Cuando
comenzamos nuestros estudios universitarios, allá por la década de los años
1970, era casi obligatorio leer un libro extraordinario: La ciencia su método y filosofía, escrito por un talentoso
científico y filósofo rioplatense por el cual he sentido una enorme simpatía:
Don Mario Bunge, recientemente
desaparecido a una provecta y respetable edad de un siglo (Buenos Aires, 1919 -
Montreal, 2020). Ello se debe a que él me
sacó de un sueño dogmático (la expresión es de Kant) que me crea la lectura
acrítica, febril y entusiasta de las Obras
Completas de Sigmund Freud y sus discípulos. Durante décadas utilicé las falaces categorías
explicativas del psicoanálisis para interpretar la realidad del mundo. Vano
empeño. Uno a uno vi caer despedazadas las certezas de este gran mito del siglo
XX. Es una pseudociencia, es mera ficción literaria que no emplea para nada el
método científico, su más grave error.
Y
es que Bunge ha combatido con ardor y valentía las pseudociencias, las que
tienen un gran prestigio y hasta rivalizan con la ciencia experimental: alquimia,
astrología, caracterología, comunismo científico, creacionismo científico (llamado
ahora diseño inteligente), grafología, memética, ovnilogía, parapsicología, psicoanálisis
freudiano, etc, etc. Con esta dura
posición contra la charlatanería y las medias verdades que son legión, se da la
mano Bunge con otras eminencias del pensamiento crítico, que es el pensamiento
cabalmente moderno, como sostiene Octavio Paz, que han atacado con igual
tenacidad y empeño las pseudociencias de ayer y de hoy: los estadounidenses
Carl Sagan, Stephen Jay Gould, el francés George Steiner y el noruego Jon
Elster. Dudo que yo vuelva a ser el ingenuo propagador de estos disparates que
se venden como ciencia, después de conocer estos autores que son auténticos destrozadores
de mitos. Con ello llego a la certeza de que inevitablemente debo reescribir mi
ensayo Ocho pecados capitales del historiador, que escribí
en homenaje a los 90 años del eminente historiador británico Eric Hobsbawm en
2007.
Marucho, tal como lo llamaba su padre, logra también
algo muy importante para mi persona: reconciliarme con las ciencias naturales.
Yo fui un entusiasta de la geología y hasta quise ser ingeniero en esta
disciplina por la Universidad Central de Venezuela, pero fracasé por mi
vagancia y los allanamientos a esa casa de estudios del presidente Caldera I. Ahora
pienso que las humanidades divorciadas de las ciencias naturales son un
verdadero desperdicio, tales como la fenomenología de Husserl y Heidegger. Puro
palabrerío que no dice nada. Y lo inverso, que la ciencia natural sin las
humanidades son secas y duras como mostró brillantemente Werner Heisenberg,
creador del asombroso Principio de Incertidumbre, y quien era un admirador de
los presocráticos de la antigua Grecia, a quienes debió mucho en su formación
como uno de los más brillantes físicos del siglo pasado. E igual posición la
encontramos en el Premio Nobel de Química
Ilya Prigogine, el cual es uno de los creadores de la Teoría de la
Complejidad, la cual asume que ciencia y arte se conducen a un inevitable
reencuentro, como era en la Antigüedad.
Hizo una afirmación Bunge en su libro Las ciencias sociales en discusión que me agrada mucho: las ciencias sociales
serán más científicas en cuanto más empleen y se valgan las metodologías de las
estadísticas. Allí perdí el rubor que me ocasionaba cuando en mis clases de Doctorado
en Cultura en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador de Barquisimeto
decía a mis asombrados discípulos que mi
tesis doctoral sobre la mentalidad religiosa tiene la friolera de 75 cuadros
estadísticos. Es decir, mostré que es posible que el evanescente e inasible
sentimiento religioso podía ser expresado numéricamente, como lo aprendí del magnífico
historiador francés de las mentalidades Michel Vovelle. Es decir, la historia
se da la mano con una herramienta imprescindible en el hacer histórico que es
la estadística, con la cual logré, eso
creo, un inventario del sentimiento religioso en Carora colonial y republicana.
Don
Mario no las ha tenido fácil en este decidido empeño vital, por ello vive en el
exilio en Canadá desde los años 1960. Las dictaduras argentinas no han visto
sus ideas con simpatía y las han perseguido con saña y crueldad. En 1974 sus libros fueron quemados en la
Universidad de Buenos Aires en tiempos de Isabel Martínez, viuda del general
Juan Domingo Perón. El bárbaro acto de fe -que creímos superado desde la época
de Adolf Hitler- fue cometido por miembros del Opus Dei. Fueron convertidos en
pira libros de Karl Marx, Sigmund Freud, Jean Piaget, Mario Bunge.
Gloria
y honor, pues, a este equilibrado y probo hombre de pensamiento que se retira
de la vida terrena a los cien años de edad, eminente divulgador de la ciencia y
la filosofía, doctor en ciencias físico matemáticas, que a sus veinte años funda una Universidad Obrera
en su país, la Revista Minerva, recibió quince doctorados honoris causa, autor
de cincuenta libros de ciencia y filosofía, traducidas a doce lenguas, profesor
titular de las universidades de Buenos Aires, La Plata, Autónoma de México, Mc
Gill de Canadá, partidario del
socialismo democrático, duro crítico del neoliberalismo, de las universidades
que no investigan. Es lectura que recomiendo con pasión y entusiasmo.
Carora,
Venezuela, 5 de mayo de 2020/
cronistadecarora@gmail.com