Resumen
El
presente ensayo tiene como propósito primordial comparar a dos eminentes
figuras literarias, la poetisa novohispana sor Juana Inés de la Cruz y el poeta
y científico germano Johann Wolfgang Goethe, dos vidas colocadas en dos
escenarios muy diferentes y contrapuestos: la religiosa en el México colonial,
católico y barroco del siglo XVII, y el poeta germano en la Alemania de la
Ilustración y el Romanticismo de entre los siglos XVIII y XIX. A pesar de los
inmensos impedimentos derivados de la cultura, su sexo y condición religiosa, sor Juana fue capaz de crear extraordinarios
portentos de la literatura semejantes a los de Goethe.
Palabras clave. Método comparativo, México colonial, Alemania, sor Juana, Goethe, Barroco, Católico, Ilustración, Romanticismo.
Introducción.
Separados
por un siglo de distancia temporal y pertenecientes a contrapuestas y hasta antagónicas vertientes
de la cultura de Occidente, nos aventuramos a establecer, en la medida de
nuestras capacidades, los vínculos y separaciones que puedan existir entre
estas dos gigantescas figuras de la literatura universal: la religiosa y
poetisa novohispana de la segunda parte del siglo XVII Sor Juana Inés de la
Cruz, y el poeta y científico alemán Johann Wolfang Goethe, quien vivió entre
los siglos XVIII y XIX. Creo que algo semejante a lo que aquí me propongo descubrir
y establecer entre esta mujer criolla, novohispana y religiosa, y este hombre mundano y teutón, no
existe en los anales de la crítica literaria. Y si existiera diré: No sufro de
la “Angustia de las influencias” de la que nos habla el crítico literario Harold
Bloom.
El
método empleado en este ensayo será básicamente el de comparación, que es uno
de los métodos cardinales de la Ciencia de la Historia. Ella suple una notable carencia
del oficio de Clío: no poder aplicar la experimentación de las Ciencias
Naturales a su obra de investigación del pasado. “La comparación, dice Paul Ricoeur,
puede consistir en disponer dos cosas juntas para permitirles actuar a la vez;
también puede consistir en apreciar su semejanza; o además en captar ciertos
aspectos de una de ellas a través de la presencia simultánea de la otra”. En tal propósito de comparación me ha sido además
muy útil el ensayo de Paul Johnson sobre Picasso y Walt Disney, dos creativos
del siglo XX. En este propósito de
comparación hemos evitado en lo posible caer en anacronismo, el cual es, según Lucien Fevbre, el pecado más
imperdonable que pueda cometer un historiador. Consiste tal pecado en
modernizar el pasado, ver el pasado con los ojos del presente y de tal manera
deformarlo, dándole una errónea interpretación.
El
lector podrá notar que no soy crítico literario sino “historiador de oficio”,
como decía Marc Bloch, por ello pido a estos profesionales de aquella
disciplina y por quien siento gran estima y respeto, sepan disculpar mis
equivocaciones y yerros, que no son otra
cosa que producto de mi curiosidad y deseo de explorar territorios que hasta
hace poco estaban vedados al interés de los historiadores. En tal sentido me
coloco a tono con la Escuela de Anales, fundada en Francia por Bloch y Fevbre
en 1929, quienes habrían visto con entusiasmo mi propósito. Lucien Fevbre ha
realizado un estudio del escritor humanista del siglo XVI Françoise Rabealis,
obra que ha resultado para mí una formidable inspiración: El problema de la incredulidad en el siglo XVI. La religión de
Rabelais, grandiosa obra publicada en 1942.
La
crítica literaria ha sido débil en la cultura de habla castellana, tenemos
pocas figuras que hayan realizado grandes aportaciones a tal género: Ortega y
Gasset y Jorge Luis Borges son dos casos aislados. Pero de lo que lo que
carecemos, dice Octavio Paz, es de movimientos intelectuales originales. Por
esa razón no tenemos crítica, y al carecer de ella nuestra literatura no es
moderna. Lo que hace moderna a la literatura es precisamente la crítica. Esta dura sentencia
del escritor mexicano ha sido no obstante un acicate muy fuerte para mi
persona. En ese sentido comencé a leer y estudiar crítica literaria de manera autodidacta,
solitaria, en mi retiro espiritual caroreño. Me asomé con cierta timidez, pero
con entusiasmo creciente a autores destacados en la crítica literaria en América
Latina: Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, a los sureños Ángel Rama, Emir
Rodríguez Monegal, al propio Octavio Paz, a Mario Vargas Llosa, a los
venezolanos Luis Britto García, Orlando Araujo, Mariano Picón Salas, así como
también a críticos de otras lenguas: los hebreos recientemente fallecidos Harold
Bloom y George Steiner, entre otros.
Así
y de esta manera me he atrevido realizar crítica literaria, un oficio harto
exigente, como pude observar leyendo a Emir Rodríguez Monegal. Una de ellas al
escritor, historiador y crítico literario
venezolano y larense Rafael Domingo Silva Uzcátegui (1887-1982) quien
basándose en la polémica obra Degenerados
(1892) del médico judío Max Nordau, la descarga acremente contra los poetas
modernistas Rubén Darío y Leopoldo Lugones, calificándolos duramente como
poetas enfermos, neuróticos, galiparlantes y degenerados; otra al historiador positivista venezolano Laureano Vallenilla
Lanz (1870-1936), creador de la polémica y muy original tesis del “gendarme
necesario”, planteamiento que hasta llega a interesar al dictador italiano Benito
Mussolini; una tercera al médico psiquiatra y novelista caraqueño Francisco
Herrera Luque y su controversial obra de psiquiatría histórica Los viajeros de Indias, quien introduce
las “ciencias del espíritu” del alemán Wilhelm Dilthey a Venezuela para
comprender los elevadísimos índices de violentos y atroces crímenes entre
nosotros, ensayos que me han proporcionado inmensas satisfacciones y alegrías y
hasta un premio literario: la II Bienal Nacional de Literatura, Antonio Crespo
Meléndez, por el primero de ellos. Dejo pues este trabajo a mis lectores y a la
crítica literaria venezolana, siempre en continuo mejoramiento y superación, de
la que espero sea benevolente y comprensiva con este esfuerzo de comprensión
entre estas dos figuras gigantes de la literatura barroca hispanoamericana y la
literatura romántica alemana que acá presento.
Nace el interés.
En
estos ya prolongados meses de pandemia, he terminado de leer y releer con notable entusiasmo dos
extraordinarios libros referentes a dos grandes y portentosas figuras de la
literatura universal: el primero sobre la religiosa novohispana, la poetisa Sor
Juana Inés de la Cruz (1648-1695), y el
otro sobre el sabio, poeta y científico alemán Johann Wolfgang Goethe
(1749-1832). El de sor Juana escrito en
1982 por el poeta, crítico literario y ensayista, premio Nobel de Literatura,
el mexicano Octavio Paz lleva por
título Sor Juana Inés de la Cruz o las
trampas de la fe, en tanto que la
segunda obra biográfica sale de la pluma del novelista, historiador y crítico
de arte francés Marcel Brion en el año 1949, con un breve título: Goethe. Una bibliografía afín, que
mostramos al final, nos ha servido de necesario complemento.
Mi
interés primero deviene de una característica común a este par de gigantes de
la literatura universal: el deseo de saberlo todo, de conocer todas las
ciencias que ellos estaban al tanto con un siglo de diferencia y colocados en
realidades históricas muy diferentes: la religiosa en Nueva España del siglo
XVII, y el poeta Goethe en la Alemania de entre los siglos XVIII y XIX. La
religiosa vive en la modernidad temprana en un virreinato alejado
intelectualmente de Europa que se encaminaba hacia la modernidad; y Goethe en la Alemania que comienza a
industrializarse y ve el ascenso de la burguesía, que va decididamente camino a
la modernidad. Alemania fue una atmósfera espiritual, escribe Octavio Paz.
Barroco y Romanticismo.
Uno
de los Rasgos característicos de la mentalidad barroca es la combinación de
imaginación exacta y efecto sorprendente: agudeza, wit (ingenio), marinismo,
conceptismo. Umberto Eco dice que el barroco es una nueva forma de elocuencia
favorecida por los programas escolares elaborados por los jesuitas
inmediatamente después del Concilio de Trento: la Ratio studiorum de 1586 y 1599. Es el escritor jesuita español
Baltasar Gracián (1601-1658), el “ultrabarroco”, su más alta expresión, afirman
al unísono Umberto Eco y Octavio Paz.
