Carora
al margen de la revolución social
Veamos lo que escribe Agustín Gil en el caroreño Semanario Labor del 20 de diciembre de
1914:
“Es Carora una ciudad que quizás debido a las
circunstancias económicas ha quedado al
margen de la revolución social de la cual hablaba el gran Cecilio Acosta,
es decir la exaltación de las clases
ineducadas al poder político y luego al poder social, substraída en mucho a
tal movimiento engendrador de anarquía
y que ha arruinado moralmente a la mayor parte de las poblaciones de la
República, es lógico (que Carora) haya podido conservar sus tradiciones y
costumbres sin degradarlas, antes bien puliéndolas y consolidándolas con el
pasar de los años.” (resaltados nuestros)
Se refiere sin duda Agustín Gil a la poco estudiada
Guerra Federal o Larga (1859-1853), conflicto bélico que se ha constituido como
una continuación de la Guerra de Independencia, conflicto anticolonial que sin
embargo dejó intactos los problemas sociales y políticos heredados de tres
siglos de coloniaje, los que se revelaron como una profunda inconformidad
social, una temible realidad social antagónica que ya había advertido el
escritor, periodista y humanista Cecilio Acosta (1818-1881) desde 1846 en las
páginas de los periódicos La Época y El Federal, los que seguramente leyó
Agustín Gil en alguna ocasión.
La chispa de la cruel y larga matanza de mediados del siglo XIX la enciende el
llamado partido liberal a través de las incendiarias páginas del periódico El Venezolano, órgano dirigido por
Antonio Leocadio Guzmán. Tales predicamentos fueron escuchados por los hombres analfabetas,
oscuros y mestizos, que creyeron en rumores de que el gobierno intentaba
restituir la esclavitud, que iban a ser vendidos a los ingleses, que con sus
carnes iban a fabricar jabón y con sus huesos mangos de cuchillos y de
bastones.
La Guerra Federal, valora el historiador Nikita
Harwich Vallenilla, ha generado toda una mitología a su alrededor que ilustra
la complejidad de los problemas que planteó y aún plantea en la actualidad. Fue
un conflicto brutal que deja unos 200. 000 fallecidos en una contienda de
colores, de blancos contra razas mescladas en la Venezuela agraria. Pero es de destacar
que esta hecatombe no alcanza a todo el territorio nacional, pues el ansia
igualitaria no escaló hacia los Andes, ni el Zulia, ni Guayana. El espíritu rebelde
y de barbarie que explotó con
inigualable audacia el asturiano José Tomas Boves en 1814 tampoco se sintió con
fuerza en el Estado Lara. El “Gran Miedo” de 1859 y 1860 no retumbó en Carora,
remota ciudad del semiárido occidental venezolano que se mantuvo al margen de
esta terrible confrontación étnica y de colores que sacudió al país. Fue, en
efecto, como lo indica Agustín Gil, una revolución social, un movimiento
engendrador de anarquía que no llega a las riberas del río Morere, quizás se
deba este extrañamiento a que en esa oportunidad no era Carora un objetivo
estratégico militar de importancia económica o poblacional.
Pienso que si esta guerra igualitaria hubiese llegado
a nuestra ciudad de Carora el costo social habría sido inmenso. Los godos o
patricios caroreños diezmados o pasados por las armas, las haciendas de
cofradías de la Iglesia Católica puestas al servicio del huracán
revolucionario, los negros esclavos liberados, el orden social construido
durante 300 años destruido. Pocas fuentes existen para estudiar esta contienda
en nuestra ciudad. Quien escribe ha encontrado una referencia que indica que
alrededor de la Plaza Mayor (Plaza Bolívar) fueron excavadas trincheras en esa
ocasión, pero no hay lamentablemente mayores explicaciones.
El patriciado caroreño queda casi intacto e intocado en
el siglo turbulento que fue el XIX. Es más, quien escribe ha descubierto que
fue en esta belicosa centuria cuando termina ella de consolidarse como clase
social con rasgos de casta, proceso gestado al socaire de las terribles escenas
de barbarie y venganza racial vividas en los Llanos occidentales y centrales de
Venezuela. Carora no tuvo guerra igualitaria. Carora sintió gran alivio al
saberse acá la muerte en 1860 del general de hombres libres Ezequiel Zamora.
Coroneles y capitanes negros y analfabetos no posaron sus botas altaneras en la
antigua y aristocrática ciudad de blancos del Portillo de Carora. El orden
social intransigente y jerárquico que venía de la Colonia se mantuvo firme en
la Carora decimonónica, hegemonía social de los godos que se expresa con alguna
fuerza en los albores del tercer milenio.
