Introducción.
Nuestro
interés por este extraordinario
historiador positivista venezolano, nació en Barcelona en 1870 y murió en París
en 1936, se origina gracias a los doctores
Federico Brito Figueroa y Reinaldo Rojas cuando cursábamos la Maestría en
Enseñanza de la Historia en 1989,
teniendo como excelente escenario académico el Pedagógico de Barquisimeto. No
se cansaban de decirnos nuestros Maestros que don Laureano era efectivamente de
los fundadores de la historiografía
científica en Venezuela. Como prueba de admiración, el doctor Brito Figueroa
sugiere a la Universidad Santa María en 1983 que publique las Obras Completas del historiador y político que tan originales y creativas
ideas incorporó a la historiografía venezolana de la primer tercio del siglo XX,
y que aun hoy encienden polémicos y ardorosos debates. He aquí pues unas
reflexiones en torno a algunas ideas de don Laureano, vida y obra, obra y vida,
que tuvieron su chispa inicial entonces.
Como
subtitulo he empleado las palabras del crítico literario suizo Jean Jacques
Starobinski y su clásica tesis doctoral Juan
Jacobo Rousseau, la transparencia y el obstáculo (1957) para encontrar el
autor-en-las-obras, la conciencia ordenadora implícita en sus textos. Con el
mexicano Octavio Paz me he centrado en la creación, es decir esa zona vacía que
existe en la obra pero que no está en la vida del autor. Con ello, el presente
ensayo bien pudiera llevar por nombre Laureano
Vallenilla Lanz o las trampas del positivismo.
Laureano Vallenilla Lanz |
Don Laureano: un cambio de paradigma.
Cuando
Laureano Vallenilla Lanz parte para Europa en 1904, el positivismo que
profesaba con ardor juvenil estaba en trance de pasar al museo del pensamiento.
La pesada atmósfera cientificista del siglo XIX comenzó a ver crujir sus
cimientos. Sin embargo, este
extraordinario historiador venezolano producirá, arropado con el paradigma de Auguste Comte, Charles Darwin,
Herbert Spencer e Hipólito Taine, las más originales y audaces ideas en torno a nuestra historia: que la
historia romántica (Rafael María Baralt y Eduardo Blanco) debía ser sustituida
por una historia científica, la suya, que nuestra Guerra de Independencia fue
una guerra civil, que el caudillo es un producto inevitable de nuestra
constitución orgánica como pueblo: el clima, la raza y el momento histórico. En
consecuencia, como afirma Brito Figueroa, don Laureano es uno de los fundadores
de la historia científica en muestro país junto a José Gil Fortoul y Lisandro
Alvarado, discípulos del naturalista alemán Adolfo Ernst en la Universidad de
Caracas.
Pero
lo extraordinario de don Laureano es que no se nutre de estas ideas en la
universidad, sino que fue él mismo producto de su propia formación autodidacta, condición que exhibe con orgullo hasta el final de su asombrosa
vida en 1936. Aunque es justo reconocer que asiste a clases como oyente en la
Sorbona y el College de France. A mi modo de ver, es ello lo que explica la
innegable originalidad de su pensamiento, pues es sabido que los estudios
formales trituran, muchas veces, la creatividad y el ingenio.
Octavi Paz |
La original genialidad
de don Laureano.
Octavio
Paz habla sobre una hendedura, una zona vacía entre el autor y su obra, esa
zona vacía que está en la obra y no en
la vida del autor es la creatividad (Sor
Juana Inés de la Cruz o las trampas de la
fe Pág. 13) Y el suizo Jean Jacques Starobinski nos habla de la
transparencia y el obstáculo que median entre el autor y su obra. Pues bien esa maravillosa zona vacía es lo
que explica la heteróclita y singular creatividad de don Laureano, un hombre
común y corriente pero dotado de una enorme audacia, la audacia que es una
forma en que se expresa la creatividad; así como también debe soportar don
Laureano los enormes obstáculos que tras la búsqueda de la transparencia debió
vencer, tales como la muerte de su
padre, un hermano, esposa, su artritis reumática recurrente, su fracaso
universitario, repetidos apuros económicos, críticas despiadadas, exilio,
soledad intelectual y social). Con todo, es uno de los fundadores de la
historia científica en Venezuela y de lo que ello supone: ofrecer una visión
distinta y hasta opuesta de nuestro pasado. La búsqueda de la autenticidad lo
obliga a un incesante forcejeo con el lenguaje. Un peligroso pacto del yo con
el lenguaje. El hombre se hace verbo, escribe Robert Darnton. El beso de Lamourette. Pág. 321.
