Luis Eduardo Cortés Riera.
cronistadecarora@gmail.com
Se trata de una dama estadounidense que hizo de la lengua de Cervantesy Jorge Luis Borges su segunda patria emocional y oficio vital. Desde que era
una escolar sintió una gran atracción por la lengua de Castilla y debió enfrentar actitudes anti féminas en las aulas universitarias, aprendió muy temprano en su carrera que el mundo literario era un mundo dominado por hombres. “Lo demás y que no fuera el español me aburría”, confiesa.
Nació a orillas del río Delaware y se despidió de la terrena vida el pasado 4 de septiembre de 2023, en Manhattan. Dice El Tribunal del Hispanismo que Grossman estudió en la Universidad de Pensilvania y en la Universidad de Nueva York y colaboró con la Universidad de Berkeley. Ha sido galardonar como la Medalla de la Traducción PEN en 2006, el Premio de Literatura de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras en 2008, el Premio de Traducción del Instituto Español Reina Sofía por «A Manuscript of Ashes», de Antonio
Muñoz Molina en 2010 y la Cruz de Oficial de la Orden del Mérito Civil, galardón concedido por Su Majestad el Rey de España, Felipe VI.
Hizo de la traducción al inglés de las obras del boom de la literatura
latinoamericana un modo de vida. Hasta sus cátedras universitarias abandona para dedicarse a tiempo completo al sutilísimo arte de la traducción. Conquista tras duras faenas el derecho de aparecer en las portadas de sus obras traducidas con su sonoro nombre estampado. Dignifica de tal modo el oficio de traducir. Siempre creyó en el papel esencial de su oficio en la creación y en la difusión de la cultura. Cosecha una gran amistad telefónica con Gabriel García Márquez, quien le acusa de ponerle cachos con Cervantes. El Gabo dijo cierta vez que le gustaba leer más El amor en los tiempos del cólera en la traducción de Grossman que en su propia lengua castiza. “Eres mi voz en inglés” le dijo cierta vez el colombiano a la gringa. Y ella respondió al saber de la muerte del Nobel colombiano con “Todo lo que escribía era oro.”
El finado Harold Bloom reconoció que la traducción del Quijote de ella es de las mejores o si no la mejor, criterio que también expresa el políglota escritor mexicano Carlos Fuentes. Ella dice que la traducción de una novela le lleva por lo general medio año y que nunca se comunica con otros de su oficio, un aislamiento que parece hacerle bien.
No era traductora del común ni mucho menos, pues hasta teoría de este difícil arte escribe: Por qué la traducción importa, Katz, 2012 (en inglés: Why Translation Matters, Yale University Press, 2011). Acá sostiene que el mayor reto en cualquier traducción es oír claramente la voz del original y buscar la voz en inglés que la refleje. Nunca viajó al Caribe colombiano a buscar el mítico Macondo. Tampoco hizo comparaciones entre García Márquez y Cervantes, pues “son dos grandes ¿Para qué compararlos?” Sin embargo, no fue ella quien tradujo Cien años de soledad sino Gregory Rabassa.
Tradujo a la lengua de Shakespeare y Darwin obras de ganadores del premio Nobel como Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez y otros autores como Mayra Montero, Augusto Monterroso, Jaime Manrique, Julián Ríos, Álvaro Mutis, Carlos Fuentes, Sor Juana Inés de la Cruz, Miguel de Cervantes Saavedra. De casi dos decenas de autores, Edith Grossman solo ha traducido a tres mujeres: la monja novohispana Sor Juana Inés de la Cruz, la maravilla catalana que es Carmen Laforet y Mayra Montero.
“Traducir a un autor es como casarse con él. Tiene que gustarte mucho”, dice Grossman, quien falleció por cáncer hace pocos días, y a la que se le conoció como la gran traductora del siglo XX, la arteria literaria que conectó por décadas a América Latina con Estados Unidos. Ella enfrentó con audacia y creatividad un formidable reto traducible en la pregunta ¿Cómo le explicas la región subtropical a un gringo que nunca ha salido del norte de Estados Unidos? Su herramienta más importante –dice- es la intuición. Gracias a este “recurso”, dice Teresita Goyeneche, sacó Grossman adelante la traducción de uno de los relatos más cortos de la historia del español: “El dinosaurio”, de Augusto Monterroso. Cuando en marzo de 2018 llegamos a esta pieza (“Cuando se despertó, el dinosaurio seguía ahí.”), pasamos dos clases entendiendo, primero, si quien se levanta es el dinosaurio o si es un hombre que observa al dinosaurio y luego, entendiendo por qué, en inglés, Grossman se tomó una licencia literaria y asumió que quien observaba era un hombre y lo tradujo usando el artículo determinado masculino: When he woke up, the dinosaur was still there.
Para ella, la primera gran novela de la humanidad tiene un detalle
deslumbrante y moderno: el amor entre dos hombres. “En esas últimas líneas en las que Sancho Panza le dice a Don Quijote que no muera, en las que le narra todas las cosas que podrían hacer juntos si se queda, eso es una escena de amor. Las narrativas recientes, las de las películas, están inspiradas en ese libro”, dice emocionada.
“Miguel de Cervantes Saavedra cambió mi vida”, confiesa Grossman. “Su trabajo es el universo entero, él creó el español literario.
El siguiente momento más revolucionario para el idioma fue García
Márquez y yo tuve la suerte de traducirlos a ambos”, alardea. Se ausenta de la vida Edith Grossman en momentos en que el problema de las migraciones de los latinoamericanos hacia los Estados Unidos se torna inmenso, casi inmanejable. El legado de esta extraordinaria mujer estará allí para congeniar lo que llamó el venezolano y caroreño Juan Oropesa: imparidad del destino americano.
Santa Rita, Carora.
República Bolivariana de Venezuela.
9 de septiembre de 2023.