Pero este conflicto étnico y de colores que fue la
Guerra Federal se expresó de manera inesperada en Carora, pues ella tuvo por escenario
a las clases educadas blancas alfabetizadas y no en el irredento y analfabeta
pardaje y negraje local. En 1859 fue expulsado de la ciudad por el sector
mantuano o godo el fraile Ildefonso Aguinagalde “Papa Poncho” (1792-1892)
debido a sus ideas liberales federalistas. Desde Caracas maldijo a los godos de
Carora hasta la quinta generación. Fue el comienzo de uno de nuestros más
potentes imaginarios colectivos que aún nos retumban: La Maldición del Fraile.
La
geografía y las clases dirigentes caroreñas
De seguido dirá Agustín Gil, un avezado y cultivado observador
de lo social, cosas no menos sorprendentes:
“De aquella necesidad
de volver al hogar en solicitud de consuelos y de amparo contra las agresividades del medio territorial
circundante y de la de la casi
completa uniformidad cultural de las clases dirigentes, de esas dos
condiciones nacen no exclusivas sino principalmente las modalidades individuales y colectivas del
caroreño que lo señalan con rasgos netos y en alto sitio a la expectación
nacional, alguno de los cuales son: espiritualidad, afabilidad y franqueza en
el trato social, probidad en los negocios, constancia, previsión e
industriosidad en el trabajo, entereza moral consecuencia de la solidaridad y
de la sanción para guardar el honor de sus hogares y de los fueros ciudadanos para rechazar la tiranía externa y enfrentar la interna división; amor grande por el solar nativo que ya hizo escribir al Doctor
Ildefonso Riera Aguinagalde, el elocuente desde París, tratando de su cabaña:
¡Cuándo como de mi Santa Bárbara!; entusiasmo
por las altas ideas y los nobles sentimientos, según el valioso elogio del
Dr. Antonio Álamo…y termina su ensayo Agustín Gil exclamando: ¡Carora es un
carácter, un corazón!.” (resaltados nuestros).
Tratemos de hacer algunas interpretaciones de lo
expresado por Agustín Gil desde nuestro mirador del siglo XXI, valiéndonos de
las herramientas conceptuales y de método de la llamada interpretación del
discurso. Veamos…
Se trata, sin duda, de una genuina exaltación de la
forma de vida y valores de los habitantes de Carora, una remota localidad
fundada en el genésico siglo XVI en 1569, ubicada en el remoto semiárido
occidental venezolano, Estado Lara y que quizás debido a un poco estudiado azar
histórico no sufrió las demoledoras y barbáricas escenas de sangre y pólvora de
la Guerra Larga o Guerra Federal de 1859 a 1863, conflicto igualitario y de
colores, largo y extenuante que de seguro habría modificado profundamente su
devenir histórico y social.
La
geografía del semiárido
Fijémonos como Agustín Gil comienza a referirse en
primer lugar a la geografía del “vasto erial” donde se asienta Carora, cuando
se refiere a “las agresividades del medio territorial circundante”; acá no
puedo menos que pensar en Philippe Blom, un historiador alemán contemporáneo,
que valora a la pequeña edad de hielo de los siglos XVII y XVIII como
responsable del nacimiento de la Revolución Científica y del Siglo de la Ilustración.
En el caso de
Carora es el agreste y rudo semiárido occidental venezolano el cual nos conmina
a buscar consuelo y amparo, como dice Agustín Gil, ante la sequedad y la
reverberación solar, en las gruesas tapias de barro y altivos tejados de la
antigua ciudad de San Juan Bautista del Portillo, que da cobijo y protección a
los hogares de rancias familias que tienen sus raíces en la Península y las
Islas Canarias. Son los muros de adobe y
techos de tejas los que dan abrigo y protección a lo que llamó Mariano Picón
Salas la “Cultura del Calor”, calor seco del semiárido venezolano.
Frescos y ventilados zaguanes y pasillos, extensos y silenciosos dormitorios con sus elegantes
alcayatas orientalizantes, anchurosas y refrescantes hamacas y chinchorros, artilugios
aborígenes que son, simultáneamente, lechos y abanicos, la sabrosa, refrescante
agua dulce del mayestático y señorial aguamanil, las protectoras celosías como
nuestros panópticos tropicales, toda una ingeniosa arquitectura como sacada de Las mil y una noches colocada al
servicio de una cultura ortodoxamente católica, hidalga, celosa de su linaje de
signo hispánico. Su mito fundacional, dice Henry Vargas Ávila, será San Juan
Bautista “voz que clama en el desierto”.
La casi uniformidad cultural
de su clase dirigente
En el vértice de la pirámide social caroreña están
colocados con firmeza desde algunas centurias los llamados “patricios
caroreños” o godos de Carora, clase social excluyente y que muestra algunos significativos
rasgos de casta, que además se ha abroquelado en una como militancia del
catolicismo signado por el Concilio de Trento del siglo XVI y en el color
blanco de la piel. Dominan el activo comercio caroreño y las fértiles tierras
que serán motivo de agria disputa antilatifundista luego de la muerte del
presidente Juan Vicente Gómez.