Don
Laureano vuelca su vida en el lenguaje, lenguaje en el que expresa una amarga convicción,
como escribe Elena Plaza en su excelente tesis doctoral, y que lo conduce a la
soledad intelectual y social. Justifica
la bárbara y cruel dictadura de Gómez, pero ello no es una decisión personal
salida de su albedrío. Al contrario, es como un descubrimiento que hace
científicamente, diseccionando el cuerpo histórico de la Nación. Es la realidad
objetiva la que le dicta a su cerebro esa fatalidad histórica que deviene de la
geografía (el llano venezolano y la pampa argentina), el mestizaje étnico entre
españoles, indios y negros, el momento histórico que supone el fin de tres
largos siglos de coloniaje. Con ello don
Laureano avanza y dice algo nuevo y que jamás se había dicho en Venezuela, a
pesar de que el positivismo arrastra un pecado original: ignorar la revolución
epistemológica kantiana. No se trata de
un dato que llega al cerebro pasivo, sino que es una interpretación que hace el
hombre de los datos de la realidad utilizando una serie de categorías (espacio,
tiempo, cantidad, cualidad, modalidad, relación), las que expone Kant en Crítica de la razón pura, 1781. La
interpretación es a no dudar la savia del historiador, nos dice Edward H. Carr
en ¿Qué es la historia? Pág. 103.
Esta
arriesgada tesis está contenida en su
obra Cesarismo democrático, editada
en 1919, pero que ya había sido pensada por don Laureano antes del ascenso de
Gómez al poder en 1908. Por ello se defendía diciendo que no le vendió su pluma
al caudillo andino. Sostiene que para elaborar tan polémica tesis empleó nada
más y nada menos que el pensamiento del Libertador Simón Bolívar. Esta obra tuvo un enorme
impacto en Hispanoamérica y fue leída en traducción al italiano por Benito
Mussolini en 1934, y hasta se entrevista personalmente con el Duce. Pero lo que sí es cierto- y que fue a la
postre causa de su desgracia- fue que dirigió El Nuevo Diario hasta 1931, periódico que adula y elogia la
dictadura “necesaria” de Juan Vicente Gómez.
Lo que don Laureano
ignoró.
De
modo pues que estamos en presencia de un originalísimo pensador que ignoró a
Kant, a Dilthey y sus ciencias del espíritu, Bergson, Weber, a la reacción
antipositivista encabezada por el uruguayo José Enrique Rodó y su Ariel (1900), a Ortega y Gasset, y que
parafraseando a Korn elabora un “positivismo autóctono” independiente de los
pensadores europeos que le nutren, según afirma Alan Guy al referirse a Sarmiento y Alberti, (Panorama de la filosofía iberoamericana,
pág. 77). Vive una “poética ignorancia” que sin embargo le permite convertirse
en uno de los escritores de las obras- Cesarismo
Democrático- más importantes del positivismo latinoamericano, según afirma
Elías Pino Iturrieta en Diccionario de
Historia de Venezuela. Tomo IV, pág. 192.
Para
mi sorpresa, el nombre de don Laureano no se encuentra en el Diccionario de la literatura venezolana, de la Universidad de Los
Andes, 1987. Sí están allí los de su hermano menor, Baltazar, poeta y
novelista, muerto prematuramente en 1913, y también su hijo Laureano Vallenilla
Planchart (1912-1973) como novelista y autor de sus memorias, temible ministro
del interior de la dictadura andina de Marcos Pérez Jiménez. La reseña de Pino
Iturrieta es demasiado breve e ignora muchos aspectos de su vida. Se merece
algo mejor. El trabajo doctoral de Elena Plaza es soberbio, muy bien pensado,
explora el archivo personal de don Laureano, sólo que es muy extenso (566
páginas) y está plagado de demasiadas citas a pie de página, ese ídolo
universitario, al decir de Mariano Picón Salas. Haría muy bien ella en publicar
una edición popular sin el aparato erudito que muestra y que aleja a los lectores no especializados.
Debería también hacer énfasis en el enorme costo y sufrimiento humano que costó
pacificar y centralizar a Venezuela, y mencionar las prisiones y calabozos
insalubres donde se pudrieron hombres valiosísimos: Pío Tamayo y Hedilio
Lozada. No debió obliterar la doctora Plaza a la tenebrosa cárcel de La
Rotunda. Creo que es un fallo grave de tan espléndida monografía que puede ser
reparado.
Un error de don
Laureano.