El
barroco se pone al servicio de las dos ortodoxias, dice Octavio Paz, la Iglesia
y el Estado en una época de horribles guerras religiosas. La teología como
máscara de la política, son los años de la Contrarreforma católica y su brazo
militar: los sacerdotes jesuitas.
El
tema de la muerte se halla obsesivamente presente en la mentalidad barroca. “Recuerda
que vas a morir”. Una negación del mundo y de retiro religioso, tensión entre
cuerpo y alma, la fe y la duda, la sensualidad y la conciencia de la muerte, el
instante y la eternidad. Esta mentalidad la pude observar en mis estudios sobre
la mentalidad religiosa en Carora desde el siglo XX hasta el presente.
Era
la edad barroca tiempos de la crisis del orden católico, las luchas de la
Reforma y la Contrarreforma, la inflación y la crisis económica en España, los
descubrimientos de la astronomía y de la física que hicieron tambalear al
tomismo y a la neoescolástica. Al catolicismo político del Imperio español-
escribe Paz- correspondía el catolicismo estético del arte barroco. No
olvidemos la inmensa originalidad del barroco español.
La América hispana- afirma Carlos Fuentes- es
continuación barroca y sincrética en este hemisferio de un mundo multicultural
y multirracial, indio, europeo y negro. Es un arte dominado por el hecho
singular e imponente de que la nueva cultura americana se encontraba capturada
entre el mundo indígena destruido y un nuevo universo, tanto europeo como americano.
Si
deseamos darle fecha de nacimiento al movimiento romántico alemán debemos decir que se inicia con la
publicación de la tragedia Sturng und
Drag (Tempestad e impulso) en 1770. Dice el semiólogo italiano Umberto Eco que es un
periodo histórico que presenta un conjunto de características, actitudes y
sentimientos dictados no por la fría razón del Siglo de las Luces, sino por el
sentimiento, la pasión: abarca lo lejano, mágico, desconocido, incluido lo
lúgubre, lo irracional, lo fúnebre. Es característicamente romántica la
aspiración (sehnsucht) a todo esto. Romántico
será cualquier arte que exprese tal aspiración.
El
romanticismo coincide con grandes sucesos históricos: las revoluciones en
Francia y en la América anglosajona y española, el imperio de Napoleón, la
Restauración monárquica tras la derrota del gran corso, el derrumbe del Imperio
español, el vertiginoso ascenso del Imperio británico. El pensamiento se ve
dominado por la fría lógica de la Ilustración, su cúspide será Kant, el
pensador acaso más desoladamente intelectualizado, filosofía contra la que se
rebela precisamente el romanticismo.
En
América latina o América hispana, afirma Octavio Paz “Como no tuvimos
Ilustración ni revolución burguesa- ni Crítica ni Guillotina- tampoco tuvimos
esa reacción pasional y espiritual contra la Crítica y sus construcciones que
fue el Romanticismo. El nuestro fue declamatorio y externo. No podía ser de
otro modo; nuestros románticos se habían
rebelado contra algo que no habían padecido: la tiranía de la razón”. Este
movimiento se inicia acá hacia los años 1830, cuando ya declina en Europa. Es
que casi nunca en hispanoamerica coincidimos o estamos a tono con las ideas que
se construyen en el viejo continente y en Norteamérica.
Nuestras
figuras románticas serán Echeverría, Goncalves de Magalhaes, José Jacinto
Milanés, Sanfuentes, Caro, Jorge Isaac, los venezolanos Andrés Bello, Fermín
Toro, Cecilio Acosta, y Eduardo Blanco
de Venezuela heroica (1888). Las
facetas románticas de estos eclécticos son, según Federico Álvarez Arregui:
Libertad formal, valores irracionales, amores desgraciados, sentimiento
patriótico, desazones y dudas vitales,
pesimismo, fracaso personal ante la sociedad, vuelta a las fuentes del pasado,
marginalismo.
Octavio
Paz realiza una comparación muy interesante entre barroquismo y romanticismo
que nos viene al dedillo: “son dos manierismos, las semejanzas entre ellos
recubren diferencias muy profundas. Los dos proclaman frente al clasismo una
estética de lo irregular y lo único: los dos se presentan como una transgresión
de las normas. Pero en la transgresión romántica el eje de la acción es el
sujeto, mientras que la transgresión
barroca se ejerce sobre el objeto. El romanticismo pone en libertad al
sujeto; el barroco es el arte de la metamorfosis del objeto. El romanticismo es
pasional y pasivo; el barroco es intelectual y activo. La transgresión romántica
culmina en la apoteosis del sujeto o en su caída; la transgresión barroca
termina en la aparición de un objeto insólito. La poética romántica es la
negación del objeto por la pasión o la ironía; el sujeto desaparece en el objeto barroco; el romanticismo es
expansión; el barroco es implosión. El poema romántico es tiempo derramado; el
barroco es tiempo congelado”.
Escenario histórico.
Dos
mundos muy heterogéneos, distantes en el tiempo y en el espacio: la Nueva
España de sor Juana y la Alemania de Goethe no podían ser realidades históricas
más diferentes. Las separa el tiempo, la geografía y la historia. Dos elementos
básicos de la cultura, lengua y religión, son allí tan distintos que son casi
irreconciliables. La lengua germana y el castellano pertenecen a dos troncos lingüísticos
muy alejados el uno del otro: los troncos indogermánicos y latinos. La lengua
germana se precia de no haber sido modificada nunca y de haberse conservado en
su originalidad, como decía Fitche. El
catolicismo del Concilio de Trento y de la Contrarreforma, su aparato
propagandístico barroco domina en España y su descomunal imperio de ultramar al
cual pertenecía Nueva España de sor Juana, pesado escenario histórico de donde ella nunca se ausentó. El mundo de
sor Juana fue medio mundo, asienta Paz.
Alemania
es la cuna de la imprenta y del gran reformador religioso del siglo XVI, Martín
Lutero, quien con sus ideas propiciará la escisión de Europa en dos culturas:
la nórdica y la mediterránea. La libre
interpretación de las Escrituras y el auto examen de conciencia liberaron a esa Europa noratlántica de la intolerancia y
la ortodoxia fanática que se plantó firmemente en España y sus inmensas
posesiones de ultramar. Nueva España no asimila el racionalismo del siglo XVIII
y sería casi imposible que allí nacieran unas personas como un Voltaire o un Kant.
La cultura barroca hispanoamericana fue en ese sentido un gigantesco fracaso
histórico- sostiene Octavio Paz- que no asume la naciente modernidad. Por eso,
agrega Paz, en muchos aspectos fundamentales México sigue siendo
una nación premoderna y lo mismo puede decirse de la América española. Y
nuestro Mariano Picón Salas escribe: “A pesar de dos siglos de enciclopedismo y
de crítica moderna, los hispanoamericanos no nos evadimos enteramente aun del
laberinto barroco. Pesa en nuestra sensibilidad estética y en muchas formas
complicadas de psicología colectiva.”
Sor
Juana vive en una provincia excéntrica de la cultura de occidente, alejada de
los grandes centros del saber que conducirían a la modernidad a Europa
noratlántica. Una mentalidad fundada en los anacrónicos silogismos de la
Escolástica, que “tras los claustros del siglo XVII parecía amurallarse contra
la Naturaleza”, como dice el agudo venezolano Mariano Picón Salas. Pero hubo
figuras solitarias como Carlos Sigüenza y Góngora (1648-1700) que cultivaron
las ciencias, pero todavía a medio camino de la modernidad. La naturaleza del
idioma español -dice Octavio Paz- favorece el nacimiento de talentos
extremados, solitarios y excéntricos. Sor Juana estaba atrapada en una sola
lengua, el español, y en una lengua que dejaba de ser universal en el siglo
XVII: el latín. En consecuencia no conoce lo que por aquellos años se escribía
en francés o en inglés.