Quien escribe ha descubierto en sus investigaciones que
la uniformidad de linaje de los godos caroreños del semiárido ha sido obra de la
Iglesia Católica, institución por ellos dominada, que fue en extremo pródiga en
otorgar inúmeras dispensas matrimoniales, lo que permitió enlaces matrimoniales
entre personas de cercano linaje. Fue y ha sido una práctica endogámica que
impidió se disolvieran las fortunas y que conformó una endogamia no menos
importante: la endogamia religiosa. Esta realidad fue la que capta el tal Agustín
Gil, con asombrosa captación de lo socio cultural en la Carora de principios
del siglo pasado.
Se trata de una docena o más de apellidos que se
mesclan entre sí hasta el vértigo en un pacto de sangre y abolengo que nos
alcanza en los albores del tercer milenio: Aguinagalde, Álvarez, González,
Gutiérrez, Herrera, Meléndez, Montes de Oca, Oropeza, Perera, Riera, Silva,
Yépez y Zubillaga, a lo que habría que agregar los extintos apellidos Arrieche,
Antich, Gordón, Hoces, Lara, Pineda, Salamanca, Urrieta, entramado familiar que
fue estudiado y desentrañado magistralmente por el Dr. Ambrosio Perera Meléndez
en su monumental trabajo Historial
genealógico de familias caroreñas, 1933, en dos gruesos volúmenes.
Proceden de distintos lugares de la Península y las islas
Canarias, Castilla, La Gomera, La Palma, Tenerife, Usagre, Cataluña, Portugal,
Guipúzcoa, pero el secular aislamiento geográfico, la persistente endogamia, la
convivencia en el casco viejo de la ciudad de Carora y la igualación propiciada
por la lengua de Castilla, el credo religioso católico trentino, hará de los
godos caroreños una clase social que exhibe una “casi uniformidad cultural”,
como valora Agustín Gil en el Semanario
Labor en 1914, personaje que sospecho, repito de nuevo, el joven periodista
caroreño Cecilio Chío Zubillaga Perera.
Se trata de lo que he llamado una hegemonía cultural
de signo gramsciano, que se expresa con nitidez a lo largo del siglo XIX y en
la centuria pasada, con evidentes prolongaciones hasta el presente. Los
patricios caroreños dominan el activo comercio y las fértiles tierras del
extenso Distrito Torres, los asuntos del altar, sus numerosas cofradías y
hermandades, idean y fundan escuelas y colegios de secundaria particulares,
clubes y asociaciones, periódicos y revistas. Este interesante proceso cultural
hegemónico podrá ser examinado en detalle en nuestro trabajo Del Colegio La Esperanza al Colegio Federal
Carora, 1890-1937, editado en 1997 por la Alcaldía del Municipio Torres y
la Fundación Buría, prólogo del Dr. Reinaldo Rojas.
Resulta poco menos que una curiosa paradoja histórica que
se efectuara en el Nuevo Mundo americano, en Carora, una vertebración histórica
de lo hispano, opuesta a la del pensador José Ortega y Gasset, expresada con
angustia en 1921 en su famoso y muy actual ensayo España invertebrada. Quiero decir que en Carora no privaron los
particularismos hispanos y es frecuente ver familias con apellidos cruzados procedentes
de diversas regiones peninsulares españolas y de las islas Canarias, tales como
el vascuense Zubillaga con el canario Herrera, el portugués Silva con el González,
de Usagre, Castilla, o bien el tenerifeño Perera con el catalán Riera. No
privaron acá los particularismos hispanos: Carora ha sido síntesis de lo
hispano en el Nuevo Mundo entre las clases dominantes hispano criollas.
Tampoco se dio entre nosotros el muy peninsular odio a
los mejores, del que nos habla Ortega y Gasset. La Carora de inicios del siglo
pasado hacia reverencia y sentía gran respeto por el Dr. Idelfonso Riera
Aguinagalde, teórico de la Federación, mencionado por Agustín Gil en el
Semanario Labor. En 1914 le fue erigida una estatua al presbítero doctor Carlos
Zubillaga Perera, protagonista con el padre Lisímaco Gutiérrez de una
maravillosa experiencia de una Iglesia para los pobres, una Iglesia social como
antecedente de la Teología de la Liberación latinoamericana. Y qué decir del
busto del general de división Pedro León Torres que ocupó el sitio que le
correspondía al Libertador en la Plaza Bolívar de Carora.