Don
Laureano comete un enorme error cuando sostiene en reiteradas ocasiones que “…
las Provincias vivieron como dejadas de la mano del gobierno, esparcidos sus
habitantes en las soledades de un inmenso territorio, sin ninguna especie de comunicación
entre sí”. (Disgregación e
integración. Pág. 123, las negritas son mías). Este evidente desliz tiene
su origen en su deseo de mostrar que
nuestro federalismo republicano tiene raíces coloniales; y quizás a que no se
le ocurrió revisar los libros de cofradías de la Iglesia Católica bajo dominio
hispánico. Quizás sea ello una rémora del positivismo, para quien la Iglesia
Católica carece de verdadera importancia por su carácter de institución que emplea un discurso metafísico, y como tal
desechable, y al hecho personal de que don Laureano era crítico del catolicismo
y a que perteneció a una logia masónica. Para mi enorme sorpresa y la del jurado examinador de esta Tesis Doctoral,
estas hermandades, “estructuras de solidaridad de base religiosa”, como las
define el historiador marxista de las mentalidades religiosas Michel Vovelle, que he estudiado por largos años en el Archivo
de la Diócesis de Carora tenían hermanos inscritos residentes en Caracas,
Petare, Valencia, Maracaibo, Barinas, Villa
de San Carlos, Trujillo, El Tocuyo, Coro, Paraguaná, Mérida, Barquisimeto, San
Felipe, Urachiche, Quíbor, Nirgua, Tiznados,
Calabozo, San Sebastián, Carache, Ospino,
La Victoria, Siquisique, Carora, Aregue, Río Tocuyo, sino que también asombra que
estaban anotados hermanos del Reino de Irlanda, Génova, Reino de Francia,
Reinos de España, Navarra, Villa de Motrico, Cáceres de Castilla, Guipúzcoa, Islas Canarias, Cuba, Cúcuta, Tunja, Puerto Rico, Nuevo Reino de Granada, Santo
Domingo, devotos hermanos y cofrades que exhibían los más diversos y variados
apellidos: Judas, Andrea, Milano, Llana, Cordero. Mexia, Fonseca, Raga, Cataño.
Albújar, Del Real, Albarrán, Figueroa, Rodríguez, Frías, Mendoza, Obelmejias,
Loyola, Almueja, Tiberio, Rocha, Venavidas, Gamarra, Cuenca, Pantoja, Burgos, Sangronis
, Atiensa, asi como el mapas altivo ,mantuanaje caraqueño: Bolívar, Ponte,
Fajardo, Lovera, Blanco, Istúriz, Aguado, Piñango, Robles, Aristigueta, Sojo.
Era,
en consecuencia, la Cofradía del Santísimo Sacramento, hermandad fundada en
1585, una cofradía internacional, exclamó el doctor Reinaldo Rojas, excelente
tutor de mi Tesis Doctoral. La Iglesia
es, pues, una institución católica,
vocablo latino que significa universal, que la lengua que emplea, el latín, fue
una lengua ecuménica o universal hasta el siglo XVII, según asienta Octavio Paz.
La promesa bíblica de salvación le da entonces una como unidad primaria a
nuestro país como súbditos de la Silla de San Pedro.
Todo
esto constituye un rotundo mentís a la tesis de don Laureano, pues es prueba
evidente que existían lazos espirituales
y económicos entre lugares muy alejados de nuestra geografía patria. Debemos
recordar que las cofradías eran también instituciones económicas, puesto que
poseían haciendas con mano de obra
esclava y hacían préstamos dinerarios. Los sacerdotes, mayordomos y escribanos
de la Iglesia Católica levantaron en tal sentido el primer patrón o plantilla de lo que más tarde iba a ser la
Nación Venezuela. Era una suerte de “internet colonial barroco” que mantenía
unidas a tan distantes regiones y localidades en los tres largos y dilatados siglos coloniales. Fue una lograda
unidad espiritual muy anterior a la unidad
jurídica y política que alcanza nuestro país bajo el reinado de Carlos III en
1777 cuando nace la Capitanía General de Venezuela.
En descargo de don Laureano y en obsequio de la verdad,
debemos aclarar que su tesis aislacionista tiene algunos referentes ciertos en
el hecho de que en las cofradías de Carora que he estudiado, no aparecen hermanos que
“entran” procedentes de Cumaná, Barcelona, Maturín, Angostura, Porlamar,
Clarines, que eran ciudades entonces pertenecientes a la
Provincia de Nueva Andalucía. El oriente de Venezuela está ausente en los
viejos infolios del estupendo y bien preservado Archivo de la Iglesia caroreña. Es un hecho curioso
que me ha hecho reflexionar sin encontrar plausible explicación. Habrá que
investigar.
La recapitulación de
Haeckel en don Laureano.