La
Alemania de Goethe no existía como tal estado centralizado, pues eran unos
1.700 pequeños y minúsculos reinos que llegarían a formar una Nación después
del fallecimiento del poeta, muy entrado el siglo XIX. Fue una unidad nacional
muy tardía que se produjo siglos después de la de España y Francia. Sin embargo
esa enorme dispersión política no fue óbice para que Alemania fuese muy rica
culturalmente, fue la cuna de Kepler, Leibniz, Fitche Humboldt, Kant Novalis,
Heine, Schopenhauer, Holderlin, Schelling, Herder, Beethoven. De habla alemana
era el austriaco Mozart. Afirma el gran historiador de la cultura, el holandés Johan
Huizinga que hay que reconocer que el espíritu alemán y la lengua alemana han
ejercido una influencia inmensa en toda la Europa circundante. Que se siente la
inexcusable necesidad de ciertos giros y expresiones alemanes para dar forma al
pensamiento moderno. Es la lengua de inmensos pensadores: Leibniz, Kant, Marx,
Freud, Einstein, Heisenberg.
Lo
que resalta de inmediato es la inmensa figura de sor Juana, quien en un
escenario tan adverso, prisionera de la lengua castellana y del latín, lengua
que dejaba de ser una universal entonces, “nadie pudo predecir que de un
convento en un mundo enclaustrado del México colonial, habría de escucharse la
voz de una mujer, una monja, que se convertiría en uno de los grandes poetas
barrocos del siglo XVII y, en opinión de muchos, uno de los grandes poetas de
todos los tiempos”, escribe Carlos Fuentes. Es que “La naturaleza del idioma
(español) favorece el nacimiento de talentos extremados, solitarios y
excéntricos”, escribe Octavio Paz.
El poeta alemán es también una figura
portentosa y descomunal, ¿quién, lo niega?, pero su provecta, infatigable y
creativa vida se despliega en una
atmósfera mucho más libre y tolerante que la de sor Juana. Alemania transita
por el “Siglo de la Razón”, la centuria de la tolerancia y del respeto a los
disidentes, por ello Goethe no tuvo perseguidores intolerantes y fanáticos que
finalmente hundieron a sor Juana. No fue jamás obligado a retractarse o a renunciar a sus escritos. La Alemania de
la Reforma protestante es mucho más respetuosa de la individualidad y del libre
albedrío que la Nueva España opresiva de
los oprobiosos y terribles tribunales de la Inquisición, un mundo que no se
adaptó a la modernidad, y que, según Spengler, estaba condenado al
desastre.
¿Qué es lo que hermana a Primero sueño con Fausto?
Venciendo la tentación marxista y positivista de ver esos portentos de la
literatura como reflejo del desarrollo de la sociedad y de sus contradicciones,
como escribe Octavio Paz, me coloco al lado del crítico literario
estadounidense recién fallecido, Harold Bloom, quien sostiene en El canon occidental que se trata de una
formidable individualidad que conduce a la originalidad de la creación
literaria. Primero sueño “es lo único
que he escrito por mi gusto”, dice la monja y poetisa, es la búsqueda de un
saber que no podía darle la religión, dice Octavio Paz; en Fausto nunca poeta alguno había volcado tanto de sí en su creación,
contiene todos los aspectos de su personalidad, toda su vida real y toda su
vida soñada, escribe Brion. Fausto consume
la mayor parte de la vida de Goethe: 60 años; Primero sueño es la búsqueda del conocimiento que se despliega no
en una noche sino en la vida. La
universalidad de ambos textos reside en un anhelo, una ambición que ha marcado
a Occidente: el deseo de saber y de conocer más, que es un legado de los
griegos, y de Aristóteles en especial. Una aspiración que toca al sabio
renacentista Pico de la Mirándola y al jesuita germano Atanasio Kircher, el
último hombre que quiso saberlo todo. Spengler desplaza a una nación ese deseo:
ensalza la esencia fáustica del alemán, que ya había anunciado Fichte al
conferirle a Alemania el deber de civilizar al resto de la humanidad (Discurso a la nación alemana).
El
romanticismo alemán proclama la
soberanía del espíritu creativo por encima de las circunstancias que rodean al
poeta. Cada individuo tiene la libertad para dar su propia interpretación de la
existencia. Los románticos aprovecharon esta libertad, convirtiéndola en un
culto desenfrenado al “yo”, lo cual condujo a una revalorización del genio
artístico. Pero, ¿y el barroco? En la
atmósfera aplastante de la Contrarreforma, el Concilio de Trento y de la Inquisición,
un atolladero histórico, resulta poco
menos que sorprendente que sea sor Juana “la primera mujer de nuestra cultura
que no sólo tuvo conciencia de ser mujer y escritora sino que defendió su
derecho a serlo”, asienta Octavio Paz.
El hogar.
Sor
Juana nace el 2 de diciembre de 1648. La
fe de bautismo dice que es “hija de la Iglesia”, para dar a entender que era
hija natural. Utiliza el apellido paterno, un capitán español de ascendencia
vasca, Asbaje, por el resto de su corta vida. Fue un fantasma ausente al que
mata simbólicamente, dice Octavio Paz. Su madre era analfabeta y aun así
administraba eficazmente la hacienda familiar de Panoayán, cercana a ciudad de
México. De niña leía los libros de su abuelo, amante de la lectura, lo que fue
para ella iniciación intelectual. El origen bastardo y la ausencia del padre la
llevan a la biblioteca y ésta al convento. Se corta el pelo y quiere vestirse
de hombre para así poder ir a la universidad, un recinto masculino vedado a la
mujer. Siempre resaltó su formación autodidacta, sin maestros. Vivió casi
siempre “arrimada” en casa de parientes ricos. Linda, virgen y desvalida como
era, ingresa al palacio virreinal. Su inteligencia, gracia y desamparo
impresionaron a Leonor Carreto, marquesa
de Mancera. Una mutua admiración nace entre ellas. Es posible que en palacio
haya conocido el amor masculino. A los 19 años de edad entra de novicia en el
convento de las carmelitas descalzas, en 1669 al convento de San Jerónimo.
Tenía 21 años de edad.
Goethe
nace en Fráncfort el 28 de agosto de 1749, hijo de un abogado de origen
humilde, que se casa con la hija de un burgomaestre, enlace que le da figuración
y prestigio. De ese matrimonio nacen Johann Wolfang y Cornelia, quien llagaría
a adorar a su hermano menor, que sería como su primera maestra. Será su espejo,
su eco. Su padre era de un temperamento insaciable, que hereda Goethe. Su madre
era sensible, imaginativa y dócil. Ella le trasmite su atracción por los
horóscopos y la astrología. Practicaba la bibliomancia. Su niñez fue enfermiza, casi nace muerto por
asfixia, lo que le impuso un dominio psíquico a su endeble cuerpo. Las cruentas
sesiones médicas eran frecuentes. Sufre de terrores nocturnos que apaciguan
tocándole una campanilla de plata. Los cuentos de hadas lo vincularon a lo
sobrenatural. Escribe cuentos infantiles. Para él todo era mágico. Se vestía
completo tres veces al día. Desplumaba pájaros para observar la disposición de
las plumas. De muchacho se forja una poética religiosidad natural personificada
en el Sol. Se decepciona del formalismo luterano, se construye un Dios a su
manera. Todo ello compone desde la tierna infancia una figura extremadamente compleja,
extremadamente fascinante. Tuvo una intuición infantil, un presentimiento: “Los
astros no me olvidarán.”
La salud.
Goethe
y sor Juana eran de complexión enfermiza. Dos somas endebles que albergaban portentosas
mentes, una como constante constitutiva de los genios de todas las épocas y
lugares. Pico de la Mirándola muere a los 31 años, Novalis apenas vive 29,
Schiller 45, Bolívar 47, Kierkegaard, 32. Goethe vive una vida provecta de 83
años a pesar de sus constantes y rutinarios achaques y dolencias.
La
religiosa y poetisa mexicana, que era hija natural, tuvo una vida muy breve,
pues fallece a los 47 años durante una terrible y larga epidemia que azota a la
ciudad de México en 1695. Tener “corta
de salud” es una de sus constantes quejas. Sufrió de tabardillo (tifo) en sus
primeros años conventuales 1671 o 1672. Expira
luego de que sus terribles y despiadados perseguidores de la Iglesia Católica la
hacen renunciar a la literatura y en momentos en que se contagia cuando atendía
a sus hermanas enfermas del convento de San Jerónimo. En su cuerpo debilitado hizo presa fácil la
enfermedad, probablemente tifus exantemático epidémico. .
