren.
Entonces,
como correlato de ello, nuestra educación ha sido secularmente y en
consecuencia una educación premoderna y un anacronismo. Por ello se refugió, en
universidades y colegios secundarios, en los idiomas muertos, Griego y Latín, la Retórica y una Filosofía de corte
tradicional sin compromisos con la moderna ciencia natural, una filosofía
prekantiana. Esta pervivencia de las lenguas muertas en nuestros planes de
estudios ha sido la responsable de la conformación de la mentalidad de élites
en los países de Hispanoamérica, escribe el antropólogo brasileño Darcy
Ribeiro.
El
bachillerato hispánico ha sido secularmente fuente de chanzas y chistes, nos
dice Ángel Rosenblat. Se asocia al desenfreno verbal, la charlatanería y hablar
de cosas sin fundamento. Los hombres del intelecto han sido duros críticos de
la educación secundaria en Venezuela. José Gil Fortoul, Ministro de Instrucción
Pública de Juan Vicente Gómez, afirmaba en 1912 que La enseñanza secundaria en Venezuela prepara sólo y muy toscamente para
la enseñanza superior. Cosas parecidas han dicho Mariano Picón Salas: en educación prevaleció la improvisación y
el humor, y Ángel Grisanti: nuestra enseñanza ha sido semiclásica,
semiaristocrática, semiprivilegiada. Y más recientemente el eminente escritor
Arturo Uslar Pietri, exministro del ramo educativo, ataca fuertemente la
educación venezolana: la escuela no
enseña a vivir, no enseña a nada. Nuestra educación ha sido libresca y memorística, de espaldas a la vida.
A
pesar de estos enormes e inocultables obstáculos de naturaleza cultural, pude
escribir hace 25 años que: pese a las
concepciones arcaicas de nuestra instrucción pública, los doctores Ramón
Pompilio Oropeza y Lucio Antonio Zubillaga formaron una generación intelectual
que merece el calificativo de brillante, quizá de las mejores que produjo la
provincia venezolana en la última década del siglo XIX y el primer tercio del
actual siglo XX. Y agregué también: Nuestra
tradición humanística (en educación) hizo posible que nuestra reflexión se
orientara hacia lo socio-histórico, lo político, la literatura, el derecho,
ámbitos del conocimiento que produjo obras admirables.
Referencias.
Álvarez
Gutiérrez, Alberto. Biografía del Dr.
Ramón Pompilio Oropeza. Spi. Mimeo. 57 págs.
Bloch,
Marc. Apología de la historia o el
oficio del historiador. Fondo Editorial Buría. Barquisimeto, Venezuela,
1986. 232 págs.
Cortés Riera, Luis Eduardo. Del Colegio
La Esperanza al Colegio Federal Carora, 1890-1937. Prólogo de Reinaldo
Rojas. Fondo Editorial de la Alcaldía
del Municipio Torres, Fondo Editorial Buría. Barquisimeto, 1997. 166 págs.
Cortés
Riera, Luis Eduardo. El nacimiento del
Liceo Egidio Montesinos de Carora. En internet disponible.
Febvre,
Lucien. Combates por la historia. Editorial
Ariel. Barcelona, 1975. 246 págs.
Libro de matrícula del
Colegio La Esperanza, Federal Carora,
1890-1948. 250 folios.
Oropeza,
Ramón Pompilio. Discursos.
Recopilación de Jesús Arispe y Taylor Rodríguez García, mimeo. Spi. 144 págs.
Paz,
Octavio. Sor Juana Inés de la Cruz o las
trampas de la fe. Seix Barral,
Barcelona, 1989. 658 págs.
Picón
Salas, Mariano. Formación y proceso de
la literatura venezolana. Monte Ávila Editores, Caracas, 1984. 348 págs.
Ribeiro,
Darcy. El dilema de América Latina. Siglo
XXI Editores, México, 1977. 358 págs.
Rojas,
Reinaldo. Ambrosio Oropeza. La
construcción del derecho constitucional en Venezuela. Una
biografía intelectual. Colección
Idearium. Serie Juristas. UNIVERSITAS Fundación, Fundación Buría. El Eneal,
Estado Lara, República Bolivariana de Venezuela. 100 págs.
Luis
Eduardo Cortés Riera.
Doctor
en Historia.
Docente
del Doctorado en Cultura Latinoamericana y Caribeña, UPEL-IPB, Barquisimeto, Venezuela.
cronistadecarora@gmail.com
Santa
Rita, Carora, estado Lara,
República
Bolivariana de Venezuela, diciembre 20 de 2020.