La
biología hizo enormes avances en el siglo XIX. Marx se sintió tentado en
aplicar estos conocimientos al estudio de la sociedad. Pero no llega a tanto,
afirma Jon Elster, como Comte, Spencer y
Haeckel. Este último, influido por Darwin, crea la teoría de la recapitulación, hipótesis que dio pie a
un determinismo biológico muy influyente entonces: llega hasta Lombroso, Cope,
el apóstol del darwinismo social Herbert Spencer, la poesía de Kipling, Freud y Jung. El gran zoólogo y embriólogo
alemán creó un melifluo trabalenguas: “la ontogenia es una recapitulación de la
filogenia.” Sugirió que el desarrollo embriológico de las formas superiores
podía servir de guía para deducir directamente la evolución del árbol de la
vida La idea de reconstruir los linajes evolutivos llegó a ser una obsesión en
el siglo XIX, escribe Stephen Jay Gould.
Don
Laureano utiliza en 1930 esta ley biogenética, hoy insostenible, para explicar el origen del Municipio en Disgregación e integración: Las colonias
reproducen necesariamente, en una forma más reducida y más rápida, toda la
evolución social y política de la madre patria. Hacia 1920 la teoría de la
recapitulación había caído en el descrédito, pero don Laureano, petrificado su
pensamiento en el siglo XIX, ignora los avances de la biología del siglo XX.
Hacia 1929 en el anatomista holandés Louis Bolk propuso una nueva y audaz teoría,
la neotenia, que afirmaba exactamente lo
contrario: la perduración de la juventud, lo bueno, lo avanzado o superior es
conservar los rasgos de la niñez, desarrollarse más lentamente. Estas
afirmaciones de don Laureano para explicar la supervivencia de la ciudad
española en América fueron tomadas muy en serio en la Venezuela de entonces. Se
creía erróneamente que estaban soportadas y sustentadas por la ciencia y el
conocimiento más avanzado que venía de Europa y de los Estados Unidos.
Don
Laureano creyó firmemente en que el
positivismo era la culminación del pensamiento humano. En ese deslumbramiento
no pudo o no tuvo ojos para mirar lo que aparecía en el horizonte con audaces
ideas y teorías como las de Dilthey y sus ciencias del espíritu, Husserl y la
fenomenología, el psicoanálisis de Freud, Weber y la sociología comprensiva. En
el campo de la física, Einstein,
Planck, Heisenberg, demostraron
que la realidad objetiva -noción tan cara para el positivismo- se había
evaporado.
El
positivismo en Venezuela entra muy hondo en el siglo XX, pues no se cancela con
la muerte del dictador Juan Vicente Gómez
en 1935, escribe Arturo Sosa. Palabras como civilización, evolución y progreso,
así como las ideas de que la educación es palanca para incorporar a la población al
desarrollo, la ciencia como ideal del conocimiento humano, aún gravitan en
nuestro pensamiento en el siglo XXI. En América Latina es difícil que nuestro
pensamiento coincida o esté a tono con
lo que se está produciendo en Europa o en Estados Unidos. Casi siempre perdemos
el tren, desde el siglo XVIII hemos bailado fuera de compás, dice en duras
palabras Octavio Paz.
Coda.
A
pesar de tan tremendos obstáculos, Don Laureano logra crear uno de los
pensamientos histórico-sociológicos más originales y creativos de
Hispanoamérica, colocándose a la altura de un Bello, un Rodó, un Mariátegui o un
Vasconcelos, para sólo mencionar unos pocos. No fue un simple glosador y comentarista de Comte, Spencer, Haeckel y Taine. Su discurso se refracta y se modifica
profundamente ante la realidad americana, su originalidad étnica, su geografía,
su economía, su folklore, su literatura, sus artes tan específicas y sus
desconcertantes vicisitudes políticas, lo impelen a crear uno de los discursos historiográficos
más coherentes y fundamentados de la historiografía de habla castellana.
Referencias.
Brito
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comprensión histórica en el Suplemento Cultural de Últimas Noticias. Ediciones
Centauro. Caracas, Venezuela, 1991. 559 págs.
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Elster,
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Gould, Stephen Jay. La falsa medida del hombre.
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Guy,
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Biblioteca Breve. Barcelona, España. 650
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------------------ In/Mediaciones. Seix Barral. Barcelona,
España, 1990. 265 págs.
Plaza
Elena. La tragedia de una amarga
convicción: Historia y política en el pensamiento de Laureano Vallenilla Lanz
(1870-1936). Impresores Micabu. C.A. Caracas, 1996. 566 págs.
Marías,
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Abascal, Arturo. El pensamiento político
positivista venezolano. Ediciones Centauro. Caracas, 1985. 269 págs.
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de Los Andes. Diccionario de la literatura venezolana. Mérida, 1987. 568
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Vallenilla
Lanz, Laureano. Obras Completas. Disgregación e integración. Universidad
Santa María, Caracas, 1983. Tomo II. 425 págs.
------------Obras Completas. Cesarismo Democrático.
Universidad Santa María, Caracas, 1983- Tomo I. 325 págs.
Luis
Eduardo Cortés Riera.