El
poeta alemán nace casi ahogado, con el rostro morado, la comadrona lo salva al
sumergirlo en vino caliente, comienza a entonces a respirar. Durante toda su
vida fue de constitución en extremo enfermiza, pues enfermaba de gravedad
durante los gélidos inviernos nórdicos, le tenía además horror a las
enfermedades venéreas; la permanente
actividad, así como sus continuados amoríos, le daban ánimos para prolongar su
vida, no perdió sus facultades mentales, la memoria la conservaría casi intacta
con la vejez y murió a la provecta edad de 83 años, lo que es una excepción
para esa época, pidiendo media hora antes de su muerte luz, más luz.
Religiosidad.
Sor
Juana era una católica sincera, tenía su confesor, y evitaba a toda costa
“tener ruidos con la Inquisición”. Con habilidad y astucia pudo ponerse a
salvo durante años de tan temible y
anacrónica institución hispánica, que veía con ojeriza y aborrecimiento que una
mujer, siendo religiosa, escribiera poesía amorosa y erótica. Poco escribe sobre teología y resulta una
cruel paradoja del destino el que sea perseguida por la ortodoxia religiosa y
obligada a dejar las letras profanas debido, entre otras cosas, una
interpretación que hizo en 1680 de un texto de un religioso portugués, el
jesuita Antonio de Vieyra. En 1681 escribe algo que la acerca a la reforma
protestante: “Ojalá que santidad fuera cosa que se pudiera mandar, que con eso
la tuviera yo segura.”
Goethe no simpatizaba con el catolicismo, de niño lee la Biblia como novela de aventuras más que por su elevada
espiritualidad, durante toda su vida experimentó una aversión ciega por la fe
romana y sintió horror por lo que él llamaba clerigalla y los frailezuelos, se sintió atraído por la Cábala, la
astrología, los horóscopos, el ocultismo, a los 15 años se afilia a la Logia
Arcade de la Filandria, en 1780 entra en la masonería. Escribió poemas
inspirados en la francmasonería. Tres
años después se hizo miembro de la Orden de los Rosacruces (AMORC). Las logias
pululaban en Alemania en esa época. Como admirador de la civilización francesa
lee con pasión al filósofo anticlerical Voltaire (1674-1778) y su grito de
batalla “aplastad a la Iglesia”.
La
poetisa mexicana pierde la batalla finalmente ante sus feroces perseguidores
eclesiásticos, su preciosa biblioteca de unos 4.000 ejemplares y sus
instrumentos musicales y científicos le fueron expropiados y vendidos. Algunos
de estos textos se encuentran hoy día en la Universidad de Houston, Texas. Un siglo después y en un ambiente más propicio
para la crítica y el libre examen que abre la Reforma protestante y la
Ilustración, Goethe pudo militar con sosiego y tranquilidad en diferentes
asociaciones ocultistas, lo que hogaño se ha dado en llamar “pensamiento débil”:
la “New Age”, la nueva era, que ha atrapado el entusiasmo y la pasión de
jóvenes y viejos en las sociedades opulentas de Europa y Norteamérica.
Obra literaria.
La
religiosa mexicana del siglo XVII nos deja una obra literaria única en su género
en la cultura de habla castellana: un largo poema filosófico que es una
búsqueda nocturna del saber que es Primero sueño, y la notable Respuesta a sor Filotea. El germano es el
autor de un grandioso poema que es de
igual manera la búsqueda infatigable del conocimiento y que es su móvil
primero: Fausto, y también la novela
de forma epistolar Werther, la novela
pedagógica Wilhelm Meister. Sor Juana
vive en la época barroca, en una
sociedad estamental que camina contra la modernidad que vislumbraban los
mejores talentos europeos, Descartes y Galileo a la cabeza de ellos. El tudesco
pertenece al movimiento literario del Romanticismo alemán, una reacción contra
la fría racionalidad del pensamiento de la Ilustración del siglo XVIII y que
tiene como enseña el movimiento literario germano Sturm und drang (Tempestad e impulso), de 1770.
Amistades.
Sor
Juana, que era muy hermosa, fue en un principio dama de la corte virreinal
novohispana desde los dieciséis a los veinte años de edad, para luego ingresar la
vida monjil. Fue, a diferencia de Goethe, casi completamente autodidacta, y de
esta condición se vanagloriaba: “leer y más leer, estudiar y más estudiar, sin
más maestros que los mismos libros”. Goza de la protección de todos los
virreyes novohispanos, amiga y confidente de dos virreinas: Leonor Carreto y
María Luisa Manrique de Lara. La marquesa Leonor tenía treinta años al llegar a
Nueva España en 1664. Amaba las letras y gozaba de sensibilidad y finura. Sintió por la joven Juana un afecto compuesto
de simpatía y piedad, se asombra ante el prodigio de inteligencia y saber de la
joven criolla, que era bella, agradable, servicial y discreta. Esta amistad, de
exaltado neoplatonismo, contribuyó a que la joven diera sus primeros pasos en
la poesía por los consejos de la joven virreina. Su marido, el virrey Don
Antonio, sintió la misma fascinación por la muchacha. Fue una relación teñida
de mutua admiración, tal como la que sintió Goethe por el poeta Schiller hasta su prematura muerte en
1805, que se prolongará hasta el fallecimiento del propio Goethe en 1832. Es una de las amistades más fructíferas para
Alemania en toda su historia, nación que se caracteriza por su afán de darle
cultura al resto de la humanidad, como decía el filósofo Fichte.
En
1680 fue designado virrey de Nueva España el marqués de La Laguna, esposo de María
Luisa, condesa de Paredes, una mujer de gran energía y decisión. Era muy
hermosa, sensible e inteligente, pues de otra manera sería inexplicable su
admiración por sor Juana. Es que lo semejante comprende lo semejante. Mostró
apasionado interés por sus escritos e Inspiró muchos de sus poemas. La incita
escribir una de sus mejores obras El
divino narciso y también se debe a la condesa la publicación en Madrid en
1689 del primer volumen de sor Juana: Inundación
castálida. Es una lástima que no se conozca más de esta ilustre pareja
virreinal- se lamenta Paz- lo que se debe a la escasez de memorias, una falla
de la literatura hispánica.
Esas amistades la protegieron durante años de
sus persecutores agazapados en la jerarquía eclesiástica, una “conspiración
misógina”, argumenta Octavio Paz, de su
confesor Antonio Núñez de Miranda, Manuel Fernández de Santa Cruz y Francisco Aguiar
y Seijas, que al final lograron la abjuración a las letras de la poetisa, su
desmedida pasión por el saber profano, con el descuido y olvido de las letras
sagradas, lo que no fue solo una derrota
personal de sor Juana, sino una derrota de la cultura, asienta Octavio Paz.
El
poeta alemán asiste a las universidades de Estrasburgo, donde conoce a Herder, y
Leipzig, obteniendo el título de abogado, profesión que muy poco ejerce. La
poetisa fue protegida de los virreyes novohispanos Fray Payo, el marqués de la
Laguna y su esposa María Luisa, y fue muy amiga del sabio astrólogo, matemático
y poeta Carlos de Sigüenza y Góngora, un “estrellero”, como se decía entonces a
los conocedores de los cometas. Fue un verdadero polígrafo: matemático profesor
de astrología en la Universidad de México desde 1764, cosmógrafo real, poeta,
historiador, cronista, elaborador de almanaques. A la llegada de los marqueses
de la Laguna a ciudad de México se encarga a Sigüenza y sor Juana elaborar
sendos Arcos Triunfales. En 1683 publica Triunfo
parténico, obra expresión poética
culta de la época en donde aparece, claro está, sor Juana. Se le considera uno
de los precursores de la patria mexicana, y junto a la monja sanjerónima, la
máxima figura del barroco hispanoamericano e iniciadora del giro anticolonial,
como advierte mi amigo Pascual Mora García.