La espiritualidad es otro rasgo que percibe nítidamente
Agustín Gil entre los caroreños de inicios de la pasada centuria. Carora es
ciudad temerosa de Dios y de la condenación en las pailas del infierno. En 1918
será bautizada acertadamente la urbe por el padre Carlos Borges como “ciudad
levítica de Venezuela”. Hasta el presente un millar de sacerdotes, de los
cuales destacan ocho obispos, tienen a Carora como lugar de nacimiento. El
fervor mariano es inmenso con la aborigen y milagrosa Virgen del Rosario de la
Chiquinquirá de Aregue. Un obispo caroreño, asesinado por los nazis, Salvador
Montes de Oca, espera ser elevado a los altares.
El filósofo venezolano José Manuel Briceño Guerrero
destaca con sorpresa el apego enorme del caroreño a su solar nativo, amor al
terruño en que menciona Agustín Gil como ejemplo paradigmático el del Dr.
Ildefonso Riera Aguinagalde, quien desde la brumosa y lejana París añoraba sus tunales,
chivos y cardones de su finca Santa Bárbara. Quien escribe visitó al sabio Dr.
Pastor Oropeza, padre de la medicina infantil en Venezuela, quien vino a pasar
sus últimos y largos años de existencia en la ciudad que lo vio nacer en 1901. Los
caroreños son como los elefantes.
Entusiasmo
por las altas ideas
El entusiasmo por las altas ideas ya despunta entre
los caroreños desde finales de la Colonia: el doctor Juan Agustín de la Torre
(1750-1804) desde la rectoría de la Real y Pontificia Universidad de Caracas
apoyó con fervor la introducción de las ciencias modernas en esa casa de
estudios dominada entonces por la filosofía del peripato Aristóteles y sus
inútiles silogismos lógicos que desprecian la realidad objetiva.
Propugna de
manera adelantada y precursora la doctrina social de la Iglesia Católica el
médico por la Universidad de Caracas Doctor Ildefonso Riera Aguinagalde
(1834-1882), quien sostiene una
famosa polémica sobre lo que representan las revoluciones en la historia del
progreso y de la civilización de los pueblos con su amigo el humanista Cecilio
Acosta.
En 1860 nace uno de los responsables de la Carora
intelectual, el Dr. Ramón Pompilio Oropeza, fundador del Colegio La Esperanza o
Federal Carora en 1890. Fue el mentor de Carlos Zubillaga, Rafael Tobías
Marquís, Pastor Oropeza, Juan Bautista Franco, Dimas Franco Sosa, por solo
mencionar a los egresados del instituto en 1914. Le hemos dedicado a este
extraordinario educador una biografía en Del Colegio La Esperanza al Colegio
Federal Carora, 1890-1937. (1997). Quiero destacar que Chío Zubillaga fue su
alumno en el año escolar 1898-1899.
Las altas ideas también acompañan al médico cirujano
egresado de la Universidad de Caracas Dr. Lucio Antonio Zubillaga, vicerrector
del Colegio Federal Carora. Enseñaba en ese viejo Colegio asignaturas muy
dispares, tales como las cátedras de física, astronomía y las lenguas griega y
latina.
Las altas ideas tendrán su continuación y cultivo en
el siglo XX con Rafael Domingo Uzcátegui (1887-1980), un excepcional médico
psiquiatra autodidacta que realiza una implacable crítica literaria contra los
poetas modernistas hispanoamericanos Rubén Darío y Leopoldo Lugones.
Palabras finales.
Esta joya de
la cultura inserta en “vasto erial” que es Carora, tiene su certero analista en
Agustín Gil, de quien estamos casi seguros es la aguda pluma del joven Cecilio
“Chío” Zubillaga, quien a la sazón ronda los 30 años de edad. Cuatro años
antes, en 1911, perderá de manera trágica a su hermano mayor, el presbítero
doctor Carlos Zubillaga, en tanto que su renuncia al selecto y excluyente Club
Torres se producirá en 1913. Ha fundado Chío Zubillaga la Sociedad Patriótica
Ezequiel Zamora con la cual apoyó al general Juan Vicente Gómez en su deseo de
relegirse presidente de Venezuela hasta 1911, así como también será funcionario
municipal al servicio del general gomero Juan de Jesús Blanco. Se trata de la
luna de miel de Chío Zubillaga con el gomecismo por la que será duramente
atacado después.
Se perfila entonces Chío Zubillaga como duro crítico
de los godos de Carora y de su terrofagia, admirador de Lenin y la Rusia
Soviética, sin dejar de ser auténtico y fervoroso cristiano, lo que lo hace
aparecer como un adelantado de la Teología de la Liberación latinoamericana.
Será como un emblemático “intermediario cultural”, tal como lo entiende el
historiador marxista francés Michel Vovelle, categoría de análisis que emplea
de manera brillante la doctora Isabel Hernández Lameda en magnifica Tesis
Doctoral que tuve el honor de tutorear en 2019. Es decir que Chío
Zubillaga se nutre de la alta cultura de las élites alfabetizadas y la pone al
servicio de las clases populares irredentas.
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