Hace
20 años fallece a los 78 años de edad, en Barquisimeto, Venezuela, mi padre, el
docente y ecologista Expedito Cortés, víctima de una bacteria que se salió de
control y que le provoca una úlcera estomacal que le condujo a un mortal shock
séptico. Fue el 28 de mayo de 2001. Este
mismo año y en curiosa coincidencia, el ganador, del Premio Nobel de Medicina
fue el doctor Barry J. Marshall, quien recibió este galardón por sus
investigaciones sobre la hasta entonces misteriosa bacteria Helicobacter pylori, microorganismo que acompaña a todos los seres humanos y animales en magnífica y
muy útil simbiosis. Después
de dos décadas del deceso de mi progenitor, me encuentro un interesante artículo
de la BBC de Londres en internet en donde se relata los fascinantes
descubrimientos hechos por una investigadora venezolana, la microbióloga María
Gloria Domínguez Bello, sobre la microbiota de los antiguos habitantes de Sudamérica, los yanomamis, waraos, piaroas, yekwanas y guahibos, comunidades muy
antiguas que llegaron desde el continente asiático hace unos 15.000 años, que
se encuentran desperdigados entre
Venezuela y Brasil casi al margen de la orgullosa civilización de Occidente.
Encuentra esta tenaz mujer, que estudió
biología en la Universidad Simón Bolívar de Caracas y en Escocia, que las floras
y faunas intestinales de estos primitivos habitantes de nuestras selvas
tropicales es mucho más rica que la de nosotros, habitantes de las urbes
civilizadas. Sus investigaciones tienen un rasgo que habría gustado sobremanera
al filósofo de la ciencia Mario Bunge, pues se combinan ciencia natural de la
biología y ciencia social de la antropología. Comenzaron a estudiar la dieta de
etnias vecinas a Puerto Ayacucho, en el Estado Amazonas de Venezuela, para
encontrar que tienen muchísimos parásitos en sus intestinos y sin embargo son completamente
asintomáticos. Sorprendente.
La
evolución darwiniana nos dota de parásitos de todo tipo, solo que al salirse ellos
de control devienen las enfermedades. Son millones de virus que
viven en nuestro interior y que nos ayudan a mantenernos vivos, es lo que la
ciencia llama microbioma. Pero en vida citadina estos organismos han visto
reducidas sus cantidades y calidades gracias a sulfas y antibióticos que nos
suministramos casi sin control, y gracias a nuestra dieta rica en productos
industriales refinados que poco contienen las protectoras fibras vegetales que
los yanomamis ingieren durante todo el día. Las heces de estos primeros connacionales
muestra que poseen una gran variedad de protozoarios en sus entrañas, pues
consumen vegetales de sus jardines y comen bastante pescado de los ríos. No
conocen Pepsicola ni Mc Donalds.
Cuando
estos aborígenes se trasladan a los barrios de las ciudades comienza la
malnutrición y la pertinaz obesidad. Grasas, carbohidratos sin fibras, alcohol,
hacen su mortal trabajo. Mientras que entre los yanomamis aislados hay casi el
doble de diversidad bacteriana, en nosotros los metropolitanos ella se ha
empobrecido hasta el límite. Sin agricultura y animales domésticos tienen los
amerindios aislados mayor riqueza de bacterias y de parásitos intestinales.
Domínguez Bello y sus colaboradores llegan a afirmar que los muy primitivos
yanomamis albergan un microbioma con la mayor diversidad de bacterias y
funciones genéticas jamás reportadas en un grupo humano. No conocen los
antibióticos, pero albergan bacterias que alojan genes funcionales de
resistencia a los antibióticos naturales y sintéticos, sentencia la
investigadora venezolana. La occidentalización es un proceso antimicrobiano que
se nutre de los conservantes de los enlatados y gaseosas. Hay un aumento de
enfermedades inmunes y metabólicas que están asociadas a los estilos de vida
urbanos en una relación causal.
Nuestra
agricultura moderna no es otra cosa que la sustitución de un ecosistema
complejo por uno sencillo. Decenas de variedades de maíz han desaparecido, a
tal punto que causó sensación que se haya encontrado una variedad muy antigua
de esta gramínea en un apartado rincón rural de México. Los agrotóxicos han
hecho retroceder a las muy útiles abejas, insectos que son responsables de la
polinización y con secuencialmente de la mayoría de la producción de los
alimentos que consume la humanidad. Un pequeño país centroamericano, la muy
democrática Costa Rica, tiene un alarmante déficit de tales helicópteros y
quizás llegue a la necesidad de importarlas a la brevedad. Inaudito.
Toda
esta dramática simplificación va más allá de lo meramente científico, pues
entrevé una reflexión sobre nuestra cultura urbana, que se ha dado en llamar
occidental. A mi modo de ver, y es mi modesta opinión, esta orgullosa y pedante
cultura nuestra tiene un efecto empobrecedor y simplificante del mundo de lo
social y de nuestras manifestaciones culturales. Estas ideas se me ocurren tras
leer un interesante libro de Jack Goody El
robo de la historia (Akal, 2011), así como el deslumbrante ensayo del Nobel
de Literatura Mario Vargas Llosa La
civilización del espectáculo.
Todo
indica que vamos en carrera desbocada hacia la banalización, lo trivial y lo
insípido. Occidente se apropió de la cultura del oriente asiático, dice el
antropólogo comparativista británico Jack Goody y la hizo aparecer,
simplificándola, como propia. China es un país despótico, estático y atrasado
dicen los europeos, como desconociendo los inmensos aportes que esta cultura al
mundo: la brújula, el papel, la imprenta y la pólvora. La ciencia china ha sido
superior a la de occidente hasta el siglo XVI. La “alta cocina”, que ya existía
en China, India y próximo oriente, y que no es exclusivamente francesa, ha
derivado ominosamente en los cubitos y sopas Maggie que horrorosamente
homogenizan los sabores de la comida.
Banalización y superficialidad de la cultura
es signo de nuestros tiempos, afirma alarmado Vargas Llosa. La democratización
de la cultura ha significado su empobrecimiento y el retroceso de la cultura
del libro. Somos consumidores de ilusiones dentro de lo que se ha llamado
“cultura de masas”. Lo que busca esta cultura es divertir, hacer posible la
evasión fácil, nace con el predominio de la imagen y el sonido sobre la
palabra, y el proceso se ha acelerado con el uso de internet. La cerveza y los
periódicos son enemigos de la cultura, escribió desolado Nietzsche a fines del
siglo XIX. A quien escribe le produce enorme desazón que un autor de libros
insípidos e intranscendentes como Pablo Coelho tenga muchísimos más compradores
y lectores que el cubano Alejo Carpentier o un Jorge Luis Borges.
Declina
el ecosistema, se asola nuestra cultura. Es un doble empobrecimiento, el del
soma y el de la psiquis que avanza hasta ahora fatal e inexorable y que nos
conduce a la condición planetaria de una gigantesca isla de Pascua global y a
la terrible posibilidad que atisbó en 1922 el poeta T. S. Eliot: La tierra
baldía. Estamos aún a tiempo de evitarlo.
Santa
Rita, Carora,
Venezuela, 26 de mayo de 2021.
Luis
Eduardo Cortés Riera.
cronistadecarora@gmail.com