El
sabio alemán fue protegido durante casi toda su vida, unos cincuenta años, por
su gran amigo, el duque de Weimar Carlos Augusto, un joven de 18 años permeable
a las ideas enciclopedistas y que hizo de su minúsculo reino una como evocación
de los Médicis. Parecía un déspota ilustrado que deseaba por sobre todo el bien
de su país, una monarquía moderada y en cierto modo democrática. Tuvo
una intensa relación con el escritor Johann
Herder (1744-1803) quien le introduce en el conocimiento de Homero,
Rousseau, Shakespeare y le trasmite la aún vaga noción de pueblo, dice Octavio Paz. Lo conoce
en Estrasburgo, una encrucijada latino-germánica, mundos antitéticos. Herder le
había mostrado aquella Alemania que no había logrado su unidad política, las
leyes profundas de su ser y de su devenir, enseñando un sentido nuevo de la
historia, una concepción nueva de lo divino, la había obligado a volver a sus
orígenes, a reconocer el genio de su lengua, a resucitar los primeros e
importantes testimonios de la literatura, los monumentos de la poesía popular
antigua, Herder era el maestro que necesitaba Goethe en este periodo de su vida;
otra fue una amistad profunda con el eminente poeta Friedich von Schiller,
quien moriría muy joven, y para desconsuelo mayor de Goethe, en 1805. Goethe,
según sus propias palabras, se hallaba “privado de la mitad de sí mismo” ante
la muerte de su amigo poeta. Esa amistad impide que Goethe se encierre en sí
mismo y le estimula escribir sus grandes baladas: La novia de Corinto, El Paria,
El Dios y la bayadera, la “epopeya rústica” Hermann
y Dorotea. Cuando Goethe publica Wilhelm
Meister en 1796, envía a Schiller un ejemplar, quien al leerlo responde con
una extraordinaria carta de seis páginas que contiene el enjuiciamiento más
profundo sobre el libro y su autor, como veremos más adelante. Fue esa amistad una
lucha común por la poesía y el arte. Una intimidad de corazón y de mente, dice
Marcel Brion. Alemania celebra esta amistad fecunda como triunfo de la nación
germana. Augusto Schlegel (1767-1845), fundador de la moderna historiografía literaria,
considera la historia literaria de su
país como índice de la paulatina maduración de la conciencia nacional alemana.
Sociedad y literatura se condicionan recíprocamente. La literatura es de tal
manera síntoma de la plenitud a la que ha llegado la Nación.
Amoríos.
La
vida sentimental de Goethe era muy intensa, una desmesura que aun hoy en el
siglo XXI nos asombra, amó con pasión a múltiples mujeres, las que eran su
numen e inspiración a lo largo de su vida longeva. Eran muchachas muy jóvenes y
agraciadas por su belleza. Ellas son la
Gretchen de su adolescencia, Federica Brión, Carlota Buff, inspiradora de Werther, Lili Schonemann, Carlota von
Stein, Magdalena Riggi, la innominada de Roma, Cristina Vulpius, madre de su único
hijo Augusto, Mina Herzlieb, Mariana von Willemer y Ulrica von Levetzow, una
muchachita a la que pide la mano cuando el poeta tiene 72 años. Sin embargo, ya
en su vejez, reconoce que apenas en su larga vida había llegado a conocer ocho
días de felicidad.
Octavio Paz dice que sor Juana Inés de la Cruz
seguramente no pudo tener relaciones amorosas cuando era dama de la corte
virreinal y que bien pudo tener
experiencias eróticas solitarias (no me atrevo a escribir la horrible palabra
masturbación). Carlos Fuentes afirma que fue compañera sexual de la virreina María
Luisa. Octavio Paz escribe que fue éste un amor mutuo inspirado en el
neoplatonismo renacentista de Marsilio Ficino, filósofo al que poco se le
recuerda, y que es autor de la frase “amor platónico”. La poetisa siempre recordaba
en sus poemas eróticos que las almas no tienen sexo. “Padezco en querer y en
ser querida.” Sus poemas son de un intenso erotismo y a la postre fueron los
que determinaron su abjuración a las letras profanas que instigaron sus
perseguidores eclesiásticos masculinos.
Cualidades.
Los
dos eran grandes poetas, sin duda. ¿Qué distingue a un gran poeta? Según T. S. Eliot,
tres cualidades: la excelencia, la abundancia y la diversidad. Como
versificadora de exquisita maestría- dice Octavio Paz- a sor Juana se le puede
colocar al lado de Góngora y Quevedo, los grandes poetas barrocos españoles. En
América la poesía empezó a hablar con voz de mujer: sor Juana. Para encontrar
algo semejante- escribe Octavio Paz- habrá que esperar los comienzos del siglo
XX a los poetas modernistas Darío y Leopoldo Lugones. Casi no hubo forma de
versificación que ella no empleara en su copiosa producción.
El
poeta alemán se hizo famoso a los 25 años al publicar Los sufrimientos del joven Werther en 1774, novela epistolar de su
romanticismo juvenil que provoca una ola de suicidios en Europa. Fausto fue el poema que le ocupa casi
toda su vida, unos 60 años. En 1831, dos años antes de morir termina su segunda
y definitiva parte, la primera la había publicado en 1790. Así como Dante será
siempre el autor de la Divina Comedia,
y Cervantes el del Quijote, Goethe es
por encima de cualquier otro título, el autor de Fausto. Esta gigantesca obra
lo coloca en la cumbre de las letras alemanas. Jacques Barzun dice que no solo
es emblema de soberbia humana, es un gran mito occidental. Ninguna otra cultura habrá de producir algo que se le
asemeje, y resulta verdaderamente maravilloso que en una provincia excéntrica
de la cultura de Occidente, en el México colonial, una mujer, una religiosa, haya
escrito algo comparable cuando de la mano de sor Juana aparece Primero sueño, escrito en verso y no en
prosa, pues esta última no goza de prestigio en la cultura de habla castellana.
Su sueño es una visión racional y espiritual…es el vuelo del alma libre de las
cadenas del cuerpo, no del delirio del cuerpo que ha escapado de la censura de
la razón, escribe Paz.
Fausto contiene
pasajes que sor Juana ni siquiera se atreve a mencionar: el atrevimiento a desmentir
las Escrituras al decir que al principio no fue el verbo, sino el acto. El
verbo-una abstracción- viene después. Incluye supersticiones, ritos satánicos
que la Ilustración del siglo XVIII olvida o desatiende; es el lado oscuro de la
naturaleza, un componente dionisiaco y satánico es lo que impulsa. Satán se
apropia del alma de Fausto en su
añoranza de lo ilimitado. Fausto-
dice Barzun- se convirtió en el espíritu del romanticismo en un personaje de
fama mundial.
El éxito.
Sor
Juana permanece olvidada por dos largos siglos hasta que en 1910 la redescubre
el poeta Amado Nervo con su libro Juana
de Absaje. México redescubre su pasado en esos años de Revolución, la
primera del siglo XX. En vida fue toda una celebridad que se inicia cuando
siendo niña sorprende por sus conocimientos en examen público que convoca el
virrey novohispano Mancera. Unos cuarenta hombres, españoles, de letras de la
Universidad de México convocados a Palacio la examinan y quedan sorprendidos: “que
a la manera de un galeón real se defendería de pocas chalupas que le
embistieran, así se desembarazaba Juana
Inés de las preguntas, argumentos y répicas que tantos que cada unos en su
clase, le propusieron”, según relata Mancera. Su fama alcanzó los límites del
mundo hispánico. En 1689 es elevada a la categoría de Décima Musa Americana.
Sus contemporáneos la elogiaron por haber seguido el ejemplo de Góngora. Vio
impresos sus libros en Sevilla en dos tomos. “Sus poemas circulaban de mano en
mano y nadie se escandalizaba por el tono acentuadamente erótico de muchos de
ellos”. Sus comedias se representaban en Madrid, los admiradores le escribían
desde Madrid, Sevilla, Lima, Quito. Fama
que llega hasta donde se habla castellano, dice Pedro Henríquez Ureña. Su celda,
que no era tal, del convento atraía a muchos personajes eminentes, deseosos de
conversar con sor Juana. Su largo poema “Primero sueño, afirma Octavio Paz,
pertenece a la historia de la poesía universal”, en este sentido me atrevo
parangonarlo a Fausto.
