Aquello
se debía a que el chofer de aquel clásico y hermoso auto vivía enfrente de mi
casa. Juan Mosquera era su el nombre de aquel buen y servicial hombre de piel
marcadamente oscura, que servía a Don Flavio como conductor de aquella
maravillosa máquina. El patrón no se bajaba del Oldsmobile, sino que esperaba
que Juan dejara en su casa una bolsa de alimentos o qué sé yo. Años después me
entero que Herrera le entrega a Juan aquella
casa de la calle Carabobo como recompensa a sus fieles y abnegados servicios durante varias décadas.
Esa
máquina es parte imborrable de los recuerdos de mi adolescencia vivida en el
sector Trasandino de Carora. Don Flavio y Juan Mosquera a bordo, impecablemente
vestidos de blanco los dos. Hacían una pareja de contrastes de piel, pero
hermanados por aquella deslumbrante fibra textil de lino importado y camisas
del mismo color cuidadosamente almidonadas y planchadas.
Cierta
vez Mosquera deja aparcado el carro en su lugar de siempre. Y sucedió algo muy
desagradable. Un muchacho del vecindario, navaja en mano, atacó a tan
esplendida máquina ocasionándole un daño considerable a su exquisita pintura.
Qué cosa tienen esos muchachos, atiné a oír de los labios de Don Flavio. Ha
pasado más de medio siglo de aquello y aun no comprendo las motivaciones que
impulsaron a aquel tocayo mío a descargarla contra el Oldsmobile 1948 de Don
Flavio.
En
ocasiones Mosquera se tomaba la licencia de usar el carro para sus diligencias
personales, y aprovechaba la ocasión de llevarnos a comer unas deliciosas empanadas
en el sector El Olivo de la carretera Lara-Zulia. Miriam, Yolanda, Gloria,
Marlene, Luis, Juancito y su esposa Marcolina, íbamos en
aquellos hermosísimos tours que pasaron a ser parte constitutiva de mi memoria.
Hogaño,
reposa esa gallarda y elegante limosina en
un garaje a la espera quizá de una pieza de recambio difícil de encontrar o de una mano amiga que
logre colocarlo de nuevo en circulación. En días pasados me detuve, absorto, a
contemplar aquel extraordinario vehículo y rememore la elegancia y el donaire
que emanaba aquel lujoso automóvil y su heteróclita pareja de ocupantes, que
llenaron un sector importante de nuestra vida emotiva, y que es parte
constitutiva de nuestro ser. Y es que los llamados patricios caroreños han sido para nosotros el hilo conductor que
nos conecta con los tiempos ya idos.
Flavio
José Herrera Gutiérrez era hijo de Flavio Herrera Oropeza
y Leonor Gutiérrez, nace en Carora en 1896. Perteneció a una antigua familia
fundada en 1776 por Don Diego, natural de La Gomera, Islas Canarias,
comerciante y agricultor. Graduó de bachiller en ciencias filosóficas en el
Colegio Federal Carora, dirigido entonces por el Dr. Ramón Pompilio Oropeza. Casado
con Elvirana Perera en 1925. Fallece en Carora a edad avanzada. Su
aristocrático porte y su don de gentes jamás se borraran de mi memoria.