Goethe
no ha sido olvidado jamás desde su muerte en 1832, su fama no ha tenido ni
conocido pausas. Son dos centurias de una fama que no cesa de agigantarse: es
el máximo poeta de lengua alemana. Fausto
es un poema que se lee en todas las lenguas modernas, ha sido inspiración de
múltiples obras literarias y musicales. Alemania cree hondamente que tiene una
misión: llevar la cultura a los confines de la ecúmene, a todos los rincones del planeta, y Goethe es figura
principal de esa portentosa y tremenda misión a la que se ha consagrado la
nación teutónica, que quizá sea eco de que ella ha sido cuna de la invención
que hizo posible la inmensa multiplicación y difusión de la cultura y del saber
como nunca antes había conocido la humanidad: la imprenta. Resulta cruel
paradoja de la historia que haya sido ésta muy culta nación europea principio de
uno de los totalitarismos más abyectos del siglo XX: el nazi-fascismo o
nacional-socialismo alemán. George Steiner dice que los empleados de los campos
de concentración oían a Beethoven y leían a Novalis por la tarde luego de
laborar por las mañanas en los hornos de incinerar a los judíos.
los
románticos fueron los primeros poetas y novelistas que alcanzaron una
reputación realmente europea, pronto se
les calificó de clásicos: Goethe, Schiller, Pushkin y Mickiewiz son clásicos en sus respectivas patrias.
El siglo XVIII produjo cuatro nombres que se enfrentaron a tal centuria:
Rousseau, Burke, Kant, y Goethe. La petición de Fausto de “volar entre las estrellas”, y el “quédate” que detiene al tiempo que mata,
tuvieron oídos extraeuropeos. El interés
de Goethe no se limitaba al de un simple intelectual con interés en la ciencia:
él era un científico. Su trabajo sobre la metamorfosis de las plantas había
sido aceptado por los botánicos y los anatomistas habían hecho lo propio con su
descubrimiento del hueso intermaxilar en 1783. Es el hueso en forma de
herradura llamado hiodes y que ha cobrado gran interés hogaño y que habría
deslumbrado a Goethe. Los científicos han descubierto que este hueso situado
encima de la laringe tiene una gran
responsabilidad en la modulación de las palabras y el vocabulario en la especie
humana. El lenguaje es la casa del alma.
En
botánica elabora Goethe las teorías sobre la Urpflanze, una mística planta original de la cual derivaría todo el
mundo vegetal. Una mística científica que tanto temor infundía a sus
contemporáneos. Se trata de la naturphilosophie,
un intento de los filósofos alemanes, Goethe y Schelling entre otros, de
elaborar una imagen de la naturaleza en todo conforme a los principios del
idealismo filosófico, incorporando los más modernos descubrimientos
científicos. Geymonat dice que esa naturalphilosophie
debido a su carácter especulativo y
metafísico ha sido considerada un momento incomprensible de desorientación de
la ciencia moderna, un turbio abandono a
las fuerzas desenfrenadas de la fantasía que ha llegado a producir las absurdidades
más ridículas, que nos recuerda la desatinada “genética proletaria” de Lisenko,
que provoca una enorme hambruna en la Rusia Soviética en los años 1930, una
genética basada en el enorme dislate que es Dialéctica
de la naturaleza de Federico Engels.
Ideas pedagógicas.
Escribe
la poetisa novohispana que la inteligencia no es privilegio de los hombres ni
la tontería exclusiva de las mujeres. No sé si Simone de Beauveoir menciona en Segundo Sexo a sor Juana. Pero Octavio
Paz dice algo sorprendente: Con sor Juana comienza algo que todavía no termina:
el feminismo. Educa con su ejemplo y dedicación también en el presente. Grande
y verdadera novedad histórica y política: pide sor Juana la educación universal
para las mujeres, impartida por ancianas letradas en las casas o en
instituciones creadas para tal fin. Se ha llegado a decir, escribe Pedro
Henríquez Ureña, que sor Juana, de haber nacido a fines de siglo XIX, habría
sido feminista y hasta sufragista.
La
Alemania de Goethe experimentaba por aquellos años un renacimiento cultural que
se relacionó con una suerte de fiebre epidémica por la lectura, la llamada Lesewut o Lesesucht. En 1770, al comienzo del Sturm und Drang, se publicaron 1.600 títulos, luego 2.600 en 1780,
y 5.000 en 1800. Goethe, gran lector,
se vio impelido por este prodigioso movimiento a convertirse en pedagogo, cuando de hecho ya lo era desde muy
joven. Con su febril y constante actuación transmite pedagogía. Su interés por
el conocimiento lo impulsan hacia la
literatura, el arte y a la ciencia natural. Lee Emilio de Rousseau y al suizo Pestalozzi. Al final de su vida, a
los 80 años, escribe Wilhelm Meister, (Wilhelm
Maestro) novela que es un largo viaje del espíritu, novela filosófica de corte
educativo, que es como una Provincia pedagógica, su reino de utopía. “Pensar y
obrar, obrar y pensar es la suma de toda sabiduría”. Schelling se va muy lejos al decir que acepta
como novelas en el más alto sentido estético a Don Quijote y Wilhelm Meister.
Con cierta razón, dice Lukács, puesto que ambas novelas recibieron su máxima
expresión ideológica y artística dos grandes crisis de transición de la
humanidad. No menos conocida es la frase
que pone Goethe en boca de Fausto: “Todos los libros son polvo, no
vida”. Es una obra que no tiene equivalente en la literatura europea, así como Primero sueño de sor Juana tampoco la
tuvo en la edad barroca. Es una obra única en lengua castellana y habría que
esperar más de dos siglos -afirma Octavio Paz- para que se escribiera algo
semejante en Europa.
Sed de conocimientos.
Lo
que en mayor medida me llama la atención
de este par de escritores que vivieron en dos siglos diferentes y en dos
realidades históricas muy distintas y antitéticas, ha sido la intensa e
inigualada sed de saber y de conocimientos que mostraron durante sus vidas.
Querían saberlo todo, no había territorio del conocimiento en donde no
depositaran su interés. Nada logra apagar la aspiración a conocerlo todo e
hicieron cualquier cosa por lograr tan desmedido objetivo. Esto los hermana,
establece un vínculo entre ellos: un anhelo fáustico desmedido. Sor Juana, alma
indomable, insaciable en el saber, quiso disfrazarse de hombre para tener
acceso a la universidad en aquella sociedad de marcada cultura masculina como
es la cultura hispanoamericana. “Estudiaba en todas las cosas que Dios crio,
sirviéndome ellas de letras, y de libro toda esa máquina universal.”
Dice Henríquez Ureña que “Le parecía preciso (a sor
Juana), para llegar “a la cumbre de la
Sagrada Teología… subir por los escalones de la Sciencias y Artes
Humanas; porque ¿cómo entenderá el estilo de la Reina de las Sciencias quien
aún no sabe el de las ancillas?” Hoy en día la Reina de las Ciencias de antaño,
la Teología, ha sido desplazada de manera irreversible por una ciencia agresiva
y dinámica: la Física, nueva Reina de las Ciencias Naturales, un proceso que la
monja apenas podía avizorar en forma vaga e imprecisa, pues la nueva ciencia o
“filosofía natural” hacía sus primeros y titubeantes progresos entonces con
Bacon, Galileo y Descartes. La Teología se iba convirtiendo desde entonces en
un “caserón vacío”, escribe Paz.
La poetiza novohispana tenía algún atisbo de lo que
en la esfera de las ideas conducía a la modernidad. No olvidemos que el siglo
XVII fue el siglo de la gran revolución científica con las eminencias que eran Newton,
Huygens, Locke, Leibniz y Kepler. Pero había un serio problema en la
comprensión de este proceso gigantesco del conocimiento por parte de sor Juana.
Por un lado vivía en una cultura que se cierra a tales avances científicos gracias
a la Inquisición y a la prohibición de estos conocimientos por parte de la Iglesia
Católica, pero así y todo se leían subrepticiamente estos libros. Y por el otro
es que recibe estos conocimientos a través del espejo deformante del jesuita
alemán Atanasio Kircher, último representante del hermetismo en el siglo XVII,
quien escribió unos libros que le harán famoso. Se le considera el fundador de
una “ciencia barroca”, a medio camino entre la especulación y el acierto
científico. Sus libros-dice Paz- no solo contenían hipótesis fantásticas apoyadas en una
erudición libresca, sino que eran enciclopedias del saber de la época. Una
obsesión le persigue hasta su muerte: la egiptomanía: quería derivar todas las
civilizaciones, China, México e India, del Egipto antiguo.
En la Carta a sor Filotea sor Juana habla de
una “filosofía de la cocina” y dice que “si Aristóteles hubiera guisado, mucho
más hubiera escrito.” Ella descubre acontecimientos naturales en el acto de
guisar. “Veo que un huevo se une y fríe en la manteca y azeite; y, por
contrario, se despedaza en el almíbar; veo que, para que el azúcar se conserve fluida,
hasta echarle una mínima parte de agua en que haya estado membrillo u otra
fruta agria…” A mi modo de ver, este
acto de aguda observación de la religiosa bien puede parangonarse a una de las
fases del método científico que por aquellos mismos años construía Galileo
Galilei. Es una idea que se le ocurre a ella desde la experiencia culinaria y
no es el resultado de un mero silogismo de la escolástica medieval aristotélica.
Sencillamente genial.
Sor Juana sintió vivo interés por los fenómenos ópticos
y las percepciones engañosas que en el siglo XX vendrían a llamar la atención
de la psicología de la alemana de la Gestalt, según la cual el acto de ver no
es una actividad pasiva, sino fuertemente interpretativa: “Si veía una figura,
estaba combinando la proporción de sus líneas, y mediándola con el
entendimiento, y reduciéndolas a otras diferentes. Passeábame algunas veces en
el testero de un dormitorio nuestro…y estaba observando que, siendo las líneas
de sus dos lados paralelas, y su techo a nivel|, la vista fingía que sus líneas
se inclinaban una a otra, y que infería que las líneas visuales corren rectas,
pero no paralelas, sino que van a formar una figura piramidal. Y discurría si
ésta era la razón que obligó a los antiguos a dudar si el mundo es esférico o
no. Porque aunque lo parece, podía ser engaño de la vista demostrando
concavidades donde pudiera no haberlas.”
En otra ocasión relata sor Juana en Carta a sor Filotea: “Nada veo sin
segunda consideración. Estaban en mi presencia dos niñas jugando con un trompo,
apenas yo vi el movimiento y la figura, cuando empezé, con ésta mi locura, a
considerar el fácil motu de la forma esférica, y cómo duraba el impulso, ya
impresso e independiente de su causa, pues distante de la mano de la niña, que
era la causa motiva , bailaba el trompillo, y no contenta con esto, hice traer harina y cernerla, para que, el
bailando el trompo encima, se conociesse si eran círculos perfectos o no los
que describía con su movimiento; y hallé que no eran sino unas líneas
espirales, que iban perdiendo lo circular cuando se iba remitiendo el impulso”.
Acá debemos hacer dos precisiones. La primera es que la monja realiza un
auténtico experimento, palabra que significa “fuera de la mente”, es decir
probar en los hechos y no con la mente, como hasta entonces se acostumbraba
desde la Antigüedad y que Galileo demostró que era un grave error formular
hipótesis a base de anacrónicos silogismos. Lo segundo es que sor Juana
desmiente la creencia de los pitagóricos de que la geometría gobierna la
realidad, y que el movimiento del trompo en consecuencia debía ser
perfectamente circular. El pitagorismo tuvo larga vida y no fue sino hasta
tiempos de Kepler que se demostró que las orbitas de los planetas no es
circular sino elíptica. Si la religiosa hubiese contado con un telescopio mucho
habría descubierto entonces al observar estrellas y planetas en las noches de
ciudad de México.
No menos sorprendente en la monja es su estrategia
de estudios, la misma que emplearía siglos después Charles Darwin al
descubrir la leyes de la evolución de las especies al leer al economista
Adán Smith: “Yo de mi puedo asegurar que lo que no entiendo en un autor de una
facultad, lo suelo entender de otra, que parece muy distante…”. Ella era, dice
Henríquez Ureña, ante todo intelectual: la facultad predominante en ella no era
la facultad de creación poética sino la inteligencia como razón, como facultad
de entender y juzgar.
Goethe
realiza un controvertido viaje a Italia para conocer in situ la Antigüedad clásica así como el grandioso movimiento
cultural del Renacimiento de los siglos XV y XVI. Arriesga su vida para conseguir
una muestra de rocas que le interesan al borde de un peligroso peñasco. Es
poeta, es científico, hombre de mundo, curioso en extremo: el “hombre fáustico”
que se lamenta: “mucho sé, pero saber quisiera el todo.” La ciencia no calma el
ansia humana por un saber integral, escribe Ignacio Burk. Al hombre apasionado
por saber, le ha asediado en todo tiempo la tentación de acudir a recursos
divinos y demoniacos para obtener verdad y poder. Es la tentación de Fausto:
“He
estudiado, ay, toda la filosofía,
También
medicina y juristería
Y,
lamentablemente, la teología.
Todo
lo estudié con ardiente afán.
Pues,
cual pobre necio me tienes aquí.
Pues
ahora más ignorante me hallo,
Me
dicen “Magister” y hasta “Doctor”
Y
hace más de diez años que en verdad lo soy
Y
con mis discípulos errante y cruzando los caminos voy
Engañándolos,
porque yo mismo no sé en donde estoy.
Y
al comprender que nada podemos saber
Mi
corazón está a punto de fallecer.
He
aquí que a la magia me entregué:
A
ver si la boca de algún espíritu con poder
Me
revele el misterio de un secreto saber
Y
me libere de que, tras amargo sudor,
Tenga
que decir que no lo sé, que nada sé.
Que
yo pueda descubrir lo que al mundo
Contiene
en lo más íntimo de su ser,
Y
pueda mirar todo su poder creador y su honda raíz.
Y
con palabras huecas no tenga que contestar”.
La
pasión de Fausto es sed de saber
intelectual; y es sed de poder a fuerza de saber, escribe el eminente maestro
germano-venezolano Ignacio Burk, quien ha sido uno de mis guías espirituales al
enseñarme amar la cultura de habla alemana: Mann, Brecht, Durero, Einstein,
Leibniz, Kepler, Heisenberg, Novalis, Beethoven, Bach, Marx, Kant, Goethe, y
difundirla con entrega sincera y ardorosa pasión a mis discípulos y colegas en
distintos niveles de la educación venezolana.
Es
famosa la teoría de los colores o Zur
Farbenlehre, elaborada por Goethe en 1810, teoría que no tiene como
objetivo esencial un hecho real y preciso, sino una enseñanza esotérica sobre
el origen místico de los colores, la unión de la luz y las tinieblas. En esta
teoría Goethe se aparta de las ideas de Newton y de la Ilustración con respecto
al color. Funda una suerte de psicología de los colores, atribuyendo un color
específico a cada una de las personalidades humanas. En este curioso empeño lo
acompaña el poeta Schiller y fue novedad que no compartieron los científicos de
entonces. Hogaño ha despertado renovado interés esta heteróclita teoría.
El
poeta alemán era un polígrafo excepcional, se interesa por la anatomía
comparada, la explotación de las minas, la construcción de aeronaves, el
neptunismo, teoría que sostiene que las rocas se forman en el fondo marino, matemáticas,
galvanismo, frenología, química, mineralogía, las nubes, zootomía, plantas
exóticas, fauna y flora americanas, los cuerpos simples, la aurora boreal, las
primeras locomotoras, recoge todos los datos a su alcance sobre la isla de
Malta. Goethe sacó de la ciencia el principio de una inagotable juventud. Era una genialidad, noción elaborada por
primera vez por los románticos. Más tarde, el positivismo establece una sutil
equiparación entre locura y genialidad, verdad científica de la frenología del criminalista italiano Cesare
Lombroso, quien analiza los casos de locura creativa de Cellini, Goethe, Vico,
Tasso, Newton y Rousseau.
Reflexiones finales.
De haber vivido en el siglo XXI sor Juana y
Goethe, estas dos cumbres de la literatura universal que buscaban
infatigablemente una explicación a todos los fenómenos, habrían sentido que lo que para ellos era una
intuición aún informe, que no tenía contornos precisos y que seguramente ellos
no disponían de las palabras necesarias y precisas para nombrarlas, como dice
Lucien Fevbre. Arguye que el conocimiento humano está todo conectado, que todo guarda
relación, tal como expuso en 1665 Atanasio Kircher en su “Cadena del ser”. Les
habría resultado entonces maravilloso lo que se llama hoy día Teoría de la
Complejidad, la cual asume que la separación de ciencias de las humanidades hace daño, es perjudicial
a la cultura humana. Es desde allí como podremos comprender la sorprendente, asombrosa analogía entre
ciencias y artes, la profunda analogía entre creatividad científica y la
artística de la que nos habla el Premio Nobel de Química Ilya Prigogine.
Se
trata de superar lo que el científico y novelista estadounidense C. P. Snow
llamaría en 1959 “las dos culturas”, la bifurcación de las artes y las
ciencias. Los artistas-científicos siempre han existido. Paul Johnson destaca
al sabio egipcio Imhotep, al visionario Arquímedes, el ejemplo superlativo de
Leonardo da Vinci. En la Florencia del Renacimiento destacan Verrocchio,
Leonardo, Della Robbia, quienes podían ocuparse de cualquier cosa. El alemán Durero,
Bramante, Miguel Ángel y Cellini eran artistas que sabían mucho sobre el mundo
físico y su funcionamiento. Son los creadores polifacéticos, escribe Paul
Johnson. Este escritor británico agrega otros polifacéticos: al “padre fundador”
de los Estados Unidos Benjamín Franklin, los poetas románticos Wordsworth y Coleridge,
quienes se vincularon a la química de entonces.
Paul Johnson dice que lo que hermana a la
ciencia y la literatura es un recurso extraordinario que emplean ambos
discursos: la metáfora. En el relato científico, en la formulación de una
hipótesis, se recurre mucho al recurso literario de la metáfora, cuyo propósito
primario es mostrar un significado de forma más clara y llamativa , mientras
que el secundario es permitir que los pensadores (o los escritores) extiendan y
abran procesos mentales a una variedad de caminos que amplían el asunto en
discusión, relacionando ideas aparentemente dispares o distantes de una manera
creativa y saltando de la física a la metafísica y viceversa.
No
se puede dudar de una percepción metafórica de la realidad, escribe Ricoeur,
quien agrega que existe una relación entre metáfora y comparación. En las
ciencias avanzadas la metáfora es esencial y todos los diagramas son metáforas.
Las palabras “estructura” y “enlace” son
en sí mismas unas metáforas, afirma Paul Johnson. La metáfora es puente de la ciencia y el arte.
Los creativos usan más metáforas que los de limitada imaginación, dice este
escritor británico.
Es
por todo ello que me atrevo sostener que
la creatividad de sor Juana y de Goethe tiene
como uno de sus fundamentos básicos la metáfora. La misión de la poesía y la
prosa elevada, dice Ricoeur, es establecer nuevas formas de implicaciones, y en
estos discursos la contribución de la
metáfora a la lógica de la invención será decisiva. La metáfora, que es poema en miniatura, contribuyó a que estas dos
mentes en extremo curiosas a establecer vínculos entre lo que hogaño nos
parecen dos realidades disociadas: el arte y la ciencia. Este divorcio está
llegando a su final y será unos de los grandes triunfos del pensamiento en los
inicios del tercer milenio.
Sin
embargo quiero destacar la grandeza espiritual de sor Juana sobre la de Goethe,
pues ella debió de vencer obstáculos casi insalvables para su época, y que el
sabio germano no sufrió. El primero es de orden cultural: la religiosa mexicana
vive en una cultura como la barroca que estaba hecha, dice Octavio Paz, para enfrentar
la modernidad. Goethe se nutre del Siglo de la Razón y de la duda, sor Juana
fallece cuando está por iniciarse este descomunal proceso intelectual que
perfila la modernidad: el pensamiento de la Ilustración. La edad barroca en
Hispanoamérica era una anacrónica y pesada losa.
Sor
Juana nunca salió de la Nueva España y era prisionera, por así decir, de la
lengua española y de un idioma que estaba llegando entonces al ocaso de su
universalidad, el latín. El poeta germano en cambio hablaba varias lenguas,
latinas y germánicas. Estudia en Estrasburgo, una ciudad de espíritu francés y alemán, una encrucijada de la
cultura en Europa. Hace un viaje de dos años a Italia. La lengua materna de
Goethe es el alemán, la lengua de la supremacía del pueblo alemán, un país que
secularmente ha tenido la misión y el deber de culturizar al resto de la
humanidad. En alemán se escribe lo más destacado del pensamiento moderno con Emmanuel
Kant a la cabeza. La lengua española de la Contrarreforma católica no asimila
la revolución científica del siglo XVII y se cierra a las Luces del siglo XVIII,
al Siglo de la Razón. “No tuvimos Ilustración”, sentencia con cierta amargura
Octavio Paz.
El
sexo de sor Juana es otro difícil, grave impedimento constitucional, pues vivió en una
cultura destacadamente “machista”, para emplear una expresión de hogaño. Se
trata de la “razón patriarcal” que domina la sociedad novohispana y sobre todo
a la Iglesia Católica, una ortodoxia que termina por hundirla y la hace abjurar
a las letras. Todavía en el siglo que corre esta conducta carcome, no solo a
México, sino a todos los pueblos hispánicos. El poeta germano hizo gala de su
virilidad sin tapujos, pues se hizo acompañar de diez amantes platónicas o
intimas a lo largo de su provecta existencia de 83 años, una cifra que aun hoy
nos sorprende y que fueron una inagotable fuente de inspiración. Fue un
Emperador del erotismo. Me dice mi amigo Pascual Mora que el genio alemán no
pudo escapar, lamentablemente, a un falogocentrismo, en palabras de Jacques
Derrida.
Para
finalizar, un aspecto que apenas menciona Octavio Paz en Sor Juana Inés de la Cruz o
las trampas de la fe. Tiene que ver con el color de la piel de la religiosa
novohispana: ella era criolla y morena, es decir que por sus venas corría
sangre vasca española y sangre aborigen azteca o de cualquier otro pueblo de la
antigua Mesoamérica. Se trata de la nueva realidad mestiza del continente bajo
dominación hispano- lusa que no fue posible realizar en la América sajona ni en
la India bajo dominación británica. Esta mezcla racial que hoy nos enorgullece
y distingue fue anatematizada en el siglo XIX por Arthur de Gobienau quien la
hizo responsable de la decadencia de las naciones al perder la pureza racial.
¿Qué pensaría este supremacista francés de haber conocido a sor Juana? ¿Qué
habría pensado de su indiscutido y enorme talento y entendimiento? ¿Cuál sería
su juicio sobre la deslumbrante belleza física y donaire de la religiosa
novohispana?
El
poeta germano es conocido por su olímpico desprecio por África negra. En su infancia, dice Marcel
Brión, abandona la escuela porque a ella asistía un niño de rostro atezado y
cabello oscuro que lo disgustaba: “¡Llevaos al niño negro!”, gritaba “¡Llevaos
al niño negro!” Es bueno decirlo todo: Goethe era además antisemita y forma parte de la corriente “idealista”
alemana junto a Fichte, Hegel y Bauer, en cada uno de los cuales los elementos
antijudíos se acentuaban cada vez más, afirma el británico Paul Johnson.
En
la actualidad la figura de Goethe es mucho más conocida que la de sor Juana. El
crítico literario estadounidense Harold Bloom la menciona de pasada en su
controversial El canon occidental (2009)
al referirse al libro de Octavio Paz referido a la religiosa mexicana. Es una
omisión que pudo ser enmendada, tal como la que reconoció este autor hebreo
estadounidense cuando tardíamente descubre a Alejo Carpentier como una
gigantesca figura de las letras hispanoamericanas.
El
país germano tiene enormes recursos e influencias para promocionar a su poeta
científico, pero es bien sabido que la lengua alemana se ha estancado en su
crecimiento e influencia planetaria, no
así el español una lengua que tiene su futuro asegurado y es una de las más
habladas del mundo. En la lengua de Cervantes ha escrito Gabriel García Márquez
su obra maestra Cien años de soledad,
hoy reconocida como la primera novela verdaderamente global. No sería mucho
pedir que las obras de sor Juana sean traducidas al chino, persa, hebreo,
japonés o al esperanto, notable obra de enaltecimiento de la cultura
hispanoamericana y de la mujer que encontró en las letras profanas su
inmortalidad laica. Por ello me atrevo decir que la obra de sor Juana se
asemeja en originalidad y densidad a la de Goethe, y que si ella hubiese tenido
las condiciones más favorables de la que disfrutó el poeta tudesco, quizá
habría llegado a igualar y hasta superarlo en más de un aspecto. La posteridad
tiene la palabra.
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Carora, estado
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24 de agosto